viernes, 30 de marzo de 2012

Reseñas de los lectores: "Mi vida" de Marcel Reich-Ranicki


Lectura, sin desperdicio, son las memorias del crítico literario aleman, nacido polaco, Marcel Reich-Ranicki. El libro se titula “Mi vida” y está publicado por Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores.

El Sr. Reich-Ranicki, autodidacta u hombre hecho a sí mismo, por razón de los avatares que supuso en su vida la segunda guerra mundial, es un pope o gurú de la crítica en Alemania. Alabado y denostado a la vez, dada su influencia, por la gran difusión en ese pais de sus comentarios, críticas, escritos y ensayos sobre literatura. Es autor también de un canon sobre literatura alemana.

 Fue durante muchos años el director de la sección literaria de un periódico alemán de gran tirada. También tuvo un programa sobre literatura en la TV alemana: “El Cuarteto Literario” se denominaba. Tanta audiencia tuvo ese programa, que contribuía al éxito de los libros o autores que en aquél se recomendaban, entre otros, del español Javier Marías.

El Sr. Reich-Ranicki tiene actualmente noventa años de edad. Así que a través de la historia de su vida nos hace partícipes de la historia alemana de su tiempo: los inicios del nazismo durante su adolescencia en Alemania, donde se educó; la deportación de su familia y de él mismo a su Polonia natal, por su condición judía; su confinamiento en el gueto de Varsovia; su huida del gueto con su esposa Tosia; su trabajo como traductor, cónsul y espía para el régimen polaco después de la guerra; sus comienzos como crítico literario en Polonia; su ingreso y posterior expulsión del partido comunista polaco; su  vuelta definitiva  a Alemania en el año 1958;  y un largo etcétera, del que no resultan menos apasionantes sus impresiones y opiniones sobre el  llamado “debate de los historiadores”, desencadenado en Alemania a mediados de los años ochenta,  respecto a la interpretación del pasado nazi y las causas del Holocausto.

Además de sus reflexiones sobre la amistad, el amor, la música y todo lo humano, como crítico que es, contiene este libro también sus opiniones sobre la literatura, su significado y el papel de la crítica. También su parecer sobre muchos escritores y  sus desencuentros, en ocasiones,  con algunos de estos, como con Heinrich Böll, de cuya relación, que se tornó difícil durante un tiempo, por una mala crítica a una de sus novelas, concluye diciendo: “ He aprendido mucho de Böll, incluida la sencilla idea de que entre un autor y un crítico solo puede haber paz o, incluso, amistad si el crítico no escribe nunca sobre los libros de ese autor, y si éste se conforma con ello de manera definitiva”.

Además de Böll, Günter Grass, Adorno, Bertolt Brecht, la familia Mann, Kafka, Martin Walser, Joachim Fest, Max Frisch, Shakespeare, Goethe y muchos otros escritores pasan por las páginas de estas memorias.

 No es este libro una autobiografía al uso sobre el nazismo, aunque ese horror está siempre presente, como resulta de las palabras con las que describe la última vez que ve a sus padres, obligados por las SS a subir al tren que los llevaría a la muerte: 
“ Mis padres no tenían ninguna posibilidad de recibir un  “número de vida”, aunque solo fuera por su edad- mi madre tenía 58 años, y mi padre, 62- y les faltaban fuerza y ganas para ocultarse. Les dije donde tenían que presentarse. Mi padre me miró desconcertado; mi madre, extrañamente tranquila. Iba vestida con esmero; llevaba un impermeable claro que se había traído de Berlin. Supe que la veía por última vez. Y así los sigo viendo: a mi indefenso padre, y a mi madre con su hermosa gabardina comprada en unos almacenes, no lejos de la Gedächtniskirche berlinesa. Las últimas palabras que oyó Tosia de boca de mi madre fueron: “Cuida de Marcel”.

Este libro, como otros del Sr. Reich–Ranicki, destila inteligencia, emoción  y una gran  sabiduría. Por eso, animo a su lectura a quienes no lo conozcan.


 Autora: Ampa

miércoles, 28 de marzo de 2012

Tanteos crepusculares, de Cristóbal Serra


 El mallorquín Cristóbal Serra es uno de los más famosos autores secretos españoles. Es ajeno a las modas. Todos sus libros son raros.

Este empieza como un libro normal, dando noticias de los libros que ha escrito y de las circunstancias en que lo hizo. Cuenta que por motivos de vecindad conoció (y admiró) al admirable Robert Graves (reproduce –me encanta- algunos de los implacables juicios de Graves: de Aldous Huxley solo destaca que le gustaba Greta Grabo; de Eliot, que no había hecho el servicio militar; de Dylan Thomas, que era un charlatán...) También cuenta –Serra- que Michaux exigió revisar la traducción de Borges de Un bárbaro en Asia, y que lo hizo él, Cristóbal Serra. Michaux era altivo y no contestó a ninguna de sus cartas, en las que le planteaba consultas.

