Por Dativo Donate
Estos fríos impulsan el desfile de la
danza macabra. Harper Lee se va, tras pasar a la Historia por ese Atticus
Finch que al final, dicen, era racista... Vaya, por Dios. Y se lleva también a
Eco... A don Umberto Eco, con quien tanto leímos. No tanto por su best seller, que indica cuán lejos
estamos de los ochenta (allá, Ecos y Garcías Márquez; acá sombras de Grey). No
tanto por sus novelas, su día después, su Baudolino… como por su actitud. Fue
un intelectual que manejaba con igual desembarazo a Tomás de Aquino o a Supermán;
o estudiaba con igual dedicación la configuración del Infierno de Dante y la de
Disneylandia.
Eco puso mundos en contacto que no sabíamos nosotros conectar.
Explicaba muy divertido, o muy serio, la
estrategia de la ilusión. Hizo que el serio estudio de las universidades
aceptase lo que eran hasta entonces trivialidades, fruslerías, molestias para
el criterio académico. Eco conformó en gran medida el espíritu de los ochenta,
cuando ibas a cualquier cafetería de facultad y veías a todo el mundo leyendo El Nombre de la Rosa. Por ejemplo, si lo citaba un señor que era semiótico —nada
menos—, era admisible, tolerable y hasta plausible leerse a Sherlock Holmes. Qué
cabal, que profundamente certero era ese fray Guillermo de Baskerville hollando
los dominios del borgiano Jorge de Burgos. Todos éramos Adsos atónitos, ante
una babel de textos que se liberaban de la prohibición de los inquisidores
culturetas.
Después de Eco, pero solo después (y de su éxito económico impensable,
la lotería de Esther Tusquets), tuvieron aceptación masiva las novelas antes
consideradas ligeras, los detectives, el misterio y las maravillas. Estábamos
en una encrucijada: una novela entonces solo era aceptable en España (en la España culturetas, se
entiende) cuando tenía páginas incomprensibles, mucho léxico terruñero,
múltiples infracciones de puntuación y de estilo; y todo esto siempre que
hubiese alguna referencia en ella a la Guerra Civil. Eduardo Mendoza, y Vázquez
Montalbán, y otros —Eco fue la corroboración explosiva, más que el detonante—, no solo rompieron el ambiente gafapasta (los
gafapastas de antaño, aquello sí que eran gafapastas), sino que tendieron
puentes imposibles entre la alta cultura y la popular, incluso la de consumo
industrial, y hasta la incipiente contracultura.
No me he leído todo lo que escribió, pero
recuerdo con especial fascinación La estrategia de la ilusión, o Apocalípticos
e integrados.
Umberto Eco dignificaba cuanto tocaba y estudiaba, ya fuese la configuración de
un museo cutre, los cómics de superhéroes, las canciones pop de la radio. Posiblemente
fuese el primer intelectual de talla que no abordaba los subproductos de la
cultura para demonizarlos. Para que me entiendan los más jóvenes, Umberto Eco
fue el padre de Sheldon Cooper, el hombre que sancionó la seriedad absoluta de
lo trivial. Claro que antes de Eco estuvo California, y los sesenta, y los
nueve novísimos. Por supuesto. Pero Umberto Eco fue el sumo sacerdote de la
cultura ecléctica.
Quizá las cincuenta sombras provengan de aquellos cincuenta millones de
nombres de la rosa vendidos, que se dice pronto. Una y otra no dejan de ser
novelas de género, y antes de Eco eso de los géneros no enraizaba por acá. Eco
inventó un subgénero, el thriller con
sencillo armazón de telefilme y trasfondo histórico profundo con mucha cultura,
y mucha miga. De allí han brotado códigos da vinci, y novelas gordísimas de
misterios y conspiraciones. Eco facilitó que la industria del libro se
arriesgase con el género histórico, a ver si se repetía el zambombazo, con
novela histórica buena y novela histórica mala. Trajo morralla, pero también
lectores nuevos y lecturas nuevas. Puede que me equivoque, escribo la necroilógica con prisa; la novela
fantástica, la novela de misterio, la novela histórica y, en suma, la novela de
género despiertan editorialmente en España solo a partir de dos éxitos
impensados y fundamentales, El Señor de
los Anillos y El nombre de la rosa.
Que a muchos lectores les disguste tan plebeya proliferación de libros,
o que la novela de género les interese o no, es misa para otro santo. Don
Umberto me ha deparado muchas horas de intenso disfrute, tanto con sus obras
como con muchas que crecieron a su oronda sombra. Debe de ser otro de los
culpables a quienes he de agradecer mis descarríos lectores.
Dios no se lo tenga en cuenta.
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