En un artículo de una página de física que trata de cómo las
teorías científicas influyen en la literatura, leo que en el relato El jardín de los senderos que se bifurcan,
de Jorge Luis Borges, hay una clara
influencia de la teoría de la relatividad de Einstein y de la teoría de los
Muchos Mundos de Hugh Everett.
Los lectores de Borges recordarán ese estupendo relato.
Durante la primera guerra mundial, Yu Tsun, espía chino al servicio de los
alemanes, es descubierto por el capitán inglés Richard Madden. La detención y muerte
del espía parecen inminentes. Pero antes, Yu Tsun desea llevar a cabo una
última misión y transmitir a sus jefes
en Berlín el emplazamiento del centro artillero de los británicos. Para ello
viaja hasta Ashgrove, en donde reside el doctor Stephen Albert, sinólogo y
estudioso de una misteriosa y extraña novela que se llama El jardín de los senderos que se bifurcan y cuyo autor es Tsui
Pen, antepasado del espía chino. Y allí, después de que Albert le revele que en
realidad la obra de su antepasado es un tratado metafísico, Yu Tsun lo mata.
Con la noticia de este asesinato, que sin duda saldrá en los periódicos, Yu Tsun
está revelando a sus jefes en Berlín que el nombre del lugar del arsenal británico
y objetivo del bombardeo tiene el nombre del asesinado: Albert.
Y en efecto, hay dos momentos en la conversación de Stephen
Albert con Yu Tsun en los que se ponen de manifiesto su relación con las
teorías físicas antes mencionadas. Por ejemplo, cuando Albert le dice:
A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su
antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto.
Es uno de los postulados de relatividad de Einstein: el
transcurso del tiempo no es un absoluto, sino que depende de la velocidad del
observador y del campo gravitatorio en el que está inmerso.
Y con respecto a la teoría de los Muchos Mundos de Everett,
conviene decir que deriva de la incertidumbre que es parte esencial de la
mecánica cuántica. La posición de cualquier partícula de la que estamos hechos
(por ejemplo, el electrón) está perfectamente definida por la llamada ecuación
de onda de Schrödinger, que viene a decir que esa posición en un determinado
momento no es única, sino la superposición de varias al mismo tiempo (digamos
tres, A, B y C), cada una con un determinado valor de probabilidad (supongamos que
un 50% para la posición A, 40% para la posición B y 10% para la posición C). Y
que solo cuando queremos cerciorarnos de dónde está realmente el electrón y
utilizamos un aparato que lo detecte, entonces las tres posibles posiciones se
convierten en una sola y el aparato de medida nos dice que el electrón por
ejemplo está en la posición B. Las posiciones A y C, en las que también había
posibilidad de encontrar al electrón, desaparecen milagrosamente. Esta
arbitrariedad, que contradice a las matemáticas (la función de onda sigue
diciendo que hay tres posiciones posibles), la solucionaba Everett postulando
algo revolucionario: las otras dos posibilidades no desaparecen. Lo que ocurre
es que habrá un mundo en el que el observador (usted, yo) verá que el electrón
está en B, otro mundo exactamente igual pero en el que el observador verá el
electrón en la posición A, y otro mundo idéntico pero en el que el mismo
observador comprobará la posición del electrón en C. Así cada proceso cuántico
da lugar a un mundo macroscópico distinto e independiente, del que el
observador sólo es consciente imaginándolo el único. Pero como las múltiples
ramas de un árbol, la realidad es una multiplicidad de universos en constante
ramificación y que pueden albergar al mismo observador en distintas
circunstancias.

Hasta aquí la teoría de los muchos mundos de Everett.
Volviendo al relato de Borges, cuando el doctor Stephen
Albert le explica el significado de lo que su antepasado, Tsui Pen, había
escrito en el libro El jardín de los
senderos que se bifurcan, dice:
Me detuve, como es natural,
en la frase: Dejo a los
varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Casi
en el acto comprendí; el jardín de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios
porvenires (no a todos) me
sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio. La
relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las ficciones, cada
vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina
las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta —simultáneamente— por
todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también,
proliferan y se bifurcan(…)En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces
ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez,
los senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa,
pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo.
Sí, el paralelismo con la teoría de Everett es casi textual.
Solo hay una dificultad en el comentario del artículo. Everett desarrolló su
teoría en 1956, y Borges escribió su cuento en 1941, quince años antes.
¿Otra travesura borgiana?
¿Uno de esos múltiples universos en el que en realidad el
autor de la novela del relato de Borges no resulta ser Tsui Pen sino Hugh
Everett?
¿O una nueva constatación de que en muchas ocasiones la
intuición literaria precede a la lógica de las ciencias y las matemáticas?