miércoles, 6 de junio de 2012

Soy apache



Estas memorias no tienen nada que ver con las de Alce Negro. Gerónimo fue un hombre de acción. No parece que le interesaran las cosas del espíritu. En una ocasión dice que cree en una vida tras la muerte, pero que no se imagina cómo será. Eso es todo. (Parece que al final de su vida se convirtió al cristianismo, igual que Alce Negro, pero más que por motivos teológicos, por razones mundanas, o prácticas: el cristianismo era la religión de quienes les habían derrotado, de quienes habían liquidado su forma de vida, así que su Dios tenía que ser poderoso.)

Como Alce Negro, dictó sus memorias, para lo cual tuvo que pedir permiso al presidente de los Estados Unidos, pues en aquel momento Gerónimo era prisionero de guerra. Y se las dictó a un temeroso antropólogo, que, cada vez que Gerónimo dice alguna inconveniencia sobre algún general o algún personaje influyente o poderoso, se apresura a anotar que aquello son palabras de Gerónimo, no suyas.

Comienza Gerónimo recordando su infancia en un poblado pacífico, campesino, que vive de la agricultura. Y describe una vida de pueblo, idílica.

Se casa muy joven y tiene enseguida varios hijos. Durante un viaje comercial a México con otros hombres de su tribu, unos mexicanos atacan su poblado y matan a casi todos los que se han quedado, entre ellos toda su familia. Ahí empieza la vida guerrera de Gerónimo, pues desde entonces ya no parará de participar en episodios de venganza. Episodios sangrientos, brutales. Por ejemplo, cuenta que en una ocasión resbaló en un charco de sangre y recibió un golpe en la cabeza que le dejó muy mal herido. Tardó meses en recuperarse.

Muchas de sus incursiones son un desastre. A veces participan tres o cinco indios y solo sobrevive él. Matan a muchos mexicanos, pero también mueren muchos de los suyos. Durante bastante tiempo sus únicos enemigos son los mexicanos. No los anglosajones. Es más: habla de la primera vez que ve a un “hombre blanco” cuando ve a un yanqui.

Una vez atacan un pueblo mexicano y todos los habitantes huyen. Los apaches entran en las casas y no entienden las cosas que hay dentro, para qué sirven. Es un momento muy brillante de desencuentro entre dos culturas.

Hay páginas y páginas en las que solo cuenta incursiones de pillaje a México, y lo que describe es la vida de un simple cuatrero. Pero no siente culpa. Siente que empezaron ellos. Él no empezó, pero después no acabó.

No entiende la organización social de los blancos. Por ejemplo, no entiende que las tropas que están en una ciudad no sean de esa ciudad, que pertenezcan a una entidad superior, el gobierno. Para él esos soldados son gente de esa ciudad.

Odia a los mexicanos (aunque siempre que habla con un “occidental” habla en español, la única lengua que conocía, aparte de su apache materno) e insiste en los engaños que sufrió de ellos, y de los yanquis, como causa de su actitud belicosa. El editor (el antropólogo que recogió sus recuerdos) dice que, aunque sus palabras son exageradas, están más cerca de la verdad que las crónicas periodísticas de la época en las que se contaron las guerras con los apaches. Cuenta, por ejemplo, la muerte indigna, traidora, que tuvo Mangas Coloradas, otro líder guerrero apache, al que los soldados americanos convencieron con falsas promesas para que se rindiera.

Siendo ya prisionero de guerra (aunque no lo encerraron en cárceles, vivió mucho tiempo desterrado, separado de su familia, condenado a trabajos forzados, si bien él no pone énfasis en quejarse de nada de eso), lo llevaron a una exposición nacional, en la que se ganó algunos dólares vendiendo fotos de sí mismo y firmando autógrafos. Le asombran cosas que hoy nos parecen pueriles: los osos amaestrados, los ilusionistas, las norias (es muy interesante cómo describe su experiencia de montar en una de esas barcas)... Le quieren sorprender con unos prismáticos, pero él ya los conocía, pues se los arrebataba en muchas ocasiones a los soldados que mataba.

