jueves, 28 de febrero de 2013

Instante y Dos puntos, Wislawa Szymborska


La poeta se imagina que su madre conoce de joven a otro hombre. Podría haber tenido una hija muy distinta a ella, o algo distinta (o sea, muy distinta). Y lo mismo le podría haber pasado a su padre. Esas dos niñas que no son ella habrían ido al mismo colegio, pero apenas se habrían tratado. En la foto de final de curso habrían salido separadas. “¿Estáis todas?”, pregunta el maestro, antes de hacer la foto. “Sí, estamos todos.” (No lo dice, pero falta la poeta. Nunca estamos todos.)

Dicen que Darwin para descansar leía novelas. Pero solo novelas con final feliz. Para descansar de los muchos ejemplos que encontraba en que el triunfo del más fuerte, del más apto, era inútil, leía historias en las que los intrigantes eran enviados al otro lado del mundo, las solteronas se casaban con reverendos pastores, la codicia era ridiculizada, las fortunas recuperadas…

Tú eres un laberinto y la puerta te busca.

En una terraza en la que hablan tres amigas, mujeres mayores, entra una joven bellísima. Una de las mujeres mira a su marido y pone su mano sobre la de él, otra llama al suyo por teléfono, “no vengas ahora, creo que va a llover”, solo la tercera, viuda, saluda sonriendo a la muchacha.

“Alma se tiene a veces.
Nadie la posee sin pausa
y para siempre.”
… pueden transcurrir años sin ella…
… no nos asiste cuando hay que cargar maletas…
… también nosotros le servimos de algo…

Me encanta esta mujer.



Wislawa Szymborska Instante y Dos puntos (Tarragona: Igitur, 2011)

