viernes, 31 de agosto de 2012

Otra vez domingo de Francisco García Pavón


Creo que García Pavón no está suficientemente reivindicado. A su Plinio muchos lo juzgan por una fallida serie de televisión. Y sus cuentos son muy pocos quienes los valoran. Muchos afirman que el gran cuentista español del siglo XX es Aldecoa, que realmente es un gran cuentista. Pero la serie de García Pavón formada por los cuatro libros de cuentos Cuentos de mamá, Cuentos republicanos, Los liberales y Los nacionales, está, como mínimo, a la misma altura del mejor Aldecoa. Y toda la serie de Plinio es extraordinaria, soberbia. No entiendo por qué no se le tiene más en cuenta.

Esta novela es magnífica, como era de esperar. Un médico de Tomelloso desaparece. A Plinio sus superiores le prohíben investigar. Por otra parte su hija se va a casar. El médico es un hombre discreto. Plinio, a pesar de la prohibición, va haciendo indagaciones. Se pregunta a los últimos que lo vieron. Se pide por varios pueblos, mediante un coche con altavoz (¿puede haber algo más español?) que quienes lo vieran después de tal fecha y hora, lo digan. Se descubre que tenía una novia en el pueblo. [Atención: voy a contar, a grandes rasgos, la novela, final incluido. Quien no quiera saberlo, porque vaya a leer la novela, que se salte lo que va entre corchetes. Después de unos días, el cuerpo aparece en una bodega. Al final se sabe que fue una especie de retrasado-anormal, enamorado de lo novia del médico, quien le abrió una trampilla para que cayera al pasar de noche (tras romper la bombilla de la farola que iluminaba la acera en ese punto).]

De las historias que yo he leído de la serie de Plinio, es la que tiene el estilo más literario, o más poético, no sé cómo decir. Combina léxico de la zona con creaciones verbales personales sobre una base rural, o tradicional (un poco como hacía Cunqueiro). Lo envuelve todo en una atmósfera humorística, se ve que el narrador está disfrutando con lo que cuenta, flota todo el tiempo una gracia permanente. Pero no hay exageraciones, nada es increíble. Al contrario, lo mejor de García Pavón es esa realidad de sus personajes y sus motivaciones, que son tan españolas, y tan humanas, tan auténticas.

Addenda. “El caso mudo” es un cuento que publicó dos años después de esta novela. Aquí el estilo no es tan juguetón, tan cantarín. Es más pragmático. Más interesado en los hechos escuetos. Una familia desaparece sin dejar rastro. Al final vuelve a aparecer sin dar explicaciones. Todo es buenísimo. La naturalidad con que todo vuelve a su sitio, la curiosidad de Plinio y la firmeza del padre de la familia para no explicarle nada. Magnífico. Aquí la hija de Plinio ya está embarazada. Lo leo en el ejemplar de la RAE, que contiene una tarjeta de visita de García Pavón (vivía en Augusto Figueroa, 47, 3º) dirigida a Dámaso Alonso –el ejemplar fue de este, como se ve en la dedicatoria- en la que dice: “Dámaso: Ahí va esta antología de cuentos policiacos. Solo el último es nuevo. Procuro conseguir en él mucho suspense, pero que no ocurra nada, nada...” Exacto. Suspense para que al final no haya ocurrido nada. Lo de García Pavón, más que realismo es realidad.

Francisco García Pavón Otra vez domingo (Rey Lear, 2008; la ed. original es de 1978)


martes, 28 de agosto de 2012

ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ, PRIMERA LECTURA GLOBAL EN ESPAÑOL


