lunes, 30 de enero de 2012

"Los que aman, odian", de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares


Novela editada por primera vez en 1949, por Emecé , Argentina, y posteriormente, en 2002, reimpresa para la colección Emecé, cruz del sur, de España.

El doctor Humberto Huberman, médico homeópata y humanista, se propone pasar una temporada en un balneario y hotel de la apartada localidad de Bosque del Mar. Allí piensa llevar a cabo un postergado proyecto: adaptar para el cine y para la época actual y al escenario argentino el Satyricón de Cayo Petronio, del que es entusiasta. Pero allí, a la vista del mar y rodeado de médanos, fracasan sus propósitos, pues durante una tempestad de arena que dura cuatro días y que mantiene a los huéspedes del hotel aislados, se ve envuelto en la trama de un crimen de cuyas consecuencias e intento de dilucidación no puede escaparse.

La puesta en escena y hasta la aparente conclusión remedan a las mejores novelas de Agatha Christie y Simenon, pero ahí se acaban los parecidos. Porque toda la novela está transida por una elegancia, ironía y sensibilidad que marcan el sello inconfundible de estos dos genios de la literatura.

El doctor Huberman, que lleva la voz cantante, está acompañado en la trama por dos hermanas, Mary y Emilia, ésta melómana y aquélla traductora de novelas policiacas; Atwell, novio de Emilia e inspector de la Capital Federal; el doctor Cornejo, conocedor del mar y de la meteorología; Andrea y Esteban, parientes del doctor Huberman y dueños del hotel; el niño Miguel, extraño e introvertido, sobrino de los propietarios del hotel; una anciana dactilógrafa y que parece obsesionada con matar moscas; el comisario Ricardo Aubry, sagaz investigador y aficionado a la lectura de Víctor Hugo; Cecilio Montes, médico de la policía que parece estar ebrio desde su llegada; el doctor Manning, discreto y dedicado a resolver solitarios.

Al tiempo que comienza la tormenta, se produce una muerte -¿asesinato? ¿suicidio?- y como ocurre en las novelas al uso la acción transcurre entre sospechas y sospechosos, descubrimientos y descubridores, hasta la secuencia que recuerda a Maigret o a Poirot rodeados de todos los protagonistas en una sala y aventurando sus deducciones. Pero el desenlace está más allá de la lógica, en una realidad que siempre supera a la imaginación. Como desde las páginas del Satyricón le dice el propio Cayo Petronio al doctor Huberman:
Creo que nuestros muchachos son tan tontos porque en las escuelas no les hablan de las cosas reales, sino de piratas emboscados, con cadenas, en la ribera...

Muchas son las imágenes poéticas memorables en la narración. De todas ellas, elegimos ésta. Comparando con el beso helado que la muerte deposita en los labios de un niño dormido en un cuadro de Alonso Cano: En la soledad central de ese cuarto, en el corazón del silencio y de la quietud de la casa enterrada en la arena, vio en la vacilante luz de los cirios, que parecía proyectar la sombra de un follaje invisible, al niño Miguel besar en los labios a la muerta.  

En resumen, una novela que satisfará a los aficionados al género policiaco y dejará en los labios de los exigentes degustadores ese inconfundible sabor que siempre deja la buena literatura. 

viernes, 27 de enero de 2012

La plenitud de Javier Lostalé


En Tormenta transparente nos aguardan revelaciones conmovedoras, espacios urdidos con momentos que nos descubren que quien nos habita ya ha dejado la impronta de su ausencia. Más allá de la conmoción, Lostalé nos introduce en la cámara en la que son posibles todas las tormentas.

La transparencia no es el dominio de lo invisible. La transparencia está habitada por fulgores, por espejismos desiertos, por ausencias y silenciosas despedidas, lunas ciegas y fantasmas traslúcidos; por memorias deshabitadas, formas mudas, pausas y lumbres muertas.

La tormenta, no es la patria del trueno, es el refugio de las sombras, de las músicas reveladoras, de llamas de cobre, mareas, marismas y ecos… memorias de sonidos últimos.

Tormenta transparente no es un espacio, es el vórtice sereno desde el que se desata la corriente del amor y el desamor, de la llegada y la ausencia. Es la nube en la que se expande una voz interior que se va agrandando pero nunca llega a derramarse, “sino que su esqueleto de seda arde inmóvil”.