martes, 26 de febrero de 2013

La maraca del meridiano


Por Javier Guzmán 

-Buenos días, ¿con don Lorenzo, por favor?
-No…bueno, sí, soy yo, ¿quién habla?
-Como Ulises, mi nombre es Nadie. Le hablo en representación del Grupo Planeta. Exactamente como Delegado Oficioso de Delicados Asuntos.
-Caramba, insinuante cargo, señor don Nadie. No sabía de su existencia.
-Todo Dios utiliza una mano secreta, mi querido don Lorenzo.
-Lorenzo, por favor.
-Estupendo, Lorenzo. Voy al grano, ¿tiene alguna novela terminada en este momento?
-No.
-¿Es un no rotundo o está en proceso de escritura?
-Bueno, estoy trabajando en una policíaca.
-Magnífico, ¿no será por ventura un nuevo caso de Bevilacqua y Chamorro?
-Pues sí.
-¡Qué buena noticia! ¿Puede adelantarme de qué va?
-No sé si debo…
-Sí debe.
-Es un caso de investigación interna. Un suboficial de la Guardia Civil retirado es asesinado. La investigación lleva a un caso de corrupción interna que el propio Cuerpo investiga y esclarece.
-Me deja anonadado. ¿Tiene nombre?
-La marca del meridiano.
-¡Ostras, qué bonito! ¿Y a qué se debe?
-Al meridiano de Greenwich, la línea imaginaria que divide la tierra entre el este y el oeste. En nuestro país prácticamente separa, imaginariamente por supuesto, a Cataluña del resto de España.
-¡Cullons! ¿Y eso qué significa?
-Las líneas imaginarias a veces son más poderosas que las fronteras físicas. En esta novela, por encima de las diferencias, las distintas fuerzas de seguridad del estado colaboran en la resolución de un caso común.
-¿Quiere decir Guardia Civil y Mossos d’Esquadra?
-Exactamente.
-Déjeme decirle que es ¡exactamente! lo que estamos necesitando.
-¿Necesitando para qué?
-Eso más tarde. ¿Cuánto tiempo necesita para terminarla?
-Bueno, vamos a ver… el esquema ya está terminado, los personajes definidos, lugares y situaciones determinados y avanzada la primera redacción… digamos unos tres meses.
-Perfecto.
-Oiga, don Nadie, he dicho la primera redacción.
-Para la segunda siempre hay tiempo. ¿Me la puede enviar en tres meses entonces?
-Me desconcierta su propuesta. No veo ninguna razón para hacerlo…
-Pues tengo 100 millones de razones.
-¿Perdón?
-El montante del Premio Planeta, 600.000 euros, 100 millones de pesetas.
-¿Me está ofreciendo el premio por la cara?
-No, por su cara no, por su novela.
-No me parece ético.
-¿Por qué?
-Porque puede haber un texto mejor que el mío.
-No me sea ingenuo, Lorenzo. Nuestro premio es la mayor promoción anual del Grupo y no está orientado al descubrimiento de nuevos escritores, sino al prestigio de la marca. Por eso se concede a obras sólidas de valores consagrados.
-Discrepo. Se concede con demasiada frecuencia no a valores consagrados sino a personas conocidas, incluso a personajes y hasta a personajillos. Y en cuanto a lo de obra sólida habría mucho que hablar.
-Le recuerdo que el premio lo han recibido Torrente Ballester, Vargas Llosa, Muñoz Molina, Cela, o Eduardo Mendoza.
-¿Y todos por el mismo sistema?
-Por supuesto. Entenderá que autores de ese nivel no se presentan a un premio si no tienen la seguridad de ganarlo.
-La verdad es que siempre lo he sospechado. De hecho, el resultado siempre se sabe con varios días de antelación.
-Ya le dije que el Premio es la mayor promoción anual del Grupo. No podemos correr riesgos… ni desconocer las tramas. Vargas Llosa nos coló un novelón en peruano serrano que la crítica consideró una obra maestra, pero que el público ni entendió ni compró. Y lo de Cela… vaya, don Camulo nos metió un paquete, bueno, bueno, paqué le voy a contar. No, no podemos correr más riesgos. Yo, concretamente me juego el puesto. Su obra tiene el prestigio de la crítica, el amor del público y el conocimiento mediático. Créame, Lorenzo, usted es nuestro hombre y más con una novela con las características que me ha contado.
-No sé… déjeme pensarlo.
-No. Usted es nuestra primera opción, pero tenemos otras. Y 100 millones de razones.
-¿Tendré tiempo para revisar la primera redacción?
-Por supuesto, tiempo y todo un equipo de profesionales a su servicio. ¿No le ha llegado a sus oídos el caso de un ganador que perdió, entre comillas, el manuscrito y tuvimos que rehacérselo en quince días? La verdad es que era tan malo como ilegible. Desde entonces solo confiamos en profesionales consagrados. Como usted, don Lorenzo.
-Por favor, apéeme el don.


La marca del meridiano, Lorenzo Silva, es la novela ganadora del premio Planeta 2012. No aporta nada a las anteriores y es, en mi opinión, una de las más flojas de la saga. Su escritura chata y a veces hasta ramplona trasmite un apresuramiento impropio de su autor. Como es de cajón, la conversación telefónica, tan imaginaria como la línea de un meridiano, es fruto de los calenturientos delirios del abajo firmante. Pero no deja de tener sus bemoles y su sostenido.

Javier Guzmán

jueves, 21 de febrero de 2013

Reseñas del lector: Nos dejaron el muerto


El invierno sigue avanzando hacia el encuentro con la primavera envolviendo nuestras tristezas y alegrías en polvos de calimas, débiles garujas y cielos repintados de azules.

A Doramas Martín, la visualización de la película “La Caja”, le ha motivado a releer “Nos dejaron el muerto” del escritor canario Víctor Ramírez. Desea compartir por correo electrónico sus comentarios con su compañera de la isla de la La Palma. 

Hola Acerina:
Estas vacaciones espero estar por ahí, por la isla de Banahoare. He releído “Nos dejaron el muerto” y dicha obra narrativa la considero ya un clásico canario como lo es “Mararía”, “Las espiritistas de Telde” y algunas otras. A la vez ocupa un puesto destacado dentro narrativa en español. Con el pretexto de la muerte y el entierro de don Lucio Falcón, el autor nos dibuja como a plumilla, de una manera muy detallada, la sociedad canaria simbolizada en el barrio obrero de San Roque.

