martes, 31 de julio de 2012

La puñetera partícula


Hace unos meses, en este mismo blog y bajo el título “La partícula divina o de la soledad del afilador”, hablábamos del bosón de Higgs y de la figura de Adolfo Martínez. Durante estos meses han ocurrido algunas cosas que tienen que ver con ambos. La primera es que con una nueva y magnífica novela –La casa rural, que será publicada por Ediciones La Discreta próximamentese perfecciona cabalmente el universo literario del escritor manchego. (Del comentario de esta novela y más del mundo adolfiano nos ocuparemos debidamente en su momento.) Y la segunda cosa tiene que ver con que hace unos días se ha anunciado, por fin, el descubrimiento del bosón de Higgs, que completa la denominada teoría estándar de partículas, explica la materia de la que estamos formados y abre el camino a nuevos conocimientos y misterios en la física y en la cosmología.

El nombre “la partícula divina” (the god particle) se debe a Leon Lederman, físico americano, premio Nobel y director del Fermilab durante una buena cantidad de años en los que no cejó en la búsqueda de ese esquivo bosón de Higgs. Harto de esa persecución sin resultado acabó bautizándola “la puñetera partícula” (the goddamn particle). Y es que, en mi opinión, dentro de la estética que gobierna la verdad científica o literaria, el humor es característica esencial. Y tanto Leon Lederman como Adolfo Martínez –cada uno en su campo, y cada cual en su estilo (neoyorkino, el primero; manchego, el segundo)lo prodigan a manos llenas.

Precisamente a raíz del anuncio del descubrimiento del bosón de Higgs comentábamos algunos discretos amigos de Adolfo y míos varias anécdotas de Lederman que ponían de manifiesto ese humor. Dos de ellas las compartimos ahora en esta entrada del blog.

De la primera conozco dos versiones: una citada por Lederman en la presentación del también físico Carlo Rubbia; la otra en una entrevista radiofónica. Aunque muy parecidas, prefiero esta última. Bien, lo cierto es que una poco avisada locutora le preguntó seriamente a Lederman cómo había conseguido su puesto de director del Fermilab. Con igual seriedad, Lederman le respondió que gracias a un ejercicio teórico-práctico que pasó a explicarle. Había tres habitaciones. En una le proponían un difícil problema matemático; tenía que resolverlo en tres minutos. En otra habían metido un enorme gorila hambriento y con una muela cariada; tenía que extraer la muela en tres minutos. Y en la última había una prostituta insaciable; tenía que satisfacerla por completo en tres minutos. Él se metió en la primera habitación y resolvió el problema matemático en un tiempo récord. Se metió en la del gorila y durante más de dos minutos se escucharon en la habitación tremendos rugidos y alaridos. Y cuando, sudoroso y tambaleante, él salió y preguntó: “A ver, dónde está ese gorila”, le dieron el puesto sin pensárselo dos veces.

La otra anécdota se refiere a un viaje en tren que hacía Lederman. Por lo que nos dice, cuando se subió al tren, lo hizo al mismo tiempo una monja que llevaba a su cargo un grupo de locos, que rodearon a Lederman. La monja se puso a contar a sus locos –uno, dos, tres...– y cuando llegó a Lederman le preguntó, ¿Y usted, quién es? ¿Yo?, respondió, Pues un físico de partículas, premio Nobel. Ya, contestó la monja, y, señalándole, siguió contando: cuatro, cinco, seis...

(Como para certificar de nuevo el principio de causalidad que une todo lo existente y contrariar otra vez la zona cartesiana de mi cerebro, unos días después de escribir esta entrada, recibí una llamada telefónica de Adolfo Martínez. Esa misma tarde, en la Fundación Ramón Areces de Madrid, se iba a dar otra conferencia sobre el recién descubierto bosón de Higgs. Un compromiso me impedió acompañarle. Pero como crónica o a través de alguno de sus personajes de ficción, más tarde o más temprano recibiremos de Adolfo cuenta cumplida de lo que se dijo en esa conferencia.)

Imagen sacada de la página rokambol.com

viernes, 27 de julio de 2012

El síndrome de Albatros, de Gonzalo Suárez


Conocí por segunda vez a Gonzalo Suárez cuando estaba escribiendo ésta su última novela. La primera vez fue durante un pequeño congreso en Cuenca, cuando yo era un periodista imberbe y él ya un autor consagrado. Entonces compartimos en grupo varios cafés y vermús por la ciudad de las Casas Colgadas. Hace de eso mucho tiempo, tanto, que me pareció de mala educación pedirle que lo recordara cuando mi amigo Manolo Laguna, ex montador de sonido, me lo presentó de nuevo. Manolo estaba muy ilusionado por el encuentro. No sé si esperaba una especie de conjunción planetaria o algo así. Seguramente, confiaba en que conectásemos y quizás colaborásemos en algún proyecto. Lo primero ocurrió, aun sin fuegos artificiales. Lo segundo quedó en nasciturus desde el momento en que al presentarnos Gonzalo me dijo, mientras señalaba los dos volúmenes que llevaba bajo el brazo: “No me habrás traído algún libro tuyo para que lo lea”. “No -le respondí algo azorado-, traigo un libro tuyo para que me lo dediques y otro mío para dedicártelo, pero sin obligación ninguna de leerlo”.

