miércoles, 29 de febrero de 2012

Colaboraciones literarias- El tercer hombre(1)


No son muchas, pero hay ocasiones en que dos escritores deciden escribir una obra en colaboración. Ahora mismo recuerdo a Borges y Bioy Casares, a este último y Silvina Ocampo (una reseña a propósito hemos comentado en este blog), y ahora leo la que llevaron a cabo Ford Madox Ford y Jospeph Conrad. El libro, escrito por Madox en 1924, se llama Joseph Conrad, un recuerdo personal, y en él se describe con detalle la amistad y el trabajo conjunto de estos dos escritores, colaboración que tuvo como resultado dos novelas: Romance y Los herederos. En él, además de narrar -con el estilo y humor que solo sabe hacer el autor de El buen soldado- detalles de una relación que duró muchos años, plantea un tema controvertido: las colaboraciones literarias. ¿Qué puede esperarse de una colaboración de dos escritores en un acto de creación? Porque, no pudiendo reducirse la creación artística a algo lineal o puramente racional, el resultado no puede evaluarse como una suma de las partes y, ni siquiera, a un valor medio de los ingenios.
En este libro, y en palabras de Ford Madox, Conrad creía que el resultado de la colaboración era la aparición de un nuevo escritor, un tercer hombre, que no era ni Madox ni Conrad:
A intervalos, durante nuestras lecturas en voz alta, que continuaron a lo largo de los años, él diría, siempre como si ello fuese una trouvaille, que eso era realmente obra de un tercer hombre.
Pero ¿es esto así, realmente? ¿Qué condiciones debe cumplir esa colaboración para que de ella resulte ese tercer hombre? Y, sobre todo, ¿cuál es el resultado?, ¿qué podemos esperar de la obra de ese tercer hombre? Más aún, ¿se podrían citar concretas obras de colaboración que hayan igualado o superado las de los respectivos colaboradores?
Naturalmente, la cuestión podría aplicarse no solo a la literatura, sino a cualquiera de las artes.
Algunas respuestas a estos interrogantes y el resultado de esta colaboración entre Conrad y Ford Madox la veremos en la próxima entrega.  

lunes, 27 de febrero de 2012

Loquillo canta a Luis Alberto de Cuenca


Es de justicia reconocer y celebrar que, con el paso de los años, Loquillo se mantenga en la brecha con una mezcla nada común de frescura, originalidad y fidelidad a sus raíces, y que lo haga habiendo conseguido afinar, aquilatar y personalizar su discurso, cada vez más sólido y elaborado, y administrar su voz y su presencia de forma eficaz y solvente. Lo digo con el derecho que puede arrogarse quien ha seguido su trayectoria con interés y admiración desde sus orígenes hasta el momento, en el que puede afirmarse que Loquillo forma parte de algo más amplio que un proyecto musical.

La publicación de Su nombre era el de todas las mujeres, su último disco (Warner Music Spain, 2011), en el que recrea musicalmente algunos de los muchos excelentes poemas de Luis Alberto de Cuenca, es un nuevo ejemplo de esta consolidación de José María Sanz en una línea muy definida intelectual y musicalmente. No es la primera vez que el Loco recrea la poesía. Ya lo hizo de forma muy lograda en La vida por delante (Hispavox, 1994), también con el sabio concurso de Gabriel Sopeña, encargado de la adaptación musical de los poemas. Una vez más las versiones cantadas por Loquillo se confían a la producción y los brillantes arreglos de Jaime Stinus, que le viene acompañando en trabajos anteriores (Cuero español, en 2000, y Balmoral, en 2008, por ejemplo). Tampoco es la primera vez, ni mucho menos, que Luis Alberto de Cuenca presta sus letras al rock (¿cómo olvidar “Caperucita feroz” de la Orquesta Mondragón en Bon Voyage, de 1980, en donde ya brilla la guitarra de Jaime Stinus?) ni es la primera vez que el poeta colabora con Loquillo, como muy bien puede apreciarse en Balmoral.