En el citado clásico se bosquejan al menos dos caras en la forma de exponer la trama argumental. Por un lado está la sencillez, el uso de un lenguaje popular con abundantes canarismos. La otra es la complejidad, que con el telón de fondo del entierro de don Lucio, irradia una infinidad de historias y personajes. El relato no se sujeta a un orden temporal, asocia ideas libremente e incluso de forma aparentemente caprichosa.

Amiga Acerina, la sencillez y la complejidad son los instrumentos con que Víctor Ramírez teje la complicada urdimbre argumental, rematándola de una manera un tanto magistral. Por momentos trata de sorprendernos y enredarnos en la intricada selva de nombres e historias. Muestra los más variados sentimientos y posturas ante la vida de sus diferentes protagonistas. Por un lado está el pasivo que se adapta y el rebelde que se “rebella” contra pensamiento único de la mayoría. Don Lucio Falcón, con su historial al servicio de la represión franquista, pone sobre su féretro todos los miedos cuyo símbolo extremo está representado por Metodio Alcántara. Al que se conoce por “El escondido”, que no se atreve a salir después de tantos años de acabada la Guerra Civil Española. Este hecho y la represión posterior han dejado marcada a esta pequeña sociedad fusionada por una mezcla de lo rural y lo urbano. Más bien está en la frontera de ambos mundos.

Acerina, en “Nos dejaron el muerto”, Víctor Ramírez en algunos momentos nos sorprende con elementos tragicómicos o morbosos. Ejemplos de ello son la defecación sobre el muerto, la masturbación a un hermano… Estos casos que pueden resultar asombrosos muchas veces son superados por la realidad. El autor escarba en las miserias humanas de la cobardía, la envidia, las maldades de una sociedad cerrada…  Por otro lado les salva, pues entiende que cada uno juega su papel en el gran teatro de la vida. La canariedad y complejidad con que la obra aborda el argumento la convierte en uno de nuestros clásicos a la vez que se integra en el ámbito de lo universal que comparten todas las culturas. Esta y otras obras, como sabes bien, se ha traducido a varios idiomas.

Amiga quiero dejarte para refrescarte la memoria algunos apuntes de trayectoria vital y literaria: Víctor Ramírez Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria 30 de junio de1944), periodista, profesor, escritor en dialecto canario y editor. Miembro de la Academia Canaria de la Lengua. Admirador de la música mexicana, ha realizado para la radio los programas Que te vaya bonito, El Tenampa y El rincón de la cantina así como editor junto a Rafael Franquelo de Antonio Bermejo, Isaac de Vega, Natalia Sosa y Nicolás Estévanez, entre otros.

Algunas de sus obras son las novelas: Lo más hermoso de mi vida (1982) Nos dejaron el muerto (1984; la novela inspirará la película La Caja dirigida por Juan Carlos Falcón y estrenada en 2007) De aquella zafra (1992) Sietesitios queda lejos (1998) El arrorró del cabrero (1999) En la burbuja (2000). Además ha publicado cuentos y recopilaciones de artículos publicados en prensa.
¡Bueno, hasta la próxima Acerina! ¡Relee la novela si quieres volver a disfrutarla!


martes, 19 de febrero de 2013

Los otros clásicos II - Diego Ramírez Pagán


El murciano Ramírez Pagán alcanzó gran prestigio como poeta a mediados del siglo XVI, hasta el punto de que este espléndido soneto suyo, celebérrimo en su tiempo, lo presentaron como propio algunos de sus coetáneos. Él mismo se vio forzado a subrayar su autoría con esta anotación: «Este soneto ha tenido muchos padrastros que no le han tratado bien, y agora su propio padre lo restituye en su primera librea». Inexplicablemente, esta auténtica joya de la lírica renacentista española no figura en los libros de texto.









II.- Diego Ramírez Pagán (h. 1524-d. 1564)

Dardanio, con el cuento de un cayado,
el nombre y la figura deshacía
de aquella a quien él mismo había
en mil cortezas de árboles cortado.

Y con el rostro triste y demudado,
con un ¡ay! que del alma le salía:
“Oh, perversa Marfira -le decía-
en quien puse mi fe, seso y cuidado,

si pudiera del alma tu retrato
quitar, cual de los árboles le quito,
no harías mi vida ser  tan corta.

