El nazismo ha proporcionado a la
literatura el género del holocausto. Libros estremecedores en los que se
cuentan las peripecias de algún judío durante la Segunda Guerra Mundial. (Entre
los muchos libros espléndidos del género, de observación, reflexión y lucidez
escalofriantes, mi preferido es El hombre
en busca de destino, de Viktor Frankl, dicho sea de paso.)
Cómo nos conmueve este libro, esta “historia
verdadera de amor” (no “verdadera historia de amor”, como de manera cursi se
traduce), que conocemos a través de las cartas de uno de los miembros de la
pareja, él. Cartas llegadas a una casa de subastas, nadie sabe que procedentes
de un robo, y por las que el autor del libro puja intrigado por lo que
contienen. Esto.
Un joven judío alemán, Rudolf Kaufmann, de
viaje por Italia, conoce a una joven sueca, Ingeborg Magnusson. Pasan unos días
juntos, en Bolonia, Milán, Venecia... Después se separan. Ella vuelve a Suecia,
él a Alemania. Se escriben sin parar. Planean un nuevo encuentro. Unos meses
después consiguen llevarlo a cabo.
Pasan unos maravillosos días en Estocolmo. Vueltos a su rutina se siguen
escribiendo, planeando el futuro. Los nazis ya están en el poder. Él comienza a
dar clases en un colegio de niños judíos. Hacen nuevos planes para pasar juntos
otras vacaciones. Se vuelven a ver en Coburg, donde él vive. Apenas se separan,
ya están planeando el nuevo encuentro. Preparan verse en Copenhague. Ya está
todo listo. Pero él no se presenta. Oímos la voz de ella (por única vez en todo
el libro), en una carta angustiada, dirigida a un hermano de él, en la que le
dice que Rudolf no se ha presentado y que eso quiere decir que le ha ocurrido
algo malo. ¿Hay algo más delicado que el corazón de una muchacha enamorada? En
unos días la situación se aclara. Él está detenido. Fue a un médico de
enfermedades venéreas, que le preguntó quién le había transmitido su
enfermedad. Rudolf le dijo el nombre de la mujer (una viuda a la que conoció en
un baile) y el médico le denunció porque se trataba de una mujer aria y ya
estaban vigentes las leyes que prohibían las relaciones sexuales entre judíos y
arios. Es el año 1937. Lo juzgan y le condenan a tres años de prisión. Tres
años. Rudolf se siente avergonzado y le escribe a Inge pidiéndole perdón por la
infidelidad, por el daño que le ha hecho y diciéndole que entenderá que se
olvide de él. Pero ella, aunque no oímos directamente su voz, sino su eco en
las cartas de él, solo siente alivio al saber que no le ha ocurrido nada más
grave. Claro que le perdona, dice. Durante esos tres años de cárcel a él le
prohíben escribirse con ella. Se comunican a través de la familia de él, con la
que Inge estrecha lazos. Cuando Rudolf sale de la cárcel, planean irse a vivir
a Australia. Se encontrarán en Londres y de allí saldrán. Pero Alemania invade
Polonia e Inglaterra le declara la guerra a Alemania. Se rompen las relaciones
entre ambos países. Ya no es posible el viaje. Él intenta irse a Haití, a
Chile. Tampoco es posible. Por fin, por un golpe de suerte, consigue pasar a
Lituania. Quizá por fin se puedan reunir. Pero los rusos invaden Lituania. Hay
que volver a esperar. Es increíble que no puedan verse. Él consigue un trabajo
de geólogo, su verdadera profesión, que no ha podido ejercer nunca. Parece que
todo se va a arreglar. Un día Inge recibe una carta en la que él le dice que ha
conocido a una mujer y que se van a casar. Tampoco esta vez oímos lo que dice
Inge, pero en la siguiente carta, él le da las gracias por los deseos de ella
de felicidad y por entenderlo. En la última carta (abril de 1941) que se
conserva, él le dice que se han casado hace un mes.
Después de esto, el autor del libro, en
muy pocas páginas (no habría estado mal contarlo más detenidamente) nos relata
sus investigaciones posteriores. Se entera de que a Rudolf lo mataron los nazis
en 1942. Un día que va en bici le detienen dos soldados alemanes. Uno lo
reconoce como judío (han vivido en la misma ciudad alemana) y lo matan allí
mismo. (Su mujer pasa toda la guerra sin saber que ha muerto. Se entera
después. Acaba viviendo en Nueva York, frente al edificio Dakota; oye los tiros
que mataron a John Lennon.) Pero con ser esto muy triste, a mí lo que más me
conmueve es el final de Inge. En el piso en el que vivía, en Estocolmo, en 1996
aún vive su hermana, a la que hemos visto en una foto de juventud, junto a Inge.
La hermana tiene ochenta y tantos años. Cuenta que Inge murió en 1972. Nunca se
llegó a casar. Adivinamos en la mujer adulta que nunca se llegó a casar a la joven
que hemos visto en las fotos, guapa, sonriente, llena de vida, que perdona
todas las traiciones y que se va marchitando sin olvidar nunca al hombre del
que seguía enamorada.
Reinhard
Kaiser, Hijos de reyes, una verdadera
historia de amor (Barcelona, 2007)
Conmovedora historia. Gracias, Emilio.
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