Javier Lostalé, una voz plena y hondamente honesta, depara con estas páginas a los amantes de la poesía unos versos limpios, sabios y llenos de resonancias. Sugerente, intimista, clásico, alejado de artificios, acerca al lector un denso mundo no invisible, sino transparente.  

miércoles, 25 de enero de 2012

Los ondulantes, de Fredric Brown



A veces en la ciencia ficción hay historias que mezclan el futuro (las sociedades más modernas), con el pasado (las sociedades tradicionales). Son historias con un encanto especial. Se me ocurren varias. La primera, la más grande, La tierra permanece, de George Stewart, en la que hay un cataclismo y los supervivientes tienen que organizar la vida desde cero (una de las grandes novelas del siglo XX, de la que habría que hablar por separado). Pero también están la preciosa Estación de tránsito, de Clifford Simack, con ese hombre que tiene cientos de años y vive como un campesino en una granja cerca del Misisipi, o el último cuento de las Crónicas marcianas, de Bradbury, con esa familia de autómatas, que ha perdido a su fabricante y viven solos en Marte sin saber que son autómatas, o Si te olvidase, oh, Tierra, de Arthur Clarke, esa preciosidad en la que un niño mira con nostalgia la Tierra desde la Luna, donde vive, o el último que he leído, Los ondulantes, de Fredric Brown, un cuento grandioso, en el que hay una invasión de seres invisibles, ondas, que se alimentan de electricidad, con la que llegan a acabar, y por ello la humanidad tiene que volver a una época pre-eléctrica, y que acaba con ese periodista-narrador que añora los relámpagos (ya no hay, pues esos seres los consumen antes de que descarguen). Hay una atmósfera poética en esas historias que muy pocos narradores han conseguido.

lunes, 23 de enero de 2012

Poetas que vale la pena conocer: Mark Strand


Mark Strand nació en Príncipe Edward Island Canadá el 11 de abril de 1934. Recibió una licenciatura en artes en el Antioch College de Ohio en 1957 y asistió a la Universidad de Yale, donde fue galardonado con el premio Cocinero y el Premio Bergin. Después de recibir su título de Bellas Artes en 1959, Strand pasó un año estudiando en la Universidad de Florencia con una beca Fulbright. En 1962 recibió su título de maestría de la Universidad de Iowa.

Es autor de numerosas colecciones de poesía, Man and Camel (Knopf, 2006); Blizzard of One (1998), ganadora del premio Pulitzer; Dark Harbor (1993); The Continuous Life (1990); Selected Poems (1980); The Story of Our Lives (1973); and Reasons for Moving (1968).

American poets.org




EATING POETRY

By Mark Strand

Ink runs from the corners of my mouth.
There is no happiness like mine.
I have been eating poetry.

The librarian does not believe what she sees.
Her eyes are sad
and she walks with her hands in her dress.

The poems are gone.
The light is dim.
The dogs are on the basement stairs and coming up.

Their eyeballs roll,
their blond legs burn like brush.
The poor librarian begins to stamp her feet and weep.

She does not understand.
When I get on my knees and lick her hand,
she screams.

I am a new man.
I snarl at her and bark.
I romp with joy in the bookish dark.




COMER POESÍA

La tinta se expande por las comisuras de la boca.
No hay felicidad comparable a la mía.
He estado comiendo poesía.

La bibliotecaria no da crédito a lo que ve.
Tiene los ojos tristes
y camina con las manos pegadas al traje.

Los poemas han desaparecido.
La luz es tenue.
Los perros están en las escaleras del sótano y suben.

Sus globos oculares giran,
Sus doradas patas arden como la maleza.
La pobre bibliotecaria empieza a  patear y a llorar.

No entiende nada.
Cuando me arrodillo y le lamo la mano,
grita.

Soy un hombre nuevo.
Le gruño y le ladro.
Me revuelco de alegría en la libresca oscuridad.