Pero poco a poco el libro adquiere un aire desconcertante. Hace un gran elogio de un libro en el que se demuestra que los judíos proceden de España. Quizá habría que leer el libro. Pero parecen insensateces. Más adelante encontramos la revelación de que Serra hizo de médium y se comunicó con Larrea, con Papini, con Unamuno, con Borges, y que dejó de hacerlo porque Quevedo se enfadó con él y le amenazó... Llegas a pensar si no estarás leyendo a un simple chiflado. El final, con sus noticias y sus reflexiones sobre el asno y sobre el cristianismo te tranquilizan, pues aunque son heterodoxas -al estilo de Graves-, no son majaderías.

Su escritura tiene un tono profético, quizá por su trato constante y la repetición de citas de la Biblia, de Lao Tse, de Blake...

Conoce todo Guenon, pero de un personaje tan complejo y tan interesante solo resalta su simpatía por el taoísmo, que a un aficionado le parece un aspecto marginal.

lunes, 26 de marzo de 2012

París en el siglo XX, una premonición de Julio Verne


Llegué a este libro a través de otro, Física de lo imposible, de Michio Kaku, que trata de anticipar una visión del mundo en un futuro próximo a partir de los avances científicos del presente. Como ejemplo de visión profética, se habla de París en el siglo XX, novela de Julio Verne, escrita en 1863, y que fue guardada y olvidada durante más de un siglo hasta que accidentalmente fue descubierta por un biznieto del propio Verne  y publicada en 1994.
De la mano del joven Jacques Dufrénoy, poeta fracasado, se nos lleva al París de 1960, casi un siglo después de que la novela fuera escrita. Y si es verdad que, teniendo eso en cuenta, resulta sorprendente la predicción tecnológica y futurista de Julio Verne al mostrarnos unas calles deslumbrantes de luz eléctrica y atestada de coches a gas, rascacielos de cristal, ascensores, trenes elevados de alta velocidad, equipos de fax y redes de comunicación globales, mayor admiración supone sus vaticinios sobre la deriva del espíritu humano.
Como escenario económico, se dice:
Abundaban los capitales y más aún los capitalistas a la caza de operaciones financieras o de negocios industriales…
Y en ese escenario, la educación se centraliza en una Sociedad de Instrucción, que se presenta como un negocio, como una operación industrial, en la que se busca la rentabilidad y eficiencia:
Debemos confesar que el estudio de las humanidades y de las lenguas muertas  se había sacrificado bastante; el latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas; existía aún, por mantener las formas, alguna clase de literatura, con pocos alumnos, de poca envergadura y muy mal considerada… Si bien ya casi nadie leía, por lo menos todo el mundo sabía leer e incluso escribir…
Y hace a continuación una descripción de cómo, a la vez que la gente de letras se convertía en una especie en extinción, los de ciencias se pavonean y multiplican en un sinfín de ramas y saberes cada vez más especializados.
Por fin se pregunta qué dirían los antepasados al ver todo esto, especialmente los avances tecnológicos:
Se habrían sorprendido mucho, sin duda, pero los hombres de 1960 ya no admiraban estas maravillas; las disfrutaban tranquilamente, sin por ello ser más felices, pues su talante apresurado, su marcha ansiosa, su ímpetu americano, ponían de manifiesto que el demonio del dinero los empujaba sin descanso y sin piedad.

viernes, 23 de marzo de 2012

Reseñas de los lectores: Natsume Soseki



Este señor que veis aquí es Natsume Soseki, uno de los escritores más importantes de Japón. Muchos lo consideran el padre de la novela moderna japonesa.

Nació a finales del siglo XIX, uno de los momentos más convulsos para su país. Tras varios siglos bajo el shogunato de Tokugawa, también conocido como Periodo Edo, Japón cambió el poder de manos y dio paso a la Era Meiji. Esto supuso una gran apertura del país hacia Occidente, no sólo a nivel comercial, sino también cultural.




En medio de todo este proceso nació Soseki y su pluma fue la más acertada a la hora de contar cómo vivió la gente estos profundos cambios.

Todos sabemos quien es Haruki Murakami, pero lo que no sabe todo el mundo es que Soseki es una de sus mayores influencias. Una de las novelas adoradas por Murakami es Sanshiro.









Soseki fue profesor, tanto en escuelas como en la universidad, por ello, este es un tema que se encuentra muy presente en sus libros. Sanshiro cuenta la historia del joven del mismo nombre que abandona su pueblo natal y se muda a la cosmopolita ciudad de Tokio a estudiar Literatura. La novela está llena de sátira y humor, eso sí, a la japonesa. Pero bajo esta historia se esconde el verdadero propósito de la novela, mostrar cómo vivieron los estudiantes y profesores japoneses la influencia occidental en su literatura, en su forma de vida. Japón ya no es Japón, ahora hay profesores occidentales enseñando literatura extranjera y las mujeres se casan con quien ellas eligen.

Es muy fácil identificarse con Sanshiro. A su alrededor todo está cambiando y no entiende nada. Exactamente igual a como me sentía yo al leer el libro. Todos hemos oído alguna vez eso de que Japón es otro mundo. Eso es justo lo que me rondaba la cabeza al atacar esta obra de Soseki. Pero no por ello perdía de vista la belleza de lo que contaba.