Gonzalo nos confesaría más tarde que estaba atascado en medio de su próxima novela, que tenía que entregar en pocos meses y, en esas circunstancias, prefería no leer nada.

Fue una tarde estupenda, de esas que siempre se recuerdan. Gonzalo nos regaló con algunas de sus impagables anécdotas privadas sobre Sam Peckimpah, con quien colaboró estrechamente muchos años, y yo pude expresarle mi admiración por su obra, tanto literaria como cinematográfica. Al despedirnos me llevé los libros sin firmar. “Así -me justifiqué- tendremos una excusa para volvernos a ver”.

Han pasado dos años quizás y aún no he hemos intercambiado firmas, pero he terminado hace unas horas de leer la obra de sus desvelos. No me extraña que se atascara en más de un momento. “El síndrome de Albatros” es un auténtico tour de force en el desdoblamiento de un suceso y la gemación sus personajes. En el centro (y al principio), está una obra de teatro titulada “Lujuria”, y a su alrededor, la historia o historias que la originan o explican.

Sólo un creador tan libérrimo como Suárez podría dar a luz una obra así. Únicamente lo puedo comparar con el Torrente Ballester de “Yo no soy yo, evidentemente”. Más conocido por películas como la muy premiada “Remando al viento” (1988), Gonzalo Suárez es, para mí, más que nada, un escritor. Un escritor que a veces usa la pluma o el ordenador y a veces la cámara. Sus películas y escritos comparten un universo interior común formado relaciones imposibles y dañinas (casi siempre triángulos amorosos), búsquedas heroicas y una constante reflexión sobre la muerte. La calidad y cualidad de sus guiones los convierte en una obra literaria en sí mismos. De hecho, supongo que eso hace de él un cineasta forzosamente minoritario. Películas como “Don Juan en los infiernos” (1991) o “El detective y la muerte” (1994) son buena prueba de lo que digo.

Quizás sea con esta última con la que “El síndrome de Albatros” tiene más concomitancias, no en la trama, pero sí en el tono onírico del relato.

Y es que “El síndrome de Albatros” es eso, una novela onírica, en la que los avances de la historia no son tales, sino una suerte de espirales que nunca se alejan de su centro y que, cuando parece que lo logran, vuelven a caer de nuevo en el mismo núcleo de los sucesos.

No se espere por tanto el lector nada convencional. Gonzalo Suárez jamás lo ha sido, ni siquiera cuando filmaba de encargo o rodaba anuncios publicitarios. Con menos de treinta años inventó el nuevo periodismo tiempo antes de que se lo llamara así al otro lado del charco, firmando en La Vanguardia con su alter ego, Martin Girard. Y a lo largo de su vida ha hecho perder mucho más dinero a los productores del que les ha dado a ganar por su magnifica incapacidad para ser convencional. Pero, sin autores como él, el cine y la literatura serían mucho más aburridos. Suárez abre docenas de puertas con cada proyecto que emprende. Algunas no llevan lejos, pero otras pueden dar mucha materia para quien quiera atravesarlas. Lo hizo con la hipnótica “Parranda” (1977) y volvió ha hacerlo con la asfixiante “Epílogo” (1984). Y así lo ha venido repitiendo en el cine hasta su incomprendida “Oviedo Express” (2007) y también en relato y novela hasta sus extraordinarias no memorias “El hombre que soñaba demasiado” (2005), absolutamente recomendable.

El síndrome de albatros” es aún más ambiciosa y quizás no tan redonda como esta última porque echamos de menos el tono nostálgico y personalmente íntimo de la anterior. Pero igualmente satisfará a aquellos que por un momento quieran alejarse de los géneros y descubrir que la novela sigue siendo un paño infinito que cualquier sastre puede cortar a su antojo. Quienes sostienen que la novela está agotada, en realidad está hablando de los novelistas, no del género.

Gonzalo Suárez puede gustar más o menos, pero a sus setenta y ocho años sigue siendo el mismo enfant terrible que era medio siglo atrás. Cómo ha conseguido filmar y publicar durante cincuenta años es una suerte de milagro del que es obligatorio aprovecharse.

martes, 24 de julio de 2012

Un don Quijote (literariamente) zombificado


Hace apenas un mes, en el VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, diserté sobre la que, hasta donde yo sé, es la penúltima recreación narrativa del Quijote. Digo penúltima porque detrás de esta vendrán muchas otras, y más teniendo en cuenta que en 2015 se conmemora el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de la obra. Me estoy refiriendo al Quijote Z del apócrifo Házael G. (Barcelona, Dolmen, 2010), ficticia reconstrucción de una hipotética primera versión de la novela en la que Cervantes no se habría ocupado de la locura de un hidalgo de aldea que enloqueció por la lectura compulsiva de libros de caballerías sino por la indigestión literaria que le ocasionaron las historias de zombis.

