jueves, 26 de febrero de 2015

Taller de escritura creativa del Conde de Abascal - Lección Segunda

Lección Segunda:

“No tiene Vd. el Nobel porque Vd. no quiere”

1.- Teoría:

            Desaprobamos que le grey plumífera ande, inter se, a puñadas, mojicones y trompazos, despanzurrándose de mal grado por mercedes, prebendas y galardones de los que en su día pudieron blasonar autores tan precipuos (risum teneatis?) como José Echegaray, Gabriela Mistral o Winston Churchill. Mas, habiéndoNos impuesto el oneroso deber de dictar estas casi improvisadas lecciones, nos vemos en el brete de atender también la angustiosa demanda de quienes serán capaces de dejarse castrar (¡y aun capar!) a cambio de estrechar la mano del rey de Suecia. Y a fe que este viaje al frío septentrión está al alcance de cualquier afanoso juntaletras, siempre que vierta con escrúpulo y rigor, en todos sus escritos, los sencillos ingredientes que a renglón seguido enumeramos y glosamos. Combínelos en las dosis atinadas, y le saldrá, por fuerza, un texto como el que ilustra nuestra práctica.
            a) El mundo es feo de por sí: no es menester mucha inventiva para idear lo malo. Elija los aspectos más cutres, sórdidos y desgarradores del entorno que mejor conoce, y píntelos con brocha gorda, fuertes chafarrinones y colores aún más oscuros. Afee.
            b) Invente oficios raros que, de tan peregrinos y disparatados, lleguen incluso a casar mal con la propia cutrez de sus personajes. Desbarre.
            c) Bautice a sus estrambóticos personajes con nombres, apellidos, apodos y remoquetes estrafalarios, jugando, a ser posible, con las palindrómicas iniciales de su propia identidad. Moteje.
            d) Abuse hasta el hartazgo de modismos, refranes, muletillas y giros coloquiales, de tal modo que el lector no logre discernir si es usted un virtuoso conocedor de los más variados niveles y registros del idioma, o si en el fondo su competencia lingüística no rebasa en mucho la de sus embrutecidos personajes. Remede (y, a la par, simule).
            e) Ande -un sí es, no es- peleado con el uso de la coma, acaso por fingir una original maestría en la forja de la sintaxis, o acaso porque tampoco tiene demasiado claras, desde la “aborrecida escuela”, las normas que regulan su adecuado empleo. Prevarique.
            f) Tremendee.
            g) Hiperbolice.
            h) Trucule.


2.- Práctica:

            A Cástula Jacinta Carpetana le descerrajaron dos tiros en el papo (con perdón) y otros dos en las tetas (dicho sea aún con más perdón y sin ánimo de señalar, que a día de hoy los testigos del caso no se ponen de acuerdo sobre si fueron los dos en el mismo pezón, o uno en cada areola). Cástula Jacinta Carpetana no murió en el acto, como viene siendo costumbre entre las gentes decentes en tales casos, se arrastró por la orilla del arroyo como una culebra apaleada, taponándose con las manos la mezcla de sangre y flujos que manaba de sus llagas, y al alcanzar la tapia del cementerio se dio de bruces con su antiguo novio Cristobalón Jeremías Cereijido, que se la estaba meneando a escondidas, por ver de aliviar los vapores de la borrachera. Cristobalón, que había sido palanganero en un puterío de Lugo y ahora ejercía de filósofo zurupeto en dos de las tres aldeas del concejo, contaba luego en la taberna del lugar, a quienes lo invitaban a un cuartillo de vino, lo que había declarado ante don Cósimo Justiniano Cerdán (con perdón), el juez que lo había puesto en libertad sin cargos:
            -Yo tenía los ojos entreabiertos por aquello de saborear más el gustillo, ¿sabe?, que cada uno se corre como puede, ¿o no? Así que cuando medio vi que era la Cástula la que se acercaba sólo se me vino a la cabeza decirle: “Rapaza, ¿por qué no me la terminas tú?”. Vamos, lo que le habría dicho cualquiera en mi lugar, ¿o no? Luego vino lo que tenía que venir, que el hombre es fuego y la mujer estopa, y llega el diablo y sopla… ¿O no? Pero yo no noté que la Cástula chorreaba sangre por sus partes hasta que llegué al final de la faena, y sólo se me ocurrió pensar: “¡Hay que joderse con la luna llena! ¡Otra que está con sus días, como mi parienta!”.