Aunque posiblemente nunca llegue a salir en los suplementos literarios ni a recibir ningún premio honorífico, Uberto Stabile es un tipo imprescindible para la cultura en español, y más específicamente para la poesía. Lejos de los círculos literarios, Uberto Stabile realiza una labor ingente en aras de reforzar los vínculos poéticos entre las diversas orillas del Atlántico, y en devolver a la poesía su función de vínculo entre pueblos y personas. Director de la feria del libro independiente EDITA, del Salón Iberoamericano del Libro y de otros muchos eventos culturales, editor de numerosas antologías que dan a conocer poetas de diversos países latinoamericanos, poeta él mismo de gran valía, y enorme gestor cultural al que respeta y admira una multitud de poetas, e intelectuales en general, de varios países de Latinoamérica, desde hace algún tiempo se siente especialmente atraído por la poesía y la cultura del norte de México, donde, gracias a diversos viajes, y a su capacidad de hacer amigos, ha establecido estrechas relaciones con muchos poetas y escritores de una región tan difícil y apasionante. Así, conoce a los poetas Antonio Flores, Yuvia Chairez y Edgar Rincón Luna quienes en septiembre de 2011 impulsan a un grupo de jóvenes poetas de Ciudad Juárez a convocar el “Encuentro de escritores por Ciudad Juárez”. La convocatoria resultó un éxito tan extraordinario que en este año 2012 la han convertido, en colaboración con Uberto Stabile, en la primera gran lectura global en español, y se desarrollará en 131 localidades de 24 países y 4 continentes. La información actualizada de estos encuentros podéis leerla en http://www.escritoresporciudadjuarez.blogspot.com.es/.
También podéis visitar la página de la asociación “Escritores por Juárez”, que se creó con motivo del evento de septiembre de 2011: http://escritoresporjuarez.ning.com/, así como el blog donde los participantes en las lecturas de este año van colgando algunos de los textos que van a leer: http://www.poemasporciudadjuarez.blogspot.com.es/
Se trata, pues, de una convocatoria unitaria, que se iniciará en todos los lugares con la lectura de una Manifiesto común (ver abajo), en el que se pone de relieve el valor de la palabra como medio de lucha contra la violencia y la sinrazón que asolan el norte de México y otros muchos lugares del globo, y especialmente aquella que afecta a las mujeres.
He tenido el honor, como miembro de Ediciones de La Discreta y La Discreta Academia, y en representación de estas dos organizaciones, de trabajar en la preparación de las lecturas que se desarrollarán en Madrid y en Alpedrete, localidad sede de nuestra editorial. El peso mayor de la organización del evento madrileño lo ha llevado la poeta mexicana afincada en nuestra capital Liliana Pedroza, y hemos colaborado Blas Garzón, de Traficantes de Sueños, y este servidor. La lectura tendrá lugar en la librería Traficantes de sueños (c/ Embajadores 36), a las 19 horas, y han confirmado su asistencia Luis García Montero, Ana Colchero, Colectivo de estudiantes #Yosoy132Madrid, Hipólito García Fernández, Silvia Cuevas-Morales, Ana Aneiros, Marius Girnita, Federico Adaya, Diego Lebedinsky, Leticia Quemada, y los escritores de La Discreta David Torrejón, Santiago López Navia, García Caneiro, Luis Junco y Paloma González.
En Alpedrete el evento tendrá lugar en el Parque de las Columnas, a las 13 horas, y estará arropado por la Asamblea del Pueblo de Alpedrete (15M), que se ha sumado entusiasta a la convocatoria. Participarán también los mencionados escritores de La Discreta.
Es para nosotros una gran satisfacción y un gran orgullo el participar en esta iniciativa global, que una vez más podrá de manifiesto que la cultura, la palabra meditada y sosegada son ayuda imprescindible para superar las situaciones de violencia y explotación extremas que cada vez más se nos quiere imponer.

