Este año es el
centenario del nacimiento de Lawrence Durrell, novelista, ensayista, y poeta;
autor de “El Cuarteto de Alejandría” y muchos otros títulos, que no parece
necesario relacionar tratándose de autor tan conocido.
En recuerdo de
Durrell, cito aquí dos obras suyas, que me gustan especialmente: “Una sonrisa
en el ojo de la mente” y “Las Islas Griegas”.
La primera, “Una
sonrisa en el ojo de la mente”, es un pequeño relato autobiográfico, que gira
en torno al taoismo, disciplina o filosofía con la que Durrell simpatizaba. En
este libro narra Durrell tres episodios de su vida, siempre presente en ellos
sus reflexiones o disquisiciones sobre el Tao. Así, nos relata en primer lugar,
la acogida en su casa, en La
Provenza, durante un fin de semana, de un geróntologo y taoista chino, al que
no conoce de nada, y que le quiere consultar al respecto de un libro que ha
escrito sobre taoismo. En ese fin
de semana, ambos hombres, con muy buen humor, entablan largas conversaciones
sobre el Tao, pasean, compran verduras en el mercado y cocinan al modo chino. En
el segundo de los relatos de este libro, cuenta su estancia- aunque Durrell
pernocta en su propio coche- en un monasterio tibetano, situado en un castillo en
Francia, a donde es invitado por la comunidad que lo habita, para la
celebración de su Año Nuevo. Las vicisitudes que ha de soportar, por una avería
de su coche, y el mal tiempo, a su vuelta del monasterio, llevan a Durrell a recordar otro pasaje de su vida, que
sería el tercer episodio, referido a una mujer a la que llama Vega, entre otros
nombres, con la que mantiene una relación de amistad/amor, que comienza al
confluir en interés comùn, el de ella en Nietzsche y el de él, en Lou Andreas
Salomé.
Este libro termina con un artículo sobre el
Tao, escrito por Durrell en su juventud.
El personaje del
gerontólogo y sus hábitos; lo que se divierten esos dos hombres ese fin de
semana, no obstante no conocerse previamente; y, las descripciones de los
paisajes y lugares donde transcurren estos tres episodios, Tao aparte, bien
valen la pena de la lectura de este libro.
En su otra obra,
“Las Islas Griegas”, se mezclan recuerdos personales del autor y la historia de
las islas por las que nos va guiando. Intenta, nos dice en el Prefacio de su
libro, contestar a dos preguntas:”¿qué le hubiera gustado saber cuando se
encontraba allí? y ¿qué lamentaría haberse perdido?” Maravilloso libro y
maravillosa literatura, también.
Autor: Ampa Casañas
Leí "Una sonrisa en el ojo de la mente" hace años, cuando trabajaba de ordenanza en un ministerio y me pasaba las tardes leyendo. Recuerdo que llegué a él a través de Henry Miller, que era muy amigo de Durrell y que hablaba maravillas de este librito. Guardo un recuerdo precioso de aquella lectura, con la que di mucho la lata a mis amigos en aquella época. Recuerdo con especial cariño (como a un amigo al que hace tiempo que no veo) a aquel chino que aconsejaba cortar en trozos muy pequeños los alimentos, para aprovecharlos al máximo.
ResponderEliminarRecuerdo también haber leído, por aquella misma época, en cuatro tardes, el "Cuarteto de Alejandría". En la universidad nos habían dicho que era una misma historia contada desde cuatro puntos de vista diferentes, como hace Agatha Christie en "Cinco cerditos". Pero descubrí que no era exactamente así. No era algo tan sencillo. Hay mucho cambio de perspectiva, pero hay muchas más cosas (aparte de que el último tomo, "Clea", contaba unos hechos muy distintos de los de los tres primeros). Uno de los defectos que yo encontraba a estos libros es que todas las voces sonaban parecido, no estaban suficientemente diferenciadas, para mi gusto. Pero recuerdo la lectura de "Justine" como una de las experiencias más altas de mi vida de lector. Qué narración tan inteligente, tan honda y sobre todo tan delicada. Cómo nos deslumbran y enamoran los sentimientos de Justine, tan finamente analizados y expuestos. Yo viví en la atmósfera de "Justine" durante mucho tiempo. Poco después fui a Alejandría y me alojé en el Hotel Cecil, solo por seguir viviendo aquella atmósfera. En el vestíbulo aún estaban las palmeras junto a las que se sentaba Justine y el espejo en el que se reflejaba, todo ya muy envejecido. Era un poco triste.
No conozco "Las islas griegas". Gracias, Ampa, por la recomendación.
Emilio