Este
libro nos permite visitar a Cortázar para curiosear en su biblioteca. Qué
libros tenía, cuáles no tenía, cuáles estaban dedicados, cuáles anotados.
A su
muerte, sus 4.000 libros fueron donados a la Fundación Juan March. Allí los
revisó Jesús Marchamalo, que tiene unos libros de biografías jíbaras de
escritores españoles y extranjeros que se leen como se comen las pipas. Cuando
te quieres dar cuenta se te ha acabado la bolsa y todavía no estás saciado.
Aquí nos
enteramos de que Cortázar no tenía ni un Delibes, ni un Aldecoa, ni un Cela, ni
un Benet, ni un Baroja, ni un Galdós… Tenía algunos Valle-Inclán, en los que
hizo anotaciones desdeñosas. No parecía gustarle, o interesarle, la literatura
española. Le interesaban los hispanoamericanos, los franceses y los ingleses,
sobre todo.
Tiene
libros dedicados de casi todos los autores del Boom, de quienes además fue
amigo: García Márquez, Vargas Llosa, Lezama Lima, Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Neruda, Alejandra Pizarnik… Tiene libros de Borges (recordemos que Borges fue
uno de sus primeros editores), pero ni están dedicados ni señalados ni
anotados.
Tampoco
tiene libros de Camus, ni de Simone de Beauvoir, ni de la Duras, que también vivían en París, y con los que coincidiría a veces.
También
tiene libros dedicados por sus autores a amigos suyos (de José Agustín
Goytisolo a García Márquez, por ejemplo), o con el nombre de su dueño (Vargas
Llosa, Alejandra Pizarnik). Es decir, libros que le dejaron y se los quedó (no
nos imaginamos a Cortázar quitándoselos, directamente).
Cortázar
empezó a escribir muy pronto, siendo niño, con nueve años, escritos tan maduros
que su familia creía que los copiaba de algún sitio.
Tenía
muchos libros de vampiros. Él mismo tenía fama un poco de vampiro, porque el
ajo le sentaba mal y le daba jaquecas y siempre preguntaba en los restaurantes
si el plato que iba a pedir tenía algo de ajo, por poco que fuera.
En un
viaje que hizo por Italia con su primera mujer, Aurora Bernárdez, compraban
libros en las estaciones de tren para leer en cada trayecto. Cortázar leía una
hoja, la arrancaba y se la pasaba a Aurora Bernárdez, y cuando esta la leía la
tiraba por la ventanilla. No querían cargar con peso. Esto quiere decir que en
su biblioteca no están, ni mucho menos, todos los libros que había leído.
Seguramente faltaban muchos de sus libros preferidos.
Tenía
tres libros de Salinger, pero estaban sin abrir.
Jesús
Marchamalo Cortázar y los libros
(Madrid: Fórcola, 2011)
En coincidencia con tu post, Emilio, acabo de leer un interesante artículo de Marcos Ordóñez sobre Cortázar con el que estoy en un 99% de acuerdo, tanto que me ha hecho revivir esas mismas sensaciones que el tenía. No en vano tenemos casi la misma edad. AL final, copio el enlace. Por otro lado, creo recordar que en el reciente libro de recortes "Papeles inesperados" (hay que ver lo que da de sí un armario con inéditos) hace alguna reflexión hasta un cierto punto autocrítica sobre su relación con la literatura española, si bien reafirmándose en algunos rechazos que a muchos pueden doler.. Si saco tiempo, buscaré esas líneas y las traeré al blog. Gracias, Emilio, siempre es un placer revisitar a Cortázar.
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