lunes, 23 de febrero de 2015

Griegos y babilónicos, dos estilos de creación



En mi opinión, hay pocas diferencias en el trabajo de creación de un científico (digamos un físico que elabora una nueva teoría) y el que realiza un escritor cuando escribe una nueva novela. Los dos parten de un “problema” y buscan una “explicación”. Ambos proponen hipótesis (historias), aproximaciones, descartan, eligen, imaginan, emborronan papeles, tiran buena parte a la basura y se quedan con lo que les parece más aceptable.

La mayor diferencia tal vez esté en el contraste del resultado. El físico tiene el experimento que decide si su “solución” se adapta o no a la “realidad”. ¿Y el novelista? ¿Cómo mide las virtudes de su novela?

Aceptando todo eso que les une en el trabajo creativo y lo que les diferencia a la hora de contrastar el resultado, también creo que tanto en uno como en otro se pueden distinguir con claridad dos tipos de proceder para llegar al objetivo. Y es lo que en el libro que comentamos hoy -El arco iris de Feynman (la búsqueda de la belleza en la física y en la vida)- se llaman “el modo griego” y “el modo babilónico”.

En 1981, el autor, Leonard Mlodinow, recién doctorado en Física, obtiene una beca para trabajar en el prestigioso Instituto Tecnológico de Callifornia (Caltech), en donde el destino le coloca en un despacho vecino a dos monstruos sagrados y premios Nobel de Física de aquellos tiempos. A un lado tenía a Richard Feynman, para muchos el sucesor de Einstein y que en aquellos años ya luchaba contra el cáncer que le llevaría a la tumba. Y, al otro, a Murray Gell-Mann, descubridor de los quarks, las partículas elementales de las que están hechos los protones y neutrones. Ambos se llevaban razonablemente bien, pero sus estilos creativos eran radicalmente distintos. La apreciación de esa diferencia y la elección de un estilo propio por parte del joven becario constituyen el núcleo de este breve, sustancioso y emotivo libro.

Mlodinow encuadra a Murray Gell-Mann en el “modo griego” –el modo, por otra parte, dominante en la cultura occidental–: búsqueda de una lógica interna, un orden subyacente, estructura formal y matemática. La búsqueda de la verdad física la comparaba al trabajo detectivesco, pero un detective como Sherlock Holmes. La coherencia y armonía de las matemáticas le llevaron a deducir la existencia de los quarks antes de que su descubrimiento fuera certificado por los experimentos.


Feynman, sin embargo, era “babilónico”: la intuición y el instinto por encima de la formalidad, búsqueda de la explicación al margen de las matemáticas –los diagramas de Feynman–, violación de aceptados métodos matemáticos por otros de su invención –la integral de caminos de Feynman–. Su búsqueda también era detectivesca, pero su detective era Colombo. Y, casi al mismo tiempo que Murray llegaba al descubrimiento matemático de sus quarks, aplicando su método Feynman llegó a adivinar una estructura interna para los protones y neutrones, que llamó parvones.

Lo curioso es que el estilo creativo parecía trascender el trabajo de creación: Murray era tremendamente formal, le daba mucha importancia al liderazgo y a la consideración personal. Vestía elegantemente y se sentía a gusto en el pomposo Ateneo del campus universitario. Feynman, sin embargo, era descuidado en el aspecto y en la vestimenta y se trataba con cualquiera sin la menor pretensión. Se sentía a gusto entre los estudiantes en la cantina –que llamaban la Grasienta– y buscaba lugar de inspiración para su trabajo en clubs de streaptease.