En el libro sale el desierto de Sonora, el río Yaqui, nombres de resonancias del mundo de Castaneda, pero no hay personajes visionarios a lo don Juan Matus.

Una vez un guerrero le contó que estuvo muerto en un campo de batalla y que vio un túnel, al otro lado del cual había una luz (experiencia que hemos oído tantas veces y que, al venir de alguien tan ajeno a nuestro mundo, no parece cultural). Vio galerías subterráneas, animales que le permitían el paso y un valle en el que vivían los muertos que había conocido (visiones típicas de los chamanes). Es entonces cuando dice Gerónimo que él cree en la otra vida, pero que no se la imagina, como ese guerrero.

Las últimas páginas se encaminan a dirimir si Gerónimo se rindió al ejército yanqui sin condiciones. Gerónimo dice que no. Hay testimonios de testigos civiles que parecen darle la razón. Pero quizá sea más claro el del general Howard (que tiene un libro fascinante sobre los grandes jefes indios a los que conoció, y que no es ante quien se rindió Gerónimo), que dice que prefiere no manifestarse. 

3 comentarios:

  1. Estupendo comentario Emilio! Me gustan este tipo de historias, el choque de civilizaciones, los indios. Seguimos tus recomendaciones literarias, desde Gerona, M.

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  2. Muchas gracias por la referencia, Emilio. Siempre me ha interesado la figura de Gerónimo, y, aunque conocía la existencia de la obra, me ha costado aceptarla como autobiográfica por el filtro de Barrett, el antropólogo que recogió sus palabras. La reseña me anima a vencer el prejuicio y leerla al fin.

    Recuerdo haber comentado hace un par de años a mis alumnos la polémica en torno a la denuncia del bisnieto (creo) de Gerónimo, que acusaba (y acusa) a una orden secreta de la Universidad de Yale de haberse apoderado del cráneo de su abuelo (parece que por obra y gracia del abuelo o bisabuelo de George W. Bush). Creo que el litigio sigue en pie.

    Por último, aprovecho para recomendar un texto de 1970, ya editado en español, que recoge la historia de los engaños y atrocidades de los distintas administraciones estadounidenses contra los nativos norteamericanos en la segunda mitad del XIX. Se titula "Enterrad mi corazón en Wounded Knee", y el autor es Dee Brown. Siempre creí que era indio, pero parece que no. En cualquier caso, el libro es revelador, emocionante y desgarrador.

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  3. Excelente, Emilio. Excepto la portada del libro, que me parece monstruosamente sosa, este texto tiene una pinta sobresaliente y pide una lectura inmediata.

    El enorme Mangas Coloradas es, además, un personaje clave en las memorias del jocoso e innoble sir Harry Flashman, que tantas veces he recomendado y que algún día comentaré por aquí. "Flashman se va al Oeste" es el libro en el que aparece, con sus aventuras entre los apaches (dice de ellos que a su manera son más ceremoniosos que una recepción en Windsor). También es muy interesante en sus datos sobre los indios y su imparcialidad; el mito del "buen salvaje" no es del agrado de Sir Harry, siempre políticamente muy incorrecto. El siguiente libro de la serie, "Flashman y los pieles rojas" no es menos jugoso. De hecho, forman originalmente un único libro. Hay que leerlos y disfrutarlos por este orden. "El que bosteza", nombre original de Gerónimo, aparece también con un papel destacado.

    Tengo por aquí otra biografía interesante: la de Sitting Bull, de Bernard Dubant. Lástima que sea un alegato reaccionario a veces risible, y que su ennoblecimiento del guerrero lakota le sirva para crear una especie de panfleto furibundo a favor del más rancio clasismo. Pero es interesante, de todos modos.

    Respecto al cráneo de Gerónimo, creo que lo usaba una de esas típicas hermandades de universidad americana para sus ceremonias y juramentos.

    Sobre la vida de los apaches hay un librito excelente que es -en principio para jóvenes-: "Corre-con-caballos" es el nombre del protagonista y el título. Su autor es Brian Burks. E incide en las duras condiciones y represalias que cayeron sobre los apaches tras la rendición de Gerónimo. Muy recomendable, para jóvenes y para no jóvenes.

    Un saludo. Hooka Hey!

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