A la luz de las últimas biografías sobre Michelangelo
Merisi de Caravaggio, parece que ésta sea la cuestión fundamental acerca del
pintor y su obra. Hace unos años Peter Robb ofrecía un elaborado estudio sobre
Caravaggio (M, el enigma de Caravaggio; Alba
Editorial), en el que escarbaba en los aspectos íntimos más sórdidos del
biografiado —y de sus allegados—, y trufaba el estudio con imaginativas conjeturas,
cuando no fantásticos disparates. Helen Langdon escribió otra biografía —quizá
la más objetiva y sensata— sobre
el autor de los claroscuros más violentos de la Historia del Arte (Caravaggio, Edhasa). Recientemente,
Andrew Graham-Dixon ha publicado otra biografía sobre Caravaggio (Caravaggio, entre lo sagrado y lo profano;
en Taurus), que intenta desmontar el mito del artista como mártir homosexual. Esta última cuenta con los últimos y
certeros descubrimientos de Keith Sciberras acerca de la fuga de Caravaggio de
la isla de Malta, y aclara que fue el talante violento de Caravaggio y no sus
inclinaciones sexuales lo que hizo del pintor un personaje marginal, un fugitivo
con constantes tropiezos con la justicia.
Todas estas biografías coinciden en subrayar
la importancia del movimiento fundamentalista religioso de (San) Carlos Borromeo,
como sustrato e influencia en el enaltecimiento de la pobreza en los cuadros
del artista. Igualmente recogen y
cotejan las noticias biográficas de las fuentes principales coetáneas: las
biografías de Mancini, de Baglione (enemigo personal de Caravaggio), o de
Bellori. Desde luego, rastrean los lances y peleas de Caravaggio con múltiples
personajes, desde el camarero desatento al que estampa en la cara un plato de
alcachofas, hasta el famoso Ranuccio Tomassoni, gángster romano al que
Caravaggio mató durante una pelea, quizá duelo, en una pista de pallacorda. No olvidan atisbar en las
relaciones de Caravaggio con Cecco Boneri, su ayudante y modelo, quizá también
amante ocasional. Y documentan los amores de Caravaggio con varias mujeres, entre
otras Fillide Melandroni y Madalena “Lena” Antonietti, ambas prostitutas
conocidas, modelos del pintor y origen de no pocos de sus infortunios. Igualmente
se sumergen en el entramado de poderosos interesados en el artista, y las
disputas por los despojos pictóricos tras su temprana muerte. Las tres
biografías resultan igualmente suculentas en la cantidad y cotejo de datos, y
naturalmente en el análisis de los cuadros de Caravaggio, la más acabada
información sobre la personalidad del pintor.
¿Tiene realmente importancia que Caravaggio
fuese homosexual, heterosexual o bisexual? Todos los grandes de la cultura han
sido sometidos a este ya cansino escrutinio, mismamente Cervantes o
Shakespeare. Mucho más
interesante, a mi parecer, es la relación entre el quien produce el objeto artístico
y sus clientes poderosos, miembros de la Iglesia o la aristocracia por lo
general. Cómo un objeto de arte se convierte en signo de riqueza y después en
riqueza misma, y cómo quien lo produce se convierte en algo similar por obra,
favor y amparo de sus protectores, que actúan como sus propietarios. Y cómo,
cuando ese artista aspira a convertirse en caballero —caso de Caravaggio, como
también de Velázquez, Rubens, el mismo Baglione y otros—, se estrella como
Ícaro o prospera en su ascenso social, según sea su actitud ante sus mecenas.
Desde luego, Caravaggio careció de la astucia de Rubens o de la humildad de
Velázquez. Su agresividad pictórica y vital resulta mucho más estimulante que
indagar en sus preferencias sexuales, todavía hoy desconocidas y posiblemente
irrelevantes.