Era –dice Mlodinow– como si en uno dominara el lóbulo izquierdo del cerebro (orden, formalidad, lógica) y en el otro el lóbulo derecho (intuición, búsqueda de pautas).

A pesar de su disparidad, Mlodinow descubre que ambos parecen compartir un mismo criterio de interés y veracidad.

A una pregunta suya sobre la reciente teoría de las cuerdas –que considera las partículas elementales como pequeñísimas cuerdas–, Murray le contesta: “Es tan bella que tiene que ser cierta.”

Otro día encuentra a Feynman absorto en la contemplación de un hermoso arco iris y Mlodinow se interesa por la razón que llevó a Descartes a analizar matemáticamente el fenómeno. Feynman no lo duda: “Lo que le inspiró fue el pensamiento de que el arco iris era bello.”

Como un luminoso arco iris que uniera los dos extremos, ¿hay una belleza objetiva que une con un mismo criterio las verdades de la ciencia y de las artes?

Como decíamos, en medio de aquel tour de force de los dos estilos creativos, el joven y talentoso Leonard Mlodinow al fin encuentra su camino. No sin dudas y presiones, desde luego –por ejemplo, la de su antiguo profesor tutor, que al conocer su decisión le llega a decir: “Mira, tú te debes a ti mismo, y a mí y a un montón de personas, para mantenerte en la física. Pusimos muchísimas horas en tu instrucción. Años. No puedes arrojar eso así como así. Tu talento. Tu educación. Es un insulto. Una falta de respeto.”


Y es que el prometedor becario había decidido dedicar una buena parte de su tiempo a la creación literaria. 

El arco iris de Feynman, de Leonard Mlodinow (Crítica, 2004) 

jueves, 19 de febrero de 2015

Taller de escritura creativa del Conde de Abascal - Presentación y Lección Primera

Conde de Abascal

Caros Discretos:


Venís con frecuencia a Nos, incluso los de mayor prez y renombre en este vanidoso pasacalles de las Letras, harto afligidos y no menos agraviados porque vuestros libros se almonedan poco y mal; o porque vuestros escritos no se glosan, propalan y festejan con la agudeza, la amplitud y la asiduidad que estimáis ameritan; o porque, por un quítame allá esas pajas, os hurtan el Cervantes u os ningunea la Academia sueca… Y demandáisNos, oh dilectos Discretos, las fórmulas secretas o las recetas mágicas que propician los plácemes de la crítica sañuda y granjean, a la par, el entusiasmo del vulgo leedor, si las hubiere. Pues haberlas, haylas; helas:



Lección Primera:

“Un castellano cabal”
(o “Álcese usted con la palma del castellano puro”)

1.-Teoría:

            Sea escritor racial, de verbo rancio y antañón, apegado a los surcos: dirá las mismas necedades que de costumbre, cuando no más, pero todos jurarán, al sentirlas tan bravas, sentenciosas y rotundas, que la verdad y la sabiduría seculares disertan por su pluma.
            Siente, decimos, plaza de buen conocedor de los pliegues más ocultos de la lengua, que tanto el vulgo como los letrados ubican -en celebrado error- en el regazo agreste del terruño (donosa impostura cuanto extendido disparate, trasunto gramatical del tópico del Buen Salvaje, cuando todos hemos hecho mofa, desde el parvulario, de las prevaricaciones, los solecismos y los contradioses del habla pueblerina, sea cual sea el rincón del que proceda). Hable, en una palabra, del pueblo y, a ser posible, como los paletos…; y, si no sabe cómo (porque por sus orígenes, crianza y buen gusto no le sale, por mucho que se afane), recurra a los morfemas derivativos más estrafalarios, y no se amohíne y atribule porque sus folios en limpio no los entienda ni Dios: en la urbe lamentarán haber dado al olvido esa esencia tan pura del idioma, y en la aldea creerán -los pocos que allí leen- que son exquisiteces solo aptas para el paladar de la Corte.
            Si aplica, en fin, con buen tino y justa medida esta primera y muy sencilla lección, sin tardanza saldrán de su cálamo textos como el que sigue, con los que pronto podrá ser reconocido, si no como el primer escritor del solar patrio, a lo menos como el cimero del Norte de Castilla.

