Lectio Tertia:
“Si no le admiten en el
Parnaso, quédese al menos en el umbral”
1.- Teoría:
Ocurre
a veces, caros Discretos, que al afanoso escritor no se le abren de par en par
las puertas del Parnaso, ni el pórtico de la Gloria, ni tan siquiera el desvencijado
portón de toriles de la Academia. En este trance, queda muy digno y pinturero atornillar
los pies a la arena de los umbrales y, en vez de aporrear -con lastimera
quejumbre-, la madera de los batientes con nudillos y aldabones, afincarse
allí, afectando la hierática gravedad de un don Tancredo del que no se sabe a
ciencia cierta si anhela a quienes lo desdeñan o, muy en su interior, desdeña,
con un punto de altiva displicencia, a quienes, en el fondo, anhelan hacerle un
hueco en su conciliábulo.
Si,
por ventura, anda usted anclado en esta añeja suerte, en tanto llega o no llega
el telegrama con su admisión en la pléyade de los elegidos, pruebe a erigirse
en el tema central -y, a ser posible, único- de su obra. Haga vida social,
alterne mucho y cuéntelo siempre, gastando litros de negrita en los nombres de
todos los que en algún momento puedan llegar a favorecerle, pero vinculándolos
siempre a su propio nombre. Por mucho que se enoje Pedro Salinas, los
pronombres no constituyen una categoría gramatical que otorgue demasiado
apresto a la escritura: maneje, pues, con soltura el “yo”, el “mí”, el “me” y
el “conmigo” (y, a lo sumo, otros deícticos de primera persona como “uno”, “el
que subscribe” o “mi menda”), y olvídese muy confianzudamente del resto de las
formas pronominales, que ni aportan brillo a la prosa ni satisfacción al ego.
Escriba mucho y publique aún más (recurra al refrito y la autocita, si es
menester, para resolver esta aparente impossibilia), pero siempre en
tiradas cortas, a lo sumo de folio y medio, y sin entrar en honduras narrativas
que exigen coherencia en la invención, laboriosidad en la estructura,
renovación en la elocutio y acrisolado temple en la forja de los
personajes. Y, en fin, puesto a que sus textos hablen siempre (y únicamente) de
usted, acuñe giros y modismos dislocados que personalicen su estilo; fuerce, sin pudor, la copula entre el
arcaísmo y el neologismos; y blasone de tener oído fino para todos los
registros y mano diestra para combinarlos en un mismo renglón, del culto al cheli,
por más que algunos usos de argot que a usted se le antojan la vanguardia de la
modernidad le descubran, sin más, como ese don Tancredo antiguo, desubicado y
triste que vendería el alma a cambio de ser admitido donde sólo le toleran
plantado en el umbral, a la intemperie, sin saber muy bien si le van a hacer un
sitio al amor de la lumbre o le van a soltar un morlaco para que se las vea con
él, ahí solito, a portagayola.
2.- Práctica:
Me
vienen a buscar en un coche largo, acharolado y feo, algo así como muy oficial
y muy nigérrimo, un híbrido de 4X4 -que no sé lo que es- y limusina, que me
apesta a coche fúnebre desde que lo jipio por el rabillo del ojo a través del
ventanal de la dacha. Y uno, que tiene ya más oído para el gorigori que para la
nana, comprende que ese buga mortal y negro es la barcaza de Caronte, pero en
diesel, y que ahora sí que se han acabado para él -o séase, para mí-, y esta
vez de verdad de la buena, las jais jamelgas, el whiskazo caro y el resto de la
Liga. Pero mira tú por dónde, no (lo cual que ya pueden ir los enemigos de uno
metiéndose por el ojal, pero sin descorchar, la botella de champán que tienen presta
en el frigidaire para festejar mi óbito). Resulta que me suben con
Iberia al coche patibulario y nos llevan a una cena de postín, con manteles y
todo; un cenorrio como los de antañazo, en los que uno empezaba la velada
sentándose a la mesa al lado de damas, y la remataba levantándose de la cama al
lado de putas. Pero uno ya no está para esas glorias, y menos con Iberia allí,
ojo avizor, con la carabina cargada; así que cogen, llegan, van, agarran y nos
sientan en las partes nobles del salón, o séase, codo con codo con Sus
Monarquías; y uno, que no tenía ni ganas de cenar, acaba bajándose las bragas y
dejándose hacer, en parte por dar cuartelillo y conversación a don Pipe y doña
Leti, que son muy chisposos, y en parte porque uno asunta que un miércoles de
invierno, en los Madriles, a las veintiuna o’clock, o cenas o te cenan
(que no sé qué coño quiere decir, pero se lo suelto a la Leti porque se
desovaria con las ocurrencias de uno).
