miércoles, 30 de mayo de 2012

Basado en hechos reales


En muchas ocasiones hemos escuchado y leído el comentario: Basado en hechos reales. Como si eso diera mayor valor a lo escrito; como si una trama basada exclusivamente en la imaginación del autor devaluara la trama. Como si la mayor o menor autenticidad (verosimilitud, importancia) de lo narrado dependiera, de forma primordial, del grado en que hubiera ocurrido en la “vida real”.

Yo mismo, con motivo de alguna de mis novelas, he sido preguntado por la autenticidad o realidad de los hechos allí narrados. Y si se me ha ocurrido decir que en su mayor parte son cosas de mi imaginación, he notado de inmediato un gesto de desilusión en mi interlocutor; y casi casi como si se me estuviera acusando de haber cometido un fraude.

De nada vale argumentar que eso no es lo importante de una novela, que esta debe considerarse un universo independiente, que lo significativo es su capacidad de revelarnos aspectos escondidos de nuestra naturaleza y del mundo, etc. Sí, vale –se nos contesta–, pero a mí lo que me interesa saber es si eso que cuentas en tu novela ocurrió realmente.

Me parece que seguirá siendo un debate incesante, que presenta muchas aristas y preguntas tan interesantes como lo que sea la realidad y si esta puede transmitirse a través de la escritura.

A tal respecto, dos reflexiones.
La primera tiene que ver con el hecho de que muchas veces la buena literatura describe la realidad de una manera absurda, fuera de lo que llamamos el sentido común, y sin embargo sentimos y tenemos la impresión de que nos está revelando aspectos escondidos pero esenciales de nosotros y nuestro mundo. ¿Tendrá eso que ver con que, más allá de la máscara del sentido común, la realidad es en verdad absurda y, a su modo, la literatura lo pone de manifiesto?

Como apoyo a esto me refiero a esa concepción (revolución) de la realidad física que se fundamenta en la mecánica cuántica, concretamente en una teoría de Richard Feynman y que hoy en día se aplica y se comprueba experimentalmente. Viene a decir que si para ir de A a B hay muchas alternativas (historias, cada una con una probabilidad determinada), entonces el resultado es la suma de cada una de ellas: todas las historias se producen simultáneamente y colaboran al resultado final. El mismo Feynman decía: 
"La mecánica cuántica describe la naturaleza como algo absurdo desde el punto de vista del sentido común. Sin embargo, los experimentos lo certifican. Espero que ustedes puedan aceptar a la naturaleza tal como es: absurda".

La segunda tiene que ver con lo que Thomas Bernhard afirma sobre el intento de transmitir “la verdad de los hechos” a través de la escritura. En El sótano, el segundo libro de su monumental autobiografía, dice:
Describiremos una cosa y creemos haberla descrito de conformidad con la verdad y con la fidelidad a la verdad, y tenemos que comprobar que no es la verdad… Describimos algo verídicamente, pero lo descrito es algo distinto de la verdad… Durante toda mi vida he querido siempre decir la verdad, aunque ahora sé que estaba mintiendo. En fin de cuentas, lo que importa es sólo el contenido de verdad de la mentira. La sensatez me ha prohibido ya hace tiempo decir y escribir la verdad, porque con ello, sin embargo, sólo se dice y se escribe una mentira, pero escribir es para mí una necesidad vital, y por eso, por esa razón escribo, aunque todo lo que escribo no sea sin embargo más que una mentira que se transporta a través de mí como verdad. Sin duda podemos exigir la verdad, pero la sinceridad nos prueba que la verdad no existe. Lo que aquí se describe no es verdad; y no lo es por la sencilla razón de que la verdad sólo es, para nosotros, un deseo piadoso.
A la luz de estas dos reflexiones, cabría preguntarse si no es precisamente esa literatura que se proclama “Basada en hechos reales” la menos fiable.

lunes, 28 de mayo de 2012

Debates con la poesía española


Se trata de un ensayo pensado y escrito desde la independencia, el rigor y la honestidad, sin rendir pleitesía y a la vez sin acritud ni resentimiento.

La tesis de Rodríguez Padrón es la de que en los últimos 35 años o más, salvo algunas contadas excepciones, nada rupturista y realmente novedoso se ha escrito en la poesía española. En el libro, se van analizando las diferentes publicaciones y antologías presentadas como cambio radical y desmontando, desde la lectura y crítica de los textos, esa pretendida ruptura.

La estructura del ensayo es amena, huyendo intencionadamente de tecnicismos o academismos que generalmente parecen más destinados a deslumbrar que a facilitar su recepción por parte de los posibles lectores.