2.- Práctica:

            Había dejado de jarriaguar, y ahora ventorreaba un airón machuno, casi cimarrero, que enrisjaba las trocheras de los tomillones y amenazaba con abadanar las rescombradas. Críspulo el Sarnoso venía triszando a duras penas por los peñurrios del pedrizón, dejándose el hollejar en las aristaduras del roquizo. Sus voceradas de criajuelo, ampliondadas por la gravedumbre del dramazón, cobraban tinteras de tragedia clásica:
            -¡Madre! ¡La mi madre! ¡Matertera!
            La escurreada corpachuela de la Águeda anegreció en la cimbrera de la lomiza, cabe el rodacho de la enmolinada:
            -¡Virgen de la Fuencisla! ¡Ay, san Saturio bendito! ¡Ay, mi Críspulo del alma, que viene hecho un eccehomo!
            El Sarnoso coronó la enlomada cubierto de lagrimazos y, aún sin resollón, acertó a tartamucir:
            -¡El llovizón nos cogió por sorpresa en la escorrendura de los barranqueles, madre! ¡A padre lo arrastrozó el agüizo, desollajándolo contra los guijarrares!
            Águeda lloriscaba y regemía mientras cubría de besales al Sarnoso, estrechujándolo contra su rescallecido repechón. De pronto, el rostrajo grietuno de la mujeruca quedó enteramente blanquillento, como si hubiera perdido hasta la última gótula de sangriza:
            -Pero… ¿y tú hermano? ¿Qué ha sido de tu hermano mayor? ¿¡Dónde está mi Argimiro!?
            Los ojizos de Críspulo el Sarnoso se abrieron como ollazones y, con la inocente seriedad de los bendecidos por la estupidez congénita, solo atinó a responder:
            -En la cobertera del leñizo, amachihembrándose a la Miguela.

lunes, 16 de febrero de 2015

Pasión y cansancio en los fragmentos poéticos de José García Caneiro

Juan Varela-Portas de Orduña

Santiago López Navia, prologuista del último libro de poemas publicado por José García Caneiro, Fragmentos de una voz cansada, con la discreción que se le supone a un prologuista y que, además, lo caracteriza a él como intelectual y como persona, hace notar, impelido por su también característica vis crítica, que el título no parece muy apropiado para la obra: “cuyos poemas vigorosos y sólidos no dan cuenta, ni mucho menos, de un sentimiento que pueda identificarse o confundirse con el cansancio. Muy al contrario, sostengo que su lectura contribuye a vivificar a quien se siente cansado, recordándole cuánto hay de posible, ilusionante y hasta de urgente en la peripecia constante y tremenda de la vida. […] Concedámosle, pues, al título de esta obra, un peso relativo”.

Pero la pregunta continúa ahí: ¿por qué el cansancio en un libro tan apasionado, tanto en lo que se refiere a los contenidos que trata como en lo que podríamos llamar la pasión verbal que manifiesta? Creo que al poner el título García Caneiro se ha dejado llevar, o traicionar, por el estudioso de Derrida que lleva dentro (es uno de los grandes especialistas en la obra del pensador francés), y ha tratado de reflejar en el título la naturaleza “indecidible” de muchos de sus versos. Quiero decir que, si se piensa bien, no puede haber cansancio sin pasión pues solo de la pasión viene el cansancio. No se puede cansar el indolente.

