martes, 29 de noviembre de 2016

LA MUJER DE LAVA, de JOSÉ MIGUEL JUNCO EZQUERRA

Texto leído por Evelyn De Lezcano en la presentación del poemario La mujer de lava (Ediciones de La Discreta) de Pepe Junco, el pasado 24 de noviembre, en la Casa-museo de Domingo Rivero, de Las Palmas.


Por Evelyn De Lezcano


Sobre la poesía se ha hablado y escrito mucho a lo largo de los siglos. Hay infinidad de ensayos que abundan en este tema y en las diferentes maneras de entenderla. Pero de lo que no cabe duda es de que la poesía, el poema, tiene la capacidad de otorgar a las palabras, esas que pronunciamos a diario, que utilizamos en las conversaciones cotidianas, un nuevo significado mediante una conexión inusitada entre las mismas y por lo tanto, de generar  resonancias con ideas a las que no tenemos acceso a través del lenguaje cotidiano.

De las  resonancias, múltiples y diversas que me produjo la lectura del libro que hoy tengo el placer de presentar, La mujer de Lava, de José Miguel Junco Ezquerra, voy a hablar, a sabiendas de que cada acercamiento a la palabra hecha poema trae a quién la realiza ecos, reverberaciones, imágenes, ideas, sentimientos, vivencias, resonancias,  que inevitablemente serán interpretadas en base a las coordenadas de un mapa que es personal y por consiguiente abierto a variaciones en las que inciden los factores a los que está expuesto el acontecer vital de cada uno.

La poesía de José Miguel Junco se caracteriza por la musicalidad y el dominio del ritmo y este libro que hoy presenta sigue esa línea canora.

Dividido en cuatro partes: La mujer de lava, Donde estamos escritos, Di sílabas extrañas y Botella al mar,  es un libro escrito con un lenguaje coloquial que adquiere diferentes matices en cada una de sus partes. Desde la epopeya genésica de La mujer de lava, pasando por una poesía con rasgos existenciales en Donde estamos escritos, una poesía más intimista en el apartado titulado Di sílabas extrañas, y la última parte del poemario, Botella al mar, en el que predomina lo confesional, entendida esta confesionalidad tal y como la define Mark Strand, la del poeta en relación al acontecer, en la sociabilidad con la mirada puesta en el mundo en el que está sumergido.
El poema-prólogo con el que comienza La mujer de lava, dice:
Llegaron por el mar, hambrientos y remotos. Besaron tus mejillas. Era la noche. Larga como un delirio.

Tú estabas presta para guarecerlos, cuna de jable en la desierta playa. Tus hijos al encuentro de un refugio. Hubo un rumor del viento.

Las resonancias fueron llegándome  como el llamado primero del hombre a ser y estar en un mundo desconocido, que a la vez ha de hacer suyo con los otros. Suenan sentimientos atávicos, esos que nos conforman, nos pertenecen y con que los sufrimos, nos  moldeamos y nos moldean. E inevitablemente oí a Freud y a Josep María Esquirol diciéndome que en el hombre existen dos sentimientos primordiales: el sentimiento de desamparo frente al mundo y el deseo de integración, de amparo. Creo que esta mujer de lava expresa ampliamente dos condiciones antropológicas básicas: la condición de intemperie de desierto, de soledad, y el deseo de océano, de integración, de seguridad.

La poesía de carácter  dialógico-existencial  de Donde estamos escritos, la segunda parte del libro, no es, como podría suponerse, una poesía que cae en el pesimismo, ni se encarama en lo ontológico. Antes bien  combate en lo cotidiano es, como dice su autor   …”ese trayecto/ que arranca de lo hondo” donde hay puntos imprecisos/para asirse”. Porque siempre  “hay un atisbo de luz” y porque “importa el gesto.”  Ese gesto que quiere “hasta el final dejar constancia/ de todo lo que opuso a su derrota”.

El tercer apartado del libro, Di sílabas extrañas, poesía aparentemente dialógica-amorosa, sólo aparentemente, siempre desde la percepción de esta lectora, reitero, es un canto al encuentro con el otro, con el individuo que es uno y múltiple, así dice en uno de los versos “cuánto me pesa el prójimo en la lengua” y la poesía como centro del universo del autor, como instrumento “para que quede constancia/de este tiempo compartido” en la circular historia humana: “como la cara de asombro del conserje/ de la biblioteca de Alejandría/…/como la primera lluvia de meteoritos/…./ como los sorprendidos transeúntes/en la ciudad de Pompeya” y es que el poeta declara que “Incluso si escribí para tus ojos,/para tu corazón/para tu pelo/quise glosar la vida”

Botella al mar es el título del cuarto apartado de La mujer de lava. El náufrago que tira una botella al mar desde un presente que ya será pasado cuando  alguien recoja el testigo, en un instante ya futuro. Son poemas de supervivencia, de resistencia, de lucha, “Decir: resistiremos/y al vacío/cavarle una trinchera” Poemas en los que autor sabe qué y a quién tiene que resistir, quiénes son los aliados y el papel del mar como emisario. Los poetas son, como refiere en el poema titulado: Pájaros del sur  “los pájaros más pobres/… (que)…/con una fe cóncava/pían, pían, pían”.


