Por Eduard Sanahuja
Conocí a Santiago López Navia en mayo de 2011. Le invitamos desde el Aula de Poesía de Barcelona para que participase en una mesa redonda de las XVII Jornades de Poesia i Mestissatge, dedicada al tema de Poesía y rock en el marco de la Setmana de la Poesia de Barcelona. Fue el poeta José Antonio Arcediano quien sugirió a la Junta del Aula la participación en las Jornadas de Santiago: “es profesor universitario –nos dijo–, tiene un discurso impecable, es poeta y ha estudiado el fenómeno del rock”. Santiago aceptó nuestra invitación. Su intervención, junto a Sabino Méndez y la cantante Bikimel, fue espléndida, preparadísima, como corresponde a un experto en retórica, en el Siglo de Oro y en Cervantes. Palabras vehementes, fundamentadas, nada superficiales. Recuerdo particularmente su defensa de la canción “Mi calle”, del grupo barcelonés Lone Star, como la mejor canción del rock reivindicativo español. No los hizo pasar muy bien, y aprendimos. Desde entonces no le he vuelto a ver sino hasta hoy. Aunque he sabido que ha intervenido en la publicación de la traducción al castellano de los libros de poemas de dos poetas catalanes amigos míos, La hiedra obstinada, de Miquel-Lluís Muntané (Madrid, Ediciones de La Discreta, 2010, traducido por José Antonio Arcediano y Antonio García Lorente), y El libro de los adioses, de Josep Anton Soldevila, coeditado en edición bilingüe con Paloma González Rubio (Madrid, Ediciones de La Discreta, 2012); también creo que anda metido en propiciar la publicación en castellano de la poesía de uno de los maestros de la poesía catalana, Jordi Pamias. En fin, este era el estado de la cuestión cuando recibí una llamada de Miquel-Lluís Muntané invitándome a participar en esta presentación. Yo no había leído el libro Arte nuevo, ni ningún libro de poemas de Santiago. Pero acepté sin vacilar. Santiago me mandó por correo el libro (¡qué placer recibir cosas por correo!). Lo leí al pronto y llamé a Miquel-Lluís: “El llibre m’agrada”, le dije. “Ja ho sabia”, me respondió Miquel-Lluís, “perquè la teva poesía té molts punts de contacte amb la del Santiago”. Había hecho, pues, un acto de fe que me salió bien, porque ahora estoy presentando un libro, Arte nuevo, publicado por la editorial Vitrubio, cuya lectura me ha aportado muchas satisfacciones. Es un libro recomendable, que aúna tradición y contemporaneidad, breve, intenso, sabio, brillante en la construcción de los poemas y en el desgrane de los versos; en suma, una pequeña joya, pero una joya en absoluto preciosista: no pertenece a la familia del adorno, de lo decorativo, sino a la de la funcionalidad estética de la palabra para testimoniar la vida.
En el prólogo al libro Sombras de la huella, Miquel-Lluís Muntané nos presenta a Santiago López Navia como un humanista que sitúa al ser humano en el centro de sus preocupaciones y que se vale del arte como punto de referencia que le ayuda a encontrar refugio en medio de la vorágine. Ahora, en Arte nuevo, Santiago dibuja un alegato moral, erigiendo al poeta humanista como un referente ético y abrazando la poesía como Boecio abrazó la filosofía, es decir, como una forma de consolación y como una forma de resistencia. Eso es para mí el libro: una poética de la ética del hombre/mujer de los albores del siglo XXI, un personaje destinado a perder en esos tiempos malos del expolio organizado por unos pocos, un personaje desarraigado y desposeído, pero absolutamente consciente de lo que ocurre y que es capaz de hallar en la ética y en la estética de la derrota sus señas de identidad y su grandeza moral, como los antiguos estoicos y como Séneca.
La aventura crepuscular de este libro empieza en el título mismo, Arte nuevo, que lleva entre paréntesis el sugerente subtítulo de Entre tantas asperezas. Por si quedara alguna duda, la primera de las esclarecedoras cinco citas con que comienza el libro es la famosa cuarteta de Lope de Vega que empieza, precisamente, con el verso “Entre tantas asperezas” y que contiene dos oxímoron, la figura retórica que caracteriza el barroco, que está en la base de las contradicciones románticas (yo/no-yo, o mundo; razón/sentimiento; naturaleza/mundo urbano, etc.) y que impregna también la postmodernidad: nunca en medio de tanta abundancia ha habido tanta miseria; nunca ha habido tanta libertad y al mismo tiempo nunca el ser humano ha estado tan vigilado y controlado; nunca el eclecticismo y el reconocimiento de la diversidad, el relativismo, si se quiere, han estado tan presentes, pero a su vez nunca había habido un pensamiento único se impusiera sin apenas contestación. Dice la cuarteta:
Entre tantas asperezas
de imaginaciones mías,
consolado en mis tristezas
y triste en mis alegrías.
