Hoy, consciente de la tristeza que afecta a Pepe Junco, Macu Marrero,
Emilio González Déniz y el resto de los poetas canariones por la reciente y
repentina desaparición de su paisano y cofrade Luis Natera Mayor, me ha
parecido oportuno traer a esta palestra –bien como
improvisado pésame, bien a guisa de póstumo homenaje–, al gran maestro de la
poesía áurea canaria Bartolomé Cayrasco de Figueroa, un autor exquisito que
alcanzó harto renombre en sus días por su rara habilidad en el manejo de un
verso tan complicado como el esdrújulo. Lo celebró mucho la erudición española
del Siglo de Oro, principalmente en su ciudad natal y en Sevilla y Madrid,
donde fue alabado por Cervantes y Lope de Vega, y se le consideró precursor del
sonoro virtuosismo y la turbadora musicalidad que pronto habría de alcanzar la
poesía de Góngora. Puede que hogaño sus rimas esdrújulas nos resulten un tanto
forzadas, fatigosas y grandilocuentes; pero otros poemas de Cayrasco de
Figueroa, como este espléndido soneto que ilustra soberanamente la eficacia del
oxímoron y el gusto áureo por el juego conocido como “suma de opósitos”, bien
puede figurar en la crestomatía más exigente de la lírica áurea.
VII.-
Bartolomé Cayrasco de Figueroa (1538-1610)
Un fuego helado, un encendido hielo,
tiniebla clara, claridad obscura,
vida que mata, muerte que asegura,
consuelo triste, alegre desconsuelo;
firmeza irresistible, infirme vuelo,
dudoso puerto, tempestad segura,
florido invierno, mayo sin ventura,
forzosa voluntad, dulce martelo;
prado lleno de flores y de abrojos,
mar donde reinan juntos viento y calma,
monstruo que no hay viviente que no asombre,
veneno que se bebe por los ojos
y tiene su lugar dentro del alma:
esto es amor, y Amor mi propio nombre.
Un fuego helado, un encendido hielo,
tiniebla clara, claridad obscura,
vida que mata, muerte que asegura,
consuelo triste, alegre desconsuelo;
firmeza irresistible, infirme vuelo,
dudoso puerto, tempestad segura,
florido invierno, mayo sin ventura,
forzosa voluntad, dulce martelo;
prado lleno de flores y de abrojos,
mar donde reinan juntos viento y calma,
monstruo que no hay viviente que no asombre,
veneno que se bebe por los ojos
y tiene su lugar dentro del alma:
esto es amor, y Amor mi propio nombre.
Tiene una fea belleza este soneto, y es malignamente bueno, por decir una falsa verdad.
ResponderEliminarCasi diría que es canarionamente chicharrero, o chicharreramente canarión.
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