                  Traducción: José Miguel Junco


viernes, 20 de enero de 2012

Literatura adolescente y rito inciático


Ha muerto José Luis Martín Vigil. Mejor sería decir murió, porque el óbito se produjo hace casi un año,  aunque no haya trascendido hasta hace pocos días.
Al margen de la polémica levantada por la forma en que Luis Antonio de Villena glosó al escritor desaparecido, me gustaría dedicarle mi primer post en este blog a esta pregunta que tiene que ver sólo lateralmente con Martín Vigil: ¿Existe la literatura para adolescentes? Sin duda sabemos señalar qué es literatura infantil. Algo más complicado resulta hacerlo con la juvenil. Pero, si queremos darle un perfil a la literatura adolescente, los límites se resisten a la nitidez.
Martín Vigil se hizo famoso por sus novelas para adolescentes, o que encontraron entre ellos su público más entregado. Yo leí en el momento adecuado, mis 17 años, un par de ellas, la más famosa, “La vida sale al encuentro”, y otra que no figura en su biografía en la Wikipedia, “Primer amor, primer dolor”, seguramente por lo mala que era. Lo cierto es que tampoco me gustó la primera citada. Yo ya andaba liado con la literatura de adultos, aunque no entendiese la mitad de lo que leía, pero, sobre todo, había elegido mi novela de adolescencia un par de años antes (dos años es toda una vida a esas edades). Esa fue, debo confesar aquí, “Edad prohibida”, de Torcuato Luca de Tena. La leí muchas veces, especialmente cierto pasajes.
(Característica primera de la literatura para adolescentes: es excluyente. Nadie  puede tener dos novelas de adolescencia. Es lógico: un rito iniciático se pasa sólo una vez)
Afortunadamente, aquello se me pasó pronto, pero hay quien ha querido escuchar en mi “Más lo siento yo” ecos de "Edad Prohibida". Seguramente tengan razón.
La literatura de adolescentes, me atrevo a decir, cumple, o cumplía, el papel de sustituir el rito iniciático que la sociedad moderna ha perdido. Hay remedos, como la tontería de la fiesta de graduación o, antes, la costumbre bárbara de llevarse de putas al adolescente masculino. De hecho,  los padres urbanitas de mi generación, pero sobre todo de las siguientes, no terminamos nunca de ver a nuestros hijos como adultos. No es de extrañar que sean  ellos, los propios chicos y chicas los que se inventen sus propias pruebas para sacarse el “carné de adulto”, normalmente equivocadas: la primera borrachera, el primer porro…
(Característica número dos: como en los cuentos, como en los mitos, los protagonistas de la novela de adolescentes pasan por una serie de pruebas por las que abandonan la isla segura y feliz de la infancia y desembarcan en el territorio desconocido de lo adulto)
Me parece, no obstante, que ese papel iniciático se lo está robando el cine a la literatura desde hace muchos años, especialmente el estadounidense (recordemos “American Graffitti”).  De hecho, la última novela de adolescentes española que recuerdo es “Historias del Kronen”, que rápidamente se convirtió en un éxito cinematográfico, ambas cosas ante el asombro de la crítica. Lo mismo que le ocurrió en su momento al propio Martín Vigil.
(Característica número tres de esta literatura es que sus valores, ajenos al estilo o la calidad, no son comprendidos por los adultos, porque el principal de ellos es que sabe vibrar en la misma longitud de onda que los jóvenes de una determinada generación. Por eso, si una novela de este tipo triunfa, se convierte en una referencia generacional. Ha sido así desde “Werther”)
Me gustaría saber si hay alguna novela para adolescentes que triunfe hoy y que cumpla con estas características. He preguntado a mis hijos y me dicen que no pero, claro, ellos ya dejaron de serlo.

miércoles, 18 de enero de 2012

El corazón de Dios, de Carlos Pujol


Cuántos magníficos libros silenciosos hay en los estantes de las librerías. Libros de los que nadie habla, tapados por los de los figurones. Libros que esperan la llegada de un lector solitario que se pare a escucharlos. Así este El corazón de Dios, de Carlos Pujol (Cálamo, 2011), que se cierra con estos dos endecasílabos:

“Claro que un día resucitaremos,
pero ahora, esta noche, ¿no es posible?”

Pequeño diccionario de Tediato


Pequeño diccionario de Tediato (1)




alcantarilla. Estrato subterráneo de la civilización más avanzada. En ella se acumulan las huellas más características de la humanidad: heces, vómitos, deyecciones, orines, excrementos y otros productos y derivados primarios del ser humano. La leyenda dijo alguna vez que en las alcantarillas de Nueva York todas estas cosas adquirían forma de cocodrilos.