Además del cuidado de la producción musical y de la excelente instrumentación que define el telón sobre el que se alza con nitidez la voz de Loquillo, cumple poner de relieve la exquisitez de la presentación del disco, concebido como un breve pero hermoso discolibro prologado por Arturo Pérez Reverte e ilustrado por Fernando Pereira. Creo que la selección de los poemas supone un acierto, acentuado por el trabajo de interpretación de José María Sanz. El conjunto es muy coherente, pero me parece conveniente destacar que el Loco sabe dar muy especialmente con el tono que requiere la humorada macabra de “Nuestra vecina”, con el suave y nostálgico registro baladístico de “Cuando vivías en la Castellana” (emocionante, intensa, hermosa; una pequeña joya), con la necesidad de marcar el desgarro de la transición que requiere la segunda parte de “La malcasada” y con la irónica displicencia que imprime al recitado de “La tempestad”, que vuelve a poner de relieve las calidades de rapsoda de Loquillo que ya brillaron en su día en “Avenida de la luz” (de Dónde estabas tú en el 77), con letra de Sabino Méndez, una de las canciones más extraordinarias que se han escrito en el rock español en los últimos treinta años.

viernes, 24 de febrero de 2012

Caravaggio ¿era maricón o no?


A la luz de las últimas biografías sobre Michelangelo Merisi de Caravaggio, parece que ésta sea la cuestión fundamental acerca del pintor y su obra. Hace unos años Peter Robb ofrecía un elaborado estudio sobre Caravaggio (M, el enigma de Caravaggio; Alba Editorial), en el que escarbaba en los aspectos íntimos más sórdidos del biografiado —y de sus allegados—, y trufaba el estudio con imaginativas conjeturas, cuando no fantásticos disparates. Helen Langdon escribió otra biografía —quizá la más objetiva y sensata—  sobre el autor de los claroscuros más violentos de la Historia del Arte (Caravaggio, Edhasa). Recientemente, Andrew Graham-Dixon ha publicado otra biografía sobre Caravaggio (Caravaggio, entre lo sagrado y lo profano; en Taurus), que intenta desmontar el mito del artista como mártir homosexual.  Esta última cuenta con los últimos y certeros descubrimientos de Keith Sciberras acerca de la fuga de Caravaggio de la isla de Malta, y aclara que fue el talante violento de Caravaggio y no sus inclinaciones sexuales lo que hizo del pintor un personaje marginal, un fugitivo con constantes tropiezos con la justicia.

Todas estas biografías coinciden en subrayar la importancia del movimiento fundamentalista religioso de (San) Carlos Borromeo, como sustrato e influencia en el enaltecimiento de la pobreza en los cuadros del artista.  Igualmente recogen y cotejan las noticias biográficas de las fuentes principales coetáneas: las biografías de Mancini, de Baglione (enemigo personal de Caravaggio), o de Bellori. Desde luego, rastrean los lances y peleas de Caravaggio con múltiples personajes, desde el camarero desatento al que estampa en la cara un plato de alcachofas, hasta el famoso Ranuccio Tomassoni, gángster romano al que Caravaggio mató durante una pelea, quizá duelo, en una pista de pallacorda. No olvidan atisbar en las relaciones de Caravaggio con Cecco Boneri, su ayudante y modelo, quizá también amante ocasional. Y documentan los amores de Caravaggio con varias mujeres, entre otras Fillide Melandroni y Madalena “Lena” Antonietti, ambas prostitutas conocidas, modelos del pintor y origen de no pocos de sus infortunios. Igualmente se sumergen en el entramado de poderosos interesados en el artista, y las disputas por los despojos pictóricos tras su temprana muerte. Las tres biografías resultan igualmente suculentas en la cantidad y cotejo de datos, y naturalmente en el análisis de los cuadros de Caravaggio, la más acabada información sobre la personalidad del pintor.

¿Tiene realmente importancia que Caravaggio fuese homosexual, heterosexual o bisexual? Todos los grandes de la cultura han sido sometidos a este ya cansino escrutinio, mismamente Cervantes o Shakespeare.  Mucho más interesante, a mi parecer, es la relación entre el quien produce el objeto artístico y sus clientes poderosos, miembros de la Iglesia o la aristocracia por lo general. Cómo un objeto de arte se convierte en signo de riqueza y después en riqueza misma, y cómo quien lo produce se convierte en algo similar por obra, favor y amparo de sus protectores, que actúan como sus propietarios. Y cómo, cuando ese artista aspira a convertirse en caballero —caso de Caravaggio, como también de Velázquez, Rubens, el mismo Baglione y otros—, se estrella como Ícaro o prospera en su ascenso social, según sea su actitud ante sus mecenas. Desde luego, Caravaggio careció de la astucia de Rubens o de la humildad de Velázquez. Su agresividad pictórica y vital resulta mucho más estimulante que indagar en sus preferencias sexuales, todavía hoy desconocidas y posiblemente irrelevantes.

