viernes, 24 de agosto de 2012

La cruzada de los inocentes

¿Hubo en realidad, a principios del siglo XIII, dos expediciones de niños que partiendo de Alemania y Francia pretendieron llegar a Jerusalén y liberar el Santo Sepulcro de las manos de los infieles? Si las hubo, lo que se asegura es que su destino fue infausto: la columna francesa habría sido secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto, y la alemana sucumbió en su mayor parte a causa de la peste.

Mito o realidad lo cierto es que desde hace tiempo ha sido materia propicia para la literatura, que la ha acabado por transformar en una realidad incuestionable, un universo que se ha ido enriqueciendo con la visión de varias obras y autores. De entre ellas y en orden cronológico voy a reseñar brevemente tres: La cruzada de los niños (1896) de Marcel Schwob, Las puertas del Paraíso (1958) de Jerzy Andrzevsky, y El río (2005) de Emilio Gavilanes.

Marcel Schwob compone su mundo narrativo a base de monólogos alucinados: los de algunos de los niños que participan en la Cruzada, el de unos clérigos testigos del acontecimiento, los de los papas Inocencio III y Gregorio IX, el de un leproso, un par de páginas que para Sergio Pitol “es quizás el más fabuloso premio que me ha deparado la frecuentación de los libros”.

En Las puertas del Paraíso, cinco adolescentes de la aldea de Cloyes, unidos en una larga cadena de amores no correspondidos y desesperados, siguiendo a Santiago, un iluminado que se siente llamado por Dios, ponen en marcha la cruzada. Reflejo de esa imagen, la narración es una larguísima frase de más de cien páginas con momentos de enorme expresividad poética:
...los vi bajo el cielo inmenso y en tal número que toda la llanura a mis pies parecía fluir en una lenta ondulación, las cruces, las banderas y los palios brillaban al sol levantándose sobre esa ondulante planicie y avanzaban lentamente, formando una unidad con el hormiguero infinito de cabezas, un canto inmenso se levantaba de esa inmensa columna ondulante que fluía lentamente, después, al pasar al lado de ellos, vi ya sólo la blancura de los vestidos y de las túnicas, las caras bronceadas por el sol de primavera, cerca unas de otras, las caras de mil muchachos y muchachas, rojas y sudorosas, con las bocas ampliamente abiertas, las bocas que cantaban, pero que a mí, que pasaba cerca, me parecían abiertas por el estupor que paralizaba a aquellos frágiles cuerpos cubiertos por desteñidos vestidos blancos y rústicas túnicas de tela, un pesado polvo se alazaba bajo ese millar de pies desnudos, caminaban asidos de las manos, las caras, los hombros, los cuerpos uno contra otro, arracimados en un enorme hato ciego...

Y por último, bajo el título Cruzadas, uno de los 62 relatos de hechos en apariencia secundarios en los que Emlio Gavilanes, con la precisa y elegante prosa que le caracteriza, narra la historia humana en el magnífico libro El río, la visión de la cruzada de los niños corresponde a la de uno de los participantes, recordada después de 30 años de haber ocurrido:
... El paso de los Alpes, por Saint Denis, en la mitad de agosto, la sed, el hambre, el calor, las primeras muertes. El llanto de los niños. Sobre todo recuerdo el llanto de los niños. Cuando lloraba uno, y era muy fácil que llorase un niño, todos se echaban a llorar. El llanto de miles de niños, llorando todos a la vez.
Después de esas tres lecturas deslumbrantes y conmovedoras, ¿tendrá aún sentido preguntarse si eso que se conoce como La Cruzada de los Inocentes ocurrió en realidad?

1 comentario:

  1. Rosa nos cuenta que hay una obra de teatro, de MIchel Azama, que, sobre este acontecimiento histórico o mítico, se llama Cruzadas, desarrolla su acción en la actualidad y es muy recomendable.

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