La madera, muy vieja,
solidez de otro tiempo
hecho quimera,y la apagada luz, dormida
por un alud de edades
difuminas
en un nicho de vidrio,
se abrazan silenciosas.
Se aferra el farol
al blanco muro,
a la piedra tallada del dintel,
a los clavos de herraje
de la puerta;
se incrusta con fiereza en la madera,
rudamente labrada del balcón
como un ancla que impide,
tercamente,
a la marea inconclusa de los tiempos
arrastrar la no perdida evocación
en las olas de un futuro que no cesa.
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