El hecho de que el protagonista pierda la cordura por esta causa le lleva a convertirse en un cazador de zombis en un mundo tomado por los muertos vivientes. Debe quedar claro que el misterioso Házael G. (autor también, con otra identidad, del Lazarillo Z, publicado el mismo año) no lanza a don Quijote en medio del apocalipsis zombi, opción que habría dado mucho juego, sino que, en plena sintonía con el original cervantino, el protagonista reinventa literariamente el mundo real en clave Z suscitando, al igual que su modelo, la extrañeza, el recelo y la hostilidad de los demás. Esta zombificación literaria se nutre de otra clave plenamente coherente con la pretensión del Quijote Z, y esta es la extraordinaria proximidad textual entre el original y la recreación, hasta el punto de que la reproducción de la literalidad del Quijote cervantino es abrumadora y son bastante menos, si bien tan significativos como sabrosos, los contextos originales en los que el registro temático y formal no escatima en el gore más logrado.

Otro factor de interés para entender la capacidad de autorreferencia que puede generarse en el seno de una determinada corriente literaria es que el Quijote Z nace con la intención de parodiar la literatura del género Z, tan fecunda en los últimos años, y a ello se añade que la recreación quijotesca de la que nos ocupamos se publica precisamente en una editorial (Dolmen) que se ha destacado por su relevancia en este tipo de ficción. El resultado es el esperable: entre otras reinvenciones que obviamos, los molinos son ahora zombis gigantes, los ejércitos de carneros son dos huestes (una de zombis, y otra de supervivientes) que librarán una batalla decisiva y don Quijote justifica su penitencia en Sierra Morena por el hecho de que Dulcinea, aguerrida cazadora de muertos vivientes, ha sido fatalmente zombificada. No le faltan méritos al resultado, que a veces tiene momentos de humor negro muy de agradecer, pero lo que más nos llama la atención es el conocimiento del universo Z, imprescindible para acometer su parodia. Bien sabemos que solo puede parodiarse aquello que se conoce, y el Quijote cervantino es la prueba del nueve con respecto a la literatura caballeresca. Por otra parte, El ingenioso hidalgo zombi don Quijote de la Mancha (reescrito por Házael G. González, antepasado de Házael G.), está precedido de un cuento largo o novela corta que lleva por sugestivo título Luna de sangre en Lepanto, de un tal Gualberto G. Álvarez, en la que se propone la hipótesis de que Cervantes fue mordido por un zombi en vísperas de la batalla de Lepanto, durante la cual, por cierto, combate o cree combatir contra feroces muertos vivientes. Un conjunto literario muy coherente, en fin.

No puedo cerrar esta brevísima reseña sin destacar la importancia de que los zombis sean el objeto de una recreación narrativa del Quijote. Entre las cosas que he aprendido después de muchos años de estudiar las recreaciones de la novela de Cervantes está la evidencia de que sus recreadores emplean la literatura en plena sintonía con las circunstancias, acontecimientos y tendencias de su tiempo. No es casual que el Quijote Z parodie al zombi, que es, sin duda, el monstruo por excelencia de la crisis: un ser dormido, sin referencias, anulado identitariamente en una masa anónima que lo convierte en especie, no en individuo, y en especie depauperada y despreciable por su aspecto y por sus limitaciones. No hay mejor muestra de una famélica legión que una horda de muertos vivientes insaciables. Necesitaría mucho espacio para justificar todo esto a la luz de la manifestación del género en el cine, la televisión, el ocio y la literatura, y a la luz, sobre todo, de las atinadas reflexiones de quienes lo cultivan. Baste este apunte motivado por un Quijote literariamente zombificado.

viernes, 20 de julio de 2012

Historias del Calcio de Enric González


Ya lo conocíamos por las divertidas y a la vez interesantes Historias de Nueva York e Historias de Londres, (creo que también tiene unas Historias de Roma). Todos estos libros son recopilaciones de crónicas publicadas antes en El País (para mi gusto, estas y los artículos de Jacinto Antón son lo mejor del periódico). Las crónicas de Enric González comparten dos cosas: un leve tono humorístico (sin perder de vista que de lo que trata es de informar) y que están muy bien escritas. En este libro en concreto demuestra que (a pesar de los diarios deportivos y de la mayoría de los redactores de deportes de los diarios generales) se puede escribir sobre fútbol con inteligencia, y con gusto, y con elegancia, sin recurrir al lenguaje estereotipado propio de los periódicos deportivos. En cuanto al contenido, lo que reflejan estas crónicas es que en el fútbol italiano hay mucha corrupción (directivos implicados en el apaño de partidos, por los que sus clubes sufren sanciones muy severas, como perder la categoría o privárseles de títulos...), que hay hinchadas muy violentas (la de la Lazio es filofascista, sin complejos; tienen incluso –dice Enric- un monumento a Mussolini dentro del estadio) que provocan disturbios con mucha frecuencia, y que bastantes equipos van unidos a una línea ideológica: Lazio es fascista, el Livorno es comunista. En bloque. Y así muchos equipos. Habla de fútbol relacionándolo con la sociedad y con el carácter italiano. Por ejemplo, nos cuenta que gracias a un nieto futbolista la policía pudo atrapar a un mafioso muy buscado, pues el abuelo no se podía resistir a la tentación de ir a ver jugar a su nieto. O que hay quien dice que el catenaccio es consecuencia de la historia italiana, que ha sufrido invasiones de todo tipo de pueblos y siempre se ha visto obligado a estar a la defensiva. Todas las crónicas son, como mínimo, siempre entretenidas.