 

amigo. Animal cuaternario en proceso creciente de extinción. Nace sin intereses, crece con las adversidades, se afirma a pesar de los fracasos y, en cierto sentido, nunca muere. Por desgracia, y al contrario de la clase zoológica del enemigo, no es especie protegida.


armonio. Miembro de la legión satánica musicalmente armado.


bolígrafo. Cómplice pasivo de incoherencias y majaderías como esta que está usted leyendo.


cerdo. Mamífero admirable por su carencia absoluta de escrúpulos y prejuicios. Dentro del amplio abanico de la Creación, lo más parecido a un cerdo es otro cerdo.


contontonearse. Hacer el imbécil sinuosamente.

cosa. Medida de todos los hombres. Protágoras de Abdera le dio la vuelta a esta gran verdad por una apuesta con Heráclito de Éfeso, quien tuvo que alterar, por el mismo motivo, su primigenio aforismo que rezaba: “Las cosas son en padre y rey de todas las guerras”.


desesperración. Manifestación especialmente intensa de desazón en los cánidos.

 

dos. Los que acaban discutiendo a pesar de que uno no quiera.


esqueje. Vegetal heterodoxo y cismático.

 

estaca. Argumento irrebatible que esgrimen contundentemente quienes carecen de argumentos.


felicidad. Estado de plenitud anímica absolutamente incompatible con la honradez.


gotera. Llanto pertinaz de un grifo que se queda solo. Suele acentuarse por la noche.

grupo. Conjunto de individuos que no están de acuerdo.


hablar. Manifestar sin tapujos nuestras equivocaciones.

 

hombre. 1. Máxima creación de los dioses en un día de sublime borrachera. 2. Eslabón zoológico de donde procede el mono (véase “mono”). Los naturalistas han invertido sabiamente el proceso para evitar que la connatural indolencia y alegría de los monos devenga en desesperado holocausto suicida al verificar lo horrible de su origen. Algunos monos que llegaron a averiguarlo fueron internados en secreto en los sótanos de un sanatorio psiquiátrico jamás revelado, enviados al espacio o sobornados por sombrías potencias secretas para que actuasen con el mayor disimulo.


huy. Interjección que profiere una mujer cuando derrama un vaso sobre la mesa. Cuando el vaso es derramado por el marido, la exclamación adquiere la variante “inútil”.

 



ingato. Felino desagradecido.


 

intruso. El que, a diferencia del resto de la humanidad, que cree agradarnos con su incómoda compañía, no pide permiso para molestarnos.



jamón. Momia parcial y comestible, perteneciente al cadáver de un cerdo (véase “cerdo”), cuyas restantes partes han recibido una mortaja menos noble, generalmente la de su propia tripa.


jejemplo.Recurso didáctico y argumentativo que suscita la hilaridad.

 

jejercicio. Actividad física o intelectual que se realiza entre carcajadas.


 

                                             Tediato



 

lunes, 16 de enero de 2012

Hambre, de Knut Hamsun


En un periódico leo una información sobrecogedora referida a nuestro país: “Desde el comienzo de la crisis [en el cuarto trimestre de 2007] los hogares que no perciben ningún tipo de ingreso, indicador indirecto de la pobreza más extrema, han aumentado un 120%, hasta 265.000”. Y siento la necesidad de dejar la lectura en curso y releer Hambre, del premio Nobel de Literatura de 1920 Knut Hamsun. Quizás ninguna como esta obra y nadie como este escritor noruego -maldito, como Céline, por sus postreras simpatías por los nazis- para acercarnos a lo que significa la miseria en un país desarrollado.
La novela está escrita en 1888, ambientada en Cristiania (Oslo), y narra, en primera persona, las peripecias de un periodista, quien, sin trabajo a pesar sus continuos esfuerzos por conseguirlo, se ve abocado a la más de las terribles miserias, hasta llegar literalmente al borde de una muerte por inanición. Sólo de vez en cuando consigue que uno de sus artículos sea aceptado en la redacción de algún periódico y consigue así algo de dinero para sobrevivir, pero de nuevo vuelve a la miseria y al hambre. Sus denodados esfuerzos por seguir escribiendo, por mantener su orgullo y dignidad y no saltarse la ley resultan heroicos y conmovedores. Y si el hambre es terrible en todas las condiciones, tal vez alcance su mayor horror en una ciudad del mundo occidental y desarrollado, en medio de la opulencia y la insolidaridad de unos semejantes que miran con desdén, cuando no con evidente animadversión, al que se muere de hambre. Es tal la crueldad, que no sólo los pudientes se desentienden del mendigo, sino los propios menesterosos hacen burla del indigente. La novela, que por lo que parece está basada en una experiencia del propio escritor, resulta creíble a más no poder. La deriva del protagonista hacia la más horrible soledad y miseria, el continuo devaneo con el delirio y la locura están narrados con un detalle que sobrecoge. Hasta el amor de la mujer se muestra esquivo cuando reconoce la pobreza del amante.
En un momento determinado de la narración, el protagonista, agobiado por una situación que nunca había imaginado padecer, reflexiona:
Si se lo contara a alguien, no me creería, y si lo escribiera, dirían que lo he inventado.