Uso el término “pasión” en su sentido medieval aristotélico, no en el sentido postromántico: “pasión” como  capacidad para sentir, “padecer”, las cosas del mundo, para no pasar por ellas como si nada; como capacidad de tener sangre en las venas, como se suele decir, y por ello de comprometerse con el mundo. En el caso de García Caneiro, comprometerse con el amor, con la búsqueda de la propia identidad, y con la dignidad del hombre como ser social. García Caneiro hace en su libro de estas tres pasiones, aparentemente tan distintas, el origen de una sola voz, que es justamente vigorosa y sólida porque está cansada, y está cansada a causa del vigor y la solidez del sujeto poético que la emite. Creo que es en esta doble paradoja (“parajoda”, diría sin duda García Caneiro) donde reside la derridiana “indecidibilidad” que justifica el título. Repárese que, según el título, lo que está cansado no es el poeta sino su voz, que, además, se expresa en fragmentos. Ello es así porque para García Caneiro es inconcebible una poesía que no baje al cuerpo a cuerpo con la vivencia personal y colectiva:

La quietud reflexiva es poesía.
También la introspección. Ver que la lanza
de una interrogación sutil alcanza
las dudas de la mente.

O, en esa apasionada diatriba contra ciertos “Poetas”:

[…] Mas vuestro verso puro
es absurdo si vemos la vibrante
sordidez de lo cierto y, aún, lo obscuro
de este diario vivir decepcionante.
Vuestra palabra es chanza.

Pero en este cuerpo a cuerpo, el poeta, o, para ser más exactos, su voz, no puede salir ilesa, justamente porque es una voz “apasionada”, que refleja el mundo y lo “padece”. Y no solo el mundo vivido por el poeta, sino el mundo que ha traído hasta este mundo. Por eso, el poeta siente que su voz no es enteramente suya, que, de alguna manera, lo deja indefenso ante el mundo que se le enfrenta:

MI VOZ

No sé. Tal vez mi voz parezca amarga,
triste, acaso, como una luz vacía
y muda, aliento quedo de agonía
anunciadora de una muerte larga.

Pero no es más que una pesada carga,
legado de mis deudos, mercancía
que debo regalar sin privacía
alguna y cuya posesión me embarga.

Por eso suena así, tan desgarrada,
tan clara, tan vivaz. Es una herencia
que hay que transmitir y hacerlo fuerte,

por más que el grito lleve, aprisionada,
la suma de mi ser y mi presencia,
dejándome tan sólo con mi suerte.

Esta ajenidad de la propia voz es la clave de que cansancio y vigor, cansancio y pasión, puedan estar contradictoriamente fundidos en la voz poética de este libro magnífico. Decíamos que la voz es apasionada para esconder el cansancio que la pasión vital provoca, la inconformidad con el mundo, la hartura e indignación que tanta fuerza dan al libro, y también la desazón amorosa, aún en el amor pleno de muchos de los poemas, y más aún el desasosiego de una identidad que tiene y no tiene al mismo tiempo una voz. Por eso, la voz es algo al mismo tiempo propio y ajeno, cansada y vivaz, amarga y clara. Y aun así, el poeta siente que entre su voz y la vida vivida con pasión –pasión intelectual y pasión sensible– hay siempre una brecha imposible de colmar porque la voz siempre será fragmentaria y cansada. Lo expresa de manera impresionante este poema extraordinario:

EL LENGUAJE

Hoy todos lo aseguran: que las palabras son
puente de plata, un arco imaginado,
un soplo ignoto, un no pensado sueño,
un ansia desbordada, intento pleno
de enlazar las estrellas y la mente.

Que lo absoluto, sentimiento o razón,
expuesto con vocablos, trasladado al lenguaje,
es cemento que tapona las brechas de las almas;
la única forma de poder exponer nuestras ideas:
la emisión de voz que conforma la palabra.

Y yo pregunto:
¿es el lenguaje imprescindible
para poder decir lo que queremos?;
¿o no es el simple y cálido contacto de unas manos,
o el éxtasis consciente del arrobo infinito de dos sexos
en tibias noches calmas, o el brillo fugaz de una mirada,
o una sonrisa que apenas se dibuja,
sistema o instrumento suficiente
para que el mundo entero sepa lo que somos,
proyección del sueño, del afán y de la idea,
más allá de la piel que nos envuelve?