Mas, ¡ay!, cuán por de más triste me mato
que lo que está en el corazón escrito,
borrarlo en la corteza poco importa”.

jueves, 14 de febrero de 2013

Dos formas de narrar. ¿Cuál prefieres?


Luchar contra la pila de libros por leer es un empeño tan inútil como podar un seto de hiedra: año a año ambas cosas te van ganando terreno.

En mi último arrebato coincidieron dos autores españoles y sus dos últimas novelas: Javier Marías con “Los enamoramientos” y Andrés Trapiello con “Ayer no más”.

No pienso hacer una crítica de dos obras tan conocidas y menos en esta bitácora habitualmente consagrada a liberar valiosos pecios literarios, siquiera temporalmente, del limo que los mantiene atrapados en el olvido. Simplemente quiero haceros partícipes de una reflexión que me surgió tras leer ambas obras, tan distintas en todo. Y es que lo son en tal manera que me han hecho pensar en dos tipos de autores, o al menos de narrativa: aquella que proporciona al lector una profusa descripción de los sentimientos de sus protagonistas, que se correspondería con “Los enamoramientos” y aquella que prefiere provocárselos por la vía de los hechos que acontecen, sin dar más pistas introspectivas, caso de “Ayer no más”.

Pensando en ello me he dado cuenta de que he preferido siempre la segunda, aunque conozco personas, grandes lectoras, que son claramente partidarias de la primera. Así que quizás también existan dos tipos de lectores atendiendo a estas dos formas.

El caso de “Los enamoramientos” está en el límite de lo que tolero. La prolijidad con que se detiene en la explicación no sólo de los sentimientos, sino de los más nimios y a veces repetidos pensamientos de la narradora pusieron a prueba mi paciencia. Y me hizo pensar por comparación en “Epitafio”, de Paloma González Rubio (editada por LaDiscreta), que despliega con mesura esta forma de narrar en ciento y pocas páginas, las mismas que debería haber tenido la obra del académico. La anécdota de la que parte González Rubio es más original aunque menos intrigante que la de Marías pero el disfrute que me produjo conocer la evolución de los sentimientos de su protagonista fue mucho mayor que en “Los enamoramientos”, simplemente por estar en la justa medida.

Por el contrario, en la novela de Trapiello, narrada en una falsa tercera persona (se descubre al final), los sentimientos del protagonista están apenas esbozados. Conocemos bien su personalidad, su trayectoria, pero lo que siente tenemos que proyectarlo sobre él como lectores.

Siempre he preferido esta segunda forma de narrativa que deja más espacio al lector para que respire. De una cierta forma es más arriesgada porque no tienes constancia de si lo que estás proponiendo por la vía del tablero de juego que has ido disponiendo en la trama va a ser interpretado como tú quieres por el lector. Compensas el miedo incluyendo algunas frases, algunas metáforas, una referencia musical o meteorológica, pero dejas que el lector, imbuido en la piel de tu personaje, proyecte en sí mismo sus sentimientos en un esfuerzo empático. Pienso que, como todo lo que requiere más esfuerzo, produce mayor compensación.

Y ya que he hablado de música, forzando un poco la comparación, lo reconozco, pondríamos en un lado una ópera de Verdi, donde los sentimientos de los protagonistas se explican a cada paso y, en el otro, una pieza de jazz, en la que no tenemos más pistas que unas notas, a veces dislocadas, para subirnos al carro de los sentimientos que están queriendo transmitirnos los intérpretes.

Seguramente no todo es blanco o negro. Blanco (o rojo)  sería Stendhal, negro sería Chandler (no te pierdas por nada las entradas de Javier Guzmán sobre la serie negra original y la nórdica en este blog) y entre uno y otro tenemos todo tipo de graduaciones. ¿Algún ejemplo más?


martes, 12 de febrero de 2013

A Salinger también lo leen pendejos, de María Paz Ruiz Gil



Comenzamos aquí esta nueva sección de Relatos, en la que iremos publicando pequeños textos que nos parezcan interesantes. Así que ya sabéis, si tenéis por ahí algún relato guardado en un cajón, u os apetece escribir algo, mandádnoslo y, si lo consideramos oportuno, lo publicaremos, junto con una pequeña biografía del autor.

