lunes, 9 de julio de 2012

León de la mirada, de Antonio Gamoneda


           Pensaba que no me iba a gustar, pues había leído hacía poco Descripción de la mentira y me había resultado incomprensible, ajeno, mera sucesión de palabras.

            Pero este es un libro distinto. Algunos son poemas muy sencillos, que evocan los montes, el campo solitario de León. Una voz humilde pasea su mirada por toda la provincia.

            “León es esto: lentitud sagrada
con álamos al borde del camino.”

Muchos poemas transcurren en el verano en el que viven mis recuerdos de mis viajes a pie y en bicicleta por León. A la mención del más leve topónimo se me hace presente aquel paisaje.

“Mañanas puras y frías
de los campos de León,
mañanas que sois mañanas
también en el corazón.”

En algún poema dice que las figuras de las vidrieras de la catedral respiran luz y cantan en silencio. En otro, que el campo cruza despacio la tarde de verano.

Antonio Gamoneda León de la mirada (León: Breviarios de la calle del Pez, 1990; la ed. original es de 1980)

2 comentarios:

  1. No conocía este libro Emilio, intentaré localizarlo. Con Gamoneda tengo sentimientos cruzados: blues castellano, el libro del frío y arden las pérdidas me parecen excelentes. Por otra parte, hay libros suyos que me parecen escritos con el prejuicio del cripticismo a ultranza, para apoyar esas tesis suyas sobre el sentido casi "metafísico" de la poesía. Por lo que veo, esta que señalas es una de sus primeras obras. Su evolución posterior es la que para mi gusto ha ido definiendo a un Gamoneda más artificial empecinado en hacer de la poesía algo inasible, intangible y "sagrado". La discrepancia no está en la teoría, sino en la práctica.
    Pepe

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  2. Hace ya unos años, un grupo de gente de la Discreta fuimos a las lujosas, inimaginables jornadas poéticas de Priego, en Cuenca, que organizaba el llorado y gigantesco Diego Jesús Jiménez. Allí te podías juntar en una tarde con Félix Grande y María Victoria Atencia, con Gamoneda, con Carlos Sahagún, con José Hierro y hasta Vázquez Montalbán. Primero una charla, y luego de copas, como si tal cosa. O con Grande, de copas y de quejíos y bulerías, por ahí por la calle. Eso eran botellones ilustrados. Ea, siempre me pareció Gamoneda el más dificultoso, o lejano, o ajeno. Fernando Fajardo lo admiraba explosivamente, tanto que Gamoneda hasta parecía intimidado por la vehemencia de su admirador. Compruebo ahora, con cierto alivio, que no era el único en mi fría perplejidad. Qué embarazoso era topártelo por todas partes, en Priego, y no poderle decir mucho. Ahora, aliviado por no ser el único, me decido a mi redención: lo visitaré de nuevo con las indicaciones de Emilio. Un saludo.

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