El caso de Caravaggio es especialmente atractivo por su carácter indómito y molesto, por la incapacidad del artista para contentarse con la cadena de oro con la que los favoritos de las artes eran condecorados. Reincidente siempre en su prontitud a tirar de espada, altivo y pendenciero igualmente con el pincel, Caravaggio parece sucumbir a su leyenda para transformarse en agradable tema de conversación, en pasatiempo nuevamente exquisito. Sus obras mantienen la finalidad que tuvieron: exhibición de prelados y prestigio de poderosos. Pero, merced a estas biografías, Caravaggio revive como vivió, entre grandes señores, rufianes de barrio, prostitutas y pobres, con el rico traje que se cae a pedazos, la espada atenta a cualquier atisbo de menosprecio y un reguero de cuadros portentosos a lo largo de su itinerario fugitivo. A quien todavía le atraiga su arte por el morboso anzuelo de su sexualidad, posiblemente le respondería Caravaggio con una de sus expresiones mejor documentadas: “Becco fottuto!”, “¡Jodido cabrón!”.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Un ardiente verano, de Eduard von Keyserling


Bill ha suspendido su examen de reválida. Su fracaso ha de ser remediado en el largo verano que habrá de pasar apartado del resto de su familia, solo con su padre, un hombre apuesto, un aristócrata, un virtuoso de la tenue, la compostura, cuya conveniencia no deja de ensalzar a su hijo.

Durante semanas, Gerd von Fernow alecciona al joven Bill, le explica cómo debe planificar su porvenir, insiste en la importancia del estilo de vida que ha de llevar en el futuro porque determinará todo lo accesorio y justificará algún que otro exceso que, en el conjunto, no desentonará. Bill ve a su padre edificar con sus manos el proyecto imaginario y le parece que ese edificio dibujado en el aire es terriblemente frágil.

A duras penas concentrado en el estudio, más dispuesto a dejarse arrastrar por su amor a Gerda, Bill descubre qué se esconde tras la tenue que su padre muestra a sus próximos, sorprende en sus escapadas nocturnas, en palabras sueltas, los secretos que bullen bajo la compostura de quienes le rodean.

Un ardiente verano es una novela breve de una rara belleza, en la que las atmósferas están trazadas con la evanescencia de la acuarela. Sensorial, seductora, nos muestra a través de los ojos de Bill un descarnado conocimiento del mundo, y de lo que, por fuerza, tiene que ser ocultado tras una máscara.

lunes, 20 de febrero de 2012

Charles Portis Valor de Ley




A los aficionados al western les sonará este título. En 1969 Henry Hathaway hizo una película basada en esta novela, protagonizada por John Wayne (por esta interpretación le dieron el único Oscar de toda su carrera). Y en 2010 los hermanos Coen hicieron un remake. Aprovechando su estreno en España, se reeditó la novela, que ya había sido publicada en España en los años 60.

