jueves, 8 de junio de 2017

Unas cartas sobre Galdós (y 5)

Por Luis Junco

Cartas galdosianas
para Federico León



 V

Mi estimado amigo:

¿Subimos o bajamos? De este modo tan original comienza Julio Verne una de sus novelas -La isla misteriosa- y rogándole me perdone la cita pedantesca, con este introito quiero decirle que ignoro si he salido de las honduras en que me metí en la anterior carta o si voy subiendo al quinto cielo al proponerme tratar en la presente del Naturalismo en el Arte, la gran cuestión de nuestros días y de la que es costumbre en todo escribidor con ínfulas de literato, escribir un parrafito.

El naturalismo en la novela dicen algunos que es de intención francesa, y se lo achacan a Zola, Flaubert y hermanos Gouncourt; no afirmo ni niego, aunque por naturalista tengo a Lesage con su Gil Blas de Santillana, que lo tomó a su vez de nuestras novelas picarescas y especialmente del Escudero Marcos de Obregón; pero Zola, si discípulo de Flaubert, no llegó al palenque literario con el naturalismo formado, sino que fue producto de evolución en  su potente espíritu, y me inclino a creer en esta idea por la enorme diferencia  existente entre Una página de amor, de sus primeros tiempos, Nana, La taberna, La alegría de vivir, Germinal y otras de tiempos posteriores, en que el naturalismo de la primera novela citada puede confundirse con el realismo, esto es, con un naturalismo más bello y mitigado. Porque yo, amigo León, tengo el realismo por una forma atenuada del naturalismo, no al modo de la vacuna y la viruela, lejos de mí semejante comparación, sino como una forma artística en que el primero nos hace pensar y sentir y el segundo sentir y pensar, queriendo con esto expresar que el realismo se apodera de nuestra inteligencia y el naturalismo de nuestra sensibilidad.

La verdad en la Naturaleza presentada con belleza, con arte, es simpática a nuestro espíritu, así como la fiel copia de la Naturaleza, en lo que repugna, aunque sea expuesta con arte, puede llegar a desagradarnos y entonces es más que real, natural.

Siendo la belleza subjetiva, síntesis de nuestras facultades sensitivas, intelectuales y afectivas, no todo en la Naturaleza nos despierta la sensación compleja de lo bello, y hasta puede producir repugnancia por más que haga el autor literario por presentarlas con las galas artísticas. Cuando esto sucede, admiramos el ingenio del artista, pero no los pasajes y escenas que nos describe.

Como el naturalismo es una escuela literaria en cuanto tiene de método en general, al aplicarlo particularmente a los países que tienen costumbres y modos de ser diferentes, se transforma al adaptarse a ellos; por eso, el naturalismo francés no es exactamente igual al ruso de Tolstoi, al italiano de D´Annunzio y al español de Galdós; cada autor tiene el sello especial de la nación en que escribe y estas variedades, que derivan del tipo naturalista, es lo que nombramos realismo en la novela.

Si no tuviera, amigo mío, tanto miedo a las proposiciones atrevidas, diría que la realidad será (al menos para nosotros) en literatura superior al Naturalismo; porque la realidad nos muestra la verdad en las cosas con gusto y arte convenciéndonos de que son aceptables y el espíritu sin esfuerzo las acepta; al paso que en el Naturalismo se imponen las verdades a nuestro ánimo de una manera cruda que cuando son simpáticas nos deleitan, pero cuando no, tenemos que volver la cabeza con asco. Yo he leído algunas novelas de Eduardo López Bago de un naturalismo subido, y por lo que veo ningún crítico se ha entusiasmado con la escuela literaria de este autor. Convengamos, pues, que el naturalismo de este género no se ha podido aclimatar en España.

Como valor moral, el realismo es superior al naturalismo. Las dos escuelas son igualmente artísticas, mas como valor social y crítico, el naturalismo francés aventaja a todas, porque existe más verdad en una fotografía que en una pintura por bella y artística que nos parezca.

Quedamos pues, amigo, en que Galdós ha creado escuela en España y por discípulos de tan gran maestro tengo a Palacios Valdés, Ortega Munilla y la pléyade de jóvenes novelistas que siguen las huellas de la escuela galdosiana en la novela contemporánea.

D. José María Pereda es un subgénero de esta escuela, no es verdaderamente un discípulo de Galdós sino un copartícipe de la gloria artística del realismo. No ha tenido imitadores ¿Será porque es inimitable o porque su realismo parece algo mezquino y demasiado tendencioso? ¡Vaya usted a saber y pregúnteselo a Doña Emilia Pardo Bazán, literata realista, con vestidos lujosos a lo Pereda pero cortados por los figurines de Galdós!

Con esto, amigo literato, pongo punto final a los parrafítos sobre escuelas modernas en el arte de novelar contemporáneo: y digo parrafitos, porque el tema es extensísimo y bueno para lucir su erudición un bibliógrafo; sabroso para un crítico que sepa lo que dice y diga lo que sepa, pero malo para quien, como yo, no saque de todas estas elucubraciones sino quebraderos de cabeza. Y por tanto se apresura a poner a la disposición de usted su aftmo y s. s.


Isidro Ezquerra.

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