He de decir que mi fascinación por el mundo nipón viene de largo y que devoro todo aquello que tenga que ver con dicho país. Pero, aunque este no sea vuestro caso, es imprescindible, casi urgente, acercarse a la obra de este genio. Aunque no es su libro más conocido, el humor que derrocha lo convierte en una pequeña joya literaria. Además, puede serviros para tomar contacto con su obra y de aquí, seguir con sus 2 títulos más conocidos: Botchan y Kokoro.

Soseki amaba la literatura y ese sentimiento impregna sus obras. Su amor y sacrificio por la literatura (se marchó a la isla de Shikoku, considerada en aquella época como una zona fuera de los confines de la civilización) perdura todavía hoy y su influencia ha cruzado fronteras, siendo una referencia mundial.
De hecho, el gobierno nipón incluyó en 1984, debido a su importancia, una imagen del escritor en los billetes de mil yenes

Para los que os ha picado la curiosidad, la editorial Impedimenta ha publicado hace poco Sanshiro y el año pasado hizo lo mismo con Botchan. Y Kokoro ha sido publicada por Gredos.


Soseki falleció en 1912 con tan solo 49 años, a causa de una úlcera de estómago. Se encontraba escribiendo Luz y oscuridad, obra que dejó sin terminar.

Autor: Almudena Moreno (publicado originalmente en Brevemente).

miércoles, 21 de marzo de 2012

Cuentos de adúlteros desorientados de Juan José Millás



En esta colección hay cuentos más o menos serios y los hay claramente humorísticos, muy eficazmente humorísticos (algunos son serios, pero en la última línea el autor los disfraza de humor, como el de los viajes a África). Pero lo que quiero señalar es que hay un esquema que se repite bastante y ese es un esquema de Cortázar: dos realidades separadas que de repente invierten sus puestos, se intercambian los papeles. Cada mundo, cada personaje, ocupa el lugar del otro. Es Ajolote, es La noche boca arriba, es La isla a mediodía, es Todos los fuegos el fuego..., tantos amados cuentos de Cortázar. Y eso mismo ocurre aquí en “Confusión”, en “El secador y la liga”, en “El rostro” (en este es en el que más claramente se ve), incluso en “Los viajes a África”. Abunda algo que a mí me parece una variante, una especie de esquema intermedio: alguien ocupa el lugar de otro (“El que jadea”, “La mosca”, “El hombre que corría”). A menudo alguien tiene acceso a otra vida, se asoma a ella, pero vuelve (o quiere volver) a la habitual. Durante un momento los personajes se ven a sí mismos desde fuera, desde otro punto de vista. El personaje vive esa extrañeza. Y eso mismo también aparece en El mundo, esa obra maestra de la literatura española reciente, en la que está todo el universo de Millás, en la que todas sus novelas encajan como piezas de un puzle.

lunes, 19 de marzo de 2012

Breve adición al Pequeño diccionario de Tediato


cervidumbre. Sumisión mostrada por los cérvidos.
distonto. Aquel que manifiesta de forma estúpida su diferencia con respecto a los demás.
dubidubitativo. Individuo que expresa rítmicamente sus inseguridades y vacilaciones.
iconoplasta. Dícese de todo aquel creador de imágenes que desarrolla su actividad de forma molesta para sus semejantes.
saporear. Singular actividad gastronómica consistente en la degustación de sapos.
turgencia. Apremio que sobreviene al varón ante la contemplación de la rotundidad femenina.

viernes, 16 de marzo de 2012

Literatura y música: Jazzuela

El disco del que voy a hablar hoy es, en mi opinión, el mejor ejemplo de fusión entre literatura y música que existe. Se trata de Jazzuela, un disco editado por Pilar Peyrats Lasuén, que recoge 21 temas que aparecen en los primeros capítulos de la novela Rayuela, de Julio Cortázar. Pero si digo que es una fusión perfecta no es simplemente porque sean temas excelentes que, casualmente, aparecen nombrados en la novela, sino que son en cierta forma un personaje más dentro de ese Club de la serpiente, que forman Horacio Oliveira y sus amigos. Recordemos que toda la primera parte de la novela, la denominada del lado de allá, está hilada por la relación entre Horacio y La Maga y las deliciosas reuniones nocturnas de el Club de la serpiente, en la que los discos que van escuchando guían de cierta forma los estados de ánimo del grupo y las conversaciones que surgen.

Julio Cortázar siempre se ha caracterizado por dar una gran importancia en su literatura al jazz, forma de arte que consideraba sublime y, de hecho, siempre ha defendido que su forma de escribir tenía una cierta similitud con el jazz, buscando ese ritmo constante y vivo que te hace leer párrafos enteros sin casi pensar, como si entraran directamente al subconsciente. En Rayuela y, quizás, en El Perseguidor, es donde Cortázar da mayor presencia y protagonismo al jazz, llegando a ser, como digo, un personaje más dentro de la novela.

