viernes, 30 de noviembre de 2012

Cuernos

Todos van adelante con sus cuernos
pisan ese camino: su presente,
y se apoyan en eso solamente:
un tiempo que es su cielo y es su infierno.







El perro no, su oficio macilento
los conduce por el camino bueno
para que lleguen todos, ni uno menos,
a su destino de agua y alimento.
Los lleva y acompaña a ciencia cierta
que ninguno se aparte no consiente,

y así continuamente cada día.

Es su oficio de perro siempre alerta
tan responsable que ha advertido el lente
y hasta vigila esta fotografía. 

Autor: Hernán Rossi
Foto: Esperanza Campos (Fuerteventura)

martes, 27 de noviembre de 2012

De piratas y corsarios


El médico de los piratas (Ed. Siruela, 2002), de la mejicana Carmen Boullosa, es la recreación novelada de la vida de Alexander Olivier Exquemelin, hugonote francés que, a consecuencia de la persecución religiosa en su país en la segunda mitad del siglo XVII, decide marcharse con la Compañía de las Indias Francesa a América. Establecido allí en la isla de la Tortuga, acaba convirtiéndose en el médico cirujano de uno de los principales grupos de bucaneros y filisbusteros que pueblan esa zona por aquella época. A su vuelta a Europa, Exquemelin publica, en 1678, Piratas de América, quizás el mejor libro que sobre los piratas del Caribe se haya escrito.

Bajo el nombre de Smeeks (que al parecer fue el verdadero nombre de Exquemelin), el protagonista de la novela de Carmen Boullosa nos cuenta no solo el inicio de su trato con los bucaneros –“Luego que me vi libre”– nos dice Exquemelin en su libro “mas desnudo de todo humano medio ni para ganar mi triste vida, me resolví a entrar en el inicuo orden de los piratas o salteadores del mar, a donde fui recibido con aprobación de los superiores y del común” sino sus costumbres, en las que destaca el compañerismo y la fidelidad al contrato firmado.  (“Todos tienen por costumbre de buscar un camarada o compañero –escribe Exquemelin– poniendo todo lo que poseen en beneficio recíproco, haciendo una escritura de contrato tal como ellos acordaron.”) Y sobre todo el arrojo y crueldad de las acciones piráticas, y en especial las de Jean-David Nau, El Olonés, cuya vida y ominoso final comparten protagonismo con el médico cirujano.

Dos estupendos libros, cuya lectura, cada uno en su ámbito, hará las delicias de los amantes de este tipo de literatura. Pero, además, la lectura comparada de ambos, pone de manifiesto un tema central de la creación literaria: su capacidad para recrear la vida cuando falta el documento.

El texto de Exquemelin deja muchos “espacios vacíos” en el devenir de los protagonistas. Rellenarlos debidamente es el trabajo del novelista, la labor de la imaginación. Y hacerlo bien no es fácil. De todas las alternativas posibles, hay que quedarse solo con las adecuadas. Como el buen mecánico que ante una exhibición de varias piezas sueltas distingue las que corresponden a una determinada maquinaria, así me parece la labor del buen narrador a este respecto. No hay receta, pero me atrevo apuntar una debida labor de documentación un exceso da lugar a empacho y un defecto a la falta de la necesaria atmósfera, una larga digestión y sensibilidad como imprescindibles.

En mi opinión, Carmen Boullosa lo logra con esta novela, y en alguna secuencia, como en los orígenes de El Olonés y ese muchacho medio muerto alimentado por sus perros, de manera magistral. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Diez nuevas entradas al Pequeño diccionario de Tediato


absfumio. Individuo que ha superado la adicción al tabaco o bien no ha fumado nunca.

almosapo. Hemorroide particularmente desagradable por su forma y aspecto.

aproapósito. Aditamento curativo especialmente adecuado para determinadas lesiones.

cacademia. Institución de educación superior caracterizada por la suciedad en todas las dimensiones de su gestión y quehacer en la que suele prosperar sin problemas el supervivientre (vid. “supervivientre”).

catequeso. Actividad formativa en torno al consumo del queso, en el que este es tratado como parte de una experiencia elevada y trascendente, orientada a quienes no están acostumbrados a su degustación o no la valoran en su justa medida.

