Un librito encantador. El autor, al que una enfermedad había
dejado en una silla de ruedas (y que conoció a Rilke, a Proust, a Cocteau, y en
el que al parecer se inspiró Henry James para Los papeles de Aspern), cuenta cómo consiguió comprar un huerto en
la Giudecca que acabó transformando en un jardín (aunque reservó una parte para
seguir cultivando hortalizas y frutos). Cuenta su historia tan desde el
principio que empieza explicando cómo se formaron las islas de la laguna de
Venecia, los vientos reinantes en la zona y el mecanismo por el que se fueron acumulando
los sedimentos hasta formar las diferentes islas. A propósito de la compra del
huerto (y posteriormente, del cuidado del jardín y otros episodios) hace
divertidas observaciones sobre la psicología y las costumbres del veneciano
y de otros habitantes de los
alrededores. Le vemos levantar las pérgolas (“elegir una pérgola es tan
delicado como elegir mujer”), apartar la maleza, limpiar, ordenar, introducir
nuevas especies, hasta conseguir ese jardín que resulta un cruce entre uno
escocés y el Generalife. Hace un catálogo detallado de sus logros y enumera
decenas de flores y variedades que para el profano son solo cadenas de nombres,
pero que para el entendido quizá sean armoniosas combinaciones de colores,
cuadros impresionistas hechos con palabras. Atrapa nuestro interés con los
avatares que acompañan a una obra tan compleja como la construcción de un pozo
(un pozo, señalemos, en una pequeña isla, en un punto cercano a la laguna) y
con el recuento de las especies animales que ocuparon el jardín, desde vacas a
caracoles, pasando por las abejas ligures, que rara vez pican, o por su
majestad el ruiseñor (cuenta, por cierto, que todos los pájaros se acaban yendo
a otras islas para aparearse, y eso tiene nefastas repercusiones en la
vegetación, que se ve llena de orugas y de insectos que no tienen predador.
Cuenta también que no hay lombrices, que según Darwin con sus galerías oxigenan
la tierra y la drenan y la abonan y la transforman en el humus en el que se
asienta la “botánica”). Un libro escrito desde la felicidad, contado por una
voz educada y elegante, en ese tono levemente humorístico tan frecuente entre
ingleses.
Frederic
Eden Un jardín en Venecia (Gallo Nero
ediciones, 2011)
Me encantan estas reseñas de libros tan originales.
ResponderEliminarMe parece una virtud ser capaz de sacar de entre los estantes de una librería un libro como este. De leerlo, de apreciarlo y de ofrecernos su existencia.
Enhorabuena a todos los que hacéis posible un blog como este.
A mí también me atraen libros como este.De tenor similar al de la entrada,"Elizabeth y su jardín alemán", de Elizabeth von Arnim.
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