Es difícil encontrar a alguien que no haya visto alguna de las dos. Las líneas generales del argumento se pueden contar sin estropear la novela, pues se cuentan en la primera página. Una niña de 14 años, Mattie Ross, llega a un pueblo a recoger el cadáver de su padre, que ha sido asesinado por uno de sus empleados, y que después ha huido. La niña se propone perseguir y cazar al asesino, para lo cual contrata a un comisario federal, Rooster Cogburn, un tipo duro, con mucha experiencia en la búsqueda de delincuentes, borrachín, interesado, nada sentimental, tirando a viejo... Se les acaba uniendo un ránger texano que también persigue al mismo delincuente por un crimen distinto. Y ya no cuento más, por si alguien no conoce la historia.
La novela está contada por una Mattie Ross adulta, que recuerda aquella aventura, pero que adopta la perspectiva de la niña. Y ese es el gran hallazgo de la novela, esa voz encantadora que cuenta con pureza e inocencia una realidad brutal, una realidad que ni entiende ni domina, como ella cree. (Aunque la niña no tenga nada de inocente, pues no hay quien la engañe, queda claro en muchos momentos que solo es una niña, como cuando intenta explicarles a sus dos curtidos compañeros cómo se juega a uno de sus juegos). El resultado es una mezcla de sensibilidad, humor, ternura, dureza, inteligencia... Una voz que cautiva nuestra atención desde la primera línea.
Novela de aventuras, ambientadas en el oeste, pero también novela de personajes. Esta novela tiene dos inolvidables. Mattie, a quien los sufrimientos van haciendo madurar. Y sobre todo, Rooster Cogburn. Toda la novela se puede considerar un homenaje a ese tipo un tanto impresentable, ese hombre valiente que en todo momento cumple con su deber.
En la contracubierta hay una cita de Roald Dahl: “Es la mejor novela con que me he topado en mucho tiempo”. Yo también.


Valor de Ley (Barcelona: Debolsillo, 2011)

viernes, 17 de febrero de 2012

Literatura de/para mujeres

Si mis anteriores entradas han sido polémicas, prefiero no imaginarme lo que va a pasar con ésta. Trata sobre uno de esos temas en los que uno no puede meterse sin salir trasquilado, diga lo que diga, pero me animo a hacerlo ea la vista de que en los anteriores temas las discusión se ha movido siempre por cauces más que civilizados.

Mi primera reflexión, o algo parecido, sobre este asunto se remonta a mi preadolescencia. Era entonces un lector entregado a Guillermo Brown. Devoraba sus enloquecidas aventuras a todas horas, muchas veces camuflado el cuerpo del delito bajo un libro de texto de Latín o Matemáticas y haciendo esfuerzos insufribles para aguantarme la risa. Nadie habría creído que me estaba riendo de un chiste de Cicerón o por el placer de haber resuelto una ecuación. De hecho, alguna vez me delaté yo mismo, incapaz de aguantar la risotada. Mi identificación con las aventuras de Los Proscritos era total. Además, mi mejor amigo era pelirrojo. Por eso cuando, por casualidad, me enteré que de que Richmal Crompton era una mujer, me costó creerlo y tuve que pedir confirmación en más altas instancias. Y, sí, lo era. El creador de esa magnifica pandilla de liantes, con el punto forzadamente misógino obligatorio de la edad (contrapunteado por la hiriente superioridad de Arabella Simpkin), ése que sabía meterse en la mentalidad de un chaval de once años aquejado de una imaginación desbordante y unas ganas de aventura sin freno, era, en realidad, creadora.
Desde entonces tengo claro que el escritor es alguien capaz de meterse en la piel de sus personajes, independientemente de su sexo. ¿Puede lograrlo con el sexo contrario? Yo defiendo que sí, porque, en el fondo, puede haber tantas diferencias entre dos mujeres o dos hombres, como entre un hombre y una mujer. Por otro lado, a poco que el escritor no sea autista o sexista, ha leído a damas de todo tipo, de las Bronte a Virginia Woolf pasando por Olivia Goldsmith (El club de las primeras esposas), Rosa Montero, Almudena Grandes,  Merçé Rodoreda o Montserrat Roig (cuánto lamenté su prematura muerte)  por no hablar de cine o series de televisión, últimamente, además, muy volcadas en el público femenino (Sexo en NY, Mujeres desesperadas, etc.). Y en el caso recíproco, ni hablemos, dado el predominio masculino en la historia de la literatura, afortunadamente nivelándose a toda máquina.
Es decir, el escritor de ficción debe tener esa plasticidad, esa empatía capaz de ponerle en la piel de alguien de otro sexo u orientación sexual. ¿Puede entonces un escritor llegar a entender a las mujeres? Al menos debe entender a sus personajes femeninos o su obra estará coja. ¿Lo haría mejor una mujer? Depende de sus respectivas habilidades. ¿Puede un escritor blanco criado en California entender a un esclavo negro nacido en África? ¿Puede una escritora australiana de hoy meterse en la piel de un párroco victoriano? ¿Hay más diferencia entre ellos que entre un hombre y una mujer de la misma generación, país y condición social? Yo creo humildemente que sí la hay.

