Cuenta sueños y recuerdos, y unos y otros se mezclan con toda naturalidad y parecen hechos de la misma pasta.
Uno tiene la impresión de que todo lo que cuenta está dirigido a explorar su interior. Parece que está buscando dónde, cuándo se rompió la viga maestra.
Habla de su primera infancia en Zamora, de los años en Valladolid, del comienzo de su actividad como cantante folk (cuenta que creó canciones que hizo pasar por tradicionales). Recuerda a sus padres, habla de la muerte, de su anterior depresión, de su familia (ese tío Paco, encerrado en psiquiátricos), da algún paseo por Urueña, hace alguna reflexión… Y todo lo cuenta sin grandes énfasis, con una voz que parece la de un amigo que nos revela sus secretos.
Se trata a sí mismo con dureza, pero sin furia. Habla con sosiego, como en voz baja, buscando sincerarse consigo mismo. Dice que no es valiente, que es insociable, que es egoísta, que se comportó mal con Cecilia... La cantautora Cecilia (¿quién no recuerda aquel cuento perfecto, “Un ramito de violetas”?). Y lo que cuenta a propósito de ella es quizá lo más dramático del libro. Cuenta la relación de amistad-amor que tuvo con ella. Cómo cuando se conocieron Cecilia se enamoró de él y cómo él la desdeñaba. Y cómo cuando Cecilia empezó a salir con otros hombres él se enfadó y se sintió horriblemente celoso. Siente que su comportamiento con ella fue miserable, egoísta. (Cecilia, que se mató al chocar el coche en que viajaba hacia Galicia, con un carro, en el pueblecito zamorano de Colinas de Trasmonte.)
El retrato de sí mismo que traza Joaquín Díaz no es agradable y sin embargo el libro es muy grato de leer.
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