            (Recoge un chiste que cuentan los aficionados del Milán: Gatusso (del Milán) se apuesta con sus compañeros a que él solo gana al Inter. Sus compañeros aprovechan el descanso y se van el fin de semana, por lo que no pueden ver el partido. Llaman a Gatusso por la noche. “¿Qué tal te fue?” “Empaté a uno”, dice cabreado. “Pero, hombre, es grandioso empatar a uno contra once.” “No, si lo que me molesta es que me expulsaron en la primera parte por protestar, y fue injusto.”)


Enric González Historias del Calcio (Barcelona: RBA, 3ª ed., 2010)

martes, 17 de julio de 2012

El capote


Seguramente porque otra vez y de manera igualmente injusta se vuelve a echar buena parte del peso de la crisis económica sobre la espalda de los sufridos servidores públicos, nos viene a la cabeza la conmovedora figura del funcionario Akakiy Akakiyevich, protagonista del relato El capote de Nikolái Gógol, que para muchos es uno de los grandes cuentos del siglo diecinueve.  

La llegada de un nuevo invierno en San Petersburgo y el desgaste de su viejo capote, le ponen a Akakiyevich ante la necesidad de adquirir un nuevo abrigo. E inopinadamente, esta contingencia viene a suponer un cambio en su hasta entonces anónima y gris existencia, en apariencia tan solo absorbida por su diario trabajo de copista y que él lleva con tanto esmero y probidad que le llega a convertir en objeto de burla de sus propios compañeros.

Primero, sus escasos recursos y la miseria de sueldo que recibe como funcionario le obligan a realizar grandes sacrificios para ahorrar para el abrigo:
…Llegó a la conclusión de que era preciso reducir los gastos ordinarios por lo menos durante un año, o sea dejar de tomar té todas las noches, no encender la vela por la noche, y si tenía que copiar algo, ir a la habitación de la patrona para trabajar a la luz de su vela. También sería preciso al andar por la calle pisar lo más suavemente posible las piedras y baldosas e incluso hasta ir casi de puntillas para no gastar demasiado rápidamente las suelas…Incluso hasta llegó a dejar de cenar; pero, en cambio, se alimentaba espiritualmente con la eterna idea de su futuro abrigo.
Y cuando después de tantas penalidades consigue el ansiado abrigo, este le es robado vilmente.

Entonces se produce el segundo despertar de Akaiy Akakiyevich. Porque cuando acude al Comisario de  la policía y a la Alta Personalidad política para solicitar amparo y justicia, solo encuentra desinterés, menosprecio y prepotencia. Y por primera vez, aquel hombre que no había realizado nada extraordinario en su vida pero que había visto el espíritu de la luz en forma de abrigo, se rebela. Una rebelión que lleva más allá de la vida, pues cuando la muerte le sorprende, el fantasma de Akakiy Akakiyevich siembra el terror en las frías noches de San Petersburgo: su blanco espectro se aparece de improviso y despoja de sus abrigos a los confiados ciudadanos de cualquier condición. Hasta que también arrebata el abrigo a la Alta Personalidad que le ha humillado en vida y parece apaciguarse.

¿Sería extraño que, en este próximo invierno y en cualquiera de nuestras ciudades europeas asoladas por la crisis, el fantasma de este humilde funcionario volviera a manifestarse y se apareciera a esas “altas personalidades” de toda condición que exhiben casi a diario un comportamiento tan egoísta e insensible? Bastaría con que les dejara sin abrigo, sin máscara, desnudos, con sus vergüenzas expuestas a la consideración de los demás.

miércoles, 11 de julio de 2012

Cuando ETA quiso matar al Papa


Entrevista realizada por Matías Crowder a Javier Guzmán

“Casa del Libro” de Rambla Barcelona, en el centro neurálgico de la ciudad, seis de la tarde. Por la cantidad de libros, que parecen abarcar el conocimiento humano, trescientos metros cuadrados de publicaciones, la librería en la que nos encontramos semeja una pequeña Babel en miniatura. En las pantallas, la portada del libro que se presentará en breve, “El cocinero del Papa”. Javier Guzmán, su autor, llega con tiempo. Caminamos entre estanterías abarrotadas de libros.

