lunes, 20 de julio de 2015

De una entrevista a Francisco García Pavón

Por Luis Junco

En una reciente visita a una librería que vende libros segunda mano, compré, a muy buen precio, Cuentos republicanos, Los liberales y Cuentos de amor... vagamente, de Francisco García Pavón. Y como una cosa suele llevar a otra relacionada, a los pocos días exhumé del sótano de mi casa, de entre otros buenos libros discretos que aguardan allí mejores tiempos para una gloriosa resurrección, un volumen con los dominicales del ABC que había encuadernado mi suegro y que contenía una interesante entrevista al escritor manchego.

El suplemento tenía fecha de noviembre de 1973 y en el formato de la sección, que se titulaba "El autor se defiende", varias personas hacían preguntas "incómodas" al autor elegido. En este caso, los que hacían las preguntas a García Pavón eran: la novelista Marta Portal (ganadora del Planeta de 1966), el humorista Mingote, el crítico literario Pablo Corbalán, el poeta y dramaturgo Francisco Tobar, y un joven Francisco Umbral que dos años más tarde ganaría el Premio Nadal con Las ninfas.

Habría que recordar que García Pavón acababa de publicar Voces en Ruidera, una nueva entrega de Plinio; que en 1969 había ganado el Nadal con otra novela la misma saga, Las hermanas coloradas; y que en 1972 TVE había emitido la serie Plinio, basada en el personaje de las novelas, con guión de José Luis Garci y colaboración del autor.

Como la discusión se centró en Plinio, y lo que este personaje pudo significar -bueno y malo- en la obra de García Pavón, entresaco de la entrevista lo que me pareció más interesante.

Por ejemplo, hablando del protagonista, dice García Pavón:

GP: ... todos tenemos en nuestra vida un pequeño héroe, en nuestra familia o entre nuestros amigos. Y en mi infancia lo hubo: era mi abuelo paterno, al que yo admiraba mucho, y que es un poco el personaje central de mis cuentos siempre. Y así me di cuenta de que Plinio es una trasposición literaria de este personaje que tanto importó en mi primera biografía. Luego hay una serie de fábulas y cosas que, naturalmente, obedecen a otra serie de vivencias infantiles. Por ejemplo, el que yo me ocupase de asuntos policiacos pueblerinos estoy casi seguro de que obedece a que había bajo mi casa un estanco cuyo estanquero era un jefe de la Policía municipal jubilado. Este hombre, en los veranos, se sentaba a la puerta del estanco y contaba con gran énfasis a los amigos sus aventuras policiacas, que figúrate tú cuáles eran: el robo de una mula, o no sé qué de de una casa de furcias, o algo así, o de gitanos. Y yo, de chico, estaba allí, porque yo le ayudaba a despachar, oyendo aquello. Y a mí se me metió el son ese. Y este suspense policiaco rural creo que procede de ahí. Y después, sin darme cuenta, transformo el tipo de mi abuelo en Plinio.

(Las preguntas "incómodas" comienza haciéndolas Francisco Umbral):


FU: Bueno, yo pienso que si estos debates se titulan "El autor se defiende", hay que atacar un poco, amistosamente. Así que yo voy a atacarle un poco, amistosamente. A mí, de todo gran autor, lo que menos me suele gustar es su prototipo, su tipo más difundido. No es que a mí no me guste Plinio. Pero sí diré que es lo que menos me gusta de García Pavón. Lo que más me gusta de Paco son los "Cuentos republicanos" y "Los liberales". Creo que ahí está su gran línea. En Plinio nos ha demostrado que tiene una capacidad novelística notable y que ha creado un personaje y este género tan original como es lo policiaco rural. Los grandes valores de Paco, sus enormes valores literarios, son, por una parte, el lenguaje, su castellano admirable, importantísimo, tan importante como puede serlo el de Cela o el de Delibes hoy en la novela. Y luego, ese sentido proustiano-manchego que García Pavón ha tenido en sus "Cuentos republicanos" y en "Los liberales". Creo que Plinio corre el peligro de devorarle, como siempre suele ocurrir cuando se crea un gran personaje. Yo he oído, en El Molino, de Barcelona, decir una vicetiple a otra que era más lista que Plinio, lo cual es maravilloso para el autor, pero seguramente ninguna de las dos vicetiples conoce a García Pavón. Y esto es peligroso. Yo creo que Paco, halagado por la popularidad de este personaje, ha abandonado un poco la línea de "Los liberales" y los "Cuentos republicanos", que me parece la verdaderamente importante.