En estos tiempos de crisis, cuando en las llamadas ciudades civilizadas y desarrolladas crece por miles el número de personas abocadas a la miseria y a la insolidaridad, es necesario volver a leer este espléndido libro que conjuga la denuncia con la mejor de las literaturas.

viernes, 13 de enero de 2012

Literatura y cine: Muerte entre las flores


Muchas veces se ha dado la conjunción entre la literatura y el cine, normalmente a través de adaptaciones de novelas a la gran pantalla, pero muy pocas son las veces que podemos hablar de alguna película que esté, como mínimo, a la altura del libro en el que está basado. Aún más escasas son las ocasiones (si las hay) en que nos podamos aventurar a afirmar que la película es mejor que la novela en la que se basa. De hecho, ahora mismo sólo puedo pensar en El Resplandor, que en opinión de muchos (y en la mía propia) la película de Kubrick mejora notablemente la novela de Stephen King. Pero de este tándem ya hablaremos otro día, que seguro que levanta muchas ampollas.


Hoy me interesa hablar de una película que, en mi opinión, sí mejora en calidad a la novela de la que parte, aunque es un caso un poco tramposo ya que se trata de una adaptación muy libre. Me estoy refiriendo a Muerte entre las flores (Miller´s crossing) de los hermanos Coen y la novela La llave secreta, de Dashiell Hammett. Y digo que supera a dicha novela, no sólo porque la sensación final conseguida en la película de los Coen es de una redondez sublime, sino porque además, la novela de Hammett es una de las más flojas, con un desarrollo bastante enrevesado y una culminación demasiado débil.

La genialidad de los Coen se hace patente al ser capaces de coger una novela como La llave de cristal y sacarle el potencial que tenía la historia para conseguir un desarrollo perfecto, un ritmo pausado y elegante  y una culminación de las que pasarán a la historia del cine. Y es que los Coen ni siquiera respetan los personajes que existían (desdibujados) en la novela, sino que crean unos nuevos mucho más definidos, con caracteres estrambóticos, como el del patético gangster Jhonny Caspar, o el perfecto héroe/antihéroe Tom Reagan, interpretado magistralmente por Gabriel Byrne.

De hecho, los hermanos Coen rizan un poco más el rizo y no sólo se basan en La llave de cristal, de Hammett, sino que también se inspiran en otra novela del mismo autor, Cosecha roja, para captar el ambiente de caos y destrucción creado por el personaje de Reagan.

En definitiva, nos encontramos ante una de esas raras ocasiones en las que podemos decir que la película supera con creces la novela en la que se basa.

Aunque esto es solo mi opinión personal. ¿Qué opináis vosotros? ¿Conocéis alguna otra película que supere al libro? Por favor, que nadie diga La historia interminable porque llegaríamos a las manos.

jueves, 12 de enero de 2012

Antón Castro: paisajista

Fotografía de Aloma Rodríguez
Conocí a Antón Castro el 14 de julio de 2008 en Hotel Kafka, con motivo de la presentación del libro colectivo de relatos La España que te cuento, una edición a cargo de José Ovejero, publicada por Funambulista.
Tengo delante la página de mi ejemplar con las dedicatorias de los participantes en aquel acto: José Ovejero, Luisgé Martín, Mercedes Cebrián y Antón.
Esta página de dedicatorias es en sí una anécdota: provocó un intenso debate entre los presentes acerca de la “dedicación” de cada autor al acto de la firma de ejemplares. El debate fue suscitado precisamente por la intensidad que Antón vuelca en ese brevísimo instante compartido con el lector que queda estampado para siempre.
Esta dedicatoria de Antón (como otras posteriores) es un despliegue de arte y humanidad. Me dibujó un árbol de la palabra y al lado escribió unas frases entrañables, que transmiten lo que él había observado en mí y, como suele suceder con los buenos retratistas, revelan tanto o más del autor que del personaje. Sus palabras descubrían al hombre cálido y generoso que desde ese día he tenido el privilegio de conocer más a fondo.

