lunes, 30 de marzo de 2015

Cruce de caminos



Una entrada en este blog de nuestro amigo y poeta Santiago López Navia y un más reciente comentario del también amigo y discreto Emilio Gavilanes me han dado pie a escribir este breve comentario que tiene que ver con los “caminos”.

En ese artículo de hace unos meses, Santiago se refería a la palabra “caminería”, acuñada por el recientemente fallecido filólogo Manuel Criado de Val para designar la disciplina que estudia la aportación de los caminos desde el punto técnico, económico y artístico. Algo indefinido me dejó en la cabeza la lectura de aquella estupenda reseña que solo un reciente comentario de Emilio sobre Álvaro Cunqueiro –“de las experiencias más altas que puede haber en literatura”, y que yo comparto plenamente– me ha ayudado a recuperar.

Lo que se me había quedado en suspenso entonces era una aportación de la literatura de Cunqueiro a la palabra “camino”, que me ha costado encontrar pero al fin hallé. Está al principio de un capítulo de Merlín y familia -uno de mis libros favoritos de Cunqueiro, junto con Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas y Tertulia de boticas prodigiosas-, y dice así:

Los caminos son semejantes a surcos, y así como las eras dan el pan, los caminos dan las gentes, las posadas, las lenguas y los países. Se sienta uno a cosechar a orillas del camino, o viaja por él. Este camino del que hoy cuento se me aparece como un viejo mendigo, aunque cada pasajero que lo pise lo renueva, y suscite en la rota y polvorienta vía la mocedad primera.


En la vida, los cruces de caminos siempre son misteriosos. En uno de ellos he tenido la suerte de tropezarme con Santiago, Emilio, el profesor Manuel Criado de Val, Álvaro Cunqueiro, Merlín y familia…

jueves, 26 de marzo de 2015

Filosofía hecha poesía: Rengo Wrongo, de Jorge Riechmann.

Juan Varela-Portas de Orduña

Jorge Riechmann (1962) es una de las personalidades intelectuales más fascinantes de nuestro país. Profesor de filosofía moral en la Universidad Autónoma de  Madrid, es ante todo conocido como teórico del ecosocialismo, del que se ocupa de una u otra manera la mayoría de los casi cuarenta libros de pensamiento escritos por él, en solitario o en colaboración. Algunos títulos recientes son bien significativos: La habitación de Pascal. Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia y políticas de autocontención (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2009); Claves del ecologismo social (Madrid, Libros en Acción, 2009; en colaboración con Carlos Taibo, Ramón Fernández Durán, Alicia Puleo y otros); Entre la cantera y el jardín (Torrejón de Ardoz –Madrid–, La Oveja Roja, 2010); ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2011). Pero Jorge Riechmann también es, además de doctor en ciencias políticas (militante muy activo de Izquierda Anticapitalista y de Ecologistas en Acción) y licenciado en matemáticas, un excelente poeta, imprescindible en el panorama de la poesía actual en español, autor de más de treinta libros desde que Luis Antonio de Villena lo incluyese en aquella célebre antología de 1986, Postnovísimos, y en 1987 publicase en Hiperión Cántico de la erosión. Tal vez su libro más célebre sea El día que dejé de leer EL PAÍS (Madrid, Hiperión, 1997), que obtuvo un reconocimiento que fue más allá del ámbito de los aficionados a la poesía.

He tenido el gusto de leer hace poco un libro suyo de 2008, Rengo Wrongo (Barcelona, DVD), que me ha procurado momentos de gran disfrute poético-político-intelectual, en el que intensas reflexiones sobre la contradictoria, y probablemente trágica, condición del ser humano como especie se unían al placer poético de desvelar conexiones sorprendentes, inesperadas, entre cosas e ideas. Rengo Wrongo, que ganó el XIV Premio de Poesía Ciudad de Mérida, es una colección de aforismos y pensamientos elaborados por el personaje que da título al libro, el cual se caracteriza, como indica el título, por la cojera, y que parece claramente un trasunto del autor (no es que Riechmann sea cojo sino que, como se explica al final del libro, lo escribió en un período en el que un leve esguince lo forzó a llevar muletas). El detalle, que puede parecer superficial, es sin embargo clave: el personaje, en virtud de su limitación física, se hace consciente de su debilidad, de su dependencia del otro y de lo otro, de la falsedad de la ideología dominante que nos quiere siempre autónomos, competitivos, seguros y brillantes. Y este es el punto de partida, no solo de este libro, sino, como es sabido, de toda la ideología ecosocialista, en la que el individuo se ve como parte de un entramado social en directa dependencia del medio natural, en el cual, por ello, la cuestión de los cuidados (de nuestra íntima y consustancial debilidad) y la de los límites de nuestro supuesto progreso, de la base natural (y corporal) de nuestra producción, etc., pasan a primer plano.