Juan Varela-Portas de Orduña

MANIFIESTO POR CIUDAD JUÁREZ
1 DE SEPTIEMBRE 2012
El 6 de enero de 2011 asesinaron en Ciudad Juárez, a nuestra compañera, poeta y activista Susana Chavez. En su nombre y en el de todas las víctimas que se ha cobrado el crimen organizado, más de seis mil en Ciudad Juárez, y más de sesenta mil en todo México, en apenas seis años, alzamos nuestras voces contra la violencia y contra el miedo, contra los asesinos y la impunidad, contra quienes pretenden doblegar nuestra fe en la vida y nuestros sueños de paz y libertad. 
A su memoria y en defensa de la dignidad de nuestro pueblo, celebramos el 1 de septiembre el encuentro “Escritores por Ciudad Juárez”, un acto que va más allá de la literatura y la creación artística, un encuentro que pretende mover conciencias y despertar la solidaridad de todos los pueblos y ciudadanos del mundo que se quieran unir a esta manifestación contra la violencia y la impunidad. 
Desde la primera edición del encuentro, en septiembre de 2011, luchamos con la únicas armas que conocemos, las palabras, para denunciar el silencio cómplice de quienes amparan el crimen, para recuperar los espacios públicos y la convivencia, para dar al mundo otro mensaje y otra imagen de Ciudad Juárez, que nada tiene que ver con los asesinatos ni con el narcotráfico. Queremos proclamar desde el dolor de esta hermosa tierra, en el corazón del desierto, nuestra fe en la fuerza de las palabras, nuestra capacidad para soñar y luchar por una sociedad libre y más justa, para decir al mundo que en medio de esta absurda e inútil guerra, los hombres y mujeres de Juárez, los niños, los jóvenes y ancianos, no se rinden ni se resignan al estigma del crimen.
Queremos una ciudad donde trabajar, estudiar o divertirse no sea una actividad de alto riesgo, donde nadie tenga que migrar por miedo, donde se puedan construir proyectos y realidades que nos devuelvan el futuro que la violencia pretende secuestrar.
Desde los más remotos países y lugares se nos han unido cientos de poetas y escritores, personas solidarias, anónimas y con nombre propio, con inquietudes y esperanzas, jóvenes y mayores, de todas las lenguas, razas y credos, para celebrar la vida y la memoria de quienes la perdieron y nunca olvidaremos. Hoy nuestras palabras van a cruzar todas las fronteras, van a resonar por encima de cualquier balacera, y se van a escuchar donde no llegan los tiros ni alcanza el miedo, porque los sueños que cargan nuestros versos, esos no tienen miedo.
Gracias

viernes, 24 de agosto de 2012

La cruzada de los inocentes

¿Hubo en realidad, a principios del siglo XIII, dos expediciones de niños que partiendo de Alemania y Francia pretendieron llegar a Jerusalén y liberar el Santo Sepulcro de las manos de los infieles? Si las hubo, lo que se asegura es que su destino fue infausto: la columna francesa habría sido secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto, y la alemana sucumbió en su mayor parte a causa de la peste.

Mito o realidad lo cierto es que desde hace tiempo ha sido materia propicia para la literatura, que la ha acabado por transformar en una realidad incuestionable, un universo que se ha ido enriqueciendo con la visión de varias obras y autores. De entre ellas y en orden cronológico voy a reseñar brevemente tres: La cruzada de los niños (1896) de Marcel Schwob, Las puertas del Paraíso (1958) de Jerzy Andrzevsky, y El río (2005) de Emilio Gavilanes.

Marcel Schwob compone su mundo narrativo a base de monólogos alucinados: los de algunos de los niños que participan en la Cruzada, el de unos clérigos testigos del acontecimiento, los de los papas Inocencio III y Gregorio IX, el de un leproso, un par de páginas que para Sergio Pitol “es quizás el más fabuloso premio que me ha deparado la frecuentación de los libros”.

En Las puertas del Paraíso, cinco adolescentes de la aldea de Cloyes, unidos en una larga cadena de amores no correspondidos y desesperados, siguiendo a Santiago, un iluminado que se siente llamado por Dios, ponen en marcha la cruzada. Reflejo de esa imagen, la narración es una larguísima frase de más de cien páginas con momentos de enorme expresividad poética:
...los vi bajo el cielo inmenso y en tal número que toda la llanura a mis pies parecía fluir en una lenta ondulación, las cruces, las banderas y los palios brillaban al sol levantándose sobre esa ondulante planicie y avanzaban lentamente, formando una unidad con el hormiguero infinito de cabezas, un canto inmenso se levantaba de esa inmensa columna ondulante que fluía lentamente, después, al pasar al lado de ellos, vi ya sólo la blancura de los vestidos y de las túnicas, las caras bronceadas por el sol de primavera, cerca unas de otras, las caras de mil muchachos y muchachas, rojas y sudorosas, con las bocas ampliamente abiertas, las bocas que cantaban, pero que a mí, que pasaba cerca, me parecían abiertas por el estupor que paralizaba a aquellos frágiles cuerpos cubiertos por desteñidos vestidos blancos y rústicas túnicas de tela, un pesado polvo se alazaba bajo ese millar de pies desnudos, caminaban asidos de las manos, las caras, los hombros, los cuerpos uno contra otro, arracimados en un enorme hato ciego...