Rodríguez Padrón, desde sus convicciones poéticas, sin ambages pero sin acritud, critica el adocenamiento de  muchos de los poetas actuales que se suman sin más consideraciones a las corrientes en boga, generalmente patrocinadas por intereses mediáticos, y pone en cuestión, asimismo, la falsa dicotomía entre cuento y canto, planteando que no es ahí donde se debe centrar el debate, sino en el léxico, el ritmo y la energía poética.

Desde su propia concepción de lo que debe ser la poesía, Rodríguez Padrón lanza el reto a procurar un amplio debate que, de producirse, podría resultar rico y esclarecedor en lo que se refiere a la esencia de la palabra poética y a la necesaria independencia del acto mismo de la creación.

Se podrá estar o no de acuerdo con algunas de sus tesis, pero desde nuestro punto de vista, constituye un ensayo lúcido, riguroso y alejado de la superficialidad o mal entendido amiguismo que caracteriza a muchas de las críticas que, por decirlo con las palabras de Rodríguez Padrón, se oyen decir
públicamente sobre la poesía española actual.

Jorge Rodríguez Padrón. 
Oyendo lo que algunos dicen públicamente.
Debates con la poesía española.
 
Calambur Ensayo, 5. 324 p.
ISBN: 978-84-8359-229-8.

viernes, 25 de mayo de 2012

Reseñas de los lectores: The Moonstone, de Wilkie Collins


En la absoluta imposibilidad de poder sustraerme a un ruego de participar, con alguna reseña, a este magnífico blog de náufragos que no naufragan, advertirán enseguida no obstante, por el título de la obra que voy a recomendar, que no voy a pecar precisamente de ser excesivamente original. Y es que, qué quieren que les diga, nunca he sido un lector empedernido, ni siquiera habitual, más bien de rachas, ocasional. Tampoco se trata de inmolarse al escrutinio público. Hace un año que leí esta obra. Y no es que no haya leído nada más, cosas muy buenas algunas, pero sentiría que traicionaría a Collins si me hiciese eco de cualquiera de ellas y no de la suya. Huérfano pues de originalidad en la elección, permítanme sin embargo que les cuente algo con respecto a mi actitud renuente hasta entonces con respecto a la lectura de The Moonstone, repetidamente recomendada por amigos y compulsivamente rechazada por mi parte, en la creencia apriorística y caprichosa de que se trataba de una novela popular, sí, pero menor, absolutamente menor. Valga pues esta humilde reseña para exorcizar prejuicios estúpidos similares que pudiesen anidar en el ánimo de algunos de ustedes.

Y es que, después de Cien Años de Soledad –la originalidad, otra vez-, les confieso que ninguna otra obra me ha conturbado el alma, la existencia entera, como de The Moonstone lo ha hecho. Ya tras la lectura del Prefacio de Wilkie Collins a la edición de 1871, no pude por menos que sentir una profunda simpatía por él, por su declarado sentimiento –sin caer en la autocompasión- de sufrimiento, físico y emocional, al escribir la novela y, sobre todo, por su majestuosamente tierna declaración de fidelidad para con sus lectores.

The Moonstone tiene todos los ingredientes de la mejor novela detectivesca. Pero no sólo eso. Es igualmente un retrato monumental de la sociedad inglesa de mitad del siglo XIX. Como monumental también es el trabajo casi de orfebrería del que hace gala Collins en el desarrollo de la trama, un trabajo que da muchas veces la impresión de que no puede por menos que inevitablemente desmoronarse de forma estrepitosa, pero que casi por arte de magia, por una suerte de sortilegio técnico, se mantiene maravillosamente en pie con la narración de múltiples puntos de vista -anticipando al gran Faulkner- de distintos y conmovedores personajes que parecen con naturalidad darse el testigo cual si carrera de relevos se tratase. Sí, personajes conmovedores que han pasado a formar parte ya de mi galería emocional de imágenes. Personajes entrañables como el viejo Gabriel Betteredge, testigo muy a su pesar de un mundo que se desmorona, al que parece buscar obsesiva y repetidamente sentido, en su desamparo, en un ejemplar de Robinson Crusoe –todo un guiño intertextual-; como Rossana Spearman, marcada por un fatalismo inmisericorde; como Drusilla Clack, trasnochada y mesiánica salvadora de almas; como el Sargento Cuff, tan sagaz como aficionado a las rosas; y, si me permiten, sobre todo como el inolvidable Ezra Jennings (en mi opinión, el claro alter ego de Collins en la novela), que, sacrificando reputación y salud, se afana hasta el dolor extremo en una suerte de exorcismo supremo de amor.

