lunes, 8 de febrero de 2016

Al hilo de la lectura de Tiempos de hielo de Fred Vargas


Por Santiago López Navia

Aunque la aprecio mucho, no puedo presumir de ser un gran lector de novela negra y policíaca. En estos últimos años destaco entre mis lecturas de este tipo La rubia de ojos negros, de Benjamin Black (el alter ego literario de John Banville para su producción de  novelas policíacas) y Una verdad delicada de John Le Carré, pero sobre todo destaco a Fred Vargas, por la que siento una especial debilidad y de la que he leído unos cuantos títulos de sus historias protagonizadas por el comisario Jean-Baptiste Adamsberg. La última de ellas es Tiempos de hielo (Madrid, Siruela, 2015). Por preferencias personales suelo leer a Fred Vargas en verano (igual que Bukowski), pero las resonancias invernales de esta última novela me han invitado a leerla precisamente en enero.

         Las dos principales razones por las que admiro las novelas policíacas de Fred Vargas (seudónimo masculino de Frédérique Audoin-Rouzeau, verdadero nombre de la escritora) son sus personajes, construidos con una gran originalidad, y la elaborada trama cultural de sus historias. Por lo que respecta a los personajes, me parece muy atractivo el universo de la brigada parisién sujeta al mando del comisario Adamsberg. Son especialmente singulares el comandante Danglard, impenitente bebedor de vino blanco que atesora conocimientos verdaderamente enciclopédicos que suelen resultar de una enorme utilidad en las investigaciones del equipo; la formidable teniente Retancourt, cuya fortaleza física es tan reseñable como su sentido de la lealtad; el hipersomníaco Mercadet, sujeto a ciclos de sueño de tres horas cuyo trastorno está protegido por toda la brigada y que duerme con frecuencia en el mismo cuarto en el que se aloja la Bola, un enorme e indolente gato que debe ser transportado a lugares diferentes para dormir y para comer, y que además necesita comer acompañado. Fuera del pequeño mundo de la comisaría resulta entrañable el viejo Lucio, vecino de Adamsberg, español exiliado y veterano de guerra, manco de un brazo que le pica permanentemente y compañero de confidencias e intuiciones del comisario.

         El comisario Adamsberg merece especial atención por muchas razones: por su imbatible sensibilidad ante la naturaleza, fruto de su origen pirenaico; por sus ritmos imprevisibles, orientados casi siempre por una morosidad que muchas veces desespera a su equipo, que no obstante le admira y respeta; por su rara capacidad de perderse en ensoñaciones –“paleador de nubes” lo llama el narrador en alguna novela anterior–, unas veces en el transcurso de una caminata y otras en su facilidad para el dibujo, de las que siempre acaba extrayendo detalles determinantes para sus investigaciones, y por su asendereada vida sentimental a la que en las últimas novelas se suma la recuperación de su hijo Zerk, que vive con él y que supone un cierto equilibrio en su soledad.

         En cuanto a la elaboración cultural de sus tramas, basta poner como ejemplo Tiempos de hielo, en la que el lector asistirá entusiasmado a una logradísima recreación de la asamblea revolucionaria animada por personas de nuestros días que asumen los papeles de Robespierre, Danton, Desmoulins y el verdugo Sanson. Guiados por ellos, entre otros muchos, reviviremos las peripecias de la Revolución Francesa mezclándolas con una cadena de crímenes que se remontan a una dramática excursión en la isla de Grimsey, en Islandia. Entre unas cosas y otras, la lectura de las novelas policíacas de Vargas es una verdadera delicia en la que el lector aprende, y no poco, y en esto se ve la sólida formación académica de la autora, arquéologa e historiadora. Una sugerencia muy recomendable para cualquier lector, aficionado o no a la novela policíaca, que encontrará en Fred Vargas pistas muy valiosas para el disfrute y el enriquecimiento cultural.
         

1 comentario:

  1. Parecen interesantísimas, tanto la autora como su novela. Gracias por el "chivatazo", Santiago.

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