Jazzuela recoge 21 temas de jazz clásico interpretados por artistas como Coleman Hawkins, Bessie Smith,  Dizzie Gilespie, Louis Armstrong, o Duke Ellington entre otros. Os aseguro que es una auténtica delicia de disco que os transportará a esas noches parisinas en las que se reunían, en una pequeña buhardilla, el Club de la serpiente.

  Rayuela, capítulo 12: "...y de ese pedazo de materia gastada renacería una vez más Empty Bed Blues, una noche de los años veinte en algún rincón de los Estados Unidos."

miércoles, 14 de marzo de 2012

Muerte de Moebius (2)

La muerte de Jean Giraud “Moebius” no tendrá tanta trascendencia como han tenido su vida y su obra inmensa. Jean Giraud “Moebius” es uno de los artistas que más ha influido en el mundo que nos rodea. Quizá no sea conocido por las masas; pero sí por cada artista y cada diseñador que existe. Imitado y plagiado continuamente, su arte bien puede marcar una de las cimas principales del final del siglo XX, y una referencia necesaria para cuantos han dibujado con cierta solvencia después de él.

Junto con otros artistas como Chris Foss, Syd Mead o Ron Cobb, Moebius diseñó en gran medida el aspecto visual de la ciencia ficción moderna. Su trabajo en la preproducción de la abortada y delirante versión de Dune en los setenta, la de Alejandro Jodorowsky (no la confundamos con el horror de Lynch, más tardío), le abrió camino a otros proyectos. No sólo por sus dibujos para las escafandras de Alien (1979) y otras películas como The Abyss (1989). Su cómic The Long Tomorrow (1976), escrito por Dan O’Bannon (guionista a su vez de Alien), influyó poderosa y directamente en la concepción y alumbramiento de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), así como en la literatura de William Gibson (el creador del término “ciberespacio”, en obras como Neuromante), que a su vez desembocaría en el devenir del cyberpunk. Hay películas como Matrix que no tendrían el mismo aspecto, o ni siquiera existirían, si no fuera por la fuerza generatriz de Moebius. Tampoco lo tendrían las películas de Mad Max  y sus imitaciones, ni desde luego las de Star Wars. Si bien Moebius no trabajó directamente en todas ellas, está claro que los directores y diseñadores sí tenían muy presente su estética  en el vestuario y objetos de atrezzo. La fecunda imaginación de Moebius tenía también la virtud de fecundar la de quien lo miraba con atención.


George Lucas pidió su colaboración para El imperio contraataca, y creo que el droide espía que aparece en el desierto helado de Hoth es la única aportación directa —y pagada— de Moebius. En otros momentos de la hexalogía galáctica, la obra de Moebius aparece como fuente de inspiración, reconocida o no. Más bien no. El jedi en caída libre por las calles abismales de Coruscant es claramente John Difool en Suicide Avenue, al principio de El Incal. La montura reptiloide de Obi Wan Kenobi, en El ataque de los clones, es puro Moebius. También el ejército de los droides parece de clara factura moebiana (véase The Long Tomorrow), y el mundo arenoso de Tatooine y sus habitantes tiene claras similitudes con los desiertos —tan habituales y tan singularmente poblados— en la obra del artista francés.

Las películas en las que sí participó directamente son, además de Alien y The Abyss, El Quinto Elemento (1997), Willow (1988), Masters del Universo (1987), y sobre todo, Tron (1982). También se internó en el cine de animación con sus creaciones, en Les maîtres du temps (1982) o las animaciones cortas de Arzak Rhapsody (2002). Los resultados no quedaron a la altura de los dibujos, acaso por la tacaña animación de ambas películas. Igualmente trabajó en diversos videojuegos y otros proyectos visuales. Incluso se construyó en Los Ángeles una atracción de parque de atracciones inspirada en El garaje hermético. Creo que ya no existe.


En el mundo del manga, el influjo fue mutuo. Moebius reconoció la influencia en su obra del Akira, de Katsuhiro Otomo. A su vez, Moebius influiría en otros grandes ilustradores japoneses, y es difícil no conectarlo con la estética del Dragonball de Toriyama, sólo por señalar un ejemplo. Es muy elocuente al respecto su encuentro con Miyazaki.

Moebius mismo afirma que su preocupación principal nunca fue la técnica, sino la percepción: la manera en que uno ve y transmite al mundo lo que ha visto. No obstante, quizá su más poderoso atractivo tenga que ver con la limpieza de su trazo y su elaborada sencillez. Esa manera que tiene de tratar la línea, de manera que siempre se vea dónde comienza y dónde termina, como si los dibujos no tuvieran trampa ni cartón. Cuántos aprendices de dibujantes nos hemos vuelto locos intentando imitar la elegancia minuciosa del maestro. Si Hergé inició la llamada línea clara, Moebius creó otro tipo de línea impensable, no menos clara aunque con vocación surrealista, que empleó como una herramienta para descubrir mundos, romper fronteras e iluminar conciencias. Junto con un puñado de visionarios erigió la revista Métal Hurlant, la vanguardia de Europa en el cómic, la ventana prodigiosa por la que mirarían los años ochenta y noventa para conformar el futuro. Confirió a este arte menospreciado gran parte de la dignidad y prestigio del que después ha gozado. Igualmente, orientó una estética diversa y sorprendente que acabó multiplicándose en numerosos entornos gráficos, desde el cómic y el cine hasta el diseño industrial. Algunos de sus proyectos —películas especialmente— fracasaron; pero Moebius no perdió el tiempo que le fue concedido. Dejó el mundo muy distinto de cómo era cuando lo encontró: cuánto más interesante, sugerente e infinito. 