A Salinger también lo leen pendejos

Se citaron en un café sin tiempo ni memoria. Él no llevó el libro de Salinger bajo el brazo, ella se vistió con la falda veneciana que la hacía parecer recatada. A ella le maravilló su voz de declamador de bautizos, él quedó asombrado con el tamaño de sus tetas. No tomaron café ni té; pidieron whisky para que todo lo que iba a ocurrir, pasara más deprisa. Él reía exhalando un tufo de seductor, ella fumaba para atontar sus nervios, y tiraba de la manga de su chaqueta con una frecuencia incómoda. Él pidió la cuenta y pensó que llegarían antes en taxi; pero al darse cuenta de su mano ortopédica cayó sentado en la mesa. Horrorizada por el efecto de su prótesis, ella se la arrancó y le mostró un muñón asimétrico remendado por una cegueante cicatriz. Él corrió a la barra a pagar. Ella estalló de rabia. Y como el hombre estaba escapando por la puerta, lanzó su mano con toda la fuerza de su brazo plenipotenciario para abofetearlo.

María Paz Ruiz Gil
Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y desde entonces se dedica a la literatura y al radio arte.
Sus microrrelatos aparecen publicados en diferentes revistas, antologías y periódicos de España, Colombia, Estados Unidos y México y Alemania. Desde el año 2009 escribe un blog dedicado a la ficción  llamado “Diario de una cronopia”, que hoy es una bitácora de referencia en el género hiper breve. Su primer libro publicado fue “Micronopia”, edición cartonera que se agotó en España y que se publicará en México y Chile.
En 2011 resultó ganadora del X Premio Internacional de Relato Corto Encarna León, uno de los más prestigiosos en lengua castellana.
Su novela “Soledad, una colombiana en Madrid”, ha sido publicada por Ediciones B en Colombia y presentada en la FILBO de 2012.
Su relato “Los amantes de la vagina magistral”, se publica en España noviembre de 2012.
Pop Porn”, su libro de relatos eróticos se publica en diciembre de 2012 en Bogotá, gracias al Museo de Arte Erótico de América (MaReA), y en 2013 en México con Ediciones del lirio y Editorial Cariátide.


jueves, 7 de febrero de 2013

ASIA, de Itzíar López Guil



No es nada extraño que la hija de un dantista se ponga a explorar, una vez pasada la frontera de los 40 años, cómo se fija el libro de la memoria, cómo se pasa de la visio sentientis a la visio cogitantis, qué sucede cuando se pone nombre a las cosas vividas. Sólo que la hija del dantista es tanto hija del siglo XXI como del XX y cree que o bien la memoria se escapa entre los dedos, o bien solo se puede fijar de manera arterioesclerótica. Y al final cede a los tiempos que corren y confía, como solución al desaliento y el desarraigo (estos aún sí resabio del siglo pasado), en la exaltación del instante y del verbo interiores (“Asia”), en una solución que ha decepcionado un poco a este humilde lector. Y sin embargo, a pesar de este final que la crisis-estafa ha dejado un tanto obsoleto (como a tantas otras cosas que hace unos años -unos meses- parecían indiscutibles), el recorrido reflexivo para llegar a él (“Olas”) muestra hasta qué grado reflexionar en poesía alcanza honduras y sugestiones que, por su concentración, se vuelven materiales.

La cita que inicia el libro no es un mero ornato sino toda una declaración de intenciones sobre la imaginería y la estructura del libro. Se trata de unos versos de Raymond Carver: “Waves breaking against the ship. / Against the beach. / And in the mind / of the horses, where / it is always Asia.” Por un lado los oleajes, con su estrecha relación con el tiempo, los ciclos, pero además la erosión, el desgaste, en los barcos y en las playas, pero también en la mente; por otro, un mundo lejano y mítico que anida en el interior. Y, como decimos, nos ha interesado más la exploración de los oleajes que el refugio final vitalista en el instante de plenitud, en la “estancia luminosa / palabra que palpita como fuego / palabra en mi interior dentro de ti” (p. 45).