José García Caneiro, Fragmentos de una voz cansada, Madrid, Vitrubio, 2014.

lunes, 9 de febrero de 2015

Los otros clásicos XXXI- Pedro de Quirós

Por José Ramón Fernández de Cano


“A los ojos azules de Celia” se titula este soneto-trabalenguas del excelso vate sevillano Pedro de Quirós, quien no ha irrumpido hasta ahora en “LOS OTROS CLÁSICOS” debido a que la altísima calidad de sus versos ha ido, paradójicamente, en menoscabo de su incuestionable derecho a figurar en esta galería de “poetas menores bien mayorcitos”. Y es que son tantos sus poemas soberbios que al antólogo le resulta muy difícil seleccionar uno que pueda compendiar toda la riqueza y variedad de su corpus lírico. Es fascinante, como muestra acabada del pesimismo barroco, el titulado “A un hombre que fundó un convento de monjes en el desierto, y se entró con ellos a acabar la vida”; y no menos deslumbrante resulta su soneto “Ruiseñor amoroso, cuyo llanto”. Al final, he resuelto mis dudas inclinándome por este brillante ejercicio de la técnica de las palabras-rima, que ya hemos visto en un soneto de fray Miguel de Guevara (vid. entrada XIV). Sorprende, al leerlo, que un autor de la talla de Quirós haya permanecido al margen de cualquier antología de la lírica áurea hasta mediados del siglo XIX; y que, incluso a partir de esa fecha, no se haya prestado más atención al manuscrito que dejó bajo el anagrama de Doripso de Quer, recientemente editado por el profesor Lara Garrido.



XXXI.- Pedro de Quirós (¿1600?-1667)

A oposición del sol y de los cielos
hizo el divino autor tu cielo y soles,
fabricando aquí un cielo con dos soles,
como allí, Celia, un sol y muchos cielos.

Allí es cristal el sol, zafir los cielos;
aquí el cielo es cristal, zafir los soles;
vense aquí en breve cielo grandes soles;
vese allí breve sol en grandes cielos.

Vencen al cielo y sol tu cielo y soles;
que sólo por ser más que sol y cielos,
cielos son en beldad, y en luz son soles,

si no les opusieran sol y cielos
que, siendo tan helados, no son soles;
que, siendo tan crüeles, no son cielos.





lunes, 2 de febrero de 2015

La gloria de mi padre, de Marcel Pagnol (II)

II

(La imagen corresponde a la película de Yves Robert, 1990)

«Pronto nos consolamos gracias a la captura de tres grandes rezadoras [mantis religiosas], que se paseaban, con su verde intenso, sobre las verdes ramas de una verbena. Magníficos ejemplares para la observación científica.

Papá nos había dicho (con cierta alegría laica) que la rezadora era una animal feroz y despiadado, al que se podía considerar como el “tigre”  de los insectos, y que el estudio de sus costumbres era en extremo interesante.

Decidí, por tanto, estudiarlas, y, para desencadenar una batalla entre ellas, puse a las dos mayores frente a frente.

Entonces pudimos continuar nuestros estudios, comprobando el hecho de que estas bestezuelas eran capaces de vivir sin garras, sin patas e incluso sin la mitad de la cabeza… Al cabo de un cuarto de hora de esta diversión tan graciosamente infantil, uno de los campeones no era más que un tórax que, habiendo devorado la cabeza y el busto del adversario, seguía acometiendo, sin prisas, a la otra mitad del cuerpo, que se movía aún un tanto nerviosamente. Pablo [hermano de Marcel, el narrador], que tenía buen corazón, fue a buscar el tubito de goma (de los que pegan hasta el hierro) e intentó unir las dos mitades para obtener un cuerpo entero, al que podríamos devolver solemnemente la libertad. No consiguió llevar a buen fin tan generosa operación, porque el busto logró escapar.

Como teníamos aún en un frasco el tercer “tigre”, decidí enfrentarlo con las hormigas, feliz idea que nos permitió disfrutar de un espectáculo maravilloso.