GP: Yo creo que Paco Umbral tiene muchísima razón en casi todo lo que ha dicho. Porque suele ocurrir en los escritores que todo su obra no es perfecta. Es muy difícil que haya un libro totalmente perfecto. Hay unos trozos. Los valores literarios de un escritor son medibles en un largo catálogo. Lo que pasa es que un día ocurre que hay un tipo de ese escritor en el cual se concita o se reúne una serie de características de él, más o menos felices, que lo simbolizan. Pero yo creo que si hay algún mérito en mis libros, puede ser la descripción de un paisaje o de alguna escena. Es decir, los que han sido mis pequeños méritos como narrador breve. Y creo que, como casi ningún escritor, no tengo ninguna novela completa, porque es muy difícil. Como el público siempre tiende a la concreción, a cada escritor suele caracterizarlo por una cosa. A mí me ha identificado y se me reconoce a través de ese caballero que se llama Plinio. Ahora bien; yo quiero dejar muy claro lo de que yo esté trabajando el Plinio por narices, como cosa industrial. No, no soy capaz de eso. No sé hacerlo. El Plinio, represente hoy lo que represente, cuando sale es que se me cae de la pluma. Por supuesto, yo creo que en Plinio hay muchos trozos y muchas cosas que están ya en mi obra narrativa anterior. Y lo otro no lo abandono. Llevo ya dos años, casi tres, con un libro que se llama "Los nacionales", de cuentos, que es un poco la continuación de los otros dos.

(Tobar García sigue insistiendo):

TG: Yo he pensado muchas veces, y se lo he dicho a GP, que la obra que me llena de una manera total de entre las suyas es "La guerra de los mil años". Y creo que a partir de ese momento, en que el público desconoce prácticamente la obra, ya que no la acepta, la tristeza de GP se hace consciente. Esa tristeza, que no melancolía -y si dije melancolía pido disculpas-, está junto a una fervorosa imaginación que se nervia a una lenguaje tremendo. Pero la obra no se acepta y entonces viene, como una especie de acusación a la sociedad, el personaje de Plinio. Es así como yo lo veo.

GP: No, querido Tobar, no ha sido así. Porque yo empecé con Plinio el año cincuenta y dos, cuando me contaron un sucedido de mi pueblo. Y entonces escribí un cuento, que es uno de los cuentos que mejor me han salido en toda mi vida y que se llama "De cómo el Quaque mató al hermano Folión y del curioso ardid que tuvo el guardia Plinio para atraparle". Lo mandé a la revista Ateneo, le dieron un premio y me dijeron que había encontrado una mina, que había encontrado un tipo de policia español que no lo hubo nunca. Y el caso es que me había salido así, por las buenas, de manera inconsciente. Ni siquiera sé por qué le puse Plinio. Entonces escribí tres novelas cortas, pensando que de verdad era una mina aquello. Se publicó una, "Los carros vacíos" en Alfaguara. Y nada. Nadie se fijó en ella. Hasta que pasaron unos años y entonces se me ocurrió escribir, situándolo en la época actual, "El reinado de Witiza". Fue finalista del premio Nadal y esa novela sí llegó a venderse mucho. Luego vino "Las hermanas coloradas", ya con el premio Nadal. Y Plinio se empezó a difundir. "La guerra de los mil años" es otra cosa. Es el libro en el que yo he puesto más ilusión en mi vida y del que he tenido las mejores críticas y estoy más satisfecho. Pero es un libro que, bueno, al cabo de los años se ha hecho la segunda edición. Es un libro de imaginación completamente y dentro de la técnica literaria actual.