lunes, 12 de marzo de 2012

Muerte de Moebius (1)


Se ha muerto el artista que más he admirado a lo largo de mi vida. Se ha muerto Jean Giraud, “Gir” o “Moebius”. Se ha muerto, también con él, mi juventud. Durante los últimos 33 años –yo conocería su obra con 12 ó 13—, la revisión de su obra y sus publicaciones han sido una constante en mi vida. Siempre había algo, de vez en vez un libro nuevo o alguna reedición interesante. En cierto modo, mientras Moebius publicaba nuevas maravillas, el adolescente que había en mí seguía atónito y abierto a sus propuestas infinitas.

Tuve la gran suerte de conocerlo personalmente. Mi madre lo abordó en una recepción con motivo del Imagfic, en el año 81, y, ni corta ni perezosa acordó con él que nos veríamos esa misma tarde —Moebius y yo— en el cine Princesa de Madrid (creo que hoy es una tienda de ropa). Mi madre era tremenda, y muy capaz de cualquier cosa que se le metiese en la cabeza. Yo tenía dieciséis años, y Moebius era Dios. Por entonces yo dibujaba muchísimo, y trataba de imitar el trazo claro, limpio y exacto de aquel descubridor de mundos insólitos. Muchos jóvenes tratábamos de apropiarnos de su estilo fascinante, que parecía a la vez puro, sencillo y aparentemente accesible.

Cuando mi madre me llamó por teléfono, desde la misma recepción donde había conocido al artista que tanto admiraba su hijo, casi me caigo al suelo. Había quedado con Moebius. Yo había quedado, esa tarde, nada menos que con Jean Giraud “Moebius”.

Muy nervioso, metí mis mejores dibujos en una carpeta y me acerqué al cine Princesa. Giraud apareció enseguida. Vestía de manera muy informal, zapatillas de deporte, vaqueros, camiseta y cazadora de plástico, y recuerdo que llevaba un colgantito también de plástico en el cuello. Bien pudo haberse zafado de mí con una breve conversación y alguna disculpa. Sin embargo, tuvo la inmensa amabilidad de indicarme asiento en un sofá del bar, charlar largo rato conmigo —para mi sorpresa hablaba español casi sin acento; yo no sabía aún que había vivido en México—, y mirar mis dibujos detenidamente. Alabó unos cuantos, y me preguntó por qué eran algunos tan violentos. Le podría haber respondido que los dibujos violentos se debían a la influencia de la revista Tótem, hija de la Métal Hurlant que él mismo había creado. No sé qué le diría. Entonces me regaló un bello consejo, que siempre he tratado de ver en su propia obra y seguir en la mía: “Dibuja lo que salga de tu corazón”.

Me dibujó y dedicó un Arzach dentro de un álbum de Blueberry. Ese dibujo, enmarcado, ha presidido cada casa en que he vivido. Moebius siempre me acompañó como una referencia constante, presente y fresca,  un horizonte abierto, como los fondos fordianos de Blueberry o las vastedades del Desierto B.

No me puedo creer que haya muerto, porque entonces se ha muerto un motor de mi imaginación. Lo crea o no, así ocurre. También murió mi madre, hace poco más de un año. Todos sabemos que el tiempo pasa y que la vida se desvanece; pero es cruel aprenderlo con tales zarpazos y mutilaciones. El recuerdo es un triste consuelo, aunque consuelo al fin. Esa tarde de marzo del 81 me regaló un magnífico dibujo, un gran consejo y uno de los grandes momentos de mi vida. Cuánto echo de menos a mi madre.

viernes, 9 de marzo de 2012

Reseñas de los lectores: Viejas cartografías de amor

Inauguramos hoy esta sección, "reseñas de los lectores", en la que os animamos a vosotros, nuestros fieles lectores, a enviarnos todas aquellas reseñas de libros que os hayan gustado y que queráis recomendar, así como de aquellas de libros que no os hayan gustado nada. Nosotros aquí las recibiremos y, si consideramos que son apropiadas, se publicarán en el blog bajo el epígrafe "reseñas de los lectores". Hoy comenzamos con una interesante reseña que nos ha hecho llegar un lector asiduo del blog, Félix M. Arencibia, sobre la novela Viejas cartografías de amor.


Animaos a escribir y consigamos de esta forma que este blog se convierta en un sitio de intercambio cultural abierto a todo el mundo.