Las reflexiones que recoge el libro parten de esta concepción. Se trata en su mayoría de poemas breves, compendiosos, que guardan, por un lado, una evidente estrecha relación con la forma tradicional del aforismo, pero que, por otra, nos recuerdan mucho a la prosa de Walter Benjamin, cuyas Tesis de Filosofía de la Historia Riechmann evoca en uno de los poemas:

Wrongo sostiene
que hay sobre todo una razón
de fondo
para persistir en las luchas por la justicia
para seguir siendo a pesar del terrible agotamiento de Sísifo
y la laringitis extrema de Casandra
militantes:

no dejar en la estacada a los muertos

No permitir que ese caudal milenario
de esfuerzos y esperanzas
acabe perdiéndose en arenas estériles
o en cenegales podridos de la historia

Y al razonar así
Wrongo suele emplear los términos trabajo
y sentido
pero evita cuidadosamente
las palabras martirio o sacrificio

Nótese como la expresión aparentemente sencilla y prosística esconde un cuidadoso sentido del ritmo, una potente fuerza mesiánica y una delicada sutileza irónica concentradas en objetos y momentos “alegóricos”, todo ello para provocar breves pero intensos efectos semánticos y conexiones eidéticas que nos hagan cuestionarnos el “sentido común”, las “verdades” aprendidas que no están llevando a la destrucción. Muchas de ellas nos instan a la búsqueda de lo pequeño y lo lento:

Wrongo razona:

la felicidad se parece
a la destreza de la buena cocinera
que sólo con las viandas
que en ese momento contingentemente alberga la despensa
logra –haciendo de la necesidad
virtud– preparar una comida sabrosa
y en cambio rehúye al gran chef
que necesita su infraestructura culinaria impecable
y raros ingredientes importados
del mundo entero bien dispuestos en su cámara frigorífica
antes de mover un dedo

La felicidad es cocina casera, de temporada
y aprovechando lo que hay

Quien la piensa como nouvelle cuisine deconstruccionista
se equivoca


                                                                                                         
Ello lleva, evidentemente, a plantearse la cuestión de la técnica y del progreso, como en esta magníficamente tierna alegoría, de clara estirpe, también ella, benjaminiana:

Los humoristas gráficos
parecen incapaces de abordar la conflictiva
política de aguas del país
sin hacer chistes malos a costa del botijo

Humilde barro
pariente de la carne
humilde:
humus de lo humano

Pero también
una proeza técnica: la solución
al problema de mantener fresca el agua
bajo calores tórridos, sin gasto alguno eléctrico,
sin contaminación
ni durante el proceso productivo
ni cuando acaba la vida útil del objeto
que acompaña al sujeto

Irreflexivamente dibujan al botijo
como un símbolo del atraso
sin reconocer la insuperada maravilla técnica
que realmente es

El día –concluye Wrongo–
que los hoteles de lujo ofrezcan agua en botijo
en vez de embotellada en minibar
estaremos de verdad apróximándonos
a la sociedad ecológica

Y lleva asimismo a posicionamientos políticos nada ambiguos:

Wrongo previene:

Si entre uno
y el mundo se interpone
una secretaria
hay perfiles que pierden nitidez

Si se interponen dos secretarios
o tal vez secretarias
y un ayudante personal
cuesta advertir bastantes cosas obvias

Pero si se interponen tres secretarios
dos ayudantes
un jefe de protocolo y un botones
entonces la noche se confunde con el día
cerca parece lejos y al contrario
las más inenarrables confusiones
paralizan cualquier iniciativa