Dicho esto, pregunto: ¿Hay un género de novela de y para mujeres, es decir, escrita y pensada para ser leída por mujeres? Obviamente para las editoriales sí lo hay. ¿Y otro de hombres para hombres? Pienso que si hay una literatura de mujeres, a mí me interesa mucho como hombre. Si hay una literatura para mujeres ¿por qué no podrían incluirse en ella obras de hombres? A mí lo que me preocupan son los efectos perversos de las etiquetas. Son empalizadas que nos conducen como reses donde quieren llevarnos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La partícula divina o De la soledad del afilador


Hace unos días, a la hora del mediodía, estaba sentado con un buen amigo en la cafetería de El Corte Inglés de Princesa, en la séptima planta. Contra el azul incomparable del cielo otoñal de Madrid tomábamos unas cervezas antes de comer y charlábamos de un montón de cosas. En un momento determinado, éste (mi amigo) me dice:

-El próximo lunes voy a escuchar una conferencia que tiene por título La partícula divina.

-¡Hombre, qué casualidad! -le respondí yo-. También yo tenía intención de asistir. Se trata del bosón de Higgs, una partícula subatómica aún no descubierta y cuya existencia conciliaría la teoría cuántica con la relatividad de Einstein. Su descubrimiento supondría la comprensión y explicación de la unidad del universo. Sin necesidad de Dios.

Y de repente me quedé callado y traspasado por una especie de déjà vu, la firme certeza de haber experimentado esa misma vivencia en otra existencia. Hasta que después de unos momentos de desconcierto, me di cuenta, sin que por eso desapareciera mi perplejidad, de que, en realidad, lo que había ocurrido era que tanto mi amigo como yo, transformados en personajes literarios, repetíamos la secuencia de una novela suya.

Este amigo mío, Adolfo Martínez, manchego, agricultor, escultor, pintor, filósofo es también autor de dos novelas de difícil adscripción pero espléndidas: La erótica rural (Ediciones de La Discreta, 2004) y La erótica urbana o De la soledad del afilador (Ediciones de La Discreta, 2008)Pues bien, la escena que acabábamos de escenificar se refería a esta última novela. Una novela que comienza así:

-El ideal de vida -les dije- consiste en vivir nueve meses en el campo y tres en El Corte Inglés.
Nos encontramos casi cada día en la cafetería de El Corte Inglés de Princesa, en la séptima planta. Antes, cuando iba solo, me gustaba sentarme cerca de la entrada mirando hacia el exterior para poder ver unas estanterías con sábanas y mantas y una cama preparada bajo el anuncio del fabricante: Halloway.

Y sigue narrando las peripecias de este insólito manchego que para descansar del campo y contaminarse un poco, pone su cuartel general en la cafetería de El Corte Inglés de Princesa y allí se reúne con dos paisanos: Evaristo, otro agricultor filósofo que ha tenido que venir a la capital por motivos de salud, y Ruiz, que también emigró del pueblo y que ahora, en la capital, se dedica a ir de casa en casa afilando cuberterías.

Desde esa privilegiada atalaya de la séptima planta de El Corte Inglés, nuestro protagonista y Evaristo, acompañados en ocasiones por Ruiz, planean el futuro, hablan de arte y museos, de filosofía, de libros y de librerías. Y de paso tratan de esclarecer un asesinato, la muerte a cuchilladas de una mujer ocurrida en la plaza de Los Cubos y en cuyo suceso se ve involucrado el infortunado Ruiz.

Bien, pues en la novela, y después de que nuestros héroes, desesperados por lo intrincado del caso, decidan acudir a una vidente en contra de la opinión de un Evaristo que argumenta que según el segundo principio de la termodinámica nadie puede regresar del más allá, éste continúa con su tema favorito despotricando contra los físicos:

-Pues ahora les ha dado por buscar el bosón de Higgs, al que llaman la partícula divina. Pensé y me dije: ¿y qué coño tiene que ver Dios en este asunto? Hasta que lo entendí. Han descubierto cantidad de partículas subatómicas; pero les falta ésta para llegar a comprender la unidad del universo. Para conciliar la teoría general de la relatividad con la especial. Quedarían bajo un mismo epígrafe la física de lo infinitamente pequeño con la física de los infinitamente grande. O sea la física cuántica y la de Newton. De este modo el universo queda explicado por sí mismo. Sin necesidad de Dios.

