El trueno de las voces pregoneras
rebota en los cristales
como una sinrazón en el vacío;
cherne, viejas, bogas y jureles
que trastocan en gema rutilante
el brillo sin fulgor de las escamas.
Muestrario hecho de gritos
que escapan del recinto
y, reptando por las losas,
se incrustan, con su aroma, en verdes frutos,
venidos de surcos no labrados
a cobrar su entidad entre los hombres.
Tan sólo tiene esencia
aquello que se ve y que se ofrece,
aquello que se palpa y que revienta
su agridulce sabor en las pupilas.
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