Este libro fue regalo de cumpleaños de una buena amiga, hace ahora
un año y unos meses, pero no me puse con él hasta hace dos semanas. Lo curioso
es que, cuando llegó a mis manos, yo no había decidido aún que mi próximo
empeño literario sería, será, una obra de teatro. Por eso, me sorprendió mucho
que el tema principal fuera lo que le sucedió al bueno de Henry James al tomar
una decisión similar, aunque en circunstancias bien diferentes a las mías. Es
de esos libros que parece que le eligen a uno, y no al revés.
La literatura está llena a rebosar de historias que tienen como
protagonista a escritores y yo mismo no me he librado de colaborar. Hace unos
años habría calificado el hecho de síntoma de egocentrismo, pero hoy empiezo a
pensar que en el fondo está reflejando una realidad estadística: todo el mundo
escribe. Por eso, quizás las editoriales comerciales descubran pronto el género
del libro para escritores, o aspirantes a, porque me parece un filón.
Valga esta previa, como dicen en el fútbol,
para explicar que quizás ¡El autor, el autor!, de David Lodge (Anagrama, 2004),
sea el perfecto libro para escritores y por tanto a uno le costaría ser
imparcial al referirse a él. Además de contar las desventuras de un escritor,
sus renuncias paradójicamente cargadas de egoísmo, sus miedos y cavilaciones,
no se refiere a un escritor inventado o un trasunto del propio autor, sino a
uno de los más grandes narradores en lengua inglesa del cambio de siglo. Un
Henry James ya afincado en Londres e incluso nacionalizado británico (lo que
nunca le perdonaron al otro lado del charco) y cuyo éxito inicial había
devenido en simple prestigio. Simple, sí, pero le permitía vivir de
encargos periodísticos mientras trabajaba en novelas que, una tras otra,
fracasaban económicamente. Harto de ello y a la vista del dinero y la gloria
que algunos que consideraba peores literatos que él obtenían en la escena
británica, decide probar fortuna en ese nuevo tablero de juego.
Ésa
es la columna vertebral narrativa del libro de Lodge, aunque la materia se
desarrolle a través de sus relaciones con las personas que más cerca
estuvieron de él. Una, su amigo George Du Marier, Kiki, un famoso ilustrador
que, sin pretenderlo, fue autor de uno de los primeros best sellers
transoceánicos, Trilby, explotado con toda la parafernalia a la que hoy ya
estamos acostumbrados para asombro y envidia del propio James. La forma en que
el escritor metaboliza esa envidia está narrada con una gran sutileza. Otra de
esas personas fue la escritora Constance Fenimore, lo más cercano a una novia
que tuvo el casto James en toda su larga vida. Y una más, su hermana inválida
Alice. Esos tres personajes marcan el devenir de la novela en relación con la
vida de James.
Pero hay muchos más personajes. Por sus páginas pasa buena parte
de los artistas de la Inglaterra tardo victoriana, desde Alma Tadema a George
Bernad Shaw y sin olvidar a Oscar Wilde. Sin ser detallista, la narración nos
permite hacernos una idea de cómo eran los ambientes intelectuales de esa
época, a cuyas puertas llamaban ya los futuros talentos deseosos de tomar el
testigo de la generación de James: H.G.Wells, Virginia Wolfe, A. Huxley, D.H.
Lawrence... y que pronto serían marcados por la terrible herida de la Gran
Guerra.
Entre ellos los hubo que triunfaron en vida y otros cuyo
reconocimiento les llegó demasiado tarde. Como le ocurrió al propio James,
quien días antes de morir y ya poco consciente, recibió la más alta distinción
del Imperio Británico. Y es que el otro asunto de fondo es el éxito literario:
sus huidizas claves, la diferencia entre el reconocimiento de la crítica y el
éxito popular y las dificultad para que ambos se den juntos.
El autor dedica siete páginas de agradecimientos al final de libro
citando las obras leídas, los archivos visitados, la ayuda recibida, etc. Pero
también ha tenido el buen gusto de responder una pregunta que inevitablemente
se hace todo lector: ¿Cuánto hay de inventado en esta historia? Y resulta ser
asombrosamente poco para 500 apretadas páginas.
Parecen muchas, pero se pasan volando, sobre todo si eres escritor
o escritora o aspiras a serlo. Porque si es así, te identificarás, te
compararás y te meterás de lleno en la vida de ese Henry James a la vez
portentoso y patéticamente humano. Y espero que lo suyo con el teatro no sea
una premonición.
Los que ya somos seguidores de tus novelas, estaremos atentos a ese nuevo empeño que nos anuncias, David.
ResponderEliminarUn abrazo. Luis.
¡Henry James! La voz de la condena a la obra ajena constante, el hombre que solo adulaba a los críticos y escupía pestes sobre sus contemporáneos escritores, hasta el punto de cargar contra las mujeres que utilizaban nombres masculinos para publicar, y plantear que él utilizaría un nombre femenino para cosechar éxitos. ¡Me encanta! Yo no me la pierdo.
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