  • (Periodista) Siempre que entro a una librería me llama la atención la cantidad de títulos. ¿Piensa en eso cuando publica un libro, que tendrá que competir con todos ellos?
  • (Javier Guzmán ) ¿Te acuerdas de “El arca perdida”, de Steven Spielberg, el final, cuando meten el arca en medio de todo aquello? Parece que a un libro le pasa lo mismo. Cuando se publica parece ser absorbido por este laberinto borgiano.
  • (P.) ¿Cómo logra un escritor que su libro no se pierda en este laberinto?
  • (J.G) Es que yo quiero que se pierda. Creo que lo bueno es perderse, y luego que el libro coja su propio camino.

Javier Guzmán ha viajado por medio mundo. Su acento, las lenguas que lo componen, del cual sus personajes sacan partido, contiene la mezcla de quien ha vivido en varios continentes.

  • (P.) Gallego emigrado a Venezuela, pasado por Madrid, adoptado en Aragón. ¿No piensa quedarse quieto?
  • (J.G) Lo que mandan son las circunstancias, que te van llevando. Uno no se mueve, uno es movido por las circunstancias.

Hablamos sobre su reciente publicación, “El cocinero del Papa”, su segunda novela, editada por “Ediciones La Discreta”. Retratada en Almedina, Teruel, el territorio imaginario al que un día viaja el Papa, su protagonista, Iñaki, un venezolano hijo de vascos, es un cocinero de prestigio con un pasado que ha conocido los lindes de ETA, organización que quiere cerrar su etapa al margen de la ley con un magnicidio final. A Iñaki le van a exigir el asesinato del Papa durante el sibarítico ágape con el que se va a agasajar a la máxima figura en vida del cristianismo. La novela atrapa desde el primer momento. Ágil, divertida, “El cocinero del Papa” es una historia desenfadada y con un punto irreverente cuya lectura lleva al lector a terrenos serios y vitales con buenas dosis de humor.

  • (P.) He escuchado de decir que usted no sabe nada de este libro, que solo eres su autor.
  • (J.G) La novela cuando está publicada ya no es tuya, ya no la puedes modificar, y tiene tantas lecturas como lectores. Pero sí tengo claro de qué va la novela.
  • (P.)¿De qué diría usted que va?
  • (J.G) Diría que se trata de una novela muy coral. Ese coro lo forman personajes trasterrados. Gente desubicada de su entorno natural, pero al mismo tiempo que se adapta muy bien y que no deja de tener añoranzas. La nostalgia es querer estar justo donde no estás. Estos son los personajes que forman la historia, el intento de asesinar al Papa por orden de ETA.

La forma “coral” a la que se refiere su autor habla de una novela intensa, llena de atrapantes digresiones. Javier Guzmán, en las pausas que hacemos entre preguntas, habla de la misma forma, con un diálogo lleno de digresiones que, en un primer momento incurre sobre el acento del entrevistador, argentino de nacimiento, pasando por una decena de libros, editoriales, sucesos, para regresar a la entrevista, y todo ello sin perder el interés de quien lo escucha. Es un buen conversador, según han contado al entrevistador sus editores, quienes facilitan la entrevista, para nada “sesudo”, y no han errado.

  • (P.) En “El cocinero del Papa” ETA cumple un papel esencial, ¿cuál es la lectura que hace su libro del terrorismo?
  • (J.G) Creo que hay una visión del terrorismo nada indulgente, aún así el libro ofrece un intento de leer la situación, de ponerse en la piel del otro. Existe el personaje de una etarra que explica sus motivos y hasta reprende a Iñaki: “no seas como los pastores que no entienden los motivos del lobo”.
  • (P.) Usted pone al persona en una encrucijada. Por no decir en una gran putada. Asesinar a un Papa.
Ríe.
  • (J.G) Es una situación donde hagas lo que hagas la vas a fastidiar.
Leo un párrafo extraído de una entrevista de un medio de comunicación:
  • (P.) “La novela no es realista: parte de premisas irreales, resueltas con realismo”.
  • (J.G) El pueblo es irreal. El alcalde es un socialista multimillonario y su opositor es un conservador de familia humilde, y se ayudan entre ellos. Son ellos los que dicen: la política está tan putrefacta que, o tú y yo hacemos algo, o esto se desmorona. A este mundo ficticio, porque es ficticio, como podrás ver, es donde llega el Papa a bendecir una ermita, y se lía.

Comienza a llegar gente a la presentación. Javier Guzmán saluda a varios de los invitados. Pido sacar al escritor una foto. Javier Guzmán me pide ver cómo ha salido. Le enseño las fotografías.

  • (P.) ¿Es usted coqueto?
  • (J.G.) No soy coqueto, soy algo golfo -bromea.

lunes, 9 de julio de 2012

León de la mirada, de Antonio Gamoneda


           Pensaba que no me iba a gustar, pues había leído hacía poco Descripción de la mentira y me había resultado incomprensible, ajeno, mera sucesión de palabras.