Si usted se hallase en trance tan extremo
deténgase un momento inspire espire

Siempre puede uno olvidar algo
cometer un error
trabucarse en el párrafo
prescindir de alguna ventaja leve más decisiva

Puede uno beber un vaso de agua
limpiarse los lentes

y salir a la calle dejando atrás todo eso

Basten estas pequeñas muestras para animar a la lectura de un libro que bajo su apariencia humilde lanza una dura advertencia colectiva (Wrongo anota: una sociedad / que metaboliza / todas y cada una de sus dimensiones básicas / como negocio / está condenada), nos hace replantearnos nuestra propia vida cotidiana, vuelve sencillamente evidente lo que está enturbiado por toneladas de falsedades y confusiones (el absurdo ético de nuestra sociedad, de nuestra vida, consumista y productivista; la identificación entre “buena vida” y consumo, producción, actividad; etc.), y todo ello sin caer en la tragedia grandilocuente, en la admonición “desde arriba”, sino como comentarios a pie de calle que abren siempre paso, como quería Gramsci, a la esperanza desconfiada, a la desconfianza esperanzada:

Manuel Rivas cuenta
la respuesta de un marinero en la radio
a una pregunta por su esperanza:
tener, tengo algo de esperanza
pero una esperanza algo negativa

Eduardo Galeano evoca
aquella pintada sobre un muro
en algún suburbio latinoamericano:
dejemos el pesimismo para tiempos mejores


Jorge Riechmann, Rengo Wrongo, Barcelona, DVD, 2008.

martes, 17 de marzo de 2015

De Dionisio a Domingo


El autor y Domingo pasean por la orilla del Río de la Plata a la altura de Pinamar (Uruguay)

Hoy, 16 de marzo, ha muerto mi tío Domingo. Tenía casi 91 años. Traigo a este espacio literario su recuerdo porque Domingo es, hasta un punto, el Dionisio de mi Tango para un copiloto herido (Ediciones de La Discreta, 2010) y casi podría decir que fue su coautor.


En efecto, como reconozco en la dedicatoria, la historia que escribió Domingo sobre los avatares de mi familia materna (Andanzas), me sirvió de base para construirle un pasado a mi Dionisio. Incluso le robé este nombre porque en sus páginas autobiográficas prefirió esconderse bajo el del dios griego, tan alejado en realidad de su forma de ser.


Así que las historias de Domingo y mi Dionisio son la misma hasta que en la novela entra en juego mi imaginación. Esto ocurre cuando mi personaje es captado desde la recién nacida Nato para un servicio secreto occidental. Hasta ese punto todo es cierto, incluido el episodio del ministro embajador de Uruguay detenido por contrabando de diamantes, o la participación de Dionisio en las primeras emisiones experimentales de televisión en Bélgica. Las noticias sacadas de los diarios de la época solo tienen los nombres alterados. También es verídica punto por punto su peligrosa huida desde España hasta Francia cruzando a nado el Bidasoa.


Pero a lo que no hizo honor mi novela fue a su condición de ser humano completo y complejo. Me quedé con su pasado y no le puse mucho adentro porque en la trama tenía que ser un personaje misterioso y mi tío no lo era. Era simplemente un ser humano extraordinario, una de las personas más íntegras que he conocido. La guerra y la posguerra, con todo lo que supusieron de miseria y envilecimiento, no pudieron con su fortaleza ética. Hoy, cuando descubrimos lo fácil que resulta corromper a individuos que llevan una vida más que digna, imaginar que un joven de menos de veinte años se entregase en plena posguerra a sacar adelante con su trabajo a una familia del bando de los “perdedores”, compuesta por una viuda y seis hermanos, y no solo eso, sino que fuera capaz de transmitirles los más altos principios cívicos y éticos, nos traslada la auténtica condición del héroe. Seguro que no fue el único, pero es el que yo he conocido más de cerca.