La presencia de Lope, y también del oxímoron, con sus variantes del contraste y la paradoja, es fundamental en el libro. No olvidemos que Lope es el autor del Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, un texto en verso que leyó ante la Academia de Madrid en 1609 y en el que defiende su concepción del teatro. Por tanto, anclándose en la tradición barroca, y especialmente en Lope (aunque también hay ecos de otros barrocos más “amargados”, como Quevedo y Gracián), Santiago López Navia pergeña su Arte nuevo, entendido este arte en la acepción tercera de Diccionario de la Real Academia Española: “Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo”. Aprovecho la ocasión para incluir lo que la gran María Moliner nos dice sobre “arte”: Se emplea como masculino en singular y como femenino en plural; también en femenino singular cuando va acompañado por alguno de los adjetivos que sirven para catalogar las artes. // Manera como se hace o debe hacerse una cosa. Arte de nadar, arte de la guerra, arte de coser, el arte de vivir. // Cualquier actividad humana encaminada a un resultado útil, que tiene un carácter más práctico que teórico: “la cirugía tiene tanto de arte como de ciencia”.
Para cerrar el círculo de ingenio que caracteriza a Santiago, el autor dedica precisamente “al talento feraz de La Discreta Academia" su Arte nuevo, ese manual de ética para dar conveniente respuesta a los envites que sufrimos en el teatro de la vida. Talento, ingenio e ironía como antídoto contra los que ponen las normas, los que discretamente legislan, los que ostentan el poder para defender un statu quo que les favorece.
El anclaje de López Navia en la tradición no termina en el paratexto del libro: toda la sustancia poética del libro está impregnada en ella. Son veinte poemas, todos escritos en endecasílabos (excepto dos poemas que combinan el endecasílabo con el heptasílabo); dos de esos poemas son sonetos. El primero de ellos, “Arte nuevo de la guerra”, en el que aparecen 17 infinitivos, está hecho a la imagen del famoso soneto CXXVI de la Rimas humanas de Lope, que contiene 11 infinitivos y 23 adjetivos calificativos para tratar de “objetivar” (de “definir”) el caos emocional del enamoramiento:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Sin embargo, la profusión de infinitivos es todavía superior en el soneto LXI, dedicado a describir el estado anímico del amante ante la ausencia de la amada:
Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.
Ambos sonetos sirven de horma para el “Arte nuevo de la guerra”, con la paradoja de que ambos son sonetos en torno al concepto amor, mientras que el de Santiago versa aparentemente sobre la “guerra”; pero la paradoja de deshace si tenemos en cuenta que la guerra, ya desde tiempos del Arcipreste (“¡Hadeduro! / comamos deste pan duro; / después faremos la lucha”), es en nuestra tradición una metáfora del amor y, por ende, de la vida concebida como una batalla en el frente de la adversidad.
Volviendo a los 20 poemas que componen el libro, hay que recalcar que todos ellos llevan por título “Arte de”, acompañado este sintagma por una especificación tipológica. Si atendemos a esas tipologías, no haremos una idea precisa del universo semántico en que el texto de mueve: arte nuevo del desarraigo, de la guerra, de encajar los golpes, de lamerse las heridas, de la venganza, de no ir a ninguna parte, de no mirar atrás, de la despedida, de la amargura, del error, de no darse cuenta, de la constancia, de la lucidez, de empezar el año, de contestar a cómo y no a por qué, de la paciencia, de perder el tiempo, de la revelación y de esperar días mejores. Todo ello confiere a Arte nuevo una extraordinaria unidad; si me apuran, una unidad de tiempo, una unidad de lugar y una unidad de acción que explicarían por qué ese arte nuevo lleva una pátina de tragedia.