DESDE ESTA ORILLA DEL GUINIGUADA
´VIEJAS CARTOGRAFÍAS DE AMOR´
Félix M. Arencibia

Queridos amigos lectores:

Hoy la mañana amanece poco animada por un Magec un tanto perezoso que se asoma tímidamente a la ventana del día, ¡quizás esté así por las noticias de la actualidad! Hoy quería animarles a leer un libro de nuestro escritor Luis Junco. Se trata de su última obra “Viejas cartografías de amor”, publicada por Ediciones de La Discreta. Dicho texto conforma una trama novelesca en la que la pasión amorosa es la protagonista. En ella el autor muestra una vez más su fascinación por las cartas como medio de relacionarse. Puede que ello proceda de una vieja magua que ha quedado prendida en las telarañas de su infancia y que se resiste a morir a pesar de las nuevas técnicas de la comunicación. Luis Junco, el escritor satauteño, ha publicado tres títulos que confirman esta mencionada nostalgia: “Cartas americanas de Prudencio Armengol”, “Las cartas de Santa Teresa” y este último del que nos ocupamos.

Como les decía, amigos, el amor es el sentimiento protagónico de “Viejas cartografías de amor”, una novela corta de estimulante lectura. Luis Junco describe este sentimiento con exquisita sensibilidad y detalle. En especial el que encarnan Mercedes y Francisco donde su maestría y el manejo de las sutilezas del espíritu se dan de la mano para confeccionar un bello tapiz narrativo. La timidez y el ensueño los dibuja como en un cuadro a plumilla, pero coloreado con los tonos suaves de la acuarela. Estas historias de amor que nos cuenta el escritor canario nos traen a la mente las obras que dedica el maestro Gabriel García Márquez a este mismo sentimiento. Así tenemos “Amor en tiempos del cólera”, “Del amor y otros demonios”, “Memoria de mis putas tristes”. Es difícil dar con una obra de Márquez en la que no celebre y describa la pasión entre enamorados.

Volviendo queridos lectores a la novela “Viejas cartografías de amor” hemos de constatar otros matices de los afectos como lo son el de Micaela y Mauricio y el de Antonia e Isidro Corrigüela. Ambos están más pegados a la tierra, más condicionados por las necesidades de la cotidianidad que el de Mercedes y Francisco. El de Mauricio y Micaela se prestan al filosofar del ambicioso, aunque también tocado por el ardor amoroso, Jesús Ramírez, ayudante del juez. El de Antonia e Isidro es un amor en el que se intercalan otros aspectos como es el caso de la aspiración de Antonia por una vida diferente, más confortable, de relaciones con las élites que le saquen del marco de las pequeñeces de miras del pueblo. Ello contrasta con el apego feliz de su marido a una vida sencilla de pueblo en contacto con los problemas de la gente más humilde.

El caciquismo que se ha penetrado a través de tiempo en el alma de los aldeanos se encarna en el poder del cacique que está representado en “Viejas cartografías de amor” por Juan, el párroco, y el aspirante a serlo, el ya mencionado Jesús Ramírez, ayudante del juez Benítez. Frente a las fuerzas del caciquismo más añejo surgen las del progreso, representadas por la masonería que quiere darle un vuelco a la historia del oscurantismo y dominio de unos pocos.

En la obra de Luis Junco, amigos, aparece el paisaje y la idiosincrasia de la villa donde se desarrollan los hechos. El autor conoce el terreno que pisa, que vive en su memoria y lo plasma en el fondo del lienzo literario que logra crear. Lo hace como lo han hecho otros escritores canarios que podrían ser Rafael Arozarena, Víctor Ramírez, Luis León Barreto en sus obras más destacadas como son “Mararía”, “Nos dejaron el muerto” y “Las espiritistas de Telde”. A ellos podríamos añadir a don Benito Pérez Galdós en el que sus obras destilan canariedad por los poros de sus obras a través de bastantes expresiones y vocabulario isleño. Ello a pesar de desarrollar su vida literaria en Madrid, al igual que le sucede, en parte, a Luis Junco. Incluso podríamos poner un ejemplo entre otros tantos, el de William Faulkner con su prosa incrustada en el alma de su Misisipi natal, en obras como “Intrusos en el polvo” y “Luz de agosto” y otras. La infancia y la adolescencia son, amigos, los territorios que conforman las patrias de los seres humanos y puede que con algo más de fuerza, por su sensibilidad, en las de los creadores. Esta expresión particular en una obra literaria del lugar e idiosincrasia de lo vivido es lo que le da el rango de universal.

Compañeros lectores, la obra “Viejas cartografías de amor” se puede leer de un tirón o paladearla sorbo a sorbo. Es interesante que la lean y elijan la forma, yo lo hice poco a poco, deleitándome en la contemplación de su paisaje literario. Otras obras de Luis Junco son: “Barranco viejo”, “El asesino de adelfas y otros crímenes de provincia” y las mencionadas “Las cartas americanas de Prudencio Armengol”, “Una carta de santa Teresa” etc. Estas dos últimas han sido publicadas en Ediciones La Discreta.

¡Merece la pena leerla! ¡Hasta pronto, amigos!

