Por José García Caneiro
PILAR DE SANTO DOMINGO
opaco trueno no esperado,
retumba su oro
en el ambiente,
reposa, en un instante,
el vientre obscuro
de los obscuros barros
henchidos de cristal
de agua.
Santo Domingo es, apenas,
leve prolongación de estío,
humedecido, en vano
y loco esfuerzo,
por las conversaciones;
y se ahoga, tristemente,
en el monótono
murmullo
que aflora de los caños.
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