Y
ríe y ríe y ríe doña Leti, como una marquesa Eulalia que se hubiera quedado
tísica de tanto como la ha estrechado, en lo umbrío del boscaje, su paje/poeta.
Y don Pipe también hace como que ríe, pero uno nota que se va amoscando muy a
lo borbónico, así como quien no quiere la cosa, pelín condescendiente y pelín
celosillo, a juego con el cabreo creciente de aquí mi Iberia, también un poco
Desdémona a lo castizo. Así que cambio de tercio y, entre burlas y veras,
aprovechando el colegueo de colegio mayor que ha florecido aquella noche en
esos nobles mantelones, le recuerdo a mi/nuestro Señor don Pipe que su augusto
padre, con toda su campechanía a cuestas, todavía me debe unos cuantos
kilógramos de euros que al parecer llevaba aparejados el regio galardón con el
que su Abdicada Alteza me honró hace un par de años, discurso soporífero
mediante. Y ahora vuelve a reír el Piponazo, como dando a entender que acusa el
recibo y que, como ya somos troncos de barra de bar y ración de croquetas
compartida, va a mover sus reales huevazos para agilizar que aflojen la guita
en la mi alcancía, aunque mejor sería -apunta aquí mi Iberia, muy en su papel
de tesorera doméstica-, que el parné, bien liadillo en un convoluto, nos lo
acerque directamente a la dacha un motorista de esos de la guardia mora, más
que nada por aquello de regatear con el amotillo al fisco. Pero a uno,
que si algo le ha enseñado la edad provecta es a leer la verdad de las jetas a
través del culo de cristal de los gin-tónics, se le hace un poco muy como que
no… Y el caso es que a la mañana siguiente, vale decir ahora, mientras termino
de erigir esta columna, ya bien aseadito, desayunado y con el pan traído, tengo
puesto el oído al parche por aquello de que en cualquier momento puede timbrear
un propio con el convoluto de los eurazos. Pero no, nasti de plasti: el
convoluto sigue sin dejarse caer por la dacha, por mucho que se hayan desgüevado
anoche, a costa de uno, sus Graciosas Monarquías. Lo cual que, o sea.
A muchos les debe de sonar muy raro el discurso elegido para la lección. No es de extrañar. Don Francisco se fue del mundo el mismo día que un llorado futbolista mucho más joven. Ambos tenían apellidos muy cercanos, Umbral y Puerta. A Umbral se le conocía por sus insistencia mediática en hablar de su libro, y sus columnas las leían, atravesados por el miedo, aquellos que temían encontrarse en ellas. Otros cuantos millones las leíamos también; pero tan pronto se fue don Francisco Umbral, dejamos de hacerlo. Umbral escribió mucho y escribía muy bien, y a pesar de ello no dejó una novela fácil de recordar. Acaso Mortal y rosa, acaso la Trilogía de Madrid, volúmenes de prosa casual y cincelada de los que se recuerdan pasajes con dificultad. O eso me ocurre a mí (Los helechos arborescentes, esa me flipó, de chaval). Encontrarlo de nuevo en la lección de hoy ha sido una sorpresa. Me pregunto cuántos jóvenes reconocerán los modismos umbralianos, esos lo cual que, esos o sea. Y los leit motiv de sus columnas, la dacha, las costumbres caras de gauche divine, los codeos con las celebridades en negrita y sus familiaridades. Veo con cierta tristeza y también comprensión que no hay más comentarios en la entrada. Que no ha sido una broma fácil de pillar.
ResponderEliminarSutilísimo Dativo, consuetudine sua; mas un reparo he de poner a su razonamiento y, de paso, a la lección teórica del Conde, pues ambos apelan al mismo argumento, a mi entender, viciado. Que Umbral, como escritor, vaya a caer (o no) en el olvido, nunca dependerá de que no haya sabido (o sí) escribir una novela redonda. ¿Qué habría sido, en tal caso, de Horacio, de Garcilaso, de Shakespeare? De Larra, fetiche de Umbral, no se acordaría ni dios si sólo hubiera publicado El doncel de don Enrique el Doliente; por fortuna, nos sigue deleitando por la quirúrgica precisión de la prosa de sus artículos. Vengo a sostener, con esto, que no me extrañaría nada que, en siglos venideros, se lea, estudie y analice con meticuloso detenimiento la deslumbrante prosa de Umbral, con independencia de su mayor o menor acierto en la pueril ocupación de inventarse amigos imaginarios y construirles una vida a su/nuestra medida (quiero decir, en escribir novelas). Otra cosa muy diferente es que la nueva juventud gramaticanda desprecie cuanto ignora... e ignore tanto, tanto, tanto. Ahí sí tiene toda la razón Dativo.
EliminarLa más interesante definición de novelar que he leído nunca. En eso estamos.
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