Cuando llevé Nada de Jeanne Teller, al mostrador de la biblioteca me informaron amablemente de que el libro es un crossover, a lo que siguió la explicación pertinente: que se trata de una fábula para todas las edades (no sin un punto de descalificación).
El arranque del libro, aunque inofensivo, no deja de ser irritante: un muchacho de unos trece o catorce años abandona la escuela, se encarama a lo alto de un ciruelo e increpa a sus excompañeros cada vez que los ve pasar camino a clase que nada tiene sentido; no van a llegar a nada; ¿para qué esforzarse tanto si sus vidas van a quedarse en nada?
Sus compañeros se dan por aludidos y la necesidad de demostrar Pierre Anthon el significado, la relevancia de cuanto construye sus vidas va haciéndose una necesidad imperiosa, de modo que todos acometen con entusiasmo la iniciativa de construir físicamente «un montón de significado».
Todo comienza como un juego con una pizca de trascendencia, ingenuamente altruista. Se trata de amontonar objetos simbólicos que significan mucho para cada uno de los integrantes del juego, pero no puede haber trampas: no será cada uno el que entregue voluntariamente lo que más le importa, es un tercero, otro de los integrantes del juego, quien exigirá que deposite lo que, a su criterio, sea una renuncia trascendental.
El montón empieza creciendo con renuncias obvias: colecciones de libros, zapatos de plataforma, bicicletas… Objetos que simbolizan la iniciación a una nueva edad, la libertad, los símbolos de la vida a la que aspiran; pero se han tendido una trampa mortal de necesidad, porque el que acaba de experimentar la renuncia como un trauma es quien tiene que imponer al siguiente su renuncia y en el que acaba de experimentar dolor no hay piedad, solo una amargura que requiere que el siguiente objeto sea más significativo aún que el anterior. Mientras el grupo de muchachos empeñados en su «montón de significado» se sume en un rito de iniciación salvaje, Pierre Anthon se nos hace más y más antipático encaramado a su ciruelo, sin que la espiral de renuncia y el dolor le alcancen, amonestando a sus compañeros con vaguedades que van perdiendo su capacidad de herir.
Los integrantes del grupo del «montón de significado» se aproximan a quienes no conocen bien y le brindan una amistad de mentira para sonsacar a su víctima cuál sería su renuncia más dolorosa; la próxima víctima se pliega al juego porque piensa que, si establece un vínculo de simpatía, será tratado con piedad, pero las páginas nos van demostrando que no hay piedad posible. Todo adquiere un carácter tramposo y brutal. Y el libro crece en significado hasta un extremo en el que se impone apartarse un poco, como si quemara, para luego tomar aliento y seguir, ya seguros de que no vamos a salir indemnes de su historia.
Y no lo hacemos… Cuando el juego se detiene por causas de fuerza mayor, entran en juego otras reglas y Pierre Anthon baja del árbol, atónito, pero inamovible en su distancia. Horrorizado, pero reafirmado en la lucidez de su retórica profecía.
Nada, bendecido por un escándalo que da un halo morboso a su lectura, tiene vocación de parábola, y desde mi punto de vista es esa vocación la que pesa más que la propia historia, que la desproporción con la que se construye el «montón de significado». Todo lo doctrinal, sea del signo que sea, cuando se ha propuesto un fin dogmático es como una apisonadora que ignora los matices, el recorrido, el «cómo» para imponernos el «para qué». Cada una de las renuncias que relata aisladamente merece su propia obra, pero el exceso va pasando como un tanque sin darnos tiempo a reflexionar ni a estremecernos para conseguir transmitirnos un mensaje que prácticamente se ha vaciado de contenido a lo largo de su recorrido.
Nada, Janne Teller. Trad. Carmen Freixenet. Barcelona, Seix Barral, Biblioteca furtiva. 2011.
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