            Pero este es un libro distinto. Algunos son poemas muy sencillos, que evocan los montes, el campo solitario de León. Una voz humilde pasea su mirada por toda la provincia.

            “León es esto: lentitud sagrada
con álamos al borde del camino.”

Muchos poemas transcurren en el verano en el que viven mis recuerdos de mis viajes a pie y en bicicleta por León. A la mención del más leve topónimo se me hace presente aquel paisaje.

“Mañanas puras y frías
de los campos de León,
mañanas que sois mañanas
también en el corazón.”

En algún poema dice que las figuras de las vidrieras de la catedral respiran luz y cantan en silencio. En otro, que el campo cruza despacio la tarde de verano.

Antonio Gamoneda León de la mirada (León: Breviarios de la calle del Pez, 1990; la ed. original es de 1980)

viernes, 6 de julio de 2012

Reseñas del lector: Romana Petri, la novela de toda la vida


Podría decirse, con poco margen de error, que Toda la vida, de Romana Petri, no es una novela escrita a la moderna pese que haya sido publicada recientemente, tanto en Italia (Longanesi & Co., 2001) como en España (Destino, 2012). En estos tiempos dominados por las redes sociales, los libros digitales y el correo electrónico, y donde la narrativa moderna tiende a rechazar la clásica historia de amor que trasciende las fronteras, Petri vuelve la mirada y la intencionalidad atrás para entregarnos una novela a la antigua usanza: el hombre joven que se muda a Argentina (o mejor dicho, a la Argentina, con regusto lingüístico a añejo) para hacer las Américas tras la guerra; un único y fogoso beso que sella una vital declaración de intenciones; una carta con recado de matrimonio dos años después; el viaje transatlántico en barco de la novia dispuesta a iniciar una nueva vida…
Pero pongamos nombres a los personajes. Ella, Alcina, una mujer solitaria y áspera que cree comunicarse con los muertos y que se niega una y otra vez la felicidad. Él, Spaltero, un hombre diez años más joven que ella, vigoroso y tremendamente guapo, que pese a la distancia geográfica no olvida el sueño de su niñez, nunca marchito: casarse con Alsina.
Sintetizado así, parecería que tenemos entre las manos una novela romanticona. No lo es: dije una historia de amor a la antigua usanza, no una novela rosa. Petri renuncia a ciertos elementos habituales de la moderna novela (fragmentarismo, elección de personajes anti-heroicos, uso de la analepsis, desprecio del amor como tema dominante, distanciamiento hacia los personajes, el hibridismo de géneros) a favor de esa literatura que podríamos decir, casi robándole el título al libro, “de toda la vida”, sencilla y sincera, pero literatura en cualquier caso. La novela, con todas las diferencias que pretendamos encontrar en esta aseveración, está más cerca de las propuestas de los autores italianos de la posguerra (Pratolini, Moravia, Svevo o Pavese –aparte de poeta, también novelista) que del vanguardismo de la segunda etapa de Italo Calvino, cuando comenzó a dar rienda a su arriesgado juego combinatorio.
Como son pocos los personajes, la autora puede permitirse el lujo de desarrollarlos desde dentro, sin prisas. Toda la vida es, antes que nada, ese retrato de interiores de sus personajes, que conversan sobre sus anhelos y sus frustraciones: Alcina, Spaltero, la Jole, el indómito perro Venceguerra y, por encima de todos –en mi opinión el más interesante del libro– Toni, un escritor agonista e inconsolable que no cree en ningún amor que no venga envuelto con la belleza de una Ava Gardner. En ellos –se diría que incluido el perro– convive la memoria de la II Guerra Mundial, que con el paso de las décadas habrá de dejar paso a otra amenaza: la de la dictadura argentina.
Romana Petri (Roma, 1965) es una autora consagrada en su país, con una trayectoria jalonada por importantes premios literarios, y codirige junto a su marido la editorial Cavallo di Fierro. Mi primer acercamiento a su obra, Toda la vida, es una novela que sabe conjugar la buena literatura con una apuesta narrativa por los valores tradicionales del arte de narrar los sentimientos.

Autor: Francisco Rodríguez Criado
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo. Mi querido Dostoievski es su última novela. 