Educado en un seminario hasta el comienzo de la contienda civil española, el comportamiento de la Iglesia lo apartó de la fe, por lo que su integridad no surge de esquemas judeocristianos de pecado y castigo. No obstante, su búsqueda de referentes filosóficos y éticos nunca cejó. Ya en Uruguay, se interesó por la logosofía, una escuela ético filosófica nacida en Argentina y que podríamos definir como la cara opuesta de una secta: con una mezcla de interesantes intuiciones, luego confirmadas por la neurociencia, y de algunas ideas un tanto ingenuas, su objetivo es formar seres humanos conscientes y reflexivos, alejados de las creencias irracionales. La propia logosofía debe ser sometida a crítica por el alumno. Domingo llegó a dirigir una escuela logosófica en Montevideo durante muchos años.


Una faceta suya que sí tiene correspondencia en mi Dionisio fue su capacidad de aprendizaje y superación. Con el bachillerato apenas empezado tuvo que abandonar los estudios por la guerra. Fue un autodidacta toda su vida. Aprendió los oficios de fresador, tornero, electricista, soldador… Escribía a la perfección en su estilo un tanto alambicado, como si se hubiese formado en un liceo francés. Y es que su madrina de acogida en Bruselas tuvo que enseñarle mucho en poco tiempo y él lo aprovechó al máximo. Cuando vino a España por última vez, con 75 años, hace de esto quince, se llevó de mi casa su primer ordenador. A las pocas semanas estaba ya enviándonos mensajes, enlaces y fotos a toda la familia. 


Nunca quieto, nunca estancado. Enviaba cartas a los diarios que muchas veces se publicaban, y fueron varios los presidentes que contestaron personalmente a sus misivas. Mi tío no encontró en Uruguay la famosa Suiza de América, ya no era tal, sino algo más importante: una joven república de unos pocos millones de habitantes donde la política resultaba mucho más cercana y participativa. Pero tuvo que soportar, como todos los uruguayos, la terrible dictadura militar (paralela a la argentina y más represora en proporción a la población) y, entre otras humillaciones, que los milicos entraran por dos veces en su casa en busca de material subversivo. Afortunadamente, en sus últimos años vivió y disfrutó del triunfo repetido de su partido, el Frente Amplio. Estoy seguro de que Mugica y él se habrían entendido a la perfección.


Los que me habéis leído sabéis que en mis obras siempre o casi siempre hay un diálogo entre realidad y ficción. En el caso de Tango ese contraste se extiende a uno de sus protagonistas. La distancia de mi Dionisio a mi tío Domingo marca la diferencia entre un personaje ficticio y su referente real, indudablemente más interesante y completo. Solamente quería dejar constancia de ello en estas líneas dedicadas a su memoria.







lunes, 16 de marzo de 2015

La gente de la ciénaga, de P. V. Glob

Este es un libro apasionante. Habla de los muchos cadáveres (casi doscientos) que han venido apareciendo desde hace siglos en las turberas de Dinamarca. La mayoría son cuerpos que datan de la Edad de Hierro, pero también los hay que proceden de la Edad Media e incluso de épocas más recientes, víctimas de crímenes de las que sus asesinos se deshicieron arrojándolas al pantano.

¿Cómo aparecen estos cuerpos? Los campesinos llevan acudiendo a las turberas desde hace siglos para extraer turba, que es el combustible que tienen más a mano para emplear en sus hogares. Extraen la turba cortándola con palas y los cuerpos aparecen durante la operación a diferentes profundidades.

Los cadáveres –casi todos de gente que murió de forma violenta- aparecen desnudos y suelen estar muy bien conservados, hasta el punto de que algunos, que llevaban muertos miles de años, parecían tan recientes que cuando los descubrieron se dio aviso a la policía. Al hombre de Grauballe, por ejemplo, se le pudieron tomar las huellas dactilares. Este y el de Tollund son los más famosos, por lo bien conservados que aparecieron (es recomendable ver alguna foto en internet). El hombre de Tollund murió ahorcado, y el de Grauballe, degollado. A los dos se les pudo examinar el contenido del estómago y se pudo saber en qué consistió su última comida. En ambos casos fue una papilla compuesta de plantas y trozos de frutas y semillas, de hasta cerca de 70 especies.

¿Por qué se mataba a esta gente y se la arrojaba al pantano? Hay básicamente dos explicaciones. Unos estudiosos sostienen, apoyados en pasajes de la Germania de Tácito, que son ejecuciones de delincuentes, de traidores, de cobardes, de individuos con comportamiento antisocial. La otra explicación es asombrosa y es la que sostiene el autor del libro. Para él son sacrificios rituales, ofrendas propiciatorias. Ofrendas de gente incluso de cierta relevancia social (el hombre de Grauballe tenía unas manos tan cuidadas que era evidente que nunca había trabajado con ellas).

