En los últimos años, y como consecuencia de mi trabajo sobre la
relación entre la música y la literatura, me he sentido especialmente
interesado por la forma en la que la música culta y la música popular se
influyen mutuamente. Los ejemplos que hasta ahora he sido capaz de reunir
parecen demostrar que la música culta es recreada por la música popular con
mayor fecundidad que al contrario, por lo menos hasta ahora. Para empezar, hay
unas cuantas canciones cuya melodía está tomada de una pieza de música clásica
y sirve de base musical, muy acertada por cierto, para una letra poco o nada
relacionada con la obra original. Es el caso de la hermosa balada de los años
cincuenta cantada por The Four Aces, “Stranger in Paradise”, basada en la
melodía principal de las “Danzas polovtsianas” de El príncipe Igor de Alexander Borodin. También lo es la exitosa
canción “Llévame” que Miguel Tottis cantó en 1975 con la música de “En un
mercado persa” de Albert Ketelbey o, en otro registro, de la canción “It’s now
or never” de Elvis Presley, que versiona el “O sole mio” de Capurro y Capua
(cuyos límites entre lo culto y lo popular quizá merecerían discusión aparte).
También hay importantes homenajes
a la música culta en “Alabama Song” de The Doors, basada en La ópera de tres centavos de Kurt Weil y
Bertoldt Brecht y versionada en español por Ana Belén y Miguel Ríos, entre los
muchos artistas que han recreado otras partes de la obra original (entre otros
Nina Simone, Frank Sinatra, Pet Shop Boys o José Guardiola, cuya versión de
“Macky el Navaja” tuvo su momento). Los Doors homenajean al adagio de Tomaso Albinoni en la
música de fondo de “A Feast of Friends” del disco de Jim Morrison An American Prayer, y en el comienzo de
“It’s a hard life” de Queen, del disco The
Works, Freddy Mercury pone su voz única al servicio de la melodía de “Vesti
la giubba” de la ópera Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Eric Adams, el
vocalista de Manowar, interpreta muy convincentemente el aria por excelencia
del Turandot de Giacomo Puccini,
“Nessun dorma”, en el disco Warriors of
the World, sin renunciar a su auténtica textura vocal, muy al contrario de
lo que Barry Gibb, por lo demás
extraordinario vocalista, intentó sin demasiado éxito en algunas canciones como
“When do I” del disco Trafalgar. No
todos tienen la capacidad vocal para hacer esto de forma convincente. El
ejemplo más sobresaliente de cómo se pone una voz de soprano al servicio del
mejor power metal es la diosa Tarja Turunen, la primera vocalista de Nightwish.
Recientemente, y aunque en otro género, la soprano española Amparo García Otero ha hecho lo propio muy
logradamente en su canción “Juglares y quijotes” de su disco Nadie es más que nadie, en la que su
magnífica voz se funde con la de José María Guzmán (del mítico cuarteto español
Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán). Es más común, no obstante, oír a los
grandes tenores y sopranos versionar las canciones más conocidas de la música
pop-rock, y en algunos casos, poner su voz al servicio del heavy metal, como
hizo el mismísimo Luciano Pavarotti nada menos que con Sepultura en “Roots
bloody roots”, de su álbum Roots, o
como hizo en una sorprendente incursión en la música el gran actor británico
Christopher Lee prestando su imponente voz de bajo-barítono al grupo italiano
de power metal sinfónico Rapsody of Fire en la extraordinaria “The Magic of the
Wizard’s Dream”.
En el mismo sentido, y en el mismo disco de
Manowar antes citado, encontramos una pieza, “The March”, cuya factura clásica
es muy clara, por no hablar de la enorme importancia de las orquestas
sinfónicas en los mejores discos de los grandes grupos de heavy metal épico o
sinfónico o el power metal, como Nigthwish o Epica. Cualquiera que desee
deleitarse con una alarde de transición casi mágica entre la música sinfónica y
el mejor heavy metal está invitado a escuchar “Sacred Words”, la primera
canción del disco At the Edge of Time de
Blind Guardian, editado hace poco. Creo que esta mezcla de lo sinfónico con el
rock no habría sido posible sin la audacia visionaria de los Moody Blues en el
sensancional Days of Future Passed de
1967 y sin el guiño del órgano Hammond de Mathew Fisher, el mismo año, a la
cantata BWV 140 de Bach (“Despertad durmientes”) en “A Whiter Shade of Pale”, la
canción por antonomasia de Procol Harum y una de las canciones más redondas y
bellas de toda la historia del pop-rock. Después llegó el remate de la Electric
Light Orchestra, que fundió muy eficazmente los instrumentos clásicos con los
propios de la música rock, y en el heavy metal de nuestros días la presencia
del violín ha sido fundamental en Mägo de Oz y en la magistral “Nyneve”, de
Wurdalak, entre otros ejemplos.
Por lo que respecta a la
recreación del rock por parte de la música culta, y sin olvidar las magníficas
y justamente reconocidas versiones de los principales clásicos del rock por
parte de la Royal Philharmonic Orchestra, son muy destacables el sorprendente Beatles go Baroque de Peter Breitner, en
el que construye y ejecuta con su orquesta de cámara sendos conciertos al modo
de Vivaldi, Bach o Haendel a partir de los temas más conocidos del cuarteto de
Liverpool, o la magnífica The Queen
Symphony compuesta y dirigida por Tolga Kashif, en la que las canciones del
grupo liderado por Freddy Mercury se integran de modo tan hermoso como
convincente en una completa sinfonía de seis movimientos, nuevamente de la mano
de la Royal Philharmonic Orchestra. No podemos dejar de significar la incursión
de algunos ilustres músicos de la música pop-rock en el género culto, bien como
compositores o bien como instrumentistas. Entre los primeros brilla con luz
propia Paul McCartney, autor de obras excelentes como el Oratorio de Liverpool o la bellísima cantata Ecce cor meum, entre otras, y entre los segundos cumple reconocer
el meritorio trabajo de investigación e interpretación de Sting con el laúd y
la música de John Dowland en Songs from
the Labyrinth.
Movimientos recreadores de ida y vuelta, en
fin, que demuestran que la música popular y la culta se interrelacionan, se
influyen y se interpenetran en un diálogo permanente y seminal que nos
demuestra una vez más las muchas aristas de la estética de la recreación,
reveladora de intuiciones y sorpresas que llegan a lo más profundo de nosotros
desde lugares diferentes, fundidas y confundidas en la fragua de la
inspiración.