Porque la parte exploratoria del libro oscila constantemente entre posibilidades encontradas que dan pie a elementos ambivalentes: la luz puede ser una “luz sin rumbo / azote de tu piel, / que pierde la memoria de su paso / al replicarse con la materia devastada, / en el nadie absoluto que pregunta / sin pausa, como ebrio, / en qué consiste, de verdad, el tiempo.” (p. 22), o también “un instante de luz / que pronto será / nada” (p. 31), pero también nombra y fija: “Fuera, tras los cristales, el sol dice / con fuego el horizonte, nombra suave / los árboles, las casas, las personas.” (p. 27), aunque en otros momentos no se sepa lo que dice: “No sé qué dice el sol / cuando amanece sin mí, / qué parte exacta de su luz / toca tu piel tan dentro.” (p. 34). El oleaje, a pesar de su constancia repetitiva, es en otras ocasiones ceniza y humo: “Es ceniza este bronco oleaje / que muerde un instante tierra adentro / y regresa después a sus espumas, / a su gloria tan breve y luminosa, tenaz como una escarpia, / cual si en su arder os fuese / mucho más que la vida” (p. 23). Los espacios físicos que se recuerdan (la leñera, el cuarto de mis padres, el altillo, Roma a los trece años...), pierden por un lado su consistencia, moviéndose entre la confusión (la leñera) o el misterio (el altillo) y el contraste abrupto con la realidad (Roma, en una inteligente variación del poema de Quevedo), pero al mismo tiempo adquieren una dolorosa intensidad emocional, como les sucede, a pesar de sus “mentiras” idealizadoras (o tal vez por ello), a las canciones que nos transportan al pasado: “Hay canciones que avanzan sigilosas / y estallan por sorpresa en estribillos / que te abisman de pronto / en un vago verano adolescente, / cuando esas cuatro notas te seguían / como si fueran tierra en las sandalias. // Y hoy te ven llorar sobre aquel tiempo, / que no fue más feliz, ni aun más puro: / sus repentinos fuegos de artificio / copian la densidad / del recuerdo al volver. // Por eso duelen siempre. / Como la memoria.” (p. 25). Efectivamente, la memoria nombra, como en el primer poema del libro, y  simultáneamente, al hacerlo, mata, como en el segundo poema; al mismo tiempo da y roba. Es un problema, como no podía ser de otra manera para una hija del estructuralismo y el postestructuralismo, básicamente lingüístico (y en esto la hija del dantista es poco dantesca porque no distingue dos momentos separados, el de la fijación de la imagen interior y el de la conversión en palabra, sino que el verbo interior es directamente lingüístico), pues la dualidad proviene fundamentalmente de la ambivalencia del lenguaje (con la que brega a brazo partido el lenguaje poético), en el que las palabras son “blandas siluetas / que nos ponen en los labios al nacer, / sin peso ni materia verdadera, rastro insondable / de otras existencias que nombraron / para sí / los límites del mundo / del que sólo quedan ecos.” (p. 26) (lo cual además viene agravado porque, para la poeta, “El mundo en que nací estaba viejo”, p. 19), que, sin embargo, recogen o se ven modificadas por la experiencia emocional: “Sin sospechar siquiera que ese roce [una caricia] / está limando las entrañas / de mi vocabulario.” (p. 26). Puede haber, pues, una palabra “sólida” y “ajena / al tiempo y a la muerte, alta sílaba / que inscribe en la ceniza tu existencia” (p. 27) y “palabras muertas / donde la savia de ayer gritaba vida.” (p. 16).

