lunes, 24 de octubre de 2016

Islas Floridas

Por Luis Junco


Coincide nuestra vuelta a las islas por unos meses con la lectura de unos párrafos muy afortunados de Cunqueiro:

¿Nunca has oído hablar de las islas de la primavera perpetua? Te embarcas para ellas, llegas a mediodía, y allí moras feliz, el cuerpo sano, luengos años, siglos más bien. El agua de una fuente prodigiosa te mantiene en la perfecta edad, que son los treinta y tres años, según toda la escuela de Alejandría y los neoplatónicos florentinos.

Solamente te es permitido el amor continente, y los banquetes vegetarianos. Lees, paseas, escuchas música, juegas a los bolos, duermes con la cabeza apoyada en un haz de lirios, conversas con las ninfas, ves las puestas de sol, no necesitas gabán, y no hay tuyo ni mío. En Irlanda se discutió si habría, al menos, propiedad de la ropa interior y de los pañuelos de nariz, pero el asunto quedó para tema de concurso, y no he recibido noticia de lo resuelto. Los eruditos en islas de etena juventud, o Floridas, coinciden en tanto como la virtud del agua de la fuente de Juvencia, es necesario para la perpetua primavera corporal que el humano abandone todo apetito sensual y se dedique a perfeccionar un único sueño, que lo habitará todo. Así como los cartujos de Parma andan diciendo por su huerta eso de "morir habemos", los floridos andan diciendo en voz alta su sueño, hasta que llegan a verlo de bulto, como en retablo, o en paso de figuras vestidas, como en el teatro.


(De Un hombre que se parecía a Orestes, de Álvaro Cunqueiro.)

lunes, 17 de octubre de 2016

Viaje a ninguna parte, de Eva Figes

Por Emilio Gavilanes

A menudo nos hemos preguntado si hubo judíos en Alemania que escaparon a los campos de concentración. Esta es la historia de uno de ellos. De una mujer, Edith, que se crio en un hospicio, sin familia, y que pasó casi toda su vida sirviendo en casas de judíos adinerados.

La autora, Eva Figes, cuenta cómo en el año 1933, cuando Hitler llega al poder, siendo ella una niña, escapa de Alemania con su familia, una familia judía burguesa, para instalarse en Inglaterra, y cómo entre la gente que dejan atrás está esta Edith, una de las mujeres que servían en la casa, de la que no vuelven a saber nada hasta 1947, dos años después de acabada la guerra, en que les escribe preguntándoles si podría volver a servir en su casa. La familia la acepta y Edith viaja a Londres. Para entonces la narradora es una chica de 16 o 17 años, muy curiosa, que cuando vuelve de clase y se encuentra a Edith sola en casa le pregunta cómo fue su vida desde que ellos dejaron Berlín. Así nos enteramos de su periplo, que no debió de ser muy distinto del de otros muchos judíos: trabajo en casas y en negocios de alemanes no judíos, internamiento en una judenhaus, trabajo como mano de obra esclava en una fábrica, huida, clandestinidad, búsqueda diaria de un lugar donde esconderse… Así hasta que llega el final de la guerra y Edith, libre, no sabe qué hacer. Solo sabe que no se quiere quedar en Alemania (los judíos alemanes, en general, no quisieron quedarse en Alemania). Entonces se encuentra con una antigua compañera de hospicio que la convence para ir a Palestina. Y a partir de ahí algunas de nuestras ideas sobre los judíos (como que los judíos formaban un bloque homogéneo, mucho más al acabar la guerra, cuando desaparece el enemigo nazi) se revelan simplonas y quedan desbaratadas. El mapa de los odios y las filias se revela mucho mucho más complejo, pues nos enteramos de que los judíos sionistas que viven como colonos en Palestina odian a los judíos alemanes casi tanto como los nazis. Que los judíos alemanes odian a los judíos polacos. Que los judíos del este de Europa no pueden volver a sus lugares de origen porque les han arrebatado todo y nadie les quieren allí… Hay odios cruzados en todas direcciones. “Todos se odiaban”, dice Edith. Y es allí, en Palestina, con este panorama,  cuando Edith se acuerda de la familia a la que sirvió y les escribe pidiéndoles volver a trabajar para ellos.