Y por último, bajo el título Cruzadas, uno de los 62 relatos de hechos en apariencia secundarios en los que Emlio Gavilanes, con la precisa y elegante prosa que le caracteriza, narra la historia humana en el magnífico libro El río, la visión de la cruzada de los niños corresponde a la de uno de los participantes, recordada después de 30 años de haber ocurrido:
... El paso de los Alpes, por Saint Denis, en la mitad de agosto, la sed, el hambre, el calor, las primeras muertes. El llanto de los niños. Sobre todo recuerdo el llanto de los niños. Cuando lloraba uno, y era muy fácil que llorase un niño, todos se echaban a llorar. El llanto de miles de niños, llorando todos a la vez.
Después de esas tres lecturas deslumbrantes y conmovedoras, ¿tendrá aún sentido preguntarse si eso que se conoce como La Cruzada de los Inocentes ocurrió en realidad?

martes, 21 de agosto de 2012

Hijos de reyes, una verdadera historia de amor de Reinhard Kaiser


El nazismo ha proporcionado a la literatura el género del holocausto. Libros estremecedores en los que se cuentan las peripecias de algún judío durante la Segunda Guerra Mundial. (Entre los muchos libros espléndidos del género, de observación, reflexión y lucidez escalofriantes, mi preferido es El hombre en busca de destino, de Viktor Frankl, dicho sea de paso.)

Cómo nos conmueve este libro, esta “historia verdadera de amor” (no “verdadera historia de amor”, como de manera cursi se traduce), que conocemos a través de las cartas de uno de los miembros de la pareja, él. Cartas llegadas a una casa de subastas, nadie sabe que procedentes de un robo, y por las que el autor del libro puja intrigado por lo que contienen. Esto.

Un joven judío alemán, Rudolf Kaufmann, de viaje por Italia, conoce a una joven sueca, Ingeborg Magnusson. Pasan unos días juntos, en Bolonia, Milán, Venecia... Después se separan. Ella vuelve a Suecia, él a Alemania. Se escriben sin parar. Planean un nuevo encuentro. Unos meses después  consiguen llevarlo a cabo. Pasan unos maravillosos días en Estocolmo. Vueltos a su rutina se siguen escribiendo, planeando el futuro. Los nazis ya están en el poder. Él comienza a dar clases en un colegio de niños judíos. Hacen nuevos planes para pasar juntos otras vacaciones. Se vuelven a ver en Coburg, donde él vive. Apenas se separan, ya están planeando el nuevo encuentro. Preparan verse en Copenhague. Ya está todo listo. Pero él no se presenta. Oímos la voz de ella (por única vez en todo el libro), en una carta angustiada, dirigida a un hermano de él, en la que le dice que Rudolf no se ha presentado y que eso quiere decir que le ha ocurrido algo malo. ¿Hay algo más delicado que el corazón de una muchacha enamorada? En unos días la situación se aclara. Él está detenido. Fue a un médico de enfermedades venéreas, que le preguntó quién le había transmitido su enfermedad. Rudolf le dijo el nombre de la mujer (una viuda a la que conoció en un baile) y el médico le denunció porque se trataba de una mujer aria y ya estaban vigentes las leyes que prohibían las relaciones sexuales entre judíos y arios. Es el año 1937. Lo juzgan y le condenan a tres años de prisión. Tres años. Rudolf se siente avergonzado y le escribe a Inge pidiéndole perdón por la infidelidad, por el daño que le ha hecho y diciéndole que entenderá que se olvide de él. Pero ella, aunque no oímos directamente su voz, sino su eco en las cartas de él, solo siente alivio al saber que no le ha ocurrido nada más grave. Claro que le perdona, dice. Durante esos tres años de cárcel a él le prohíben escribirse con ella. Se comunican a través de la familia de él, con la que Inge estrecha lazos. Cuando Rudolf sale de la cárcel, planean irse a vivir a Australia. Se encontrarán en Londres y de allí saldrán. Pero Alemania invade Polonia e Inglaterra le declara la guerra a Alemania. Se rompen las relaciones entre ambos países. Ya no es posible el viaje. Él intenta irse a Haití, a Chile. Tampoco es posible. Por fin, por un golpe de suerte, consigue pasar a Lituania. Quizá por fin se puedan reunir. Pero los rusos invaden Lituania. Hay que volver a esperar. Es increíble que no puedan verse. Él consigue un trabajo de geólogo, su verdadera profesión, que no ha podido ejercer nunca. Parece que todo se va a arreglar. Un día Inge recibe una carta en la que él le dice que ha conocido a una mujer y que se van a casar. Tampoco esta vez oímos lo que dice Inge, pero en la siguiente carta, él le da las gracias por los deseos de ella de felicidad y por entenderlo. En la última carta (abril de 1941) que se conserva, él le dice que se han casado hace un mes.

