jueves, 13 de marzo de 2014

LA INTRUSA, Éric Faye

Por Paloma González


Éric Faye no dio a su novela el título que los editores de Salamandra decidieron para su traducción al español. La novela original se llama Nagasaki. Con esta novela sucede como con esas películas que se rebautizan por motivos comerciales, por prejuicios, sin reparar en que con el cambio de nombre nos arrebatan claves que las iluminan. 

Esto es lo que le sucede a esta novela: con el título en español pretenden invitarnos a entrar en una trama intrigante, una nouvelle de personajes y este texto es mucho más que eso.

Éric Faye elige deliberadamente como título el nombre de la ciudad en el que transcurre la trama, un espacio. Y es que esta es una narración en la que lo relevante es el espacio; el lugar en el que transcurre es el verdadero protagonista: una casa en Nagasaki, la casa de Shimura, un solterón de 56 años, meteorólogo, un hombre preciso y meticuloso, al que conocemos el día que llega a su casa cargado con las bolsas de la compra y que cuando abre el frigorífico hace un detallado inventario de su contenido. A continuación saca una regla y mide el contenido del envase de zumo que ha abierto por la mañana. Faltan siete centímetros de líquido. La evidencia reafirma sus sospechas: Shimura piensa que alguien entra en su casa y se alimenta a su costa en su ausencia, y esa misma tarde instala una WebCam en su cocina.

El primer día de vigilancia, una pequeña ventana abierta en la pantalla del ordenador de su centro de trabajo solo deja entrever a Shimura una sombra, pero el segundo día le muestra a una mujer madura y no especialmente bella que pone agua a hervir en su tetera, conecta su hervidor de arroz y recibe embelesada los rayos de sol que entran por la ventana de su cocina. Shimura, que ha llamado de inmediato a la policía para que detengan a la intrusa, se arrepiente de haberlo hecho. Trata de avisarla. Llama a su propia casa por teléfono, la visitante de su cocina se sobresalta, pero como era de esperar no responde y es detenida. 
Shimura recibe aturdido la noticia de que la mujer que han detenido, y que tiene un duplicado de la llave de su vivienda, llevaba casi un año viviendo en ella, en un estante del armario del cuarto que reservaba para invitados.

La novela se basa en una historia real que saltó a los periódicos nipones en 2008.

La extrema delicadeza de Faye al abordar la historia nos regala momentos tan hermosos como este, cuando Shimura inspecciona el estante del armario en el que pernoctaba su silenciosa huésped:

Bajo el almohadón encontré una novela que había estado buscando en la estantería del salón la semana anterior: Escándalo. En la página doblada en que debía de haber interrumpido la lectura, Shusaku Endo había escrito esto: «Los principales engranajes de su ser se habían estropeado sin previo aviso. Y el motivo era evidente. Desde la noche de…». Idiota, me dije, porque acababa de ocurrírseme que podía mandarle el libro a la cárcel para que lo terminara.

Las páginas de la primera noche tras la detención y la revelación son de una belleza que deslumbra. 
Éric Faye no renuncia a dar la versión de la okupa invisible más allá de la noticia y la reconstrucción de su epopeya, y es esta otra perspectiva la que nos hace reflexionar sobre lo que somos. No solo nosotros, sino los escenarios que nos han construido, los espacios en los que nos disponemos, que nunca vuelven a ser los mismos sin nosotros, como tampoco nosotros somos iguales sin ellos.

La intrusa, Éric Faye. Trad. José Antonio Soriano Marco. Barcelona, Ed. Salamandra, 2012

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