Publicado originalmente en: ghct-noticias

miércoles, 7 de marzo de 2012

Eduardo Galeano El fútbol a sol y sombra


El libro es una pequeña enciclopedia del fútbol, con información sobre los orígenes del juego, sus reglas, los jugadores más famosos, la historia de los mundiales..., resaltando continuamente multitud de anécdotas, de personajes, de jugadas. Como uruguayo, presta mucha atención al fútbol sudamericano, en el que, por lo que se ve, ha habido equipos extraordinarios de los que aquí en Europa no hemos oído nada (vemos lo relativo y arbitrario que es decir eso de “el mejor equipo de la historia”. Ha habido tantos...)
            Galeano es muy maniqueo, muy previsible. Tira de tópico con mucha facilidad (en sus libros históricos las individualidades están encerradas en grupos buenos o malos de los que no pueden salir. Los malos siempre son los mismos). Por ejemplo, aquí el Madrid es franquista. Como si los demás equipos no hubieran sido franquistas (los directivos del Barça cuando ganaban una copa iban a ofrecérsela al “Generalísimo”, por no hablar del Atlético de Aviación).
            Este libro me parece a mí que se salva por una joya, una carta del escritor argentino Osvaldo Soriano que no me resisto a reproducir:

“Querido Eduardo:
Te cuento que el otro día estuve en el supermercado «Carrefour», donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: “Fue el gol más rápido de la historia”.
Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: “Le dije al cinco, que debutaba; no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó; a ver si no cumplo”. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: “¡Acá la puso!”. La gente nos mira, azorada. “La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?! –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados -: La dejé picar y ¡Plum!”. Tira un zurdazo.
Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.
Osvaldo Soriano”.

El fútbol a sol y sombra (Madrid: siglo XXI, 2011)

lunes, 5 de marzo de 2012

El revólver de Buffalo Bill


Me gustan las novelas escritas con entusiasmo por lo que cuentan, y ésta lo derrocha en cada página. Puede parecer caprichoso, forzado o estrafalario que se narre una aventura de Buffalo Bill en la Barcelona de 1889, y sin embargo existe la circunstancia histórica que lo permite. En efecto, Buffalo Bill visitó Barcelona en diciembre de 1889, junto con la troupe de su Buffalo Bill’s Wild West. Annie Oakley o los sioux que combatieron a Custer estuvieron allí mismo (a estas alturas, me resisto a poner siux, como manda la Academia).


Vaya por delante que he disfrutado mucho con la novela. La Barcelona de 1889 se refleja de manera tan verosímil como el propio espectáculo cirquense de Buffalo Bill. Jordi Solé no escatima en detalles, que conoce profundamente para alborozo del aficionado al Far West. Las alusiones a la batalla de Little Big Horn, o al contraste entre las hazañas reales del explorador William Frederick Cody y las inventadas acerca de Buffalo Bill confieren a la novela una textura temporal más que convincente. La presencia de la epidemia de gripe, o las referencias a la Exposición Universal del año anterior ambientan la ciudad con pulso y progresión. Hay referencias a otros personajes históricos como Caballo Loco o Annie Oakley, lo mismo que a Gaudí, a Gayarre, a Santiago Rusiñol o a Isaac Peral. La poética del contraste funciona admirablemente como trasfondo de una trama más o menos convencional poblada por personajes también un tanto convencionales.


Y, curiosamente, ese convencionalismo no es un demérito de la novela, sino un acierto formal. Me explicaré. El narrador, un anciano centenario que recuerda una aventura de su juventud —imposible no evocar al Jack Crabb de Pequeño Gran Hombre—, cuenta a su nieta la aventura de su vida. Por qué el mismísimo Buffalo Bill le regaló un revólver. Todo comienza en 1889, cuando el joven Pol Vidal se abre camino como periodista en Barcelona, y, dado su conocimiento del inglés, intenta hacerse con una entrevista exclusiva del gran Buffalo Bill. A partir de aquí conocemos una serie de personajes que responden a conocidos arquetipos: el joven periodista con talento y sin dinero; la prostituta de la que se enamora, flor caída con buen corazón; un chulo siciliano que mezcla tópicamente el italiano con el castellano y se acompaña de un esbirro brutal; el jefe del muchacho, exigente pero bondadoso; una bellísima india sioux discreta, callada y valerosa; una madame de burdel descreída y sofisticada… Naturalmente los indios son nobles y altivos; los políticos, corruptos; los policías, duros y venales… Buffalo Bill es una estrella casi actual, que se dedica a beber, a ligarse famosas y a sacar adelante su espectáculo y su propia leyenda. Incluso las fugaces apariciones de los personajes históricos locales son de evidente oportunidad: Isaac Peral prueba su submarino en el puerto, y Antoni Gaudí se libra por los pelos de ser arrollado por un tranvía.


