Con qué desparpajo, con qué sentido del
humor habla Watson del ambiente universitario inglés de mediados del siglo XX,
de los investigadores que estaban en la vanguardia de la ciencia, de ese mundo
que a los profanos nos parece tan serio, tan respetable. Qué libro tan
divertido, tan irrespetuoso. Qué gracioso es todo lo que cuenta a propósito del
descubrimiento de la estructura del ADN. Carreras por publicar antes, espionaje
a los colegas, gente envidiosa, trepas, miserables, chistes, intuiciones,
errores... Todo eso, aderezado con un estilo desenfadado, forma un cóctel en
muchos momentos hilarante.
Pero cuando te enteras de que los datos
fundamentales de la investigación, las fotografías con rayos X en las que
prácticamente “se veía” la estructura doble-helicoidal del ADN, las que
permitieron a Watson y Crick concebir su teoría, por la que recibieron el
Nobel, junto a Maurice Wilkins, cuando te enteras de que esas fotos se las robó
Wilkins a su compañera de laboratorio Rosalind Franklin para pasárselas a la
competencia (Watson y Crick), y que Rosalind Franklin murió de cáncer
(posiblemente por la sobreexposición a los rayos X a que la obligaban sus
investigaciones) antes de que los Nobel premiaran las investigaciones sobre el
ADN, y que por tanto ella se quedó sin reconocimiento oficial, cuando te
enteras de todos eso –digo-, se te quitan las ganas de reír.
Anne Sayre Rosalind Franklin y el ADN
(Madrid: Editorial Horas, 1997)
¡Menudos pájaros, los amigos Crick y Watson! Es una historia que en primer lugar demuestra que muchos avances científicos no son el resultado de una colaboración, sino que se producen a su pesar, en medio de una guerra que decir sucia resulta poco. En este caso en particular, tengo entendido que Rosalind Franklin tuvo en su contra no solo la animadversión de su colega, Maurice Wilkins, sino su condición de mujer y ser menospreciada y relegada no solo por los otros científicos varones, sino por las mismas instituciones universitarias en las que trabajaba. Por eso guardaba celosamente sus imágenes cristalográficas, consciente de su importancia. Pero le fueron robadas por Maurice Wilkins, quien se las ofreció a Crick y a Watson. Otro de los que estaba en la pomada, y que por sus estudios moleculares se habría adelantado, era Linus Pauling. De hecho, después de acceder a las imágenes de Rosalind, Maurice Wilkins se habría encontrado con Pauling en una conferencia en el extranjero y sin duda le habría dado a él las imágenes. Pero Pauling tenía fama de liberal y los mccarthistas le quitaron el pasaporte en el aeropuerto y no pudo salir del país y encontrarse con Wilkins. ¡Es todo una novela! Negra.
ResponderEliminarLos científicos son hombres, al fin y al cabo. Vuelvo a recomendar "Solar" de Ian McEwan que, si bien es un novela, parece que toma mucha materia de la realidad. En este caso, lo que hay de científico tiene que ver con el mundo de la energía, sin duda el campo más cercano al mundo del dinero,y lo que hay de más humano, con un asesinato. Tomo noto de la recomendación. Gracias Emilio.
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