En fin, y por no ser prolijos, lo que le pasa a Itzíar López Guil es que tiene problemas para concebir que fijar algo no significa necesariamente matarlo, o, en otras palabras, que, hija también del capitalismo financiero, no puede evitar pensar, o sentir, que lo que no fluye no vive, aunque, al mismo tiempo hija de la Modernidad socialdemócrata, aspira a la estabilidad. A caballo entre un inconsciente que encuentra en la norma, en el Contrato, en la responsabilidad, el ser de las cosas, y otro que solo lo encuentra en la fluencia (en el flujo, financiero ante todo), el hibridismo, las fronteras y todos los demás motivos postmodernos (que, insistimos, no son sino tematizaciones del Consenso de Washington, el acuerdo derridiano por excelencia), Itziar López Guil explora las contradicciones de ambas aspiraciones (el problema, por supuesto, del significado y la identidad, parece que el único posible en nuestra poesía), y al final, como apuntábamos, no consigue salir del laberinto y todo lo fía o bien a un instante pletórico de intensidad vital, como el estornino del poema 10, en su Asia particular, cediendo así (y sublimándolo) al eterno presente, a la muerte de la historia, que se nos impone para que consumamos compulsivamente, o bien a la afirmación, bellísima (los mejores momentos del poemario), de un desarraigo sereno y  “postmaldito” (“Volver es caminar sin luz a casa”), como en este magnífico poema dedicado a Ana Merino: “Siempre supe muy dentro que crecer / era dejar atrás los altos álamos, / el viento protector de su ramaje, / para tirar del yugo en tierra abierta, / siguiendo hacia la nada sin raíces, / diluyendo mi ser en el espacio. // No hay demonio ni dios con quien pactar. / Sólo millas que hacer a la intemperie, / recordando el sabor de lo profundo / y a veces disfrutando de lo extenso mientras dure, / feliz en la fortuna / de no saber del todo qué es la vida.” (p. 29). Itziar López Guil no es, obviamente, una de esas jovenzuelas postmodernas, atadas a sus maquinitas infernales, que no pueden concebir el desarraigo (financiero) porque es el aire que respiran y ni siquiera lo ven: es una nieta del 68 que no puede no pensar en términos de “liberación” pero que percibe que esa liberación nos ha llevado a derrotas cuyas consecuencias estamos padeciendo.

Se demuestra así, una vez más, que de las derrotas ideológicas nacen excelentes libros de poesía.


Itzíar López Guil, Asia, Madrid, Biblioteca nueva, 2011, 46 páginas.

martes, 5 de febrero de 2013

De como el rey Philip sobrevivió al ataque de los vikingos (4)


  Por Javier Guzmán

 Millenium, tochazo de más de dos mil páginas, editado en tres volúmenes, que fueron apareciendo justo a tiempo para poder leer el siguiente inmediatamente después de haber terminado el anterior.

   El primero se llamaba Los hombres que no amaban a las mujeres.

   En esta primera entrega el autor presenta a los personajes y utiliza una acción colateral para consolidar su estructura. Sus dos protagonistas son un hombre y una mujer (faltaría más, eso funciona desde Adán y Eva), la Salander y el Mikell de los cojones, preciosa descripción la trascripción del traductor, ambos luchadores contra un sistema que les atropella sin pudor y con ensañamiento. Ella es una muchachita frágil, canija punk (según el autor, físicamente no vale un pedo), perseguida por psiquiatras (la consideran débil mental), policías (es una peligrosa delincuente) y abogados (mejor no hablar), aunque a la hora de la verdad de fragilidad nada, ella es de hierro y no de manteca, es la gata ¡karateca! Y en cuento a mente de demente ¡niente!, es una Einstein de la informática con un cerebro que se mueve con la velocidad y precisión de un misil de ojiva nuclear sobre el objetivo fijado. Ella tiene dos protectores, su primer controlador social al que le da un ictus (pobre niña, lo poco que el sistema le presta la naturaleza se lo manga), y un empresario propietario de una red privada de seguridad (suelen ser los paradigmas de la honradez y los negocios limpios). Por el medio vejaciones, violaciones, extrañas relaciones, cámaras ocultas y demás recursos cinematográficos porque la novela, concebida como un todo, repito, iba a ser llevada al cine desde antes de empezar a imprimirse. Él es un hombre triunfador, un periodista independiente, íntegro, comprometido, consecuente, serio y divertido (¡jolín!, la de cosas guapas que tienen los suecos), dirige una revista especializada en sonrojar al sistema y tiene un ligue, Erika, con la que mantiene la relación de erotismo ficción más descabellada de la literatura universal (bueno, tal vez eso sea mucho presumir, pero no deja de ser curioso que en las dos versiones de cine, la sueca y la americana, esa relación baje de intensidad y que el personaje del feliz amigo marido cornudo consentidor, se minimice). Pese a tantos valores, ¿o precisamente por tenerlos?, Mikell ha fracasado en su intento por desenmascarar a los poderosos de la banca/industria y ha terminado en la cárcel de papel.