Y ahora estaba yo allí, en la planta séptima de El Corte Inglés, frente a mi amigo manchego y repitiendo casi textualmente las palabras de Evaristo. Le hice partícipe a Adolfo de mi perplejidad, pero no pareció sorprenderse, sólo esbozó una de sus habituales y misteriosas sonrisas.

Cuando ya nos despedíamos, me dijo:

-Oye, ¿no tendrás en casa alguna novela de la Erótica urbana? Yo aquí no tengo ninguna y me gustaría regalarle una al conferenciante del próximo lunes.

Así que hemos quedado ese día para asistir juntos a la conferencia. Yo llevaré un ejemplar de Erótica urbana o De la soledad del afilador para regalarle al conferenciante y no sé qué papel de la novela me tocará hacer en esa ocasión.

Es posible que en poco tiempo y sobre todo con la reciente puesta en marcha del Gran Colisionador de Hadrones se descubra el bosón de Higgs. Y que eso suponga llegar a la esperada unificación de las teorías y la explicación del Universo. Pero también estoy seguro de que nunca se desvelará el misterio de la literatura, y que en algún lugar, alguien con la misma expresión irónica de Adolfo Martínez esbozará una sonrisa cada vez que de nuevo nos descubramos personajes de una nueva novela. 

lunes, 13 de febrero de 2012

Cuentos de Kjell Askildsen


Los relatos del noruego Kjell Askildsen son el elogio de la intensidad. La crítica ha ensalzado unánimemente su galería de retratos del estado del bienestar, su prosa desnuda de recursos, su renuncia a efectos fáciles; los textos limpios de Askildsen se nos ofrecen sin trampa alguna y su lectura, en cambio, no nos da tregua.

El tiempo en el que recoge sus historias es el momento en el que el vaso está a punto de rebosar, él se detiene en la gota que va a colmarlo. Quizá por eso la última frase de sus relatos siempre tiene un gusto amargo a despedida, aunque se trate de una reconciliación, aunque la historia tenga por fuerza que continuar.

La edición de todos sus cuentos publicados en español (a excepción de “Carl Lange”) por Lengua de Trapo en 2010 en edición (póstuma) de Fogwill, reúne historias de pareja, historias de un amor que ya se colmó, historias de hombres ancianos, agotados, hombres que se enfrentan a un encuentro que les derrota. Y las derrotas las reparte la familia (las relaciones familiares son una fuente inagotable de desasosiego, principalmente hermanos y hermanas), perfectos desconocidos tanto como lo son aquellos a quienes nunca hemos visto. En los cuentos de Askildsen los personajes fueron y ya han dejado de ser, las relaciones fueron y ya han dejado de existir. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Poetas que vale la pena conocer: Eduardo Lizalde


Escritor mexicano. Nacido en la ciudad de México, estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dirigió la Casa del Lago y la emisora Radio Universidad, organismos culturales de la UNAM. Colaboró en numerosas revistas y diarios mexicanos, además de fundar dos suplementos culturales. Con Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca creó el grupo del poeticismo, de breve duración. Más tarde desarrolló una poética personal, profundamente irónica y aparentemente coloquial, que lo acercó a otros dos poetas de su generación llegados a postulados parecidos por caminos distintos: Gerardo Deniz y Gabriel Zaid. Sus poemas desarrollan anécdotas, “tabernarias o eróticas”, en las que el poeta es el personaje principal y los hechos afirmaciones crudas de la vida real. Cercanos al aforismo, el peso poético se logra gracias al ritmo, al desenvolvimiento de la anécdota y a las astutas metáforas, muchas de ellas bajo el emblema del tigre. Sus libros principales son: La mala hora (1956), Cada cosa es Babel (1966), El tigre en la casa (Premio Xavier Villaurrutia 1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994) y Otros tigres (1995). En 1988 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 2002 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. Actualmente dirige la Biblioteca de México.