¿Y qué se pretendía con estos ritos? El autor dice que las especies que comieron en sus últimos banquetes tanto el hombre de Tollund como el de Grauballe son todas de invierno o de primavera. Y eso le lleva a sostener que se les sacrificaba en ritos de ayuda al crecimiento de la vegetación. Luego volveremos sobre esto.

En las turberas se producen fenómenos de conservación tan paradójicos y sorprendentes como estos: se conserva la piel de un cuerpo y todo el interior –incluidos los huesos- se deshace y desaparece. O se conservan los mangos de madera de algunas herramientas de metal y el metal se disuelve en la ciénaga. O se descompone un cráneo y queda intacto el cerebro que contiene, por estar saturado de colesterol, que es insoluble en soluciones acuosas…


Hablábamos antes de ahorcamientos rituales. Hay otros pueblos de la antigüedad que practicaban estos ahorcamientos en honor de una diosa de la fertilidad. Ahora bien, ¿qué relación hay entre un ahorcamiento y el crecimiento de los cereales, por ejemplo? ¿Qué simbolismo esconden estos ritos? Se me ocurre una explicación. Se trata de ayudas simbólicas. Sabemos de ritos agrarios que consisten en danzas compuestas de grandes saltos verticales. Son una forma de empujar mágicamente a la planta en su crecimiento. El ahorcamiento es la misma ayuda, la misma idea. En vez de saltar, el cuerpo se mantiene en el aire, suspendido, para ayudar a crecer a la planta. Simbólicamente, un ahorcamiento es el límite al que tiende un salto que se repite. Es un salto mantenido.

P. V. Glob La gente de la ciénaga (Marbot Ediciones, 2012)

lunes, 9 de marzo de 2015

Traducción y creación: Obra ajena, de José María Micó

Juan Varela-Portas de Orduña

José María Micó trae hasta nuestros tiempos el ideal de intelectual renacentista que tanto ha estudiado. Excelente poeta, ha ganado reputados premios como el Hiperión (La espera, Hiperión, 1992) o, recientemente, el Premio Generación del 27 (Caleidoscopio, Madrid, Visor, 2013), además de contar en su haber libros de extraordinaria factura como Camino de ronda (Barcelona, Tusquets, 1998), Verdades y milongas (Barcelona, DVD, 2002) o La sangre de los fósiles (Barcelona, Tusquets, 2005). Como profesor universitario (de la Universitat Pompeu Fabra) y estudioso de la literatura, es un consumado especialista en la poesía de Góngora, y se ha ocupado también de poesía hispanoamericana, y literaturas clásicas española e italiana. Es además músico, y con la cantante Marta Casas compone el dúo Marta y Micó, para el que toca la guitarra y compone, dúo especializado en poesía y música. Su último espectáculo, Caleidoscopio, en el que él recita alguno de sus textos y ella canta poemas escritos y musicados por el propio Micó, además de incluir en el repertorio algunos tangos clásicos que ofrecen la mejor poesía del género, ha sido presentado en diversos locales de Barcelona, La Guardia, Girona, Ronda, y de Italia, especialmente el Festival Europa in versi de Como. Una de sus costumbres, que a mí me encanta (y que comparte con otro gran poeta y traductor, Luis Martínez de Merlo, aunque creo que no se conocen), es la de regalar a sus amigos exquisitos trípticos y cartulinas ilustrados con dibujos, reproducciones de cuadros, manuscritos, etc., con ejemplos puntuales de su propia obra (un poema, un pasaje traducido…): posee un catálogo con cientos de estas pequeñas ediciones de autor, normalmente de pocos ejemplares, muy preciados, aunque alguna de ellas ha llegado hasta las doscientas copias. De todo ello, el curioso lector puede hallar cumplida información en su web www.jmmj.eu.

