lunes, 25 de enero de 2016

Los otros clásicos XLII - Alonso de Bonilla y Castro

Por Ramón Fernández de Cano

Curioso personaje el bueno de Alonso de Bonilla, tan afamado en su tiempo por sus poemas conceptistas como por su maestría en el oficio de labrar la plata. En ambos menesteres rindió tributo a su acendrada religiosidad, pues si en su condición de orfebre virtuoso engalanó varias catedrales andaluzas (entre ellas, la de su Baeza natal), en su calidad de poeta se centró exclusivamente en la temática espiritual, con multitud de poemas dedicados a Cristo, a la Virgen, a Santa Teresa, a otras figuras del santoral y a los más variados episodios del Antiguo y el Nuevo Testamento (asombra, de hecho, su agudeza al convertir en material poético el más nimio pasaje de la Biblia). Se le recuerda, empero, por un soneto más moral que religioso, en el que compara las aspiraciones de un soberbio con la fugaz trayectoria de un cohete (“Es el cohete un hilo manifiesto”); pero yo creo que este otro soneto sintetiza mucho mejor su quehacer poético, plasmado aquí en un artificiosa metáfora conceptista que, al identificar a Dios con el centro de todo lo creado, viene a afirmar que la Virgen es, entonces, el centro del centro. No creo que al Santo Oficio le hicieran mucha gracia estas peregrinas disquisiciones teológico-geométricas; pero la fe y el candor que revelan eximieron, sin duda, a su autor.

XLII.- Alonso de Bonilla y Castro (1570-1642)

Es Dios la original circunferencia
de todas las esféricas figuras,
pues centros, orbes, círculos y alturas
en el centro se incluyen de su esencia.

De este infinito centro de la ciencia
salen inmensas líneas de criaturas,
centellas vivas de las luces puras
de aquella inaccesible omnipotencia.

Virgen, si es Dios el centro y el abismo
de donde salen líneas tan extrañas,
y vuestro vientre a Dios incluye dentro,

Vos sois centro del centro de Dios mismo,
y tanto que, al salir de esas entrañas,
se hizo línea Dios de vuestro centro.


lunes, 18 de enero de 2016

Unas notas de Macedonio Fernández

Por Luis Junco

En Formas breves, una recopilación de textos del argentino Ricardo Piglia, hay varios artículos dedicados a la vida y obra de Macedonio Fernández. Todos me resultaron interesantes, pero me quedé con unas notas manuscritas que Piglia encontró anotadas en una edición de Una novela que comienza que había en la biblioteca de la facultad en donde impartía clases. Una de esas notas dice:

Son hombres pequeños (físicamente frágiles) (tachado y escrito arriba: esmirriados), como por ejemplo Raskólnikov, que pesaba 58 kilos, o Kant (1,60) o ese jockey japonés que vi una tarde en unas cuadreras en Lobos, con un impulso particular nacido mitad de vulcanismo y mitad de la apatía. En el campo de las relaciones sociales son perfectamente carentes de interés. Por lo común, son asaz tranquilos, elegantes y tranquilos, por cierto que no pueden llevar a término todo de una sola vez. Es necesario, dicen, saber ser lento, se debe saber callar. Válery, por ejemplo se mantuvo en silencio durante veinte años. Rilke no escribió ni un poema durante catorce años, después aparecieron las elegías de Duino.

Abajo y al costado:

Nada. El artista está solo, abandonado al silencio y al ridículo. Tiene la responsabilidad de sí mismo. Empiezan sus cosas y las lleva a término. Sigue una voz interna que nadie oye. Trabajan solos, los líricos; siempre trabaja solo, el lírico, porque en cada decenio viven siempre pocos grandes líricos (no más de tres o cuatro) dispersos en distintas naciones, poetizando en idiomas varios, por lo común desconocidos unos para los otros: esos phares, faros como los llaman los franceses, esas figuras que iluminan la llanura, los campos, por largo tiempo pero permanecen ellos en las tinieblas. (Es un decir de Gottfried Benn.)

Envejecen. Knut Hamsun vivió hasta los noventa y tres años pero terminó su vida en un hospicio. Interesante también Ricardo Husch, que vivió hasta los noventa y uno y se suicidó (Lagerlöf ochenta y dos, Voltaire ochenta y cuatro). Los viejos son peligrosos: completamente indiferentes al futuro. Atardeceres de la vida, ¡esos atardeceres de la vida! La mayor parte en la pobreza, con tos, encorvados, toxicómanos, borrachos, algunos incluso criminales, casi todos no casados, casi todos sin hijos, casi todos en el hospicio, casi todos ciegos, casi imitadores y farsantes.

lunes, 11 de enero de 2016

Pequeño diccionario de Tediato (veinticuatro nuevas entradas)


Por Santiago López Navia


atemeo. Institución cultural cuyos asociados se dedican a la práctica y estudio de la micción.

 

circonstancia. Contingencia que sobreviene en los espectáculos circenses.

 

cooperrante. Cánido solidario.

 

efectubo. Adjetivo de género exclusivamente masculino que se aplica a determinados envases cilíndricos de probada eficacia.

 

escased. Estado de satisfacción total resultante de la abundante ingesta de líquidos.

 

disidiente. Pieza dental que ha crecido fuera de su sitio y requiere ortodoncia.