colacausto. Daño masivo producido por la ingestión excesiva e imprudente de cacao en polvo.

enjajabonar. Acción consistente en hacer cosquillas a alguien mientras se le enjabona. Resulta más divertida y satisfactoria cuando quien hace las cosquillas y quien las recibe están juntos dentro de la ducha.

espezluznante. Dícese de todo aquel pez cuyo aspecto es horrible o cuya actitud es singularmente agresiva. Se aplica especialmente a algunos tiburones y peces abisales. También es aplicable a algunos buceadores poco celosos de su aseo, por más que sean mamíferos.

ocupedo. Adjetivo aplicado al evacuatorio no disponible por un tercero en el que el usuario está aliviando sus urgencias con profusión de gases.

supervivientre. Individuo que ha conseguido medrar a costa de arrastrarse sobre su estómago. Es una especie muy extendida en el mundo profesional, y particularmente activa y exitosa en el ámbito cacadémico (vid. “cacademia”).


martes, 20 de noviembre de 2012

Helenio Herrera en "Las once y uno", de Gonzalo Suárez


Pero el mejor retrato que hay de Helenio Herrera es una novela que Gonzalo Suárez escribió en 1964, una novela titulada Los once y uno, en la que cuenta las dos temporadas que H. H. estuvo en el Barcelona (1958-59 y 1959-60). Gonzalo Suárez fue medio hijastro de H. H., pues este fue pareja de la madre de Suárez, que estaba separada.

En la novela todos los nombres están cambiados (Barcelona es Bañosa, España es Barataria, Di Stefano es Di Paperone...), pero todo es perfectamente reconocible. Es una novela magistral, genial, la mejor sobre fútbol que se ha escrito, me atrevo a decir. Básicamente es un retrato de H. H., de su picaresca (para ganar dinero, para motivar a sus jugadores), de sus ocurrencias (con la prensa, con la directiva del equipo), de sus métodos de entrenamiento (tan agotadores que daba a sus jugadores glucosa con benzedrina), de sus estrategias (fue el primero en dejar en el banquillo a Kubala, el ídolo de las masas), de sus gustos (todas las noches leía novelas policiacas), de su carácter (duro, cínico, egocéntrico)... También es un retrato exhaustivo de las interioridades de un equipo de fútbol. Las anécdotas que he resaltado en las memorias de H. H., Gonzalo Suárez las utiliza en esta novela. Emplea también algún material de la época del Inter y lo sitúa en esta misma época de Barcelona (por ejemplo, el Lilio del Bañosa, un jugador que tiene problemas porque la novia no para de ponerle los cuernos, es realmente Angelillo, un jugador del Inter).

Aquí nos enteramos de que Kubala se emborrachaba a menudo y de que a veces lo llevaban a la ducha para que se despejara y pudiera jugar.

Descubrimos que H. H. era un experto en motivar a los jugadores. “Hoy vas a hacer el partido de tu vida...” “Si hoy juegas como sabes, te van a querer fichar todos los equipos...” A un defensa que tras un golpe en la cabeza dice que no ve bien, le convence para que siga jugando, hasta que el jugador pierde la visión por completo (tendrá desprendimiento de retina).

La novela es una maravilla. Y, como ocurre con las mejores narraciones, cuando uno la acaba está deseando contarla: Cómo echa al médico del equipo (esto quizá también es de su etapa del Inter), cómo se pelea con el público (ese espectador que le tira una patada y él le sujeta el pie hasta que le quita el zapato), cómo descubre que el portero está fingiendo una lesión, cómo le dice a Kubala “Tú eres el cáncer del equipo”, cómo intenta poner nervioso a un delantero contrario que va a tirar un penalti, cómo llama gordo y viejo a Di Stefano, cómo anima a una directiva a que haga regalos a los árbitros, cómo intenta apartar de un jugador a su amante, cómo se soborna a los periodistas, invitándoles a comilonas, las geniales intervenciones de Bernabéu (“A estos se les ha subido el triunfo a la cabeza. No saben ganar...”)... Lo dicho: todas las interioridades del mundo del fútbol como nadie las ha contado.