Pero lo que nos mueve a traer hoy aquí noticia de él es su impresionante labor como traductor de poesía, especialmente de poesía clásica. Micó es conocido como el traductor del Orlando furioso, tarea ciclópea que lo llevó a ganar el Premio nacional de traducción en el 2006 y el Premio nazionale per la traduzione italiano en 2007 por su edición de 2005 (Ludovico Ariosto, Orlando furioso, traducción, introducción, edición y notas de José María Micó, Madrid, Espasa-Biblioteca de Literatura Universal, 2005, nueva edición de 2010). Pero también ha traducido las Sátiras de Ariosto, la poesía de Jordi de Sant Jordi, de Ausiàs March, así como obra en prosa de Petrarca y una novela del catalán Josep Piera. Se ocupa ahora nada más y nada menos que de traducir la Divina Comedia.

Una muestra de esta labor se puede encontrar ahora en un libro que surge de una idea original, la de recopilar algunos ejemplos de sus traducciones y presentarlos al lector como un libro de poesía a sé stante: Obra ajena (Madrid, Devenir, 2014). En él encontramos traducciones de Dante, de Jordi de Sant Jordi, de Ausiàs March, del Orlando y las Sátiras de Ariosto, de Torquato Tasso, Shakespeare, Housman, Auden, Montale y un apéndice final con “poemas sicalípticos de diversos autores” que harán las delicias de la Casa de Abascal y sus discretos siervos. Pero lo interesante de la publicación es que, como decíamos, funciona como un libro de poesía tal cual: la selección ha sido hecha con tal gusto que el libro se lee de arriba a abajo de manera fluida y casi como si los poemas se asociaran entre sí.

En esta breve nota quería simplemente señalar cómo José María Micó consigue en sus traducciones mantener el delicado equilibrio entre la traducción literal, filológicamente rigurosa, y la creación literaria que su condición de poeta le permite. Las traducciones no son traducciones de autor, traducciones literarias o recreaciones, y sin embargo tienen un vuelo creativo que permite, sin perder fidelidad al texto original, que los textos se sostengan a sí mismos en la lengua de llegada de manera autónoma, como poemas recién creados. Como explica en el escueto prólogo del libro, Micó es consciente de que “toda traducción poética comparte el designio más noble de la filología, que es el de entender y dar a entender los textos, y la ambición más alta de la creación, con la peculiaridad o la ventaja de ser una ambición secreta y servil, consagrada a la reconstrucción” (p. 6). Da la sensación de que, traduciendo, Micó se siente menos responsabilizado, en cierta manera más libre y a gusto, que en el trabajo estrictamente filológico pero también que en su obra creativa, en el sentido de que, como se trata de poner la voz a otros, uno tiene menos posibilidades de perder el propio camino.

A menudo, se considera la labor de traducción, y especialmente la de traducción poética, como una fatiga de segunda fila, de orden menor, de importancia secundaria. Valga esta modesta nota informativa, y sobre todo valga la deliciosa recopilación hecha por Micó, para mostrar claramente que traducir no es algo menos noble, creativo y enriquecedor que la propia escritura poética. Micó lo sabe bien: “Si, como escribió Octavio Paz, “aprender a hablar es aprender a traducir”, los textos literarios sólo pueden cobrar su sentido pleno cuando son reiterada e incansablemente traducidos a través de las generaciones” (p. 6).


José María Micó, Obra ajena, Madrid, Devenir, 2014.

lunes, 2 de marzo de 2015

Conversaciones con Santiago Bernabéu, de Mariano Gómez Santos


Marino Gómez Santos publicó en los años 50 y 60 en el diario Pueblo largas conversaciones con distintas personalidades que tenían un formato semejante: charlaba con el personaje durante varias sesiones y las iba publicando en el diario en números sucesivos. Muchas de ellas las reunió después en libros. Son entrevistas espléndidas. Puedo recomendar algunas: la que le hizo a Edgar Neville es fabulosa, imprescindible en todos los estudios sobre Neville; todo lo que cuenta Neville de su época de Hollywood, las estrellas de las que se hizo amigo (Chaplin, por ejemplo, que muchos años después le seguía mandando recuerdos desde Suiza, a través de su hija Geraldine, cuando esta vivía en Madrid, casada con Carlos Saura), las mansiones, las posesiones y las fincas de William Randolph Hearst, algunas del tamaño de una provincia española…, todo resulta interesantísimo. También es especialmente recomendable la de Foxá, de quien tan pocos estudios biográficos hay. O la que le hizo a Dalí, extraordinaria, tronchante a veces, en la que Gómez Santos aguanta impertérrito las humillaciones a las que le somete el sádico Dalí. También tiene un libro maravilloso sobre Baroja: Baroja y su máscara, un libro que parece descabezado, desestructurado, caótico, pero en el que uno siente que realmente está junto a Baroja (Baroja está más vivo en ese libro que en algunos suyos). Este libro inventa el Nuevo Periodismo, del que tanto presumieron después los americanos. He leído una pequeña parte de los libros de Gómez Santos, pero apostaría algo a que todos son buenos.

