Cartas
Galdosianas
para Federico León
IV
Estimado
amigo:
Dispénseme
que en estilo familiar, propio de las cartas, siga tratando de crítica
galdosiana, cuando estos asuntos requieren otro estilo más serio, pero si con
ademanes y frases campanudas yo enjaretara un discurso didáctico, obtendría de
usted una sonrisa de benevolencia, sin que fuera obstáculo a su condescendencia
el juzgar mis escritos como obra pedantesca y con demasiadas pretensiones.
Recuerde, pues, que los renglones que de esta cuestión literaria he tratado y
seguiré tratando, son solo impresiones personales, en los cuales, como ya
escribí en mis anteriores, consigno mi parecer siempre sujeto a las
rectificaciones que el criterio de usted me sugiera. Así, en la
presente, expongo que Galdós debe la perfección en sus escritos al trabajo
constante, a la observación, a su estilo y forma original en que la exuberante
imaginación se ciñe á las reglas del Arte.
Galdós
es un gran estilista. Cervantes, Shakespeare, Goethe, que mucho me engaño o han
sido los maestros predilectos del novelista, han dado a este aquella flexibilidad maravillosa que del sublime pasa al
familiar con gradaciones como las de una arpa bien templada que ejecuta el
artista una escala cromática. Así, el estilo galdosiano reviste la forma
simbólica, crítica, epistolar, dramática, cómica y narrativa con la mayor
naturalidad. Pero el estilo propio y natural de Galdós está modelado en el del
mejor hablista español, en Cervantes, y creo que don Benito sabe de memoria El
Quijote, porque en los giros del pensamiento, en las escenas que describe, se
nota un sabor muy marcado de cervantista.
Existen
en sus novelas muchos tipos quijotescos, y Santorcaz en “Bailen” es el propio
Don Quijote en la Mancha refiriendo a Gabrielillo y Marijuán los ejércitos napoleónicos
que se le figuraba ver en aquella llanura dominada por una pequeña aldea que
nombraba Austerlizt, y su espejismo idealista ponía ante sus ojos los lagos
helados en que se hundieron los ejércitos enemigos de Napoleón. Las escenas
grandiosas, las situaciones trágicas, el temple del acero dado a la inspiración
del maestro, lo debe al estudio de los dramas y tragedias de Shakespeare, el
coloso de las emociones que resuelve con inusitada fuerza el espíritu más frío
electrizando con sus escenas a sus lectores y oyentes.
Los
grandes maestros de la Humanidad, los genios en todos los ramos del saber, no
pueden ser comprendidos sino por otros genios sucesivos; y si cada uno de los
primeros, en el dilatado número de siglos, trasmite un impulso vigoroso a la
Humanidad, esta onda impulsiva se enlaza con otra y se refuerza con otro genio
distante del anterior por tiempo indeterminado; así, la onda transmitida en la
literatura por Shakespeare, Cervantes, Goethe y Víctor Hugo determina su
influencia literaria en Rusia, Francia y España produciendo a Tolstoi, Balzac,
Zola y Galdós, genios literarios de segundo orden, especialistas en las novelas
pero que han roto los antiguos moldes en que esta se vaciaba, creando la
novísima escuela naturalista.
La
influencia del positivismo en la actual civilización determinó a Galdós a
llevar este sistema a la novela contemporánea.
Ya la imaginación no entra como factor único, sino combinado con la observación y el experimento. En la novela y en el autor a que nos
referimos, vemos un observador infatigable que
sigue un método positivo y persigue un fin
preconcebido; por esto se le debe considerar como el maestro del realismo en el
Arte.
Pero ese positivismo, no es en Galdós un materialismo descarnado;
está templado en justas proporciones con el idealismo español; por eso los
tipos novelescos que nos presenta no todos son fiel copia del natural; muchos
son simbólicos, emblemáticos, como contraste entre la realidad y nuestro
nacional idealismo.
Los tipos idealistas los maneja el autor por su cuenta y razón,
con objeto de que de sus acciones novelescas resulte la crítica de las antiguas
y modernas costumbres españolas, lo bueno y lo malo de nuestro carácter y como síntesis de lucha entre los
sistemas ideales y positivos.
Estúdiese en prueba de esto los tipos de Lord Gray y Don Pedro del
Congoste en “Cádiz” y Miss Fly en “La batalla de los Arapiles” y a Ángel Guerra
y Nazarín en sus novelas.
Salgo a toda prisa de las honduras en que me voy metiendo y cortando
por el atajo para llegar más pronto; mientras, confío que me siga teniendo por
su buen amigo,
s. s.
Isidro Ezquerra.
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