Lectio Qvarta:
“A la gloria, en episodios”
1.- Teoría:
Hoy
la lección pide brevedad, tanto en el discurrir de la tesis como en la
ejecución de la praxis; porque si Dios Nuestro Señor, siendo quien dicen que
es, hubo de reponer fuerzas tras la sexta jornada… ¿será mucho que Nos, que aún
no hemos alcanzado tan alta dignidad (aunque todo se andará), estemos ya harto
molidos y no poco quebrantados a la tercera entrega?
Y
así, al hilo de ahorrar afanes, desengaños y pesadumbres, venimos hoy a
amonestarle por haber aspirado alguna vez a conquistar, de una sola zancada,
esa parcela que cree tener reservada en el Parnaso, cuando a la gloria
literaria se llega también -y aún afirmaremos que mucho antes- con pasos
recortados y menudos, en apariencia menguados y descaminados, pero a la postre
tan firmes como bien dirigidos. Despídase, pues, noramala de ese pueril anhelo
de idear y rematar, de una sentada, esa “novela magistral” que tiene en el magín
desde hace lustros, y que habrá de depararle un lugar de honor entre la pléyade
universal tan pronto como haya salido de los tórculos. Si ya no encuentra
inspiración fuera de los chismes de alcoba del vecindario, la avilantez de los
gobernantes, la carcundia de los tenderos o la hipocresía de los tonsurados,
hurgue en la podredumbre de la
Historia patria, siempre preñada de episodios tragicómicos
amasados con sangre, bilis, mala baba y excrementos. Le saldrán infinitos
textos como el de infra, que, repetidos uno detrás de otro, pueden darle
hasta para cincuenta tomos de gloria… o casi.
2.- Práctica:
-La Corte toda aseméjase a un
enorme, monstruoso gallinero, de tan revuelta, confusa y enmerdada como la han
dejado entre unos y otros. El rey, capón castrado, deambula alicaído y
desplumado por palacio, como gallo en corral ajeno; la reina, aunque ya clueca,
aún putea más que las todas las gallinas del corral; las infantas corretean
como polluelas sin cabeza, picoteando el cebo de la soldadesca y brincando de
palo en palo de cada alabardero; y el valido, luciendo cresta y espolón,
cacarea a voz en grito entre toda esta inmundicia, pero no se digna hacer ni el
huevo.
-¡Ave
María Purísima! ¿Y el Príncipe qué dice de todo esto?
-¿El
Príncipe? ¡Pío!
Sapientísima a la par que breve lección de preceptiva de mi señor el Conde, que se convierte con este tratado en un novísimo, feraz (y feroz) Horacio.
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