[Fragmento]
(Doy un breve fragmento de la novela que relata una etapa de la vida de Toni, el escritor, y su hermano Sante. Elijo este fragmento porque describe algunas de las mayores confrontaciones políticas y sexuales de la Italia de la época):

“En Sicilia su hermana se había quedado con sus padres. Una vida tranquila, un buen trabajo en el hospital, un marido también médico, dos hijos. Su hermano Sante se había reunido con él en la Argentina. Los primeros años habían vivido juntos, pero después había pasado algo. Siempre habían sido distintos, muchas noches habían perdido el sueño a causa de sus ideas políticas. Llegaban al amanecer, exhaustos, sin que ninguno de los dos hubiese dado un paso por acercarse al otro.
–No entiendo cómo puedes apoyar a los comunistas –le decía Sante.
–Estudiamos carreras distintas –le contestaba Toni–. El cerebro toma la forma de lo que se aprende. ¿Cómo explicártelo, Sante? Hay cosas que hacen que el cerebro levite, y otras que lo dejan a un nivel más…
–¿Elemental?
–No, más primitivo. Yo he evolucionado, tú no.
–¿Quieres hacerme tragar que una licenciatura en letras vale más que una de ingeniería?
–Desde el punto de vista práctico, diría todo lo contrario. Pero siempre has tenido demasiados números en la cabeza, Sante. Nunca te ha quedado sitio para las palabras. Digamos que tenemos dos inteligencias muy diferentes. La tuya es de tipo convergente y la mía, divergente; si supieras, Sante, cómo diverge siempre.
Después ocurrió aquel episodio en el que Sante se había emborrachado. Había regresado a casa y se había tumbado en el sofá con los ojos abiertos en la penumbra de la sala, iluminada apenas por la luz de una farola de la calle que se filtraba a través de la venta. Toni estaba en la cama, pero despierto, y al oírlo entrar se había levantado.
–¿Te encuentras bien? –le había preguntado.
–Tal como me ves –le había contestado Sante, arrastrando las palabras.
–A veces hace bien beber. Mañana se te habrá pasado todo. ¿Quieres que te haga la cama?
–Vete a la mierda, Toni. Sólo tienes tres años más que yo, no me hagas de mamá.
–¿Qué tienes?
–Nada, he pasado una velada maravillosa. Déjame en paz.
–¿Una muchacha?
–No. Un muchacho.
Y después se había quedado dormido. Al día siguiente empezó la guerra. De aquella historia ni una palabra más. Pero Sante no había olvidado la confesión hecha en la euforia del alcohol, y a partir de entonces Toni pasó a ser su peor enemigo. Tras unas semanas encontró otro alojamiento y se marchó. Volvieron a verse algunas veces, sólo porque Toni lo buscaba, pero los encuentros eran fríos, llenos de silencios. Después, cuando Toni había tratado de volver a sacar el tema para decirle que a él no le importaba nada, que cada cual era libre de seguir lo que le indicaba su naturaleza, Sante había perdido los estribos, se habían abalanzado sobre él, lo había agarrado por el cuello y lo había lanzado contra la pared.
–¡Métete en tus asuntos! –le había gritado–. ¡Me importa un carajo lo que pienses!
Pero como Toni era más fuerte, había conseguido soltarse e inmovilizarlo, y mientras Sante se debatía, tratando de liberarse, lo había estampado contra el suelo y le había dicho:
–Pues debería importarte. Porque entre los fascistas con los que andas no sé cuántos encontrarás dispuestos a aceptar que eres maricón. ¿Qué vas a hacer, Sante, eh? ¿Te vas a esconder toda la vida? ¿Te buscarás una mujer y te casarás con ella? Más te vale que la elijas bien guapa, porque los que son como tú necesitan señuelos”.

Romana Petri, Toda la vida, Destino, 2012, pp. 162–164. Traducción del italiano: Celia Filiperto, 2012.

miércoles, 4 de julio de 2012

Bastardos esféricos

Tengo para mí que el insulto es otro de los logros del lenguaje, y que hay insultos que son obras de arte. Hace mucho tiempo que me atraen, y cuando leo o escucho alguno que por su ingenio o por su intención me parece interesante, lo anoto y trato de conservar no sé exactamente para qué. (¿Tal vez para utilizarlo en momento preciso?)

Pero, ¡ay!, en los últimos tiempos, la falta de memoria, el desorden y los desastres informáticos me han hecho perder una buena cantidad de ellos.

Entre los que conservo está éste, que se debe a un astrónomo suizo, Fritz Zwicky, que trabajó en el Cal Tech en los años 30 del pasado siglo y que fue el primero que dio noticia de la presencia de una misteriosa “materia oscura” al tratar de explicar los anómalos movimientos de las galaxias del cúmulo de Coma. Pero la comunidad científica –en particular, los astrónomos– no le hizo el menor caso. Un poco más tarde, en 1933, al estudiar la muerte de algunas estrellas, el astrónomo suizo llegó a la conclusión de que algunas, con suficiente tamaño, morirían en una tremenda explosión  –y acuñó la palabra “supernova” para referirse a ellas– quedando un núcleo tan denso y pequeño que la gravedad literalmente aplastaría los átomos hasta dejarlos en puros neutrones. Son las llamadas estrellas de neutrones. En este caso, la comunidad científica –otra vez, los astrónomos– se mofó de él sin la menor consideración.