Las resonancias que me llegan de este excelente libro, como ya dije al principio de esta presentación, son múltiples. Pero creo que ahora es el momento de que ustedes se acerquen a él y escuchen las suyas propias.

Evelyn De Lezcano-Mujica Betancor

* Evelyn De Lezcano es poeta. Ha publicado hasta la fecha tres libros de poemas:
-Hombre, Vertientes y De los que nadie habla. Los tres en la editorial Huerga &Fierro.
Para seguir su blog:

viernes, 11 de noviembre de 2016

Penal de Ocaña, de María Josefa Canellada


Por Emilio Gavilanes

¿Por qué no es más conocida esta novela, esta extraordinaria novela, que transcurre durante el primer año de la guerra civil española? (porque lo cierto es que es una novela apenas mencionada, ni siquiera entre los especialistas de la literatura de la guerra civil). Los motivos tienen que ver en parte con su historia editorial, que es un tanto accidentada. La novela queda finalista del premio Café Gijón en 1954, el año en que lo gana Carmen Martín Gaite con El balneario, una escritora de largo recorrido que formará parte de una generación que marcará el gusto literario durante mucho tiempo, un gusto en el que no acaba de encajar  este Penal de Ocaña. La novela se iba a publicar en Ínsula en 1955, pero la censura la prohibió. Finalmente se publicó en 1964, con algunos cortes ridículos. Seguramente entonces no fue bien recibida por nadie (como tampoco lo habría sido en 1955). El bando vencedor de la guerra no le perdonaría que la protagonista preste su servicio en un hospital republicano y que muestre toda su simpatía y solidaridad con los heridos que llegan del frente (es verdad que no hay ninguna declaración explícita de simpatía por el bando republicano, pero tampoco la hay de rechazo). Y los antifranquistas no le perdonarían fragmentos como este: "Estamos de acuerdo completamente en una cosa: nosotros tenemos que estar forzosamente con los nacionales, porque nuestra civilización es cristiana, porque tenemos un pasado que es -querámoslo o no- una cultura cristiana, y de la cual no podemos prescindir" (p. 87), seguramente un fragmento sincero, aunque quizá haya en él algo de peaje para publicar una novela "del bando rojo".

El libro se reeditó en 1985, en la colección Austral, en un momento en que el país estaba ocupado en olvidar todo lo que recordase un pasado de enfrentamientos, y parte de ello serían las novelas de la guerra civil. Por otra lado, no es una novela de peripecias, no hay grandes acciones, no hay una intriga que nos mantenga atrapados en su lectura (solo al final hay un inicio de trama novelesca, pero se corta sin contemplaciones).

Lo que hay es una voz de  mujer que habla, que cuenta, que se expresa, que reflexiona, que se lamenta, que llora… Y es la delicadeza de esta voz la que nos tiene subyugados de la primera a la última línea.

La novela se presenta como el diario de una joven de veinte años que se alista voluntaria como enfermera en un hospital habilitado en el casino de Madrid, en la calle de Alcalá, y, cuando los bombardeos aconsejan trasladarlo, en el penal de Ocaña, que ha sido desalojado.

No es una novela de guerra. Y sin embargo pocas veces se ha contado tan bien lo que es la guerra, que se cuela por todas las rendijas de este texto.

El prólogo de Zamora Vicente es muy clarificador, como no podía ser menos (Zamora es, aparte de gran escritor, uno de nuestros mejores lectores). El libro, nos dice, es un intento de comprensión de la realidad trágica de la guerra civil, que muestra que la guerra es una sacudida brutal que pone en evidencia la condición humana, con sus miserias y su grandeza. Y resalta este pasaje, en el que está todo el libro: "Los míos son todos, los vencidos, estos pobres campesinos y pastores que dan su vida sin saber ellos mismos para qué la dan" (p. 111). Efectivamente de esto "trata" este libro, no de las razones de cada uno de los bandos. De hecho, la autora desdeña en un pasaje las ideas puestas en juego en la guerra.

De los muchos aspectos que se podrían resaltar (alguien debería hacer un estudio pormenorizado de todas las caras que presenta esta novela), a mí me gustan especialmente las alusiones literarias que hay diseminadas por el texto (la joven protagonista es estudiante de Letras). Qué bonito su recuerdo del conde Olinos un amanecer, o de Peribáñez mientras pasea por el pueblo, o de Jorge Manrique, o de Camoens, y qué sentidamente lamenta los saqueos que está propiciando la guerra (qué tristeza al encontrar en los restos de una hoguera fragmentos de un pergamino).


La nieta de la autora, Ana Zamora, ha elaborado y dirigido con mucha sensibilidad una magnífica adaptación teatral, de la que uno sale con la impresión de haber asistido a algo más que un espectáculo teatral, de haber tenido una muy alta experiencia en el reino del espíritu.