También hay humor, y en buenas dosis, en The Moonstone, un humor inteligente y sarcástico (me confieso soltar alguna risotada en una estación de tren –ya sé que un lugar no muy ortodoxo para leer una novela-, expuesto al escrutinio sobre mi cordura de otros viajeros) que condimenta aquí y más allá toda la novela. Pero, para finalizar, permítanme que les confiese que la novela, por sobre todas las cosas, me ha gustado por el excelso uso del lenguaje. Emoción, la palabra justa y exacta. En definitiva, si se me permite la comparación con la leyenda artúrica, la búsqueda eterna del Santo Grial en la Literatura. Yo algo de eso creo haber encontrado. Les invito a que busquen ustedes también. No se arrepentirán.    

Autor: Antonio Junco    

miércoles, 23 de mayo de 2012

Las ovejas y el pastor, de Andrea Camilleri


Cuenta un hecho sucedido en Sicilia, en 1945. Intentan matar a un obispo de varios tiros. Durante casi una semana permanece entre la vida y la muerte. La versión oficial dice que fue un cura al que el obispo había apartado de una parroquia, ayudado por otros dos eclesiásticos. Camilleri parece que no se lo cree. Uno de los que investigaron el asunto después estuvo ligado a la mafia. Da a entender que fue un asunto relacionado con los intentos del obispo por acabar con los latifundios y de distribuir la tierra entre los más necesitados.

Pero el asunto principal del libro es una carta en la que la superiora de un convento, once años después le dice al obispo que durante aquellos días en que se debatió entre la vida y la muerte, diez monjas del convento ofrecieron a Dios su vida a cambio de la del obispo y Dios aceptó. Camilleri trata de reconstruir la realidad que hubo detrás de esas escuetas líneas. Cuando llegó al convento la noticia de la gravedad del obispo, la comunidad, entre todas, deciden ofrecer a Dios un sacrificio. La vida del obispo -un ser valioso- a cambio de diez vidas poco valiosas -por aún poco asentadas en el mundo y en la religión-, las diez monjas más jóvenes, que se dejarán morir de hambre y sed. Quizá una se arrepiente en el último momento y por eso, tiempo después, un cura vinculado al convento, no recuerda si fueron nueve o diez. El asunto teológico que este caso pone en cuestión es complicado. El suicidio está rigurosamente prohibido por la Iglesia. Pero el sacrificio -dar una vida a cambio de otras-, de eso hay múltiples ejemplos entre los mártires. Queda la duda de si eso es muy cristiano. ¿No es pecado de soberbia? Las enterrarían envueltas en un simple sudario para no alarmar a la sociedad pidiendo diez ataúdes de repente. También darían la noticia a las familias de una manera escalonada... De todos modos, a mí se me queda corto. Me gustaría saber más cosas. Acaba cuando a mí me gustaría que empezara. 

Andrea Camilleri Las ovejas y el pastor (Barna: Destino, 2007)

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Nos cansamos de las novelas, o de las malas novelas?


Si tienes dieciocho, veinte, incluso treinta y cinco años, es posible que esta entrada te resulte ajena, aunque parta de la base de que, si estás aquí, es que eres amante de la literatura. Lo digo porque nace de una observación ligada a la edad: con el tiempo somos muchos los que habiendo sido consumidores compulsivos de narrativa durante nuestra adolescencia y juventud, al llegar la madurez nos confesamos cada vez menos lectores de novelas y cuentos, y más de historia, filosofía, ensayo, aficiones...y algunos (mi caso) hasta poesía

Ese es el hecho. Ahora habría que interpretarlo.

La hipótesis que pueden proponerse son muchas. Las que a mí se me ocurren son éstas:

.- Como nos pasa con el cine, las series de televisión o los anuncios, al pasar los años vamos interiorizando sus códigos internos, por lo que terminan siendo previsibles para nosotros. Quizá sea eso, me digo yo mismo, pero las nuevas series televisivas han roto con lo anterior y han traído una nueva narrativa visual.

.- Con los años y la experiencia, perdemos la capacidad de sorpresa. Podría ser, pero la semana pasada asistí a una representación teatral de “El maestro y Margarita”, de Bulgakov (por la compañía Complicité y adaptación de Simon McBurney), que me dejó noqueado. Aún me puedo conmover ante una forma tan elaborada de belleza.

.- La novela, la narrativa, es una forma de ampliar nuestra experiencia de vivir vidas, épocas, geografías que no son las nuestras. De alguna forma esa función es menos importante cuando ya has acumulado suficientes experiencias propias. También podría ser, pero la ficción fantástica no tiene límites y la novela nos permite conocer a los personajes de una forma tan íntima como nunca llegaremos a conocer a las personas, con la excepción de unas pocas muy cercanas.

.- La novela, o mejor dicho, sus autores, han perdido la capacidad de explicarnos la realidad desde otro ángulo. Esto vale, pero sólo para un tipo de novela.