 

incorporrar. Añadir una porra a la ración que se va a consumir.

 

incremantar. Añadir las mantas necesarias para no pasar frío en la cama.

 

inhospito. Silbato de sonido particularmente desagradable.

 

instintuición. Comprensión instantánea y natural de la pertinencia de adherirse a un determinado organismo o entidad.

 

maríntimo/a. Aplícase a los encuentros o relaciones amorosos que se practican en alta mar.

 

mutonto/a. Individuo cuya estulticia se manifiesta de forma multiforme y cambiante. En España es especie protegida.

 

potrocolo. Conjunto de directrices ceremoniales que se usan para interactuar con una cría de caballo. Resulta particularmente útil para la doma.

 

programamar. Planificar la lactancia.

 

promininente. Aplícase al gato que sobresale entre los demás por su tamaño.

 

psicolabis. Comida ligera que se sirve en los congresos de psicólogos.

 

resputación. Prestigio que adquiere una determinada vaca en el seño de su rebaño.

 

sectárea. Movimiento religioso de actividades perniciosas que ocupa una determinada extensión de terreno.

 

sexégesis. Interpretación de una obra de contenido erótico o pornográfico.

 

sofisticanción. Delicadeza extrema que se usa a tiempo de cantar.

 

sucionar. Acción de aspirar o absorber aquello que está particularmente sucio. Es poco frecuente en el mundo de la política.

 

ubricar. Acción de localizar las mamas de los mamíferos hembras para ordeñarlas.

 

urnanimiedad. Decisión intrascendente que se adopta por votación.

 


veintilar. Acción de airear veinte estancias.

martes, 5 de enero de 2016

De la profesionalidad de la crítica y el ninguneo literario. (¿Qué más se puede hacer?)

Por David Torrejón

Si sumo distintas etapas y editoriales, he trabajado en total veinte años en la prensa técnica dedicada a la publicidad y el marketing. Es un sector al que solamente uno supera por su adicción a los premios: el de la edición de libros. En publicidad los hay internacionales, nacionales, autonómicos, provinciales, latinos, de campañas dirigidas a niños, al turismo, a los seguros, humorísticas, etc.

Que en los más importantes de esos festivales gane una pequeña agencia, una agencia de provincias o una agencia desconocida, siempre ha sido y es noticia para esos títulos. Más noticia que si ganase una agencia de las habituales. Y nadie se extraña de eso. Y ninguna gran agencia llama a las redacciones de estos medios exigiendo que se hable de sus premios y no de los de la pequeña e inesperada agencia, aunque se anuncien en ellos. La publicidad es un mundo donde el talento es imprescindible y su búsqueda incesante. Como es lógico, los medios especializados colaboran en ella.

Sin embargo, parece ser que esto en el mundo de los libros no es así. Yo me pregunto qué tiene que ocurrir para que uno de esos grandes suplementos y programas de radio que aún tienen, parece ser, influencia, hablen de alguien inesperado que gana premios prestigiosos. Este sordo cabreo me viene por el caso Emilio Gavilanes, aunque seguramente haya otros parecidos. Y pienso en él no por haber publicado en La Discreta (también lo ha hecho en Seix Barral, en Menoscuarto, Edhasa/Castalia y Punto de Vista), sino por tener una trayectoria larga, admirable e intachable, haberse mantenido fiel a su idea de la literatura más allá de modas y mercaderías y por haber ganado consecutivamente dos de los premios grandes e independientes que se dan en España, como son el Tiflos de novela (por Breve enciclopedia de la infancia, Edhasa/Castalia, en 2014) y el Setenil al mejor libro publicado de relatos (por Historia secreta del mundo, La Discreta, en 2015). ¿Qué más puede hacer un autor para que uno de esos medios se digne a reseñar su obra, aunque sea para criticarla duramente? ¿Recibir las alabanzas desinteresadas y públicas de autores tan importantes como José María Merino o Luis Alberto de Cuenca? También las ha recibido.

La respuesta es que valdría más no haber logrado nada de eso y simplemente formar parte de alguna camarilla literaria, publicar en alguna editorial adscrita a grupo de comunicación o haber ganado uno de esos premios populares, aunque esto último resulte muy improbable si no se da alguna de las condiciones anteriores.

Me dicen cuando me quejo que quienes manejan estos medios son muy profesionales, pero que están sometidos a muchas presiones. Y yo me río (por no decir otra cosa) de sus presiones. A diferencia de cuando una agencia de publicidad recibe un premio, un libro puede reseñarse, uno, dos, cuatro meses después de haberlo ganado. Así que las presiones deben ser de tipo excluyente: no hables nunca más que de lo mío. Y si alguien se somete a ese tipo de presiones prefiero no calificarlo de muy profesional. Su deber es informar a sus lectores de esas obras premiadas y tener la profesionalidad suficiente para atar cabos y pensar que cuando alguien firma dos de ellas, puede ser que un autor importante se le esté escapando. Vanas expectativas.



Hace años que no leo suplementos literarios a los que antes era adicto. Me hicieron comprar demasiada basura. Pero el remate llegó cuando escuché a uno de sus jefes reconocer en público que prácticamente solo podían hablar de los libros editados por su conglomerado mediático. Todo lo que estaba fuera era por tanto ninguneado, no existía. Me reafirmo cada día más en mi decisión.