Entre esto y que algunos años más tarde esas ideas fueran atribuidas a otros astrónomos y reconocidas como geniales, lo cierto es que, como suele decirse ahora, el amigo Zwicky se cogió un rebote importante. Tan importante, que durante el resto de su vida decidió compartir su ingenio –que era bueno y aguzado– entre el estudio de las galaxias y el despotrique fino (y no tan fino) de sus compañeros de profesión. Es verdad que, por lo que he podido averiguar, el carácter de Zwicky era belicoso, pero no es menos cierto que como ocurre en casi todos los gremios humanos en una sociedad competitiva como la que vivimos, también en la comunidad científica abundan la vanidad, la envidia y la puñalada trapera.

Poco antes de morir, Fritz Swicky publicó un estupendo catálogo de galaxias, con una dedicatoria especial: A los Sumos Sacerdotes de la Astronomía Americana y a sus Sicofantes.

Pero para mí el improperio más ingenioso dedicado a todos los que habían ridiculizado su trabajo y apropiado de sus ideas es el que encabeza esta entrada: Bastardos esféricos, y que él explicaba en estos términos: Porque son unos cabrones los mires por donde los mires.

lunes, 2 de julio de 2012

Literatura y cine: Wallander, de Henning Mankell

Es posible que a estas alturas se haya desinflado un poco la moda de los nuevos autores suecos de novela negra, pero hace unos pocos años era sin duda la novedad dentro de el mercado generalista. Un movimiento liderado por Stieg Larssenn y su triología Millenium, pero más allá de estos Best-sellers hay una profunda corriente de autores suecos que escriben una literatura negra excelente, entre los que destaca, para mi gusto, Henning Mankell.

Henning Mankell comenzó su andadura en la literatura creando a su personaje más famoso, Kurt Wallander, un inspector de policía de la pequeña ciudad de Ystad, situada cerca de Malmo, que es testigo de cómo cambia la sociedad sueca en los últimos años. De hecho, su primer libro, Asesinos sin rostro, da mucha más importancia al tratamiento que se hace de la inmigración en Suecia que al propio caso, que sería en lo que se centraría un libro con pretensión de Best Seller, sin embargo Mankell es capaz de alejarse en cierta forma de las clásicas reglas de la literatura negra, consiguiendo aún así mantener el interés del lector sobre el caso, pero añadiendo todo un análisis de la sociedad y sus cambios a través de los ojos de Kurt Wallander.

En mi opinión, lo que diferencia a Mankell de otros autores (suecos o no) de literatura negra es la gran profundidad que consigue en sus personajes, permitiendo que el lector se identifique con ellos y nos obligue de esa forma a querer siempre conocer más de sus relaciones, sus vivencias y el desarrollo de sus vidas. Esta fórmula no le ha ido nada mal a Mankell que ya lleva 11 novelas con Wallander de protagonista o hilo de conexión y que, pese a haber puesto un punto y final a la historia del personaje en el último libro de la serie, El hombre inquieto, es posible que sigamos en ese universo propio con su hija, Linda Wallander, de protagonista.

El personaje de Kurt Wallander ha sido llevado al cine y la televisión principalmente en Suecia, donde se han producido 3 películas interpretadas por Rolf Lassgard, actor al que Henning Mankell ha agradecido en más de una ocasión su interpretación de Wallander, y una serie de televisión de 13 capítulos, pero no es de estas adaptaciones de las que voy a hablar, (principalmente porque no he tenido ocasión de verlas), sino de la fabulosa serie que ha producido la BBC en la que Kenneth Branagh interpreta a Kurt Wallander de forma magistral. Desde 2009 se han estrenado dos temporadas de esta miniserie compuestas cada una por 3 capítulos de 1 hora y media de duración. En cada capítulo se recoge la trama policial de una de las novelas, mientras que los aspectos personales de los personajes, (para mi, casi lo más interesante) están diseminados a lo largo de toda la serie, consiguiendo de esta forma plasmar esa profundidad de la que hablaba antes. Las interpretaciones de cada uno de los personajes es prodigiosa, destacando la de el propio Branagh, que consigue transmitir el carácter de este personaje gruñón, perfeccionista y atormentado, y la de David Warner que interpreta a su padre. La producción de la serie es sencillamente increíble, consiguiendo trasladar el escenario de la ciudad de Ystad a los paisajes de Irlanda, donde está rodada, y con un trabajo de adaptación visual que te hace pensar en todo momento que estás en esa pequeña ciudad sueca.

A alguien que no conozca la obra de Mankell y el personaje de Kurt Wallander, sin duda le recomendaría que primero se sumergiera en las novelas, pero pese a que no soy amigo de las adaptaciones, ya que normalmente no suelen plasmar de una forma convincente lo que puedes encontrar en un libro, también recomendaría esta serie ya que me parece una adaptación casi perfecta.

Por cierto, para aquellos que estéis siguiendo la serie, os recuerdo que la tercera temporada se estrena el próximo día 8 de julio en el Reino Unido. Como siempre, os recomiendo verla en versión original para apreciar en todo su esplendor el trabajo de todos sus actores.