.- Hay demasiadas novelas malas o, al menos, mediocres. Eso ha hecho que con el tiempo hayamos perdido el criterio y ya no recordamos la sensación de una gran obra. Para solucionar ese problema, basta suscribirse a este blog y seguir las recomendaciones de mis muy leídos colegas discretos.

.- Como con los amigos, nos cuesta hacernos con autores nuevos conforme nos hacemos mayores. Los novísimos llegan con sus propias claves generacionales que ya no nos tocan tan directamente, mientras aquellos con los que crecimos en su mayoría ya no están entre nosotros. Pero podemos argumentar en contra que seguramente nos queden cientos de obras por leer de esos autores que nos marcaron.

Puedes formular otras hipótesis o puedes negar la mayor, si quieres. Yo me reservo para el debate las que considero que explican mejor el fenómeno.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Cuentos completos de Juan Benet


De las Islas, aquel “hombre valiente”
reclama variedad en los autores,
que esfuerzo y difusión sean valores
que inunden nuestro blog, que es muy urgente.

Es preciso que el tema sea candente,
que mezcle erudición y los primores
de una coña valiente y sin pudores
que nos haga pensar y nos oriente.

Los temas que nos lleven al debate,
reseñados con gracia son mejor,
siempre y cuando no caigan en dislate;

y si así lo quisiera el escritor,
bienvenida la bufa que constate
que reírse no es, hoy, un deshonor.
               
                     ***

Lo contado en el blog de La Discreta
sobre un libro muy bueno o muy curioso,
si dicho en broma, suena hasta amistoso;
no en vano difundirlo es nuestra meta.

No es preciso ser ogro, no, ni asceta,
ni florido en exceso, ni ampuloso,
para lograr que esté el lector ansioso
de que no sea tan solo una etiqueta

el libro que en el blog se le aconseja.
Que sea algo más: alhaja entre las manos,
arte en papel que, desde allí, refleja

ideas nuevas y aún sueños arcanos
que se le ofrecen hoy como en bandeja
a los niños, adultos y ancianos.

                       ***

Colaboración pedida,
de buena gana se ofrece
pues la regaló un druida,
borracho, un martes y trece.

Uno no sabe de esto,
pero si un sabio aconseja
se calla y mete en el cesto
lo que el consejo refleja:

Pues son los «Cuentos completos»
por Benet ha tiempo escritos
lo que el druida, entre abetos,
enajenado en sus ritos,

y más ebrio que borracho,
me dijo que hay que leer
hasta coger un empacho:
y más que leer, sorber.

Pues dijo el autor que son:
«conjunto de relatos muy diversos,
salpicados de grandes emociones,
que de manera refleja resucitan
diferentes estados del espíritu».

                       ***

Así, pues, ya lo sabeis;
si leídos, que insistais,
Y, si no los conoceis,
ya me diréis qué esperais.

Y si sólo sois lectores
pues bien que disfrutareis
Pero si sois escritores,
os lo juro, aprendereis.



El Brigadier García

lunes, 14 de mayo de 2012

Hombres pájaro


Resulta un ejercicio apasionante seguir el rastro de los hombres pájaro en la literatura. Como ejemplo, indico un par de casos poco conocidos.

En el libro Los anillos de Saturno de Sebald W. G., se habla del mayor George Wyndhan Le Strange, que durante sus últimos años de vida, después de despedir a todo el personal de la gran casa residencial de Henstead, en el condado de Suffolk, vivió solo acompañado de una vieja ama de llaves sorda, y que allí, en gran precariedad, cultivó una extraña afición a las aves. Primero comenzó con un gallo domesticado, que tenía en su propia habitación, pero luego continuó rodeándose de todo tipo de aves de corral, gallinas pintadas, faisanes, palomas, codornices y pájaros cantores que correteaban a su alrededor y le cercaban volando a su alrededor. En el momento de su muerte, según el personal de la funeraria de Wrenthan, su piel se había vuelto color verde aceituna, sus ojos de tono gris oca profundamente oscuros, y su pelo, de una blancura nívea, se volvió de la noche a la mañana de un color negro cuervo.