Otro elemento destacable del libro se halla en la magnífica arquitectura de los poemas y en la brillantez de muchos de sus versos. Santiago tiene su voz, una voz sentenciosa, a veces aforística, que combina lo grave con la mordacidad y la ironía. Esa voz condesa en poemas breves, poemas con vocación de memorables, como los proverbios, las máximas y los refranes. Ya ven ustedes que no he citado ningún verso de Santiago. No lo hago para reservarle a él el privilegio de leérselos a ustedes. Prefiero recordar poemas de otros autores que a mi entender forman parte de la tradición que tan bien conoce Santiago y que se integran en su horizonte estético, porque no todo empieza y acaba en el barroco. El primero al que quiero hacer referencia es a José María Fonollosa. Hay una parte del tono de nuestro poeta que entronca con la estética de Fonollosa, cuyos poemas, también breves, sentenciosos, y con un magnífico discurrir discursivo, están formados íntegramente por endecasílabos contundentes. No obstante, entre Fonollosa y López Navia hay una gran diferencia: la poesía de Fonollosa es coral, engloba una multitud de voces y personajes que ofrecen distintas visiones y actitudes ante la vida (sobre todo en Ciudad del hombre: New York y en Ciudad del hombre: Barcelona; no así en el póstumo Destrucción de la mañana); por ello la poesía de Fonollosa se sustenta en un discurso en apariencia amoral. La de Santiago, en cambio, es monódica y comprometida con la verdad de un único personaje. Veamos una pequeña muestra de esos endecasílabos fonollosanos:
AVENUE OF THE AMERICAS
Podemos elegir entre estar juntos
y hacernos mutuamente desgraciados.
O separarnos ahora y ser también
cada uno por su lado desgraciados.
MADISON AVENUE
Hay que huir de la gente. Los amigos
tienen palabras, gestos y miradas
con una piedra dentro que hace daño.
Hay que huir de la gente. La familia
es la mano que aguanta la cabeza
para que permanezca bajo el agua.
Y el amor es tan sólo una palabra
que una mujer nos pone entre los brazos.
Al irse la mujer duele su nombre.
Estar aislado es grato para el alma.
Estar aislado es grato para el cuerpo.
Morir es sólo aislarse un poco más.
El segundo poeta al que me quiero referir es Catulo. Aquí corro un cierto riesgo, porque la poesía de Catulo (la no mitológica, por supuesto), fundamentada a menudo en una circunstancialidad trivial que articula el poema casi como un chiste, que busca la risa y la complacencia de su auditorio de jóvenes poetas amigos, genialmente superficial y contingente, está lejos de las intenciones poéticas de Santiago. Lo que en realidad ocurre es que tengo el vicio de encontrar a Catulo en casi toda la poesía contemporánea que me gusta, por la que también lo hallo en Arte Nuevo. Como argumento a favor de la presencia del aliento de Catulo en la obra de Santiago, hay que decir que existe también un Catulo menos “gamberro”, menos enfant terrible, el más elegíaco, el de odi et amo, el que se hace buenos propósitos que sin duda no cumplirá (“Pobre Catulo, cesa en tu locura, / y da ya por perdido lo perdido…”), ese que está tan cerca de Safo y de Arquíloco de Paros, el poeta soldado del siglo VII ac:
Corazón, corazón, si te turban pesares
invencibles, ¡arriba!, resístele al contrario
ofreciéndole el pecho de frente, y al ardid
del enemigo opónte con firmeza.
Y si sales vencedor, disimula, corazón, no te ufanes,
ni, de salir vencido, te envilezcas llorando
en casa. No les dejes que importen demasiado
a tu dicha en los éxitos, tu pena en los fracasos.
Comprende que en la vida impera la alternancia.
Creo que esa poesía de Arquíloco y Catulo, una poesía exhortativa que se dirige a un tu que se confunde con un yo, también forma parte del rico magma poético que nutre la propuesta de nuestro poeta.
Y para terminar, una última disquisición: ¿qué tiene de nuevo el Arte nuevo de Santiago López Navia? Para mí la respuesta es clara: la inclusión de formas clásicas y de la tradición poética en el mismo centro de los conflictos existenciales de los hombres y mujeres de aquí y ahora mismo, es decir, de la contemporaneidad, de una forma como no se hubiera podido hacer antes y que cobra sentido en este preciso momento histórico. Santiago no busca una “modernidad” experimental, sino una contemporaneidad que no está reñida con la herencia estética de la mejor poesía discursiva. Una de sus premisas es no dejarse llevar por lo que todos hacen, de esa horda de trepas vengativos, como muestra en su “Arte nuevo de la venganza: “Desoye la lección de los imbéciles, / peritos en traición y golpes bajos. / No ser como ellos son será el desquite. / No hacer lo que ellos hacen, tu triunfo”. Y ahora viene a colación un poema que sin duda Santiago no conoce, pero que confluye también en esa nueva poesía civil –tan distinta de la poesía social de los 50 y 60–, en esa cada vez más necesaria respuesta ética de los poetas. Me refiero a una de las “lijas” de Javier Carnicer, un gran amigo al que ahora le encantaría estar aquí, titulada “Valor”:
por los que son más débiles que tú.
Tal vez así podamos detener
el curso de esa infame evolución.
Muchas gracias y que disfruten de la lectura del Arte nuevo.
Eduard Sanahuja
Barcelona, 31 de enero de 2014
Presentación de Arte nuevo en la Librería Novecento
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