lunes, 30 de mayo de 2016

Crítica y actitud


Leo que, hace ya unos cuantos años, un científico norteamericano fue invitado por un departamento de ciencias de la Universidad de Oxford a dar una conferencia a estudiantes y profesores. Y por lo que parece, en el transcurso de su disertación el científico comenzó a criticar de manera muy sólida y documentada una de las teorías en boga, hasta acabar dejándola, como suele decirse coloquialmente, “hecha unos zorros”. El norteamericano sabía que era una de las teorías que los estudiantes estudiaban y aceptaban como buena; pero no sabía que el propio autor de la misma asistía a la conferencia. Al final de la misma, este último, que era ya un anciano profesor, se dirigió al estrado y estrechando calurosamente las manos el conferenciante dijo en un tono alto para que pudiera ser escuchado por todos: “Mi querido amigo, quiero darle las gracias. He estado equivocado durante los últimos quince años de mi vida”.

Desde luego me emocionó la actitud de este viejo profesor, y me llevó a preguntar cuántos de nosotros, dedicados en mayor o menor grado y con más o menos fortuna a la creación, seríamos capaces de reaccionar de esta manera ante una crítica igual de fundamentada y demoledora a una de nuestras obras. Y sin embargo, esas dos cosas –una buena crítica y esa humildad en la actitud– me parecen ser la base del general avance de las ciencias y las artes y de nuestro crecimiento personal.


lunes, 23 de mayo de 2016

Viejas historias de Castilla la Vieja, de Miguel Delibes

Por Luis Junco

Hay relecturas que son como los regresos del hijo pródigo a la casa familiar, retornos a una antigua vida plena de referencias emocionales que uno descubre con agradable sorpresa que resisten el paso del tiempo.

Una de ellas es la de este viejo libro de Miguel Delibes, que leí por primera vez hace casi cuarenta años y que en su estructura y temática curiosamente reproducen esto mismo de lo que estoy hablando.

En el primer relato, un joven estudiante se va de su pueblo y en el camino se encuentra a Aniano, un vecino.

"¿Dónde va el Estudiante?" Y yo le dije: "¡Qué sé yo! Lejos." "¿Por tiempo?", dijo él. Y yo le dije: "Ni lo sé." Y él me dijo con su servicial docilidad: "Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le dije: "Nada, gracias Aniano."

Durante un tiempo quiere ocultar su condición pueblerina, le parece un estigma, pero con los años este sentimiento cambia. El vértigo de la vida urbana, la sensación de fugacidad y falta de raigambre le van pesando.

Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado en los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no (...)
Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero (...) porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.

En el último relato nos da cuenta de su regreso, cuarenta y ocho años más tarde:

(...) me topé de manos a boca con el Aniano, el Cosario, y de que el Aniano me puso la vista encima me dijo: "¿Dónde va el Estudiante?" Y yo le dije: "De regreso. Al pueblo." Y él me dijo: "¿Por tiempo?" Y yo le dije: "Ni lo sé." Y él me dijo entonces: "Ya la echaste larga." Y yo le dije: "Pchs, cuarenta y ocho años". Y él añadió con su servicial docilidad: "Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le dije: "Gracias, Aniano".


Pues esta misma sensación de sueño repetido en el que ha pasado el tiempo me produjo a mí esta relectura de Viejas historias de Castilla la Vieja, hecha cuarenta años después de la primera. Una sensación nostálgica, tal vez, pero agradable. Seguramente porque la lectura reproducía todo el aroma de las cosas verdaderas, esenciales.

Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja (Alianza Editorial, 1969)

lunes, 16 de mayo de 2016

Los otros clásicos XLIV - Manuel de León Marchante

Por José Ramón Fernández de Cano 


Dos episodios peregrinos bastan para dar acomodo al sacerdote, capellán del rey e inquisidor alcarreño Manuel de León Marchante (Pastrana, 1631-Alcalá de Henares, 1680) entre “LOS OTROS CLÁSICOS”, donde tanta devoción se siente por los “raros y curiosos”: Cuando fungía como notario y comisario del Santo Oficio en Toledo, requebró a su prima Margarita, profesa en el Convento de la Santa Fe, y en su apasionado desempeño como “galán de monjas” le dedicó abundantes cartas y poemas. Años después, “piadosamente” asesorado por el confesor que le asistía en su agonía, mandó quemar todos sus versos, aun a sabiendas de que gran parte de ellos habrían de salvarse, pues, o ya habían pasado por la imprenta, o estaban en manos de diferentes amigos suyos que albergaban el firme propósito de publicarlos. Fue autor de numerosos villancicos, jácaras y coplas de ciego que le granjearon el favor del vulgo y, a la par, le escamotearon el aplauso de los poetas serios. No obstante, él también alcanzó logros líricos notables, como bien puede apreciarse en este soneto en el que un galán se disculpa ante su dama por haber salido “desfigurado” en el retrato que le ha hecho un mal pintor.

XLIV.- Manuel de León Marchante (1631-1680)

Por yerros, Lisis bella, de un traslado,
no me calumnies de desconocido,
que el pintor me pintó como ha querido,
pero no como quiero me ha pintado.

Si tan otro el dibujo me ha parado,
al artífice culpa, inadvertido;
el mismo soy, mudanza en mí no ha habido,
aunque me tiene amor desfigurado.

Que soy otro después que soy tu amante,
esta errada pintura lo asegura.
Hombre, y libre, antes fui; mas, ya constante,

tan trocado me tiene tu hermosura,
que aun de mí no soy yo mi semejante,
quedando este borrón de mi figura.