martes, 21 de agosto de 2012

Hijos de reyes, una verdadera historia de amor de Reinhard Kaiser


El nazismo ha proporcionado a la literatura el género del holocausto. Libros estremecedores en los que se cuentan las peripecias de algún judío durante la Segunda Guerra Mundial. (Entre los muchos libros espléndidos del género, de observación, reflexión y lucidez escalofriantes, mi preferido es El hombre en busca de destino, de Viktor Frankl, dicho sea de paso.)

Cómo nos conmueve este libro, esta “historia verdadera de amor” (no “verdadera historia de amor”, como de manera cursi se traduce), que conocemos a través de las cartas de uno de los miembros de la pareja, él. Cartas llegadas a una casa de subastas, nadie sabe que procedentes de un robo, y por las que el autor del libro puja intrigado por lo que contienen. Esto.

Un joven judío alemán, Rudolf Kaufmann, de viaje por Italia, conoce a una joven sueca, Ingeborg Magnusson. Pasan unos días juntos, en Bolonia, Milán, Venecia... Después se separan. Ella vuelve a Suecia, él a Alemania. Se escriben sin parar. Planean un nuevo encuentro. Unos meses después  consiguen llevarlo a cabo. Pasan unos maravillosos días en Estocolmo. Vueltos a su rutina se siguen escribiendo, planeando el futuro. Los nazis ya están en el poder. Él comienza a dar clases en un colegio de niños judíos. Hacen nuevos planes para pasar juntos otras vacaciones. Se vuelven a ver en Coburg, donde él vive. Apenas se separan, ya están planeando el nuevo encuentro. Preparan verse en Copenhague. Ya está todo listo. Pero él no se presenta. Oímos la voz de ella (por única vez en todo el libro), en una carta angustiada, dirigida a un hermano de él, en la que le dice que Rudolf no se ha presentado y que eso quiere decir que le ha ocurrido algo malo. ¿Hay algo más delicado que el corazón de una muchacha enamorada? En unos días la situación se aclara. Él está detenido. Fue a un médico de enfermedades venéreas, que le preguntó quién le había transmitido su enfermedad. Rudolf le dijo el nombre de la mujer (una viuda a la que conoció en un baile) y el médico le denunció porque se trataba de una mujer aria y ya estaban vigentes las leyes que prohibían las relaciones sexuales entre judíos y arios. Es el año 1937. Lo juzgan y le condenan a tres años de prisión. Tres años. Rudolf se siente avergonzado y le escribe a Inge pidiéndole perdón por la infidelidad, por el daño que le ha hecho y diciéndole que entenderá que se olvide de él. Pero ella, aunque no oímos directamente su voz, sino su eco en las cartas de él, solo siente alivio al saber que no le ha ocurrido nada más grave. Claro que le perdona, dice. Durante esos tres años de cárcel a él le prohíben escribirse con ella. Se comunican a través de la familia de él, con la que Inge estrecha lazos. Cuando Rudolf sale de la cárcel, planean irse a vivir a Australia. Se encontrarán en Londres y de allí saldrán. Pero Alemania invade Polonia e Inglaterra le declara la guerra a Alemania. Se rompen las relaciones entre ambos países. Ya no es posible el viaje. Él intenta irse a Haití, a Chile. Tampoco es posible. Por fin, por un golpe de suerte, consigue pasar a Lituania. Quizá por fin se puedan reunir. Pero los rusos invaden Lituania. Hay que volver a esperar. Es increíble que no puedan verse. Él consigue un trabajo de geólogo, su verdadera profesión, que no ha podido ejercer nunca. Parece que todo se va a arreglar. Un día Inge recibe una carta en la que él le dice que ha conocido a una mujer y que se van a casar. Tampoco esta vez oímos lo que dice Inge, pero en la siguiente carta, él le da las gracias por los deseos de ella de felicidad y por entenderlo. En la última carta (abril de 1941) que se conserva, él le dice que se han casado hace un mes.

Después de esto, el autor del libro, en muy pocas páginas (no habría estado mal contarlo más detenidamente) nos relata sus investigaciones posteriores. Se entera de que a Rudolf lo mataron los nazis en 1942. Un día que va en bici le detienen dos soldados alemanes. Uno lo reconoce como judío (han vivido en la misma ciudad alemana) y lo matan allí mismo. (Su mujer pasa toda la guerra sin saber que ha muerto. Se entera después. Acaba viviendo en Nueva York, frente al edificio Dakota; oye los tiros que mataron a John Lennon.) Pero con ser esto muy triste, a mí lo que más me conmueve es el final de Inge. En el piso en el que vivía, en Estocolmo, en 1996 aún vive su hermana, a la que hemos visto en una foto de juventud, junto a Inge. La hermana tiene ochenta y tantos años. Cuenta que Inge murió en 1972. Nunca se llegó a casar. Adivinamos en la mujer adulta que nunca se llegó a casar a la joven que hemos visto en las fotos, guapa, sonriente, llena de vida, que perdona todas las traiciones y que se va marchitando sin olvidar nunca al hombre del que seguía enamorada.



Reinhard Kaiser, Hijos de reyes, una verdadera historia de amor (Barcelona, 2007)

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