Si como autor Antón Castro me fascina, hay otra faceta suya que me hipnotiza: la de comunicador.

Adicta a su blog desde hace mucho tiempo, gracias a uno de sus post supe que acudía a Madrid en visita relámpago para presentar a Cees Nooteboom en el Círculo de Bellas Artes. Cambié mis planes para no perderme el acto, del que nació un relato, que comencé con una anécdota que Nooteboom compartió sobre su afición a la jardinería.
Al finalizar esta anécdota, yo escribía:
Nooteboom se había hecho acompañar  por Antón Castro, un virtuoso de la jardinería de la palabra, que cuando traza los contornos de la literatura nos regala sus habilidades de paisajista prodigioso.

El jardinero-escritor Antón me transmite momentos de emoción tan intensa que merecen de por sí un post aparte; el paisajista, el comunicador al que está dedicado este texto, es incomparable. Basta para ilustrar su talla una anécdota que me contaron otros escritores de él: en una de sus visitas a Lima, mantuvo varios encuentros con estudiantes peruanos de literatura. Antón ofrecía un programa completamente abierto, esto es, sesiones a la medida de los intereses de los participantes; los estudiantes proponían sobre el terreno, al inicio de cada encuentro, uno o varios autores sobre cuya obra querían debatir… y Antón conocía y había leído textos de todos los que le mencionaron… Me pregunto quién, en el abarrotado escenario de la literatura contemporánea, podría asumir un reto semejante.

Decía que soy adicta a su blog, pero también lo soy de su Borradores, un programa sobre todas las facetas de la cultura aragonesa (sin olvidar eventos, exposiciones, autores o proyectos del exterior, como reza su presentación en la página oficial), que se ha venido emitiendo los martes en Aragón TV en late night, y que finalizará la próxima semana.

Quien no lo haya visto nunca, tiene aún una oportunidad para disfrutar del Antón paisajista, conocedor de la jardinería de la literatura, de la fotografía y las artes, y anfitrión cercano, atento y sensible a la obra de los jardineros a los que invita a mostrarse.. Borradores emitirá su último programa el 17 de enero, a las 23,55, en Aragón TV y es posible seguirlo en directo por Internet.

Después del martes 17, nos quedará el rastro de su actividad en youtube, a la espera de que tiempos mejores nos devuelvan nuevos contenidos y las palabras de bienvenida de Antón y su expresión atenta y receptiva, que nos da la medida del humanista para el que cada palabra es una aventura irrepetible.


Fotografía de Aloma Rodríguez.

miércoles, 11 de enero de 2012

Alce Negro habla



Alce Negro habla es un gran libro religioso, en el sentido en que lo son, por ejemplo, las memorias de Jung: libros que buscan el sentido de la vida (Jung interpretando un sueño tras otro, Alce Negro sus visiones). Igual que lo busca ese otro gran, extraordinario, libro religioso El hombre en busca de sentido, del psicólogo Viktor Frankl, sobre su experiencia en Auschwitz.

