Hace
unos días, en una entrevista a un analista político sobre la situación actual
en la llamada eurozona, este decía que, en su opinión, una de las señales del
deterioro democrático que padecemos podía verse en el hecho que no estemos
representados por políticos, sino por “personajes”. Y como la casualidad quiso
que estuviera yo leyendo –con verdadero gusto– Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900 – 1970),
rebusqué en lo leído, hasta encontrar esta secuencia esclarecedora.
Adán
Buenosayres, poeta, es conducido por el astrólogo Schulze al Infierno, que aquí,
a diferencia del dantiano, está plagado de hombres y mujeres bonaerenses y
tiene la forma de un helicoide. Cuando los expedicionarios llegan al quinto
infierno, en donde está instalada la Pereza, se tropiezan con humanos que allí
vuelan como globos, plumas, barriletes, golpeándose unos contra otros y al
capricho del poderoso viento pampero. Entre otros perezosos se nos presenta la
figura de “el Personaje”.
Este relato podría llevar como título: “Invención y Muerte del Personaje”. No sé yo si también la Historia tiene sus cuatro estaciones; lo cierto es que nuestro país, tras haber florecido en la primavera de sus héroes militares y fructificado en el estío de sus próceres civiles, caduca hoy en el otoño imbécil de sus Personajes o Figurones. El Héroe fue un caudillo: el Personaje es un “funcionario”. Contra la opinión corriente, sostengo que no basta un apellido ilustra para formar al Personaje: cierto es que la vieja Oligarquía los produce a granel, a fin de dar siquiera una vida “oficial” a sus resecos vástagos que no tienen otra (porque, si bien se mira, el Personaje no es un “ente real”, sino un “ente de razón” inventado por alguien); pero lo que constituye la esencia del Personaje es, justamente, una falta de esencia, un vacío absoluto, una desolación interna que lo hacen capaz de asumir todas las formas e imitar todas las actitudes. Un Personaje bien cocinado puede ser hoy Ministro de Hacienda y mañana Jefe de Aviación, sin llegar a ser ni una cosa ni la otra, ni hombre, ni siquiera bruto; porque, hablando rigurosos, el Personaje es la “nada” con galera de felpa. No negaré que tan asombrosa disposición suele darse congénitamente, y que así obtenemos al Personaje nato, la más funesta de sus variedades; pero lo frecuente y vulgar es el Personaje construido a base de metódicas autodestrucciones. El Místico y el Personaje se parecen en que ambos destruyen en sí todo lo que tienen de humano; y se diferencian en que, si el primero se reconstruye prodigiosamente al “calor divino”, el segundo lo hace no menos prodigiosamente al “calor oficial”. Bajo la seca envoltura del Personaje no debe quedar, pues, nada vivo, nada sensible, nada húmedo: sólo después de haberse negado y traicionado a sí mismo, el Personaje logra la virtud exquisita de negarlo y traicionarlo todo. Señores, esta breve Anatomía, Fisiología e Higiene del Personaje quizá ayude a comprender mi drama.
No
me cabe duda. Desde hace bastantes años estamos gobernados por Personajes.
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