Al parecer, antes de que acabara su segunda temporada en el Barcelona, H. H. firmó un contrato con el Inter. Cuando al final de la temporada la directiva del Barcelona se enteró, lo echó, por orgullo. Él realmente se había ido ya. Quizá esa imagen patética de los directivos culés sea la razón de que no se reedite esta novela genial.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Memorias de Helenio Herrera


En estas memorias, en las que cuenta una vida íntegramente dedicada al fútbol, Helenio Herrera hace un recorrido por los equipos en los que jugó y sobre todo por los equipos a los que entrenó, y con los que alcanzó unos éxitos que nadie antes había alcanzado. Expone su filosofía futbolística, que recuerda la de algunos entrenadores de ahora mismo (fútbol moderno, cada partido requiere su estrategia, el entrenador debe atraer la atención de los medios para liberar de tensión a los jugadores, etc.). Y sobre todo, cuenta anécdotas. Una sucesión inacabable de magníficas anécdotas. Una vez un jugador fue a decirle que tenía 38 de fiebre y no podía jugar, y él le contestó: “¿Treinta y ocho? Los deportistas hacen sus mejores marcas con fiebre. Ya verás qué partido te sale”. Otra vez otro jugador le pidió permiso para retirarse porque se encontraba mal y él le dijo: “Si estuvieses mal no jugarías tan bien como estás jugando”. Y cada diez minutos el jugador le pedía permiso para retirarse y él le convencía con algún nuevo argumento, y al final el jugador jugó el partido entero. En un vuelo en el que todos iban muertos de miedo, pensando que se iban a estrellar, por las horribles turbulencias que sacudían el avión, de pronto gritó: “Mañana, entrenamiento a las once”, y todos se relajaron.

Helenio Herrera era hijo de andaluces emigrados a Argentina. Cuando tenía tres años sus padres se trasladaron a Casablanca, donde vivió hasta que se hizo jugador profesional. De aquella época solo voy a rescatar este precioso episodio. Tenía un amigo con el que siempre estaba jugando al fútbol. Pero a veces se enfadaban y no se hablaban. Entonces el amigo iba cerca de su casa y botaba la pelota para que lo oyera Helenio. Helenio lo oía y salía. No se miraban, no se hablaban. El amigo le daba una patada a la pelota como por casualidad y la pelota iba hacia Helenio, y este hacía lo mismo, y así se iban al campo y se tiraban la tarde jugando, pasándose el balón como por casualidad sin hablarse y sin mirarse. Y así volvían a casa cuando oscurecía.

martes, 13 de noviembre de 2012

Helenio Herrera, Suspense



Helenio Herrera firmó dos libros: Yo. Memorias de Helenio Herrera (de 1962) y Suspense (de 1965). Javier Cercas dice que los dos los escribió realmente Gonzalo Suárez y también dice que Vila-Matas confesó en cierta ocasión que si no hubiera leído esos dos libros rarísimos nunca habría sido escritor.

Ambos libros son espléndidos. Suspense es tan raro que no he encontrado en Internet la imagen de su cubierta. Yo quería escanear mi ejemplar, pero no lo encuentro en casa. Son 5 relatos de, como anuncia el título, suspense, o de intriga, un poco a la manera de William Irish. Quizá no tan buenos como los de William Irish (aunque eso les ocurre a casi todos los relatos de intriga que no son de William Irish). Helenio Herrera era muy lector de novela negra, como veremos más adelante. Todas las noches leía una. Los cinco relatos son enrevesados y con tramas originales. Puede servir de modelo el titulado “La maleta”: un tipo mata a su amante, la descuartiza y la mete en una maleta que se lleva a Venecia y que tira en la laguna. Hasta aquí es más o menos convencional. Pero entonces aparece un policía que no sabe absolutamente nada, y que, mediante un brillante engaño, consigue sacarle al hombre, a partir de cierta observación, la confesión de todo lo que ha hecho. Son los típicos cuentos que una vez empezados no se pueden dejar a medias.