(Por otro lado, Pablo Corbalán hace ver que en Plinio también está ese otro GP de los cuentos republicanos, solo que de manera sesgada):

PC: Yo quería decir que en la obra de GP, en esa serie de Plinio, observo que está, además, el otro aspecto de GP al que Umbral se refería antes. Esta parte, digamos buena, digamos la mejor de GP, que es de la cual nacen sus "Cuentos republicanos"; esas captaciones de vivencias, de recuerdos de una época o de plantaemientos imaginativos a partir de una realidad determinada que es la de su pueblo, la de Tomelloso, o la de otros de la misma región; esa parte, digo, a veces no llega a coincidir, no llega a ensamblarse con la otra. La aventura de Plinio no llega a ser nunca una aventura total, sino una observación muy pausada del desarrollo de unos hechos a los cuales Plinio llega casi sin sorpresa. Y junto a ella están unos cortes transversales en los cuales GP incorpora eso que podría ser la continuación de los CR (cuentos republicanos) y Los liberales, que es la observación de la sociedad, esa sociedad ya un poco fosilizada de los pueblos, y que está, por ejemplo, en el casino de Tomelloso, tantas veces representada en la serie de Plinio; que está en muchos personajes sueltos; que está, más concretamente, en ese señor que ha puesto una cafetería a la orilla de unas de las lagunas de Ruidera... Y esto es lo que muchas veces yo no veo ensamblado con la aventura de Plinio, sino como cortes, y, naturalmente, como todo parte de un mismo ambiente, el resultado no es un resultado fragmentario...

GP: En todo ello hay una razón enorme. Y es que yo nunca me he planteado el problema de hacer novelas policiacas. Porque no entra en mi cabeza escribir novelas de ésas. Entre otras cosas porque no me parece, salvo rarísimas excepciones, un género literario.

(Remata la entrevista de nuevo Francisco Umbral):


FU: Yo quería decir que hay una posible génesis de tipo de novela de aspecto profesional, técnico, literario, que no tiene por qué descartar lo que él ha explicado del personaje de Plinio, trasposición de su abuelo. Paco es un escritor creador de  climas y ambientes, un escritor poco estático, lo cual no es peyorativo en absoluto, empezando porque creo que yo también lo soy. Ha sido y es un gran escritor de relatos cortos donde generalmente no pasa nada, que son los buenos. Es muy posible que haya tenido problemas siempre que se ha planteado la novela larga tradicional, con un argumento continuado. Problemas, por otra parte, ociosos, porque hoy la novela ya no es así ni tiene por qué serlo. Entonces quizá la trama policiaca le ha dado un armazón a esos ambientes, a esos climas, a esos mundos, a esos seres un poco estáticos que él quería recoger. Y ese armazón de lo policiaco le iba mejor que lo dramático, lo dostoievskyano, que él no siente mucho. Y ha utilizado este armazón, que ha sido de alguna manera un recurso muy lícito del escritor, para hacer novelas largas. Dado que hoy la novela no tiene por qué tener esa continuidad narrativa, dramática, sino que precisamente se está haciendo una novela estática, creo que GP podría, con toda libertad, prescindir ya de Plinio y hacer la gran novela de Tomelloso, donde quizá no pasase nada, como hizo Gabriel Miró en las grandes novelas de Polop.

miércoles, 15 de julio de 2015

Phineas Gage. Una historia terrible y verdadera sobre la ciencia del cerebro, de John Fleischman

