Hace muchos años leí por primera vez Los de abajo de Mariano Azuela y quedé prendido de esa veracidad
que emanaba de sus páginas. Daba la impresión de estar asistiendo, testigo de
primera línea, a la Revolución Mexicana. No en vano, la escritura de la novela
casi ni se despegaba en el tiempo de los acontecimientos que narraba (comenzó a
escribirse en 1914, al hilo de los combates que libraban Villa y Carranza,
cuando el propio Azuela participaba como médico militar en las filas
villistas); pero, sobre todo, el lenguaje, para mi gusto el mayor acierto de la
novela, que nos hace tan cercana y mágica la peripecia a la que asistimos.
En la novela se narra el alzamiento de Demetrio Macías contra el
cacique de su pueblo, su incorporación a una Revolución que prende como un
reguero de pólvora de un lado al otro del país, y su vuelta, cansado y
desilusionado, a su hogar, donde le esperan su mujer y su hijo. (Carlos Fuentes
la llamó La Iliada descalza.)
Muchos fueron los personajes que me deslumbraron de la novela, pero,
en particular, hubo uno que me impactó: Valderrama. No sé por qué, pero mi
impresión desde el principio es que asistía a la aparición de uno de esos
dioses que, al igual que ocurría con los griegos y troyanos, intervenía en los
acontecimientos que dirimían los humanos y que luego, siempre luminoso,
desaparecía. Y con esa impresión me mantuve durante años. Cada vez que pensaba
o se hablaba de esa novela me venía esa imagen de Valderrama.
Valderrama aparece en la vuelta del héroe Demetrio Macías a su
hogar, envuelto en una inercia de peleas incomprendidas:
Valderrama, ¿vagabundo, loco y un poco poeta?
Y aparece como una revelación:
–¿Villa?... ¿Obregón?... ¿Carranza?... ¿Qué se me da a mí? ¡Amo la Revolución como al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la Revolución porque es Revolución!... Pero las piedras que quedan arriba o abajo, después del cataclismo, ¿qué me importan a mí?
–Le tengo voluntá a ese loco –dijo Demetrio sonriendo–, porque a veces dice cosas que lo ponen a uno a pensar.
Pero no hace mucho leí una edición crítica de la novela de Mariano
Azuela, editada en el año 1984 con el apoyo de la UNESCO y bajo la coordinación
de Jorge Ruffinelli y descubrí que Valderrama era un intruso. Como el mismo
Ruffinelli dice en la introducción:
Este personaje no pertenece al universo inicial de Los de abajo en 1915, que es un universo descarnado, llevado casi al hueso... Como dice Stanley R. Robe, “Valderrama es uno de los tributos de Mariano Azuela a Becerra (el poeta José Becerra)... Su presencia en la novela y los episodios en los que participa fueron decisiones a posterori y Azuela, quien es notablemente descuidado en la construcción argumental, no se toma el trabajo necesario para justificar lógicamente el ingreso de Valderrama en la novela ni su salida posterior”.
Leí esto desconcertado. Por una parte con el arrobo de quien
descubre una verdad; pero por otra con la impresión de que algo importante se
me desmoronaba.
Con el tiempo he llegado a la conclusión de que las novelas son
universos autónomos, y sus personajes cobran vida o desaparecen con
independencia de voluntades y propósitos individuales. Incluso los del autor.
Valderrama entró y salió de la novela cuando llegó su hora, pero dejando para
siempre su huella luminosa:
Valderrama, el vagabundo de los caminos reales, que se incorporó a la tropa un día, sin que nadie supiera a punto fijo cuándo ni en dónde, pescó algo de las palabras de Demetrio, y como no hay loco que coma lumbre, ese mismo día desapareció como había llegado.
Qué ganas de leerla, Luis. Es la primera referencia que tengo de esta novela. Nunca me hablaron de ella. Ni en la facultad. Gracias.
ResponderEliminarEmilio
Creo que mi primera lectura fue por los años 70, junto con Rulfo y cuando me interesó todo lo de la Revolución mejicana. Recuerdo que también conseguí unos discos de edición francesa con las canciones revolucionarias: La Adelita, Carabina 30-30... Aún lo conservo.
EliminarYo tampoco lo tenía. Interesante la literatura Mexicana de aquel tiempo. Justo estoy releyendo "El testigo", de Villoro, que habla de la leyenda del poeta Ramón López Velarde, el primer poeta moderno de México. Creo que, del México de la Revolución, hay mucho para leer.
ResponderEliminarGracias, Matías. Sí, si no recuerdo mal, en esa novela Villoro trata del poeta y de la guerra cristera. Aunque yo de Juan Villoro prefiero las distancias cortas, libro de relatos como "Los culpables". Y como hijos de la Revolución, he leído a Javier Ibarguengoitia (su novela "Los relámpagos de agosto" trata, con una ironía y sátira tremendos, sobre la inflación de generales después de la Revolución) y Arreola y su "Confabulario". Luis.
Eliminarestimado Luis:
ResponderEliminartambién soy de quienes valoran biófilamente este librito tan duramente entrañable.
Me enseñó bastante, principalmente para la osadía de seguir dejándote llevar por el instinto creativo narrativo.
Y, con respecto al hecho incontrolable de Valderrama, también yo lo he dejado vivir en algunas de mis novelas. Mientras escribía para publicarse en DiarioLasPalmas mi DE AQUELLA ZAFRA, con historias y personajes muy congruentemente disparatadas, recibí carta de mi amigo Ricardo García Luis desde Tenerife. Y, ni corto ni perezoso -o por corto y perezoso, ¡vete a saber!-, la metí en la novela: ¡con la que nada parecía tener que ver!
¿Por qué lo hice? Por lo mismito que lo haría Azuela: por impulsivo instinto creativo. Pues, rápidamente, la intrusa carta -íntegra- se hizo parte importante de la serie de historias y personajes tan dislocados (DE AQUELLA ZAFRA se considera una novela muy original en todos los aspectos, nada parecida a ninguna otra) con que parecería no tener nada que ver.
¡Es de lo más lindo -tú también lo sabes- que tiene la fabulación literaria!: todo lo que instintivamente te surge tiene puesto si se le sabe -o se le deja- buscar.
Un fuerte abrazo, salud, suerte y ¡adelante!
Víctor