Los versos del Bartolomé Leonardo de Argensola, junto con los de su hermano Lupercio, no conocieron edición impresa hasta 1634, cuando, ya muertos ambos poetas, el hijo de este último recopiló en un mismo volumen los poemas de su padre y de su tío. Puede que de esta edición conjunta arranque la confusión que aún no ha permitido aclarar del todo si el soneto más célebre de las Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola (“Yo os quiero confesar, don Juan, primero”) es obra de nuestro poeta –como parece más probable– o de su hermano mayor; pero, en cualquier caso, Bartolomé es autor de otras piezas maestras de la lírica áurea. Entre ellas, este magnífico soneto, que se entenderá mejor cuando se sepa cómo lo intituló el sobrino y editor del poeta: “A UN CABALLERO Y UNA DAMA QUE SE CRIABAN JUNTOS DESDE NIÑOS Y SIENDO MAYORES DE EDAD PERSEVERABAN EN LA MISMA CONVERSACIÓN”. Don Bartolomé (a veces severo jurista y circunspecto canónigo, y a ratos pícaro jocundo y malicioso), advierte contra los juegos de niños entre quienes ya no son tan niños; y, de paso, describe en el segundo cuarteto los benditos efectos de la pubertad en el pecho femenino, con una de las más bellas definiciones del pezón que jamás se han escrito.
Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve;
porque nos hablas ya con voz oscura
y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura
sobre ese labio superior se atreve.
Y en ti, oh Drusila, de sutil relieve
el pecho sus dos bultos apresura,
y en cada cual, sobre la cumbre pura,
vivo forma un rubí su centro breve.
Sienta vuestra amistad leyes mayores:
que siempre Amor, para el primer veneno
busca la inadvertencia más sencilla.
Si astuto el áspid se escondió en lo ameno
de un campo fértil, ¿quién se maravilla
de que pierdan el crédito sus flores?
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