Y esto me lleva a otro estupendo libro, La calle de Los Cocodrilos, de Bruno Schulz, que narra cómo su padre, arrebatado por una extraña locura que le llevaba a aislarse de todo el mundo, también buscó la compañía de las aves y convirtió su casa en un arca de Noé que reunía toda clase de pájaros de países lejanos. En palabras del propio relato:
Me ha quedado notablemente grabado en la memoria cierto cóndor, enorme ave de cuello desplumado y cara arrugada cubierta de excrecencias. Era como un asceta delgado, un lama budista que conservaba en su comportamiento una dignidad imperturbable y observaba el rígido protocolo de su noble raza. Frente a mi padre, petrificado en la actitud escultural de una divinidad egipcia, con su ojo alterado por una catarata blancuzca que desplazaba para cubrir su pupila y encerrarse en la contemplación de su augusta soledad, me parecía, con su perfil pétreo, el hermano mayor de mi padre: cuerpo, tendones, piel dura y arrugada, eran el mismo rostro huesudo y reseco, las mismas órbitas profundas, de gruesa córnea. Hasta las manos de mi padre, largas, delgadas, nudosas, de uñas muy curvadas, se parecían un poco a las garras del cóndor. Me daba la impresión, al mirar al ave adormecida, de hallarme ante la momia de mi padre, reducida por desecación. Creo que esta extraordinaria semejanza no había escapado tampoco de la observación de mi madre, aunque nunca hablamos de ello. Es notable, además, que el cóndor y mi padre utilizaban la misma taza de noche. 

viernes, 11 de mayo de 2012

Reseñas de los lectores: Fragmentos del azar

Introducción:
Miguel Huezo Mixco es autor de una obra variopinta. Se han publicado hasta la fecha trece libros, entre poemas, ensayos y una biografía. Se le considera dentro de la generación de escritores conformada por Horacio Castellanos Moya y Roger Lindo. Es columnista del periódico La Prensa Gráfica desde 1999 y ha publicado ensayos y poemas en revistas y periódicos internacionales como Babelia o Cuadernos hispanoamericanos. Actualmente coordina el magacín Autores de Centroamérica y es autor del blog Talpacojote. Asimismo, como coordinador editorial de la Colección Revuelta auspiciada por el Centro Cultural de España en El Salvador, nos presenta, para esta ocasión, la próxima publicación.


Se publica “Fragmentos del azar” (Colección Revuelta, 2012). Este nuevo libro nos hace volver a escuchar el aliento profético de Alfonso Kijadurías, uno de los mayores poetas centroamericanos vivos. Su anterior publicación en poesía, “Certeza de la duda” (DPI, 2005) ocurrió hace siete años. Entre tanto, algunos de sus poemas han sido recogidos en las antologías “Pájaro relojero” (Galaxia Gutemberg, 2009) y “Puertas abiertas” (FCE, 2011).

Genuina ave migratoria, la vida de Kijadurías ha transcurrido por diversas estaciones de paso. La más reciente de ellas es Vancouver, en la costa pacífica de Canadá, una de las ciudades del mundo con mejor calidad de vida. Sin embargo, esto no consigue retenerlo. Cuando el frío ataca, le revive el espectro del asilado. Cada dos años, como promedio, vuelve a su casa en Valle del Señor, Quezaltepeque, para sumergirse en este país tan extrañado como extraño.  “Regresas, excepto la maldad todo ha cambiado...”, ha escrito.

El libro reúne una selección de poco más de medio centenar de poemas que originalmente forman parte de un volumen más extenso y todavía desconocido titulado “Todo el rumor del mundo”, cuya parte final, “El reino incalculable”, recién ha terminado de escribir en Vancouver.

Aunque en 2009 Kijadurías se hizo acreedor al Premio Nacional de Cultura, el suceso no fue acompañado de un programa editorial que reuniera y pusiera a disposición del público la obra del poeta. Una misión que debió acometer la cada editora nacional, la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI). Nunca es tarde.

En El Salvador, pese a los tiempos agrios que nos tocan vivir, la producción de poesía no cesa. La labor de recolectar el trabajo de los autores emergentes lo están haciendo pequeñas editoriales, semi artesanales, como EquiZZero, Cabuda Cartonera o La Chifurnia. Pero si se revisa la publicación de libros de poesía hecha durante la última administración presidencial, es fácil concluir que la DPI ha favorecido a los poetas empleados por la Secretaría de Cultura.

Kijadurías goza de un don escaso y apetecido: un pequeño círculo de lectores, desparramado por medio mundo, que siempre recibe su obra con admiración. Es, en el sentido estricto de la palabra, un “poeta de culto”, muy respetado en su país. Un país, por cierto, desdeñoso con sus poetas: “una república enferma, mísera, mudable”, agregaré, remedando a Cicerón.

Nuestro poeta es un aventurero de regiones interiores. No se da demasiada importancia personal. No participa en torneos de inteligencia. No roba foco. Ni pretende despejar dudas en sus interlocutores. Digamos que nunca intenta levitar en público. En su voz se dan cita la realidad, el sueño y la profecía. La realidad es apenas una descripción, una forma de lenguaje y de moral. Sus poemas son el espejo de su sentimiento de admiración por la vida misma, y el terreno resbaladizo donde libra una batalla para desprenderse del ego que lo atenaza.