EL PODER DE LA PALABRA.


  FRAGMENTO DEL POEMA:

 EL TIGRE EN LA CASA (1970)

I. Retrato hablado de la fiera
2

EL TIGRE
Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.
Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.
No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.
Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.
Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.


lunes, 6 de febrero de 2012

La pagoda blanca. Cien poemas de la dinastía Tang



Es muy posible que la poesía china traducida no tenga nada que ver con la original. Pero supongo que algo tiene que quedar al hacer el vertido. Quizá el olor. De todos modos, qué delicada, qué sutil es esa melancolía que nos muestran. Qué lejos lo que decían Li Po, o Du Fu o Wang Wei de lo que estaban diciendo en aquel momento los poetas europeos medievales. El aire que recorre estos poemas es el mismo que soplará sobre los haikus japoneses. Son las mismas emociones. Hay una diferencia entre chinos y japoneses. En los poemas chinos, el que habla suele ser un funcionario, un cortesano, un soldado, alguien que está en el palacio... En la poesía japonesa (quizá a partir de Basho, pues antes también es cortesana) el protagonista es un monje errante, un mendigo, un caminante solitario... Sienten cosas parecidas, pero nuestra sensibilidad está más cerca de estos personajes.

viernes, 3 de febrero de 2012

Homeopatía cultural

¿Creéis en la homeopatía? ¿Confiáis en que el rastro infinitesimal de un elemento activo en una disolución es suficiente para hacer que nuestro organismo reaccione y se haga fuerte ante él? Si es así, estáis de enhorabuena, pues vivimos en plena expansión de la homeopatía cultural. Las disoluciones infinitesimales de cultura nos invaden jaleadas por los medios, que actúan como diluyentes. Así, vivimos en plena euforia de los micro relatos, los relatos en SMS, los cortos cortísimos, el teatro a escala 1:43 y otros objetos culturales de tamaño reducido. Tan reducido que los medios pueden hacer de ellos objeto de todo tipo de concursos amateurs y conseguir la participación de cientos de aspirantes que les proporcionan contenido con toda facilidad y sin coste alguno.
Una anécdota reciente: el pasado 25 de septiembre se montó la mundial en Badajoz por culpa de un artefacto electrónico que llegó por correo a la Diputación. Varios edificios fueron desalojados y la policía requisó el objeto en cuestión. No se ha sabido más del suceso ni se ha dicho en qué consistía el peligroso trasto. Por pura casualidad yo supe de lo que se trataba: era un proyecto enviado al concurso de poesía experimental de la Diputación y consistía en un transmisor Morse y una partitura en ese lenguaje (la poesía). No, yo no era el autor. Ya no hacen falta ni palabras. La homeopatía cultural ha llegado a un extremo en el que podemos sustituirlas por rítmicos pitidos y esperar que eso deje huella en nuestros sentidos.
Si os digo la verdad, yo no creo en la homeopatía y menos aún en esta corriente nano cultural. Y no es una cuestión del formato. Un haiku requiere una destreza que se no se gana en dos días. Un cuento corto, pero memorable, es el destilado de años de escritura. Pero, a diferencia de una novela o de un poemario, cuando vamos a lo homeopático, a lo nano, parece que estén al alcance de cualquiera. Escribir doscientos folios, por muy voluntarioso que uno sea, supone un gran esfuerzo, al margen del contenido. Escribir un cuento en 140 caracteres no suele derivar en escoliosis. Luego, cualquiera puede hacerlo.
Además, hay otra cosa diabólica de lo micro: es más difícil de juzgar. Si leemos un borrador de novela, al llegar a la página diez tendremos ya una idea clara de la habilidad del autor al manejar el lenguaje escrito, al margen de que luego la obra nos guste o no. Sin embargo, cuando el formato se reduce tanto resulta mucho más difícil hacerse esa idea. Incluso podemos decir que, por puro azar, hay más posibilidades de que se reúnan unas cuantas palabras que produzcan un resultado interesante o evocador, aunque el autor no sea capaz de escribir dos folios con coherencia.
Aunque profesionalmente me he tenido que acostumbrar a formatos muy cortos (columnas periodísticas de menos de 500 palabras), lo excesivamente reducido no me interesa, con excepciones. Si algo es bueno, quiero más. Si un libro de haikus es bueno, como “Salta del agua un pez”, de Emilio Gavilanes, leo uno tras otro, despacio, paladeándolos. Y, reunidos, van creando algo más grande. Para mí, asistir a una obra de teatro de 5 minutos es un coitus interruptus. Y un cuento en 140 caracteres, normalmente, me lleva a la perplejidad.
Lo que no quiero es tomarme esta moda como una señal de los tiempos que vivimos, ni deducir que lo leve, lo inane, es el formato del futuro. Quien lo trabaja puede hacerlo en cinco minutos, quien lo “consume”, lo hace en quince segundos. Sería muy triste.
Pero busquémosle el lado bueno. Yo quiero creer que esos miles de personas que se lanzan a enviar sus nano obras a los concursos correspondientes deben de pensar algo así como: “Si escribir 140 caracteres me ha costado tanto, lo que duro que debe ser escribir un buen tocho”.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Pequeño diccionario de Tediato (y 2)