Marino Gómez Santos, que de joven era tan guapo que le llamaban Marinín Monroe, fue colaborador muy cercano de González Ruano (escritor portentoso, que ahora que ha caído en desgracia hay que vindicar); incluso González Ruano dejó de ir al café Gijón y se hizo asiduo del Teide por defender un libro de Gómez Santos sobre el café Gijón que sentó mal entre los parroquianos.

Pero vayamos con el libro que nos ocupa. Estas conversaciones con Santiago Bernabéu  se publicaron en el diario Pueblo durante seis días en el año 1960. Que yo sepa, nunca se habían recogido en libro. Gómez Santos empieza preguntando a Bernabéu por sus orígenes, su familia y todo eso. O sea, empieza con mucho orden. Y Bernabéu cuenta que nació en Almansa, que se quedó huérfano muy pronto, que estudió con los agustinos en El Escorial, que hizo la carrera de Derecho, aunque nunca ejerció… y poco más de su biografía. Enseguida empieza a hablar y a hablar y a hablar, sobre las cosas más insospechadas, y Gómez Santos se limita a seguirle, a escucharle. No le interrumpe en ningún momento. Participa lo menos posible en la conversación. Incluso hay un momento en que Bernabéu le dice: “Pero pregúnteme usted, que estoy hablando yo solo”. Es un momento de debilidad. Pronto se ve que Bernabéu no necesita que le pregunten, si de lo que se trata es de hablar.

A mí particularmente me habría gustado que hubiese contado qué hizo en la Guerra Civil, cómo llegó a la presidencia del Madrid, cuál era su versión del fichaje de Di Stefano, o el de Puskas, o de tantos otros cracks, que contase cómo ganaron las primeras cinco copas de Europa, que hablase de su rivalidad con el Atleti o con el Barça. Pero no hay una sola mención a nada de eso. A cambio, le oímos contar que empezó a jugar al fútbol para quitarse el frío de El Escorial, que era un jugador voluntarioso, no bueno -característica extensible, según él, a todo lo que hizo en la vida-, que prefería leer a jugar al fútbol, que nada le habría gustado más en el mundo que ser compositor de música, que con sesenta y cinco años estaba aprendiendo ruso, que leía El viejo y el mar en alemán (lengua que dice tener ya un poco oxidada), que para él a esa altura de su vida lo más importante era la agricultura y la filosofía… Y le oímos argumentar algunas de sus muchas e insólitas, o estrambóticas, teorías: que el hecho de que en una final mundial en la que tu equipo va ganando cuatro a cero se oigan silbidos de doscientos o dos mil espectadores, muestra que el cuerpo colectivo, la sociedad, no está bien, tiene un tumor y hay que estar preparados para cuando ese tumor crezca; que él no era buen empresario porque si lo hubiera sido se lo habrían rifado muchas empresas y sin embargo ninguna le propuso contratarle, y que solo se le quería como presidente del Madrid porque trabajaba gratis; que el fútbol es una obra de caridad que alivia la tragedia de la vida de la gente; por qué los silbidos siempre salen de tribuna y no de la grada general…

Cuando uno cierra el libro dice: vaya cantidad de paridas. Pero siente que quien las dice es un tipo entrañable al que ya conoce bien y del que ha acabado haciéndose amigo. Como decía Whitman de sus Hojas de hierba, quien toca este libro toca un hombre. Conseguir eso es endiabladamente difícil.


Marino Gómez Santos Conversaciones con Santiago Bernabéu (Sevilla: Renacimiento, 2014)