Por Luis Junco


Phineas Gage era el capataz de una cuadrilla de obreros que en 1848 construía una vía férrea cerca de la pequeña población de Cavendish, en Vermont. En aquellos momentos tenía 26 años, estaba soltero y era un hombre afable, buen trabajador y que fácilmente se ganaba la confianza de sus subordinados. En septiembre, el grupo seguía con el duro trabajo que ya llevaba haciendo desde hacía meses: establecer la base de la nueva vía por medio de la voladura controlada de la cama de roca granítica que había en aquella zona. Con taladros se barrenaban las rocas en precisos lugares, que, rellenos de pólvora negra y arena, eran explosionados para desmenuzar el granito. Con picos, palas, palancas y pequeñas grúas, los trozos eran luego apartados y cargados en carros de bueyes, abriendo así el camino a la futura línea férrea. El propio capataz se encargaba de la voladura. Después de que un ayudante hubiera rellenado el hueco con la pólvora y la arena, Phineas, armado de su bastón de apisonar -una barra de hierro de 6 kg de peso, de poco más de un metro de longitud, de unos 3 cm de espesor y que acababa en punta, como una jabalina-, entraba en acción. Con el extremo grueso del bastón apisonaba la arena contra la pólvora taponando el agujero, y con el aguzado introducía cuidadosamente la mecha hasta la base de explosivo. Luego, tras el preceptivo aviso, prendía la mecha y se alejaba rápidamente. Pero aquel 13 de septiembre algo no salió según lo previsto. Fuera porque el ayudante se olvidara verter la arena en aquel hueco o porque el propio Phineas se distrajo en el último momento, lo cierto es que una chispa provocada por el roce del bastón de hierro con el granito cayó directamente sobre la pólvora y se produjo la explosión. La barra de hierro, convertida en terrible proyectil, salió disparada de entre las manos del capataz, se le metió por debajo de la mejilla izquierda y salió por la frente, por encima de la línea de nacimiento del pelo, para acabar a más de diez metros del lugar. Todo ocurrió en una fracción de segundo.

Unos cuantos hombres que trabajaban cerca fueron testigos del accidente. Dicen que vieron cómo la barra atravesaba la cabeza del capataz, que cayó de espaldas. Rápido corrieron hacia él, y entre el humo de la explosión vieron que Phineas se levantaba y, mientras maldecía, se sacudía el polvo de los pantalones. Tenía la cara manchada de sangre y pólvora, pero insistía en que estaba bien, que no había pasado nada. Pero aquellos hombres sabían lo que habían visto. Engancharon un caballo a una de las carretas e insistieron en llevar cuanto antes a su capataz a la población más cercana para que fuera atendido por un médico.

Sentado al borde de la carreta con los pies colgando por fuera, aún Phineas Gage tuvo la tranquilidad de escribir en su diario de trabajo la circunstancia del accidente y, antes de partir, pedir que le trajeran su bastón de apisonar. Tuvieron que limpiarlo, porque estaba manchado de sangre y restos de masa cerebral.

Ya en Cavendish, Phineas tuvo que esperar casi una hora hasta la llegada del médico del pueblo, el doctor Harlow, que había tenido que salir de la población, lo que hizo sentado tranquilamente en el porche del hotel en el que se alojaba, contándole al hotelero lo que le había pasado, siempre restándole importancia y con tintes de humor. El mismo tono que empleó con el propio doctor Harlow cuando éste llegó y comenzó a examinarlo. El médico no podía creer lo que le decían los testigos del accidente y el propio Phineas; pero no tardó en comprobarlo por sí mismo al rasurarle el cráneo y tener a la vista la terrible herida abierta por el hierro. Parte del hueso del cráneo había desaparecido y otra parte estaba levantada, dejando a la vista el cerebro. En la cavidad bucal se apreciaba otro horrible agujero, por el que el capataz seguía sangrando, y sin embargo en la mejilla izquierda, por donde el bastón había entrado, apenas se apreciaba un limpio corte. Para el doctor John Harlow, aquel hombre tenía que estar muerto.