Ahora Kijadurías se dispone a ir al encuentro de esa amante implacable que prepara paciente su abrazo letal.

“¿Dónde será?
¿En la casa aquella vieja y solariega o en la cantina
donde llegan a liar sus negocios los vendedores de ganado?
¿O en un hotel donde los viejos conspiran contra
el tiempo hablando del pasado?
¿O será en la librería mientras ojeas un cuerpo hermoso?”.

Aunque ahora no se perciba, Kijadurías ha ayudado a preparar el espíritu de esta comarca, ahora castigada por la violencia y la estupidez, para que pase a una edad de mayor originalidad y dignidad. Tal vez éste sea el destino que le está reservado y que él mismo ignora.

Autor: Miguel Huezo Mixco

miércoles, 9 de mayo de 2012

Destinada al crematorio, de Mercedes Núñez Targa


Qué dolorosos son los libros de testimonios sobre el infierno de los campos de concentración nazis. Por muchos que se lean, no se acostumbra uno al horror. El dolor, aunque se repita, siempre es nuevo.

Para situarnos: Mercedes Núñez Targa nació en Barcelona en  1911. Al acabar la Guerra Civil el PC le encarga que organice a los comunistas de La Coruña. La detienen y la trasladan a la cárcel de Ventas. Por un error administrativo la sueltan en 1942. Se escapa a Francia, donde colabora con la Resistencia. Este libro cuenta esos últimos días de resistente, la captura por los nazis, el paso por distintos campos de concentración en Francia, su traslado a Alemania, al campo de mujeres de Ravensbrück, donde permanece hasta la llegada de las tropas soviéticas que lo liberan, y su vuelta a Francia.

Muchas de las cosas que cuenta pertenecen a la historia del horror universal: En Ravensbrück a una francesita, cuando descubrieron que estaba embarazada, la eliminaron con una inyección letal (a las embarazadas las mataban sin contemplaciones, por el crimen que suponía traer una boca más que alimentar). A otra, que había ocultado estar embarazada y haber dado a luz, cuando le descubrieron al recién nacido, se lo quitaron y lo abandonaron en un vagón de un tren detenido que había a la entrada del campo de concentración; cuando las mujeres entraban y salían para ir y volver de la fábrica en la que trabajaban, oían su llanto cada vez más debilitado, hasta que dejó de oírse. Los niñitos judíos, a los que los nazis conseguían domar a fuerza de golpes, aguantaban en formación durante horas junto a sus madres, inmóviles, como adultos ... Son muchos los hechos espeluznantes.

En la narración hay detalles estrictamente femeninos, que solo podría haber contado una mujer: cuenta cómo algunas consiguieron tener dos uniformes de presas, con su respectiva ropa interior, lo que les permitía cambiarse cada cierto tiempo e ir siempre más o menos aseadas. Yo esto nunca lo había leído, y he leído muchos testimonios. También cuenta que algunas mujeres daban recetas de cocina. A veces se las veía rodeadas de un grupo de mujeres hambrientas, esqueléticas, que apuntaban la receta en trocitos de papel. Y cuenta que el día de santa Catalina había la costumbre en Francia de que las modistas solteras mayores de 25 años se pusiesen sombreros llamativos, y ese día hicieron en el campo un desfile de modelos, con los sombreros más ocurrentes, hechos con materiales insospechados.

También hay detalles muy españoles. Por ejemplo, se fija mucho en lo feos que son sus carceleros. “Yo no sé de dónde las han sacado, las hembras SS del kommando. Madre mías, ¡son feísimas! Parece que las han escogido.” (La mujer nazi, una imagen poco difundida: brutal, vociferante, que golpea sin piedad.) Del comandante del campo dice: “Anda sin gracia y tiene hocico de rata, una rata que tuviera los ojos azules. Se ve que la raza nórdica, «la joya de la tierra», también tiene fallos a veces engendrando adefesios”. A mí eso me parece muy español: tratar de feos a los que son malos. La fealdad como primer paso hacia la maldad.

Dentro del horror que supone la experiencia del campo hay momentos en los que los presos sienten que recuperan su dignidad. Como cuando todas las presas rechazan los bonos con los que pretenden pagarles su mano de obra esclava las autoridades, que se enfurecen con el rechazo. O cuando, en la fábrica en la que trabajan, sabotean e inutilizan multitud de obuses destinados al frente.