Después de esto, el autor del libro, en muy pocas páginas (no habría estado mal contarlo más detenidamente) nos relata sus investigaciones posteriores. Se entera de que a Rudolf lo mataron los nazis en 1942. Un día que va en bici le detienen dos soldados alemanes. Uno lo reconoce como judío (han vivido en la misma ciudad alemana) y lo matan allí mismo. (Su mujer pasa toda la guerra sin saber que ha muerto. Se entera después. Acaba viviendo en Nueva York, frente al edificio Dakota; oye los tiros que mataron a John Lennon.) Pero con ser esto muy triste, a mí lo que más me conmueve es el final de Inge. En el piso en el que vivía, en Estocolmo, en 1996 aún vive su hermana, a la que hemos visto en una foto de juventud, junto a Inge. La hermana tiene ochenta y tantos años. Cuenta que Inge murió en 1972. Nunca se llegó a casar. Adivinamos en la mujer adulta que nunca se llegó a casar a la joven que hemos visto en las fotos, guapa, sonriente, llena de vida, que perdona todas las traiciones y que se va marchitando sin olvidar nunca al hombre del que seguía enamorada.



Reinhard Kaiser, Hijos de reyes, una verdadera historia de amor (Barcelona, 2007)

viernes, 17 de agosto de 2012

La oscuridad de la noche, una intuición de Edgar Allan Poe


Si, como decía Newton, el universo es infinito en extensión y en tiempo, entonces, según establecía Heinrich Wilhem Olbers en 1823, la noche debería brillar con una luz cegadora, pues de cada punto del firmamento nos llegaría la luz de una estrella que tendría detrás de sí a otra, y otra detrás de esta y así hasta el infinito. Pero la noche es negra.

Esto se conoció como la paradoja de Olbers, que hizo devanar los sesos no solo a sus contemporáneos sino a los físicos y astrónomos de las generaciones siguientes, pues nadie consiguió resolver satisfactoriamente esta contradicción hasta casi un siglo después de ser presentada.

Pero lo que resulta más curioso es que quien la resolvió no fue un científico, sino un poeta y escritor, Edgar Allan Poe. Poco antes de su muerte, en un poema titulado Eureka: Un poema en prosa, ponía de manifiesto el problema y resolvía el enigma: la luz tiene una velocidad limitada, lo que estamos viendo es el pasado, el universo no es infinitamente viejo, hubo un inicio y por tanto un apagón. Es lo que estamos viendo como escenario de fondo cuando miramos el cielo nocturno.

En el año 2004, el telescopio espacial Hubble, programado para conseguir la imagen más lejana del universo, obtuvo una fotografía que fue portada de muchos periódicos de la época. Era la imagen de un pasado remotísimo, 13 mil millones de años atrás. Teniendo en cuenta de que hoy se sabe –con un error de un 1%– que la edad de nuestro universo es 13 mil setecientos millones de años, aquella fotografía, considerando al universo en términos humanos, era como la un bebé de unos pocos días.

La imagen muestra unas débiles siluetas de galaxias formadas poco después del big-bang. Y detrás, la oscuridad. La negra noche de la que salimos y que seguimos mirando. ¿Eterna?

Pero eso es otro enigma, en el que ya se apuntan algunas respuestas interesantes. 

martes, 14 de agosto de 2012

Málaga en llamas de Gamel Woolsey


Cuando estuvimos en Málaga y visitamos el precioso cementerio de los ingleses (donde, por cierto, está enterrado Jorge Guillén), vimos que en la tumba de Gerald Brenan había también un nombre de mujer, con un epitafio muy bonito (tomado de Shakespeare). A la vuelta busqué cosas sobre ella y vi que tenía en casa este libro.

Gamel había nacido en Estados Unidos. Parece que se casó con Gerald Brenan, los dos un poco desganados, pues los dos tenían recientes unas frustradas historias de amor. Murió de un cáncer en Málaga en 1968. (Después, leyendo una biografía de Brenan, supe que sus últimos días fueron de dolores horribles, pues el médico no autorizó sedarla, temiendo que alguien le acusara de eutanasia.)