Y sin embargo, la novela funciona. O precisamente por eso. En ningún momento olvida Jordi Solé que la gracia del asunto está en componer un western tradicional. Unos personajes más elaborados o con más complejidades personales no casarían bien con el género. Basta con que sean convincentes, que la historia discurra sin tropiezos y que la novela alcance su objetivo. La mixtura entre novela policiaca a lo Caso Savolta (con entramado de prostitución e intereses políticos) y novela popular del oeste (con sus indios, y sus tiroteos) se arriesgaría en otras manos a caer en la parodia —o peor, en lo parodiable—, y Jordi Solé se toma muy en serio el asunto. Necesita que la trama no se empantane y fluya con rapidez, mientras el lector-espectador se fascina con el circo de Buffalo Bill y sus bambalinas, con los sioux de paseo por Barcelona, con los contratiempos del clima y la gripe, con las anécdotas y sucedidos que acontecen a esas míticas gentes de la frontera perdidas en una ciudad mediterránea. Ahondar en las psicologías podría producir una distracción innecesaria en este circo tan bien llevado.  Pero tampoco se quede el lector con la impresión de que los personajes quedan pobres o mal dibujados. Recurrir a los convencionalismos puede ser una muestra de madurez, de oficio de narrador, a condición de que se empleen para reforzar la maquinaria narrativa, como es el caso, y de que los personajes queden bien plasmados. Y por otra parte, algunos personajes como John Burke, el factótum de Buffalo Bill, o la artista de la puntería Annie Oakley, adquieren una consistencia más robusta y desarrollada que la de simples figurantes en la historia. 


Gracias a estos personajes sencillos utilizados como en el western clásico, o el teatro de Lope, si queremos ejemplos más conspicuos, la novela se permite ir en la dirección que nos interesa tanto al escritor como a los lectores. La “suspensión de la incredulidad” se consigue en la investigación sobre la joven india secuestrada, o en el clímax de la novela, que es como debe ser y no nos hubiéramos contentado con otro. No lo destriparé; pero, desde luego, hay tiros y de los buenos. Al fin y al cabo, esta novela es un western que transcurre en Barcelona.


Sólo me sobran, creo yo, algunos detalles del anticlímax. Pero me lo he pasado tan bien con esta novela, que me los callo porque me da la gana. La subjetividad es lo que tiene, y la novela y su autor lo merecen. Es estupenda para leerla de un tirón, en una tarde; o incluso para sacar de ella una película más que estimable. Y, desde luego, para evocar un episodio muy singular en la historia de la cosmopolita Barcelona. Y del Far West.

(El revólver de Buffalo Bill. Jordi Solé. Ed. Pàmies.)

viernes, 2 de marzo de 2012

Colaboraciones literarias- El tercer hombre(2)


Debo seguir añadiendo que, según el libro comentado, Joseph Conrad, un recuerdo personal, el resultado de la colaboración entre Ford Madox y Joseph Conrad fue un fracaso. Algo que, por lo que parece, fue vaticinado por H.G. Wells, quien, vecino de ambos y habiendo sabido de ese proyecto de colaboración, se acercó un día hasta la casa de Madox para aconsejarle, de una manera bastante desconsiderada:
Con extrema formalidad me rogó no estropeara el estilo de Conrad. “Su maravilloso estilo oriental es tan delicado como un aparato de relojería, y usted tan sólo lo echará a perder metiendo sus dedos en él.”
Caramba, no se andaba por las ramas.
Como tampoco se andaba por las ramas el propio Ford Madox al calificar el resultado de Romance como un libro “bastante malo”, y describir cómo en esa colaboración, más allá de la diferencia de edades (él tenía 25 años y Conrad 42), y por encima de una amistad estilo gentlemen ingleses que tanto gustaba a Conrad, se producían choques y tensiones en los momentos de la escritura. Como ejemplo nos narra una secuencia de Romance, cuando Madox -que, como una parte de ese acuerdo de colaboración que llama la atención, se ocupaba de todas las mujeres de los libros que escribirían juntos- daba cuenta a Conrad de la descripción de una mujer que acababa de crear. Y decía esto: “…tenía un buen cuello, unos buenos ojos y algún encanto.” Y a continuación la reacción de Conrad:
Dijo con toda seriedad: “¿Y por qué no unos buenos dientes? Unos buenos dientes en una mujer son parte de su encanto. Piensa en cuando se ríe. No lo tendría de no tener unos buenos dientes. Son una señal de salud. Tu condenada mujer tiene que estar sana, ¿no?”.
A la luz de esta lectura, parece bastante claro que ese tercer hombre, si realmente apareció, no se llevaba nada bien con ninguno de los dos colaboradores, y, por lo que parece, tampoco el resultado de su trabajo pareció contentarlos. Con lo que volvemos al principio: ¿se produce realmente un tercer hombre? ¿Es el resultado de una colaboración literaria algo posible y deseable?
Tal vez, con respecto a ese sueño que es la creación y a pesar de lo que decía el propio Conrad, haya que llegar a la conclusión a la que llegaba el capitán Marlowe, su alter ego en El corazón de las tinieblas, al explicar lo difícil que era comunicar esa esencia sutil y penetrante que es el sentido de lo que es para uno la vida: “Vivimos como soñamos… solos”.