Hay un detalle muy curioso, que podrían estudiar los lingüistas. Para comunicarse empleaban palabras alemanas, polacas, rusas... A la expresión francesa comme ci comme ça, que significa ‘más o menos’, se le atribuía el significado de ‘robar’, y con ese sentido lo utilizaban todas las mujeres, incluidas las francesas.(Quizá, dice Mercedes, el gesto que se hace con la mano para indicar ‘más o menos’ se confunde con el gesto de robar, de llevarse algo.)

Algunos de los casos más dramáticos en este tipo de libros son los de los presos que sobreviven a los nazis, los que viven el final de la guerra, la liberación de los campos en los que han estado años encerrados y torturados, y mueren pocos días después, cuando ya estaban a salvo, digamos. Cuenta un caso conmovedor.

“Un día llegan a la sala dos hermanitas, chicas aún. La más joven, que se llama Margrit, tiene trece años, la otra apenas quince. Son tuberculosas en grado extremo. Las dos deben haber sido excepcionalmente bonitas. Hablan una lengua desconocida que nadie entiende, quizás el húngaro. Nunca sabremos quiénes son ni de dónde vienen. La más grande se comporta con la pequeña como una auténtica madre, a pesar de su propio agotamiento. La hace comer, le seca el sudor, la arropa, le habla afectuosamente.
Una noche, silenciosamente, muere la pequeña Margrit. Las enfermeras, compadecidas, se la llevan sin despertar a la hermanita. Pero cuando la niña, por la mañana, ve vacía la cama de Margrit, su desesperación es máxima. En vano el mismo doctor, mintiendo piadosamente, le dice que ha sido trasladada a otra sala. Sin comer, sin dormir, la pequeña grita desesperadamente:
-¡Margrit! ¡Margrit! ¡Margrit!...
La niña grita durante dos días seguidos, hasta perder aliento, por la hermanita perdida.
Cuando murió, todas nosotras estábamos deshechas.”

Escenas terribles. Un día llegan dos camilleros con un deportado que está agonizando. El enfermero jefe dice que no le puede dar cama para unos minutos. Los camilleros dicen a su vez que tienen prisa, que les esperan en otro punto para trasladar a otro enfermo con la camilla. El enfermero se encoge de hombros y vuelve a su trabajo. De vez en cuando sale al pasillo y toma el pulso al enfermo. “Aún no está muerto.” Los camilleros fuman nerviosos. Miran el reloj y miran al agonizante. En otra de las visitas del enfermero por fin dice: “Ya está muerto”. Ya pueden llevarlo al depósito los camilleros.



Mercedes Núñez Targa Destinada al crematorio. De Argelès a Ravensbrück: las vivencias de una resistente republicana española (Sevilla: Renacimiento, 2011).

lunes, 7 de mayo de 2012

Otros lenguajes


No son muchas, pero hay ocasiones en las que, al leer un poema o las inspiradas palabras de una novela, uno se siente literalmente transportado a un estado alegría y excitación no fácilmente explicables.

También hay otros lenguajes en los que eso ocurre.

Cuando en 1915, Albert Einstein escribió unas ecuaciones que venían a decir que la gravedad no era más que una comba en el espacio -que también curva el tiempo-, y pudo comprobar la exactitud de esas fórmulas explicando la llamada anomalía en la órbita de Mercurio, sufrió palpitaciones y, según él mismo dejó escrito, no pudo dormir en los días siguientes a causa de la emoción.

Un poco más tarde, el alemán Theodor Kaluza, añadiendo a las tres dimensiones espaciales y una temporal del universo de nuestra experiencia habitual una dimensión espacial más (escondida por el momento para nosotros), pudo sacar, de las propias ecuaciones de Einstein, una adicional que, para su sorpresa, resultaba la del electromagnetismo de Maxwell. Lograba, de esta manera, la unificación de las fuerzas conocidas en aquellos momentos. Mirando ese pequeño montón de signos y números que tanto revelaba sobre el universo en el que vivimos, no sabemos si Theodor Kaluza también sufrió palpitaciones. Lo que sí sabemos es que, habitualmente comedido, se puso a saltar como un loco y a cantar a voz en grito un aria de Las bodas de Fígaro.

viernes, 4 de mayo de 2012

Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski


En estas memorias conocemos los sentimientos de un enano que estuvo en todas las cortes europeas a finales del siglo XVIII. Podemos inferir de ellas lo que han sentido toda esa gente “de placer” (así se les llamaba) que los reyes han tenido en sus palacios. Y lo que sienten es, en primer lugar, agradecimiento hacia su benefactor, si lo tienen. Y cuando no lo tienen y deben recurrir a exhibirse para sobrevivir, sienten un poco herido su amor propio, pero no mucho. Es decir, esta gente, que solía proceder de familias modestas, se sentían unos privilegiados por poder vivir en palacios, aunque su misión fuese divertir a sus dueños. Solo veían humillación si eso tenían que hacerlo, no para aristócratas, sino para la plebe.