La experiencia de Edith en Palestina da pie a la autora –es uno de los grandes puntales del libro- para hacer un alegato en contra de lo mal que se administraron esos territorios. Para ella hay dos villanos destacados: Estados Unidos, que impidió la inmigración de los judíos desplazados por la guerra imponiendo restricciones muy severas y favoreciendo la emigración a Palestina (lo que agravó el problema demográfico de la zona), y los judíos sionistas, que colonizaron aquellos territorios y se comportaron, según ella, como nazis con la población árabe autóctona.

En este libro, que nos rompe muchos esquemas, no faltan escenas chocantes, inesperadas, como esa gente que busca protección de un bombardeo en un refugio antiaéreo y las bombas revientan las cañerías de la edificación haciendo que todos mueran ahogados en el refugio. O esas manos anónimas que en las apreturas del tranvía dejan en los bolsos de las mujeres judías (fácilmente reconocibles porque llevan la estrella de David cosida en la ropa) una manzana o alguna otra cosa de comer. O esos nazis que ayudan a judíos, no solo a cambio de dinero, sino a cambio de un testimonio favorable para cuando lleguen los aliados. O esos prisioneros extranjeros que han trabajado como esclavos y que hacia el final de la guerra quedan libres porque los jerarcas nazis huyen y ellos los buscan para abuchearlos…

Algunos de los mejores relatos de aventuras de los siglos XVI y XVII están en las crónicas de Indias (plagadas de infortunios y adversidades en que se vieron envueltos sus protagonistas sin pretenderlo), y algunos de los más grandes relatos de aventuras del siglo XX se encuentran entre las memorias de los judíos que sobrevivieron a la persecución nazi. Son relatos llenos de peripecias, no en un sentido amable. festivo, de novela juvenil. Más bien lo contrario, llenas de sufrimiento, de emoción, de conocimiento del alma humana y de reflexión sobre la vida.


Edith viajó a Londres, pero allí la familia que la empleó no le dio el trato cercano que ella esperaba y se convirtió una simple sirvienta. No tardó en irse y desaparecer. El libro es una metáfora de casi cualquier vida. De la soledad absoluta que acompaña a toda vida y del olvido en que se hunden todas tarde o temprano.


Eva Figes Viaje a ninguna parte (Barcelona: Edhasa, 2008)

martes, 4 de octubre de 2016

FERNANDO SÁNCHEZ. TÚ ME HAS PREGUNTADO Y NO TE HE DICHO NADA

Por Dativo Donate


Fernando Sánchez (Madrid, 1971) ha peleado con una novela, la primera de su firma, audaz ya desde el mismo título. No es frecuente que se elija como tal una frase coloquial y sin sustantivos. La cubierta del libro carece de ilustración o símbolo que acerque al lector a la trama o al tema. Título y autor en blanco sobre fondo rojo, y nada más. En la contracubierta, un texto inextricable sobre el mundo moderno y el aislamiento, más un exabrupto enigmático.

Fernando Sánchez es mi amigo, lo cual me permite conocer su obra con cierto conocimiento de causa. Con todo, yo no escribiría amigablemente sobre su novela. Quiero decir que si la traigo a este blog, donde tantas obras mayores se repasan, no es por compromiso de amistad, ni por obligaciones amables. La novela que ha escrito no es amable, ni amistosa. Es una audacia dolorosa y además interesante.

Narra una experiencia propia y tremenda. El descubrimiento y efectos de un enemigo: un cáncer de colon. Es una experiencia espeluznante, de las que moldean la vida posterior si se sale bien de ella. Pero eso no basta para recomendar su lectura. Lo que me lleva a hacerlo son otros dos aspectos. Primero, su forma y su coherencia; y en segundo lugar su reconocimiento y su devoción al magisterio de ese enorme escritor que fue Adolfo Martínez, desde su Erótica rural hasta la reciente La sequía, que concluyó y corrigió antes de fallecer en febrero de 2016.