El libro cuenta el estallido de la Guerra Civil en Málaga. Ellos vivían en Churriana, desde donde veían la capital. Nada de lo que cuenta es agradable (el incendio de muchos establecimientos considerados burgueses, especialmente en la calle Larios, la calle más comercial, los bombardeos de la aviación de Franco, los asesinatos de algunas personas conocidas del pueblo...). Sin embargo el libro es maravilloso. La voz de esta mujer es tan cautivadora... Cuánta delicadeza y humanidad, cuánta compasión por todos los horrores de la guerra que ve a su alrededor. Continuamente la oímos hablar con los españoles: con los del pueblo, con los que trabajaban en su casa (un jardinero, un ama de llaves, una cocinera...), con los que se encuentra en sus caminatas a la capital, etc. Son retratos magníficos, llenos de simpatía por lo español (y de antipatía por los extranjeros que solo ven las incomodidades personales de la guerra, no el sufrimiento ajeno). (Es espléndido, por ejemplo, el relato, nada maniqueo –aquí nada es maniqueo, ni sectario-, de su ayuda a una familia española que tiene simpatías por Franco. Pero qué no es espléndido en este libro.) Por momentos me ha recordado el genial Celia en la revolución, de Elena Fortún, y no puedo decir nada más alto.

(Brenan y ella pensaban quedarse en Churriana hasta que acabase la guerra, pero el libro acaba cuando finalmente deciden sobre la marcha, sin premeditación, subirse a un barco inglés y marcharse a Gibraltar.)

Gamel Woolsey Málaga en llamas Barcelona: Temas de Hoy, 1997; la 1ª ed. es de 1939)

viernes, 10 de agosto de 2012

Ser weltiano


Hace tiempo, alguien de cuyo gusto literario me fío me dijo que había decidido convertirme en “weltiano” y me dio a leer un relato de la escritora Eudora Welty que se llama La india niña tullida. Un negro enano y con los pies deformados es secuestrado por una compañía de circo que decide incorporarlo a su espectáculo circense. Vestido como una india, le obligan a engullir pollos vivos ante el espanto y admiración morbosa del público asistente. Esto sucede una y otra vez, por diferentes pueblos y estados, hasta que un buen samaritano que casualmente asiste al circo es sensible al sufrimiento del negro, denuncia el hecho al sheriff local y consigue su liberación. Años más tarde, un chico que también formaba parte de la compañía vendiendo las entradas y que asistía a diario y con horror al humillante y depravante espectáculo, decide buscar al negro y a su manera redimir su culpa. Toda la puesta en escena, el negro deforme que es quien al final cuenta a sus hijos lo que ha ocurrido, Steve, el chico con sentimiento de culpa, Max, comerciante que le lleva hasta la casa del negro, el comportamiento de éste ante la visita y lo que Steve va contando…, todo es mágico, lleno de novedad y de veracidad.

Y sí, desde aquel día me dediqué a buscar y leer todo lo que había escrito esta mujer, nacida en el sur de los Estados Unidos en 1902 y contemporánea de las también sureñas Carson McCullers y Katherine Anne Porter. (Nunca puedo sustraerme a la pregunta de cuánto debe a la condición de mujer la escasa consideración de estas escritoras en comparación, por ejemplo, con Steinbeck y Faulkner.) Entre sus escritos destaco la novela La hija del optimista (premio Pulitzer) y todos sus relatos cortos, cuya colección completa en español ha sido publicada por la editorial Lumen.

Precisamente otro de los relatos del conjunto Curtain of green (y del que forma parte el señalado al principio) y cuyo título es Remembranza, me parece que sintetiza la poética de esta escritora, en palabras de la propia narradora del cuento:
Mis padres, que creían que yo no veía nada del mundo que no estuviera adecuadamente instalado en su lugar correspondiente como una parra en el enrejado de nuestro jardín, se habrían preocupado muchísimo si hubieran sospechado la frecuencia con la que lo débil y lo inferior y lo retorcido y lo extraño se convertía en ejemplo de lo que el mundo me ofrecía y presentaba.
Y si, como pretendía aquel amigo que citaba al inicio, ser admirador y formar parte de los pocos pero fieles seguidores de esta estupenda narradora norteamericana es ser weltiano, sin duda me declaro converso.