Sin embargo, Phineas Gage sobrevivió. Seguramente por su fuerte constitución y los cuidados del doctor Harlow, superó el riesgo de la temible "sepsis" de la herida (en 1848 no había antibióticos, ni siquiera se sabía de la presencia y acción letal de las bacterias) y dos meses después del accidente estaba completamente recuperado. Al menos en apariencia, pues, tanto para su familia más cercana -su madre y su hermana-, como para sus antiguos compañeros, el carácter de Phineas había cambiado sorprendentemente. De ser un hombre atento, agradable en el trato, muy considerado en su lenguaje, se había convertido en un ser desagradable, desconsiderado especialmente con las mujeres, y empleando unas palabras soeces y expresiones insultantes que nunca antes le habían escuchado. También el doctor Harlow fue testigo y anotó muchos de estos rasgos del cambio de su comportamiento, pero, obligado por su secreto profesional, los guardó durante más de veinte años. Entretanto, el caso se había difundido en círculos médicos e investigadores, y a principios de 1850, por la mediación del doctor Harlow, Phineas Gage asiste a un congreso de investigadores del cerebro en Boston. Dos grupos con ideas diferentes -los "globalistas", que consideraban el cerebro como un órgano que funcionaba como un todo; los "localistas", que llegaban a identificar más de 60 "órganos" con funciones distintas dentro del cerebro- disputaban y trataban de certificar sus respectivas teorías en base al caso de Phineas Gage. Y aunque, a pesar de la deficiencia de sus conocimientos (aún no tenían idea de lo que era una neurona), parte de las explicaciones de unos y otros se demostrarían ciertas con el tiempo, el encuentro sirvió para impulsar el estudio del cerebro y la búsqueda de nuevas explicaciones. (La fotografía del recuperado Phineas, sentado y con el bastón de apisonar en la mano, corresponde a ese encuentro médico en Boston.)

Después, la vida de Phineas parece diluirse. Sabemos que intentó recuperar su antiguo empleo de capataz en la misma compañía que construía la línea férrea. Pero, tanto en ese trabajo, como en otros que solicitó, era al poco despedido porque el trato con sus subordinados y superiores, antes exquisito, ahora era siempre motivo de bronca y conflictos. En 1852, cuatro años después del accidente, consiguió un trabajo en Sudamérica y durante siete años se convirtió en el conductor del Concord, un gigantesco coche de seis toneladas de peso, tirado por seis caballos y enormes ruedas de madera que hacía el recorrido entre Valparaíso y Santiago, en Chile, llevando pasajeros y correo. (Es una pena que el doctor Harlow, que lo intentó años más tarde, no pudiera reconstruir aquellos siete años de la vida de Phineas en Chile y quedaran sin aclarar cuestiones tan interesantes como si se modificó su comportamiento social, sus relaciones, si las tuvo, si consiguió aprender el español, etc. De lo que sí estaba casi seguro el doctor Harlow era de que aquel duro trabajo como conductor en las llanuras y desiertos chilenos, sometido a constante bamboleo y esfuerzo, debieron de influir negativamente en un cerebro ya tan tocado por el terrible accidente.)


En 1859 Phineas Gage volvió a Estados Unidos, a la casa de su madre, que se había mudado a San Francisco. Y según ésta, apenas podía reconocerle, y no tanto porque hubiera cambiado físicamente, sino por su carácter tan esquivo, hosco, cambiante. Seguía llevando su bastón de apisonar, que se había convertido como en una parte esencial de sí mismo, y de nuevo trató conseguir trabajo en la construcción. Pero fue imposible. El único trabajo que logró mantener fue en unos establos, cuidando caballos. Toda su antigua afabilidad y buen trato parecía haberse trasladado a los animales, especialmente a los caballos y a los perros. Y a los niños. Estos daban cuenta de las historias fantásticas y maravillosas que Phineas les contaba y con las que quedaban hechizados.

En 1860, a causa de sucesivos ataques epilépticos, que no habían cesado desde su vuelta de Chile, Phineas Gage murió en la casa de una hermana suya en San Francisco y fue enterrado en el cementerio de aquella localidad. Y en 1868, el doctor John Harlow, que nunca olvidó su historia y que volvió a contactar con Hanna Gage, la madre de Phineas, logró de ésta el permiso para exhumar el cadáver de su hijo y recobrar el cráneo. Y el bastón de apisonar, con el que le habían enterrado. Ambas cosas se exhiben hoy en la Escuela Médica de Harvard. Y la imagen del cráneo es la que aparece en la portada de este interesante y emotivo libro de John Fleischman.