Se ha dicho alguna vez que Adolfo dejó varias novelas, aunque no discípulos, por lo personalísimo de su estilo, su peculiar anarquía narradora y su humor a veces agrio y difícil. Fernando Sánchez no es de origen ni formación rural, ni estudió Derecho y Medicina. Enviado por las circunstancias del funcionariado docente a La Mancha, se encuentra con Adolfo como si se topara con un lugareño que le indicase un camino útil para llegar hasta un rodal de setas. Lo sigue, pues, agradecido; pero a su aire y pensando en sus cosas. A veces nos encontramos con pasajes muy adolfescos, en las reflexiones y particulares relaciones entre cosas muy diversas. Surgen en el libro Chagall, o Hume o el estajanovismo; libremente se enhebra todo mediante la cultura y su vinculación con el mundo circundante, y eso era Adolfo.  Claro que Fernando Sánchez es un madrileño extremo y del Atleti, lo cual basta para marcar profundas diferencias. Diferencias que a veces pueden apuntar similitudes. Si Adolfo escribía con el oído puesto en Gesualdo da Venosa o en Arvo Pärt, Fernando ha crecido entre bandas de rock de prístinos y broncos decibelios. Música de Black Sabbath, Motörhead o de AC/DC, más alguna ocasional incursión del pop digno de respeto. Los cubatas de puticlub se truecan por minis de cerveza o vino asequible en la calle o en el piso de algún colega. El tractor de Adolfo no tiene nada que ver con un instituto de Secundaria.  La prosa de Adolfo discurría en pos de la armonía de las cosas, y en los diálogos esa armonía se propagaba entre los interlocutores; sin embargo, en la prosa callejera de Fernando Sánchez brotan los conflictos a las primeras de cambio. Otras similitudes divergentes se advierten en la presencia de la gastronomía, en Adolfo la rural, en Fernando, la de tasca. En Adolfo, el campo; y en Fernando, la calle. Uno de los momentos climáticos transcurre en un partido del Atleti, en el Vicente Calderón. «Pero dentro, en el campo, a todos se les olvidó lo del cáncer, menos a Enrique, y al cáncer».

La novela tiene como eje un cáncer, sin proponerse un relato alentador sobre la superación de la adversidad. Más bien ahonda en la relación conflictiva de un personaje con su cuerpo, y con el mundo que lo rodea. Habla la novela de Fernando sobre otros cánceres: las personas manipuladoras, los malos docentes (a los que él, como bueno que es, no soporta), los egoístas o la morralla mediática con que se atufa y embota el gusto de las masas. No es Fernando el personaje central, sino un tal Enrique, profesor de Filosofía, a quien observa el narrador con la distancia similar a la de un entomólogo y un escarabajo. Es Enrique quien descubre la enfermedad que tiene y que lo circunda, y quien sufre y se transforma en todo ello.

Estéticamente, Fernando Sánchez elige un estilo ágil y cambiante en múltiples registros para su voz narradora y sus personajes, desde la exigencia humanística o la terminología médica más precisa, al nivel deliberadamente callejero y vulgar. En todo momento se observa su coherencia de estilo con la trama y los sucesos. Por ejemplo, al principio abundan las expresiones escatológicas como motivo, expresión, referencia o tema, que vertebran el libro con insistencia. Se usan para ponderar o para injuriar, para servir como eje de la acción, para ambientar también ásperas escenas que se cuentan como si tal cosa. El lector confuso, casi agredido, pasará por ellas con reticencia y natural desagrado. Hasta que llega un momento en la trama en el que el personaje comprende lo que le ocurre a su cuerpo y la amenaza que se cierne inopinadamente sobre él. A partir de ese momento, esas expresiones se atenúan y se contienen. Sin llegar a desaparecer, se refieren más a los cánceres circundantes y generalmente invisibles, como el fulano que pasea a su enorme perro sin proveerse de una bolsa donde recoger lo que el animal se deja por ahí, leit motiv simbólico que engloba a los negligentes que nos rodean y que empuercan sin necesidad el tránsito ya difícil por la vida.

     Adolfo dejó una obra amplia y fecunda, tanto en lo literario como en lo pictórico. Si su estilo es irrepetible, sus hallazgos bien pueden ser iluminadores. Fernando Sánchez ha tomado de Adolfo esa mano que siempre tendía, para impulsar una obra propia valiente y personal, un descenso a los infiernos que nadie le hubiera indicado, y del cual ha extraído su propia sabiduría y perspectiva hacia las cosas. También una novela brutal.

Dativo Donate, octubre de 2016