miércoles, 8 de agosto de 2012

A Chavela en su va y ven


Tu mundo raro es bolero de nombre equívoco. Y si quieren saber de tu pasado es preciso decir una mentira. Di que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar, que no entiende de amor y que nunca has amado, perfecta conjunción de música y letra en oscuridad doliente. No es incongruente, ni tan siquiera retorcido, encontrarle una clave homosexual cuando la canta Chavela… pero verle intenciones homosexuales a José Alfredo Jiménez es un delirio tan trampantojo como imaginar sexy a la madre Teresa de Calcuta. A más de treinta y cinco años de su muerte, José Alfredo sigue siendo el rey. Para Robert “Manolito” Bojorges, magnífica cabeza de gigante olmeca, Lector de Español en la Universidad de La Joya, California, José Alfredo es sin discusión el baladista más grande de nuestra lengua común, nunca terminaremos de darle gracias a México por haberle dado tantas alas. Según el Dr. Bojorges, referencia imprescindible para conocer los entresijos de la canción popular mexicana a la que ha tratado con inusual mimo filológico, “José Alfredo Jiménez fue un macho de los de aquellos, mexicano de tótem, faldero empedernido, tequilero de arrastre, sombrero grande como un refugio, traje de charro con charreteras de plata, cinturón cargado con balas de fogueo, prieto bigote fila de hormigas de da grima mirarte, ni te cuento besarte, muerto cirrótico sin cumplir los cincuenta sentado en un rincón de la cantina, compadre, yo no me achicopalo ni ante Emiliano Zapata. Perseguido por jaurías de maridos burlados desde Guanajuato a Coyoacán, (la fuente de los coyotes bien pudiera haberse inspirado en su memoria compinchada con la del Indio Fernández), tal vez ocultara bajo su feroz aspecto de sietemachos el desgarro del despecho y la soledad del bebedor de fondo”.

 De su libro ya canónico “Los perdedores triunfales”, continúo citando de forma textual al Dr. Bojorges porque mejor no puede decirse, “su inmenso repertorio, (más asombroso aún si pensamos que su autor no sabía música y debía cantar sus composiciones a un amigo para que las transcribiese al solfa), forma parte de la extraordinaria cultura popular no solo mexicana, no solo latinoamericana, ni digamos chicana, sino también española, donde nadie conoce su nombre pero todos conocen sus canciones y las cantan, o ejecutan, o perpetran, al igual que nosotros, cuando la borrachera se sale de madre y se desborda con la memoria profunda de las cosas más íntimas en cuanto los tragos alientan la exaltación de la amistad. Ser conocido sin ser reconocido es posiblemente la máxima aspiración secreta con que sueña todo artista con vocación de pueblo.”

Claro que una cosa son los conceptos y otra las interpretaciones. En la agrietada voz de Chavela Vargas Tu mundo raro se convierte en canción homo, pretendidamente buscado el efecto. Lo que si bien se piensa quiere decir que una canción de amor de las de “adeveras”, y esta lo es, no se para en sexos ni limita sus ámbitos. Es una canción de amor para enamorados y ya está, comme il faut. Sabina, otro grande, realizó un acto de justicia poética al introducir en uno de sus temas un merecido homenaje a los dos alegres borrachos tristes, “las amargura no son amargas cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo”.

Javier Guzmán
Extracto de la novela El cocinero del Papa.


martes, 7 de agosto de 2012

ADN


Con qué desparpajo, con qué sentido del humor habla Watson del ambiente universitario inglés de mediados del siglo XX, de los investigadores que estaban en la vanguardia de la ciencia, de ese mundo que a los profanos nos parece tan serio, tan respetable. Qué libro tan divertido, tan irrespetuoso. Qué gracioso es todo lo que cuenta a propósito del descubrimiento de la estructura del ADN. Carreras por publicar antes, espionaje a los colegas, gente envidiosa, trepas, miserables, chistes, intuiciones, errores... Todo eso, aderezado con un estilo desenfadado, forma un cóctel en muchos momentos hilarante.

Pero cuando te enteras de que los datos fundamentales de la investigación, las fotografías con rayos X en las que prácticamente “se veía” la estructura doble-helicoidal del ADN, las que permitieron a Watson y Crick concebir su teoría, por la que recibieron el Nobel, junto a Maurice Wilkins, cuando te enteras de que esas fotos se las robó Wilkins a su compañera de laboratorio Rosalind Franklin para pasárselas a la competencia (Watson y Crick), y que Rosalind Franklin murió de cáncer (posiblemente por la sobreexposición a los rayos X a que la obligaban sus investigaciones) antes de que los Nobel premiaran las investigaciones sobre el ADN, y que por tanto ella se quedó sin reconocimiento oficial, cuando te enteras de todos eso –digo-, se te quitan las ganas de reír.