Hoy, ciento sesenta y cinco años después de aquel terrible accidente, los conocimientos sobre el cerebro humano han demostrado que es el objeto más complejo y maravilloso del universo conocido. Aparatos sofisticados, como los MRI o los PET, nos permiten verlo en acción: cómo se desarrollan nuestros pensamientos y emociones, cómo y dónde se guardan nuestros recuerdos; por qué y qué zonas son las responsables de enfermedades como la de Parkinson, la de Alzheimer o la esquizofrenia. Estos conocimientos, junto con el desarrollo de la computación y la nanotecnología, nos colocan a las puertas de escenarios que hace unos años eran inconcebibles. Hoy ya es posible insertar un chip en el cerebro de un paciente paralítico que, conectado a un ordenador, le permite navegar por internet, enviar e-mails, controlar su silla de ruedas, y  le sería posible, si hubiera un exoesqueleto adosado a los miembros paralizados, adquirir de nuevo los movimientos básicos. Ya se recogen en un ordenador las respuestas de un cerebro humano a sensaciones y emociones en una especie de diccionario que podría ser la base de una brain-net, a través de la cual pensamientos, sensaciones y emociones serían compartidas a través de la red. Se habla, incluso, de la posibilidad de insertar memorias con habilidades específicas en los cerebros, con lo que se conseguiría una habilidad que antes no se tenía.

Descifrar y reconstruir la conexión de los 100 mil millones de neuronas que en intrincada red constituyen la base de nuestra conciencia (sugerente imagen especular, por cierto, de los 100 mil millones de estrellas que forman nuestra galaxia) se ha convertido en el objetivo de dos proyectos independientes ya en marcha: uno en Estados Unidos (propiciado por el presidente Obama) y otro en la Unión Europea.

Todo esto abre perspectivas insospechadas y hace plantearnos cuestiones enormes, como si sería posible crear copias de un cerebro, con todo lo que contiene. ¿Podría ser nuestra conciencia descargada como un programa de ordenador? ¿Podrían envejecer y morir nuestros cuerpos pero nuestras mentes continuar vivas y evolucionar fuera de los cuerpos? ¿Sería eso la inmortalidad?


Más allá de la ciencia ficción, no es muy descabellado imaginar galácticos colonos humanos que, libres de sus cuerpos, viajan en haces de rayos láser entre las próximas estrellas.

lunes, 13 de julio de 2015

Necroilógicas - Javier Krahe

Por José María Alfaya

Que me dicen que se nos ha muerto Javier Krahe, con quien tanto reíamos socarronamente, aunque sin evitar que le saliera el lírico sensible que también llevaba dentro.

Una personalidad, un individuo, un reportero canoro de la España de la Transición... hacia la transacción, un irreverente. El más chulo de los 18. (*)

Fue el intérprete-traductor de nuestro pasado inmediato, transmitiendo una visión lúcida, lucida y divertida por inteligente, libre y respondona. Fue el español ingenioso que cuenta con gracia los tropiezos que suelen darse con la realidad los espejismos disfrazados de ilusiones.

Cantó como el celtíbero que fustiga a su propia etnia, el monaguillo traidor, el rijoso impotente, el aventurero de agua dulce, el que cree viajar en el túnel del tiempo porque se ha comprado un billete del AVE, el que canta las cuarenta y el que recuerda sus amores y calores.

Brassens le había señalado el posicionamiento "fuera de la grey", pero cantándole a Pedro para que lo entendiera Juan. Porque para estar "fuera", de verdad, hay que saber lo que se cuece dentro. Y él lo conocía muy bien. De ahí que se pudiera permitir ser un iconoclasta de máscaras que ya habían perdido toda su posibilidad de pasar por rostros respetables.

Fue un magnífico compositor de canciones y un seductor de gestos y palabras. En el tablado y fuera de él. Para colmo, sus músicos consiguieron transformar un personaje de escena, cuya presencia y ocurrencia ya bastaban para ofrecer espectáculo, en una referencia musical.

Que siga viviendo entre nosotros, que sigue siendo necesario.


(*) Los 18 Chulos fue la discográfica y empresa de eventos fundada en el año 1999 por Javier Krahe, El Gran Wyoming, Pepín Tre, Santiago Segura, Faemino y Pablo Carbonell.