Alce negro habla son los recuerdos de un guerrero-chamán sioux contados a un poeta americano llamado John Neihardt en 1932, que prácticamente empieza con la gran visión que tuvo con 9 años (¡9 años!), visión de contenido religioso (minuciosamente descrita, muy compleja) alrededor de cuyo recuerdo giró toda su vida (tratando de entenderla, de explicársela a sí mismo y de reproducirla en el mundo físico, pues él entendía que en ella se indicaba cómo se podía salvar su pueblo, algo que nunca consiguió). Desde niño vive la tragedia del enfrentamiento con el hombre blanco, o sea, la desaparición de su cultura. Es testigo de la batalla de Little Big Horn, donde los indios aniquilan a Custer y su séptimo de caballería (combate en ella, a pesar de su corta edad). También es testigo del asesinato de Caballo Loco, que era primo suyo. Y de la matanza de Wounded Knee. Es un testimonio muy triste, porque va viendo cómo su pueblo va perdiendo todo frente al hombre blanco (qué amargura en Wounded Knee). Participa en el espectáculo de Búfalo Bill, que lo lleva por Europa, donde Alce Negro pasa tres años, tres negros años. Conoce y habla bien de Gran Madre Inglaterra (la reina Victoria). Poco antes de volver tiene una experiencia de viaje extracorporal a su poblado (aunque es espontáneo, es decir, sin ayuda de agentes vegetales, recuerda el viaje de Miguel de la Quadra Salcedo durante una sesión de consumo de ayahuasca en el Amazonas, viaje en el que va a su casa y en el que todo lo que ve es verdad, como comprobará después, cuando vuelva; a Alce Negro le pasa igual). Con cerca de 20 años se decide a actuar de chamán para ayudar a su pueblo, pues sabe que la gran visión le llenó de poder. Tras una ceremonia que trata de reproducir una parte de la gran visión, se siente con fuerzas para ejercer de sanador. Toda su vida trata de ayudar a su pueblo. No da importancia a las experiencias individuales, personales. Solo da importancia a lo que tiene relación con su pueblo (de hecho, deja de contar su vida a partir de los 30 o 40 años, y vivió 87. Es como si a partir de que comprende que no puede hacer nada por su pueblo, su vida acaba. Sigue viviendo individualmente, pero su “Vida” ha acabado).

Un episodio interesante de los que cuenta es el del Mesías indio. Aparece un indio en California que se declara hijo de Dios y que dice que va a salvar a los indios que le sigan. Naturalmente, fracasa, pero los indios no se sienten engañados. Estaría bien estudiar este episodio.

A lo largo del libro dice varias veces aquello de “Hoy es un buen día para morir”, que dice el abuelo de Jack Crabb en Pequeño Gran Hombre, magnífica película y mejor novela (de Thomas Berger) que quizá le debe mucho a este libro de Alce Negro. En la película un día el abuelo tiene un sueño y Crabb-Hoffmann se lo interpreta como que es invisible para los blancos. El abuelo acepta con júbilo esa interpretación y se pasea como si realmente fuese invisible por el campamento durante un ataque de los soldados blancos. Y no le pasa nada. También Alce Negro cuenta cómo en una batalla se expone sin miedo varias veces al fuego de los soldados y a pesar de que es un blanco fácil no le aciertan.

Cuenta Little Big Horn como Fabrizio del Dongo Waterloo. Ve cosas sueltas, pero no tiene una comprensión global de lo que pasa. Hay mucho polvo y a veces solo ven siluetas a las que ataca para después comprobar que eran de los suyos. Cuenta un episodio que él considera gracioso: un soldado se hace el muerto y varias mujeres indias lo desnudan para robarle todo. Entonces descubren que no está muerto. El soldado se levanta y trata de recuperar sus cosas. Las mujeres luchan con él y lo acaban matando.

El discurso final es de una belleza máxima. Neihardt, que estuvo varios días escuchando los recuerdos de Alce Negro, le acompaña a una cima sagrada y asiste a una oración que el anciano le dirige al Gran Espíritu. Una oración, o una meditación, bellísima, en la que Alce Negro se despide de la vida reconociendo que ha fracasado en su tarea de salvar a su pueblo. Cuánta melancolía hay en ese final.


Editorial: Olañeta
Palma de Mallorca, 1984





lunes, 9 de enero de 2012

Tejidos y novedades, de Cristina Grande


Para valorar la calidad de los relatos, críticos y especialistas establecen como criterio preferente la intensidad, cualidad que condensa la densidad de emociones, de impresiones, la multiplicidad de los niveles de lectura… La inclusión de los relatos de Cristina Grande en renombradas antologías no deja lugar a dudas sobre la maestría que alcanza su intensidad.

Pero para valorar la prosa de Cristina Grande hay que ampliar el abanico de criterios, porque sus textos tienen cualidades tan meritorias, como raras de encontrar. Entre ellas es imprescindible destacar la temperatura de su narración y su afinidad con el lector. La temperatura atañe al momento y la distancia elegidos para contar la historia, a la posición del narrador que habla cuando la historia se degusta en todos sus matices, y la afinidad con el lector se manifiesta en el impulso incontenible que experimenta éste de responder al relato como si acabase de escuchar las confidencias de un interlocutor cercano.