James Watson La doble hélice (Madrid: Alianza, 2011; la edición original es de 1968)
Anne Sayre Rosalind Franklin y el ADN  (Madrid: Editorial Horas, 1997)

jueves, 2 de agosto de 2012

Acta Discreta del Conde de Abascal

Como muchos sabéis, Ediciones de La Discreta es una agrupación de gente enamorada de la literatura que trabaja, "por amor al arte", para sacar adelante un número de publicaciones fijas anuales para sus suscriptores. Dicho amor por la literatura está presente incluso en las reuniones administrativas, y como ejemplo aquí os dejamos el acta que el propio Conde de Abascal escribió resumiendo la reunión de 2011.







Acta,
en décimas ruidosamente modernistas,
de la II Asamblea Anual
de Ediciones de La Discreta
celebrada en la condal terraza


A don Julio Herrera y Reissig, que a buen seguro
se habría hallado muy a su sabor en la tenida.




¡Tarde de lúdicos retos
y líricos arrebatos
que rulan, como los gatos,
por los tejados discretos!
En bandadas, los sonetos
sobrevuelan las cabezas,
hurtándose a las bravezas
de un sol deshecho en rescoldos
que indulta, bajo los toldos,
el frescor de las cervezas.

Tarde de ingenios veloces
y de númenes propicios,
cuyos soleados inicios
entre invitados precoces
fuerzan, con ínclitas voces,
que Apolo deje su ignavia
y acuda, pleno de labia,
sapiente, sobrio y puntual…
¡como un émulo cabal
de Santiago López Navia!

Junto a seráficos vates,
viene embozado el diablo
en los cómputos de Pablo;
y otros precipuos orates
como el Muriente y sus cuates,
con Caneiro de adalid;
María José, de Madrid;
Mariné, del Priorat;
y ese pequeño Goliath
que es el gigante David.

Ana, con condal corona,
muchigua con cortesía,
entre néctar y ambrosía,
luz de olímpica anfitriona;
e irradia un haz que pregona
-si no deidad del Panteón,
ninfa del Erecteión-,
que, por plagiar su grandeza,
es discreta la belleza
y bella la discreción.

Flota, empero, un neurasténico
sopor en la impar caterva…
Cuando el búho de Minerva
rasga, ululando, el escénico
esplín; y en el cuadro helénico
-cual si tremolara un ave
ínsita en un arquitrabe-,
el esdrújulo estornudo
del son de un pífano agudo
anuncia a un Varela grave.

Con arcangélico paso
y piruetas de querube,
se algodona en una nube
la octava de Garcilaso
que Arias parodia al ocaso;
y, a imagen y semejanza,
se adivina en lontananza
que un crepuscular vencejo
brinda al sol un ovillejo
con su espasmódica danza.

Nuestro Señor don Dativo
propala por todo el ático
ora su sermón pragmático,
ora su idealismo activo;
y es en su ardor tan altivo
y en su flema tan noblote,
que no falta quien anote
con barroca remembranza
que parece un Sancho Panza
que ha engullido a don Quijote.

Todo en el aire es sutil
evangelio de aleluyas,
mientras predica las suyas
un Mariné zascandil
que, iluminado y gentil,
libre de cualquier amarra,
revela, mientras se agarra
a esa rubia que le pirra,
que en un piélago de birra
hasta un Mariné desbarra.

Luego, cuando el sol depinge
-con elocuencia lopesca-
lo rosado, y ya refresca
en más de alguna meninge,
irrumpe aquel que a la Esfinge
privó de oler, y a los reyes
de Judá dictó sus leyes…
¡Llega Fer con Mar, hermanos,
que se embarcaron indianos
y retornan ya virreyes!

Y cuando el alba importuna
pone fin a tanto exceso,
reserva su postrer beso
para la egregia comuna
una abascálica luna
tan dulcemente discreta
que, tras dejarse coleta,
se está impostando un mostacho
con el zigzag vivaracho
de la estela de un cometa.