    Los dos, el Mikell y la Salander, se cruzan por imperativo del guión y se van a un islote témpano, aún más al norte, para desentrañar un extraño caso de desaparición. Es la única parte de la trilogía que presenta un problema policial clásico. Por supuesto, los malos son nostálgicos del nazismo (con lo que curamos en salud a la democracia sueca), y demonizamos el mal en el horror de la extrema derecha europea. Nadie se siente identificado con esos perversos racistas (y si se identifican se lo callan y luego asesinan al primer ministro o a sesenta adolescentes de la juventudes socialistas en un apacible islote noruego). La desaparecida aparece en Australia de granjera ovejera, ¡toma ya!, el chico bueno (periodista) es rehabilitado y la chica frágil con su ordenador biónico le afana a uno de los malos ¡tres mil millones de euros!, y las traspasa de sus cuentas a las suyas situadas en lejanos paraísos fiscales. Nadie es capaz de rastrear la pista del dinero. Dentro de las incongruencias de la novela, esta es de las más sangrantes. Vamos, es como si al pirata Morgan le quitan su botín, le dejan en pelota de la noche a la mañana y el pobrecito, y sus dos mil asesores, no se entera por donde sopla el viento. Y los lectores encantados: la chica buena le saca la pasta gansa a los malos. Eso es lo que en Milenium se plantea como justicia social. ¿A que es muy potito? 

  La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es la segunda entrega de la saga Millenium. Si en la primera los malos son los nazis, en esta son los restos del naufragio comunista soviético. ¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas! Los dos totalitarismos del siglo XX se aparejan en bellaquería y así la democracia representativa europea se queda de rositas. La niña Salander es hija de una madre buena (algo que se intuye porque ese personaje pasa de puntillas por el libro), y padre que más que malo es la aislación química del mal. Un ruso de mierda que se cambia a tiempo de bando cuando su sistema se desbanda. El estalinista tiene otro hijo, un gigante albino insensible al dolor, como los leprosos, y obediente a las órdenes de papi sin la mínima protesta. Después de Adán y Eva, Caín y Abel. (El que dos hijos del mismo padre tengan una estructura física tan antagónica carece de importancia). La nena quiere vengar a su mamá, maneja motos mejor que Valentino Rossi y termina en una granja difusa casi muerta, con la cabeza destrozada y enterrada. Pero, para complementar la incoherencia del personaje, ejerce de zombi (muerta viviente), se desentierra, mata al padre, descacharra al hermanastro mayor y se venga, porque la venganza es el hilo conductor de la historia como en El Conde de Montecristo, cuyo hálito traspasa toda la trilogía.

   Este final tan incongruente como imposible atenaza al lector/espectador y le deja babeante para la próxima entrega.

   A la tercera, La reina en el palacio de las corrientes de aire, va la vencida.  Ahora los pocos malos (nostálgicos nazis con ayuda de excrementos soviéticos), amparados por un fallo del sistema intentarán acabar con la volátil protagonista. Y entonces, ¡tachán, tachán!, aparecen los buenos (policías, políticos, jueces e, ¡increíble!, hasta abogados honestos), que impedirán la injusticia y convertirán la maldad en anécdota canalla de unos pocos. Eso sí, los malos son de lo peor (el psiquiatra no solo obedece órdenes de un difuminado y no legal departamento de recontraespionaje, también es un pederasta que limpia, fija y da esplendor a la asquerosa pornografía infantil). Al final todo se resuelve (el famoso Happy End), la justicia triunfa, el sistema se depura a si mismo de pequeños fallos, y la nenita ya puede disfrutar de los millones robados como le salga del forro.
   Se pregunta Vargas Llosa:
            Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta:¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables?
   Pues lo mismo digo, don Mario.

   Y me pregunto yo: ¿cómo este éxito editorial, en particular, y el lago helado de la negra literatura nórdica, en general, puede relegar al olvido a los maestros y a las obras maestras del género?