Con Tejidos y novedades, que reúne los dos libros de relatos de Cristina Grande: La novia parapente y Dirección noche y a los que se han añadido siete relatos más, es imposible limitarse a leer.  El lector se convierte en un confidente, casi un personaje en la indescifrable frontera que separa la ficción de la realidad.

viernes, 6 de enero de 2012

El tercer policía, de Flann O´Brien


Seguramente, En nadar dos pájaros (Ed.Nórdica, 2010) es la mejor novela del escritor irlandés Flann O´Brien (Strabane, Tyrone, 1911- Dublín, 1966); pero El tercer policía ( Ed.Nórdica, 2006) no le va mucho a la zaga. Desbordando imaginación y un humor delirante, es otro ejemplo de la buena literatura que practicó este casi desconocido irlandés, contemporáneo de James Joyce, quien, se dice, lo leía con deleite. (En otra de las novelas de O´Brien, El archivo de Dalkey, éste -Joyce- aparece como uno de los protagonistas.)

Pensando en el potencial lector, siempre he sido reacio a desvelar las tramas. Basta decir, al respecto, que ésta comienza de una manera digamos clásica y lineal, cuando el protagonista, instigado por un ambicioso y oscuro socio llamado John Divney, es empujado a la ejecución de un ominoso crimen. Pero entonces todo se descabala (incluido la narración) y aquel protagonista, que se olvida de su propio nombre y sólo parece tener recuerdo del objeto de su ambición, se ve inmerso en otro universo que llega a diferenciarse del ordinario incluso en la forma de transcurrir el tiempo, en las dimensiones -dos espaciales en lugar de las tres habituales – y en una extraña materia, el ómnium, de mágicas cualidades.  Todo lo que ocurre allí está teñido de fantasía, humor y una lógica aplastante que se aplica de manera implacable y que lleva a nuestro protagonista al borde de la muerte. Elemento fundamental en ese mundo es una comisaría y unos policías (tres: el sargento Pluck, un segundo agente de nombre MacCruiskeen y un tercer policía, llamado Fox, y que siempre está ausente). Mientras el sargento Pluck está obsesionado con las bicicletas, MacCruiskeen se dedica a realizar extrañas medidas y anotarlas en una libreta negra. Fox, el tercer policía, será al final la llave para desvelar buena parte de los enigmas que atormentan al protagonista.

Muchas son las secuencias fantásticas y llenas de humor que comparte éste con los policías -incluyendo el descubrimiento del misterioso ómnium-, pero de entre todas ellas no podemos dejar de anotar aquí la célebre Teoría Atómica del sargento Pluck. Según esta teoría -que, de paso, tomó sin duda O´Brien del célebre y divertido Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy de su compatriota Laurence Sterne-, la continua fricción del cuerpo del ciclista con la bicicleta obliga a un continuo intercambio de átomos entre uno y otra, hasta el punto de que después de un largo tiempo de contacto hay una proporción de ciclista que se ha transformado en bicicleta y viceversa.
Se sorprendería usted del número de gente por estos andurriales que son mitad persona y mitad bicicleta a causa del intercambio de átomos -dice el sargento Pluck-. Y le dejaría pasmado el número de bicicletas que son mitad humanas, casi medio personas, y que casi forman parte de la humanidad.

Naturalmente las consecuencias de todo esto no son solo materiales, sino morales y jurídicas. Así, al sargento Pluck le preocupa el que algún día las bicicletas pudieran exigir el derecho de voto en el Parlamento o el quebradero de cabeza que pudieran ocasionar a los jueces su media parte humana. Para ilustrarnos nos cuenta que habiéndose en cierta ocasión juzgado a un ciclista, y habiéndole hallado culpable de un crimen, al final se decidió colgar a su bicicleta, al comprobar que ésta tenía mayor proporción humana que el propio ciclista.

En fin, muchas otras cosas inteligentes y divertidas comentaríamos de este excelente libro, pero creo que por el momento es suficiente para alentar a su lectura.

Otro día tal vez hablaremos de las teorías físicas que subyacen en El tercer policía y que en parte, y sobre todo en Estados Unidos y a consecuencia de la búsqueda de explicaciones a la serie televisiva Perdidos, ha sido parte de su rescate del olvido. Pero, mientras tanto, lo que me gustaría dejar claro es que, en mi opinión, las virtudes de Flann O´Brien y El tercer policía no están en sus conocimientos físicos y/o anticipos de recientes teorías (las supercuerdas, el pronóstico de nuevas dimensiones espaciales, los universos paralelos) sino en su indudable calidad literaria.