fundamiento. Criterio falaz.

 

Ku-Klux-Klan. Organización de carácter lúdico y festivo que, como su nombre sugiere, juega fatalmente al escondite con los negros hasta llegar a conseguir que desaparezcan para siempre.

 

licántropo. Lobo cruelmente castigado por los dioses a convertirse en hombre cuando no hay luna llena. La idea es de un poeta a quien el compilador desea obviar expresamente.

 

loco. Cuerdo que ha llegado a asumir un discreto estatus de disimulo una vez consciente de sus limitaciones y responsabilidades.

 

metro. Máxima expresión de la democracia en donde masas racial, ideológica y socioculturalmente heterogéneas se mueven en el mismo sentido, dejan salir y entrar a quien lo precisa y abandonan su puesto cuando se hace necesario.

 

mono. Avanzado proceso zoológico cuyo primer eslabón fue el hombre (véase “hombre”). Los monos suelen disimular su estado por conveniencias sobradamente justificadas y suelen complacerse en contemplar cómo los hombres se ríen de ellos, que conocen el máximo secreto cuya revelación ha costado al compilador de este diccionario más de una grave amenaza de ciertas sociedades de monos poderosos a cuya presión no ha querido plegarse.

 

nadie. Todos.

 

niño. Único ser física, química y espiritualmente puro. Deja de serlo progresivamente a medida que los adultos proyectan sobre él sus complejos, prejuicios, expectativas, ansiedades y frustraciones.

 

no. Respuesta estadísticamente dominante en el horizonte de expectativas de las relaciones humanas.

 

otro. Eterno equivocado.

       

palabra. Entidad morfofonológica que posee en su naturaleza la rara virtud de etiquetar los pecados, los prejuicios y las decepciones de la especie humana. A veces expresa la permanencia, como ocurre con los nombres propios escritos en las lápidas.

 

primamacía. Relevancia jerárquica que asumen las madres. Podría tener otras acepciones, pero mejor no meneallo.

 

querer. No poder.   

 

Rachmininov. Célebre compositor ruso famoso por las piezas musicales que compuso para los gatos.

 

razón. 1. Nuestra indeclinable postura ante los errores ajenos. 2. Aquello de lo que carecen indefectiblemente quienes no suscriben nuestro punto de vista.

 

rebuzno. Sustituto de la opinión en las juntas de vecinos.

 

terciopedo. Ventosidad delicada, suave y sedosa.

 

terrible. Que la mujer de uno le pregunte delante de un escaparate si le gusta determinado vestido.

 

tremuelar. Temblar ante la extracción de una muela.

 

unión. Estado ocasional que adopta el interés personal de un individuo proyectado sobre otro individuo o un grupo. 

 

vivir. Llegar tarde a todas partes. La idea es del mismo poeta a quien, una vez más, el compilador se complace en obviar con displicencia.

 

Zombi. Muerto en vida juguetón y alienado que invierte su envidiable cantidad de tiempo libre en el consumo entusiasta de cerebros ajenos con el fin de compensar la carencia del propio. Los expertos más acreditados en el estudio del fenómeno coinciden en afirmar que la peor especie es la de 3º de la E.S.O.