El caso de Caravaggio es especialmente
atractivo por su carácter indómito y molesto, por la incapacidad del artista
para contentarse con la cadena de oro con la que los favoritos de las artes
eran condecorados. Reincidente siempre en su prontitud a tirar de espada,
altivo y pendenciero igualmente con el pincel, Caravaggio parece sucumbir a su
leyenda para transformarse en agradable tema de conversación, en pasatiempo nuevamente
exquisito. Sus obras mantienen la finalidad que tuvieron: exhibición de
prelados y prestigio de poderosos. Pero, merced a estas biografías, Caravaggio
revive como vivió, entre grandes señores, rufianes de barrio, prostitutas y pobres,
con el rico traje que se cae a pedazos, la espada atenta a cualquier atisbo de
menosprecio y un reguero de cuadros portentosos a lo largo de su itinerario
fugitivo. A quien todavía le atraiga su arte por el morboso anzuelo de su
sexualidad, posiblemente le respondería Caravaggio con una de sus expresiones mejor
documentadas: “Becco fottuto!”,
“¡Jodido cabrón!”.
Mientras esperamos saber más de Flashman, ¡qué estupendo aperitivo, Dativo!
ResponderEliminarGracias, Luis. Estoy en ello.
EliminarEstoy bastante acostumbrado, como cervantista (sufrido en este caso), a las lecturas de Cervantes desde una perspectiva de sexo y al intento poco o nada útil de algunos críticos por justificar su escritura a la luz de su presunta homosexualidad. ¿De qué sirve realmente este análisis en casos como el de Cervantes, Caravaggio o algunos otros grandes creadores? Sería un hecho más, en todo caso, y no debería desviar la atención sobre la obra del autor, salvo que esta obra aborde de forma explícita el hecho del amor homoerótico (como en el caso de Lorca o Gil de Biedma, por ejemplo).
ResponderEliminarEn el caso de Caravaggio actúa como cortina de humo. Derek Jarman dedicó una película -que no me gusta nada- a fantasear sobre la sexualidad de Caravaggio, y de ahí se extendió al gran público el mito de Caravagio homosexual y perseguido por eso. Algunas de sus telas pueden hoy verse como ejemplos de arte erótico; pero esta orientación no era rara en el XVI y XVII cuando se pintaba para galería (cuadros privados) y no para ls Iglesia (cuadros de pública visión, y mucho más conocidos). Caravaggio pudo limitarse a complacer a sus primeros benefactores en Roma, el cardenal Del Monte y Vincenzo Giustiniani (para quien pinta el Amor Victorioso que aparece en la ilustración de arriba), incluso muy posiblemente siguiendo sus indicaciones o apetencias. Además, Santiago, bien sabes tú como cervantista que la estilización del mancebo, del doncel o como lo queramos llamar, una estilización extrema y casi erótica, no es rara en la literatura desde los siglos XV al XIX. Abunda por todas partes, puesto que era puramente convencional. Como bien apuntas, sólo tiene interés el rasgo personal concreto de un artista cuando tiene relación directa con su obra. Desconocemos ese rasgo de Caravaggio, e inferirlo de sus pinturas para explicarlas no me parece un procedimiento muy válido.
EliminarParece mentira, Dativo, que una pluma tan aquilatada como la tuya no haya sido capaz de recurrir al eufemismo para evitar la ordinariez, el exabrupto, el improperio o, lisa y llanamente, el agravio a los siempre humillados y ofendido. ¡Joder! Pudiendo haber escrito "raptor de luces", "pastor de trazas y colores" o, ¡qué sé yo!, "maestro de la esgrima del pincel"..., ¿era imprescindible que le llamases "pintor"?
ResponderEliminar(Saludos: José Ramón).
Desde luego, razón no te falta. La pobreza de mi léxico se pelea, no obstante, con la exigente brevedad de estas entradas. Hasta cuatro veces lo rebajo a simple "pintor" en apenas dos párrafos. Intentaré que no vuelva a ocurrir.
Eliminar