      ¿Cuál era el encanto de los enanos para la aristocracia? Quizá que parezcan adultos en el cuerpo de niños, lo que siempre tiene algo de mágico. Parece que en este caso concreto a los hombres les llamaba la atención lo educado y lo bien que hablaba esta miniatura. Las mujeres lo debían de ver como un muñeco. Es el hombre que más horas pasó sobre las rodillas de las mujeres más hermosas y fascinantes de la Europa de la época, que no dejaban de acariciarlo. Cuenta una anécdota que lo expresa. Al final de uno de los conciertos que acabó dando para ganarse la vida, oye a una niña que le dice a su padre: “Cómpramelo, papá. Yo lo vestiré y le daré de comer”.

Este Boruwlaski cuenta que cuando llegó a Luneville coincidió con otro enano, también muy famoso, que llegó a sentir tantos celos de él que en una ocasión lo agarró por la cintura e intentó arrojarlo al fuego que ardía en la chimenea del salón en el que se habían quedado solos. Boruwlaski salvó la vida porque se agarró in extremis a una barra de hierro en la que se colgaba el atizador y eso dio tiempo a que llegaran los que habían oído el tumulto. Qué escena.

El hombre se pasa buena parte del libro contando los palacios que visitó y lo que le quería el príncipe de Tal y el conde de Cual, y justificando las cosas que tuvo que acabar haciendo –exhibirse a cambio de dinero y aceptar visitas pagadas en casa- para sobrevivir.

El capítulo más largo del libro se corresponde con la parte que él consideraba más importante de su vida: su amada. Explica que estando bajo la protección de la condesa Humieska se enamoró de una joven llamada Isaline. Y nos muestra las cartas que se cruzaron durante aquella época, que él guarda como un tesoro. En las primeras él le declara a ella su pasión. Pero ella le pide que se olvide de ella como enamorada, que le aprecia como amigo. Lees pensando: un epistolario en el que vamos a ver cómo ella va cambiando poco a poco sus sentimientos y acaba amando a ese pobre marginado. Cuando la condesa Humieska se entera de la pasión del enano, le exige que abandone la idea, por desproporcionada e irrazonable. Pero él insiste. Le dice a Isaline que deben vencer la oposición de la condesa y de los padres de Isaline. Isaline le repite que no quiere tener con él más que una relación de amistad. La condesa, en vista de la insistencia del enano, le retira su protección, o sea, lo echa de su casa. Y también echa a Isaline, que tiene que volver a casa de sus padres. Boruwlaski le dice: ya solo tenemos que vencer la oposición de tus padres. Escuchemos lo que dice la pobre chica en una de las últimas cartas (¡que el enano muestra con orgullo!): 
“Usted es la razón de que la señora condesa Humieska me haya retirado sus favores y de que me haya visto forzada, muy a mi pesar, a retornar a la casa paterna. Eso no es todo: mi madre me colma de reproches y mis hermanas me ridiculizan. Toda la ciudad habla de este asunto, no puedo ir a ninguna parte sin exponerme a bromas de mal gusto. ¿Qué le he hecho yo para que me ocasione trastornos tan violentos? Renuncie por favor a sus pretensiones.” 
Entonces Boruwlaski se dirige a un príncipe, uno de los infinitos príncipes que pululaban por las cortes europeas, y este le da todo su apoyo. Cuando la madre de Isaline se entera de que Boruwlaski cuenta con el apoyo del príncipe, ve el asunto como un negocio ventajoso y da su consentimiento para que su hija –que sigue sin querer casarse con ese hombre, hasta la última carta- se case. Total, ¡que se casan! El maldito enano se ha salido con la suya. Ella no ha contado para nada. Todo lo han decidido el pretendiente y los que tenían autoridad sobre la joven. Y a él le da igual. Debían de ser los vientos que soplaban en la época.



Joseph Boruwlaski Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski (Lengua de Trapo, 2010) 

miércoles, 2 de mayo de 2012

El hombre recortado

Le recortaron el pelo y no dijo nada,
le recortaron el periódico, la luz,
después le recortaron, un poco, la alegría,
media sonrisa, apenas, le dejaron,
pero él no dijo nada, ni moverse.

Le recortaron la altura, las piernas un poco,
después el pan, el agua, las recetas,
le recortaron el amor, los besos,
el sueldo y nada dijo, nada.

Le recortaron la vivienda, el coche,
a los hijos, un poco, los pantalones,
el parking también, claro, y la camisa,
le recortaron la voz, un poco el cuello.

Cuando se quiso rebelar no pudo,
y encima lo pisaban sin recato, un poco.