El último capítulo del libro es el relato de los éxitos de Helenio Herrera con el Inter, un relato que supera el que aparece en sus memorias cuando cuenta esa misma época. Más detallado, más matizado, más brillante, más monumento de sí mismo. Esto nos da pie para hablar de su otro libro.

martes, 6 de noviembre de 2012

Brillaron para ti los soles luminosos


Fulsere quondam candidi tibi soles…

Catulo, Carmina, VIII

Pocas horas después de la muerte del gran Agustín García Calvo cuesta mucho no abundar en todo lo que de él ya nos consta. Difícil, pues, a estas alturas, ser original repitiendo que fue un filólogo de talla excepcional; que fue un traductor dotado como pocos para captar el alma de la poesía, desde los clásicos grecolatinos hasta Shakespeare pasando por Sem Tob; que fue un poeta sobresaliente y originalísimo; que manifestaba una hondura filosófica siempre sorprendente… Que fue, en fin, un sabio total integrado en una generación de sabios (Rodríguez Adrados, Mariner Bigorra, Lázaro Carreter, Andrés Amorós, Antonio Prieto, Rafael Morales…) gracias a cuya huella muchos de nosotros seguimos estando plenamente seguros de la utilidad de los saberes que la inteligencia y la sensibilidad de nuestros días, muchas veces planas hasta el desconsuelo, se encargan con alegre negligencia de hacer pasar por inútiles.

Prefiero centrarme, pues, en todo lo que movió en mí desde el momento en el que le conocí, aquel día de octubre de 1979 en el que entró en un aula atestada de la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid para darnos la bienvenida y decirnos de inmediato que todos teníamos aprobado general. El efecto fue claro, y sin duda era el que él pretendía: de aquel grupo de casi ciento cincuenta alumnos de Latín de primer curso de Filología, en clase nos quedamos solo aquellos que nos sentíamos movidos por el sentimiento sincero –la curiosidad, el interés, el afán por saber, el sentido kantiano del deber o la mezcla de todos– que a unos y a otros nos animaba. Yo no tardé en ser consciente del privilegio que sus enseñanzas, ajenas a toda convención, supusieron para mí. Superado con dificultad el estupor del joven acostumbrado a una visión mucho más conservadora de la enseñanza, asistí de su mano a la ceremonia que oficiaba cada día como un sumo sacerdote del conocimiento de cuyos labios brotaba la exposición de un sistema lingüístico novedoso y coherente junto al disfrute de los textos latinos, que nos hacía aprender para degustar su sonoridad y hacer nuestro su poderoso mundo de evocaciones. Gracias a él somos muchos los que aún, cuando le recordamos, podemos citar de memoria los primeros versos del poema VIII de los Carmina de Catulo y recordar su extraordinaria traducción de De rerum natura de Lucrecio, salpimentada de las explicaciones más ricas y elaboradas.

Jamás olvidaré la pregunta única (sorprendente, rompedora, inesperable) de su examen final, oral y personalizado: “¿Cómo se lo ha pasado usted en mi asignatura?”. Frente a tantos que aprovecharon la ocasión para intentar dorar la píldora al maestro, acaso sin éxito, tampoco olvidaré jamás mi respuesta sincera, en la que le hice saber sin tapujos el efecto de extrañamiento –de incomodidad inicial, incluso– que habían suscitado en mí su método y sus enseñanzas. Con el paso de los años supe interpretar su principal lección, que fue la que dictó durante toda su vida: la indeclinable independencia de criterio frente a cualquier sistema, que él sostuvo siempre con la radical tenacidad del polemista aventajado por una rotunda superioridad intelectual. Aún la última vez que le vi, hace ya algunos años, en un curso de verano en el que tuve la alegría de ser su anfitrión institucional, seguía reivindicando la desaparición de la persona frente a su propio discurso, siempre empecinado en mantener su coherencia en un tiempo en el que la inteligencia se resistente no tanto por su connatural fragilidad como por la contundencia cavernícola de quienes la desprecian. Y sé que hubo un tiempo en mi vida, gracias a él y a mis maestros más admirados y añorados, en el que, al igual que para el enamorado Catulo, brillaron para mí los soles luminosos. No puedo brindar mejor homenaje permanente a todos ellos que mi persistencia en el camino que nos trazaron.

Dejas tras de ti una vida seminal y fecunda, maestro. Estás ahora en esa confusión del tiempo sobre la cual tanto te gustaba disertar. Sit tibi terra levis.

Publicado originalmente en: zoomnews