Volcando repentinamente el frasco, apliqué su boca a la entrada principal de un hormiguero en plena actividad. El “tigre” era más largo que el frasco, pero más estrecho, y se mantenía sobre sus patas traseras, aprovechando la movilidad de su cabeza para mirar en todas direcciones con curiosidad de turista. Del túnel salió una oleada de hormigas que se lanzó al asalto, trepando por sus patas, y aunque le hicieron perder la calma y se puso a danzar moviendo a derecha e izquierda sus cizallas, en cada uno de estos balanceos se llevaba a la boca un racimo de hormigas que caían cortadas en dos. Como el espesor del cristal deformaba la belleza del espectáculo y la incómoda postura del “tigre” dificultaba sus movimientos, me creí en el deber de retirar el frasco. La rezadora recobró entonces su posición natural: las pinzas replegadas y las seis patas en el suelo. En el extremo de cada una de ellas tenía cuatro hormigas, implacablemente aferradas con sus mandíbulas, mientras sus patas se afianzaban en la tierra. Dominado así por los liliputienses, el “tigre” se veía tan inmovilizado como Gulliver.

Sin embargo, con las pinzas que le quedaban libres atacaba, por turno, a cada uno de los grupos que la inmovilizaban, y diezmaba a sus componentes. Mas antes de que las bestezuelas cayeran cortadas en pedazos, otras ocupaban su puesto, y había que comenzar de nuevo la lucha.
Me preguntaba cómo se resolvería aquella situación que parecía estabilizada –fija en un ciclo inmutable-, cuando advertí que los reflejos de las patas de la rezadora no eran ni tan rápidos ni tan frecuentes, lo cual me hizo pensar que se debilitaba ante la ineficacia de su táctica y que sin duda se disponía a modificarla. Al cabo de unos minutos cesaron por completo sus ataques laterales- Las hormigas abandonaron al punto su nuca, su busto, su dorso, y ella se quedó en pie, inmóvil, plegadas las pinzas y el toro erguido sobre sus seis grandes patas, que apenas se estremecían ya.

Pablo me dijo:

-Está reflexionando.

Se me antojaron demasiado largas sus reflexiones y despertó mi curiosidad la desaparición de las hormigas. Me eché al suelo boca abajo y descubrí la tragedia.

Bajo la cola del pensativo “tigre”, las hormigas habían agrandado el orificio natural, y una fila de ellas entraba y otra salía como por la puerta de un gran almacén en vísperas de Navidad. Cada una llevaba su botín: las diligentes obreras estaban realizando la mudanza del interior de la rezadora.

El desgraciado “tigre” continuaba inmóvil y como atento a una especie de introspección. Como carecía de medios –de gestos y de voz- para expresar su tortura o su desesperación, su agonía no resultó espectacular. Y no comprendimos que estaba muerta hasta el momento en que las hormigas que la sostenían se desprendieron de sus pinzas y comenzaron a despedazar la leve envoltura del desaparecido organismo. Aserraron el cuello, cortaron el cuerpo en trozos regulares, mondaron las patas y desarticularon elegantemente las terribles pinzas; procedieron, en fin, como un cocinero con una langosta. Todo este material se trasladó bajo tierra para su acomodo en el fondo de algún departamento, según un orden nuevo.
Solamente quedaron sobre la tierra los bellos élitros verdes que habían volado gloriosamente sobre las junglas de hierba, aterrorizando a presas y enemigos. Despreciados por las laboriosas hormigas, aquellos élitros parecían confesar tristemente que no eran comestibles.

Así fue como terminaron nuestros estudios sobre la rezadora y la diligencia de las laboriosas hormigas.

-¡Pobre animal! –dijo Pablo-. ¡Menudo cólico el suyo!


-¡Le está bien empleado! –contesté-. Se come los saltamontes vivos, las cigarras y hasta las mariposas. Papá ha dicho que es un tigre. Y a mí los cólicos de los tigres no me importan.»