lunes, 18 de noviembre de 2013

Operación Proteo, de James P. Hogan

Entre los autores de ciencia ficción contemporáneos hay dos que son mis preferidos: Philip K.  Dick –conocido sobre todo a raíz de la película Blade Runner, adaptación de su novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas– y James P. Hogan. Este último (ingeniero londinense que murió hace un par de años), menos conocido, dejó un montón de buenas novelas y relatos, entre las que destaco Herederos de las estrellas (que reseñaré en algún momento) y esta Operación Proteo, que comento a continuación. 

Si tuviera que hacer una distinción entre los dos escritores, diría que las novelas de Philip K. Dick tienen una mayor carga “poética”: imágenes, pasión, sentimientos; mientras que las de James P. Hogan destacan por su fundamento científico. Y es que en todas sus narraciones Hogan sabe de lo que habla, como en esta Operación Proteo (escrita en 1985, lo que señalo porque en esa época la teoría cuántica del tiempo, base de la novela, era cosa de unos pocos iniciados).

Imaginen un mundo en que el resultado de la última confrontación mundial no hubiera sido el que conocemos. En 1942, Hitler habría conseguido la bomba de fusión, arma detrás de la que estaba, y la habría utilizado contra Rusia. Como consecuencia, en 1975 el mundo estaba dominado por la ideología totalitaria y nazi, y eran pocos los lugares que, como focos de resistencia, aún se le oponían. 

(Este escenario, que podría considerarse una gratuita imaginación, es, según la teoría cuántica del tiempo, una realidad: como circunstancia posible y que no contradice las leyes de la física, es otro de los tantos mundos que coexiste con el nuestro.)

Ese es el contexto en el que se desarrolla la novela. Un grupo de militares y científicos americanos viaja en el tiempo, hasta la Inglaterra del año 1939, y solicita una entrevista con Winston Churchill y su equipo de asesores. Su objetivo es cambiar los acontecimientos históricos que dieron lugar al mundo del que proceden. Pero no se dan cuenta –o al menos pocos de ellos son conscientes– de que lo que en realidad están haciendo es abrir una nueva rama en la multiplicidad de universos en que cualquier circunstancia pasada se ramifica. Se embarcan en un nuevo futuro. 

Además de la emocionante e intrincada trama –los alemanes del futuro también habrían descubierto el viaje al pasado, y la bomba de fusión de Hitler en 1942 es una de las consecuencias de ese conocimiento del futuro–, lo que más me gusta de la novela es la manera poco forzada en que Hogan nos explica la teoría cuántica de los muchos mundos. Lo hace a través de la inevitable discusión que se entabla entre los físicos que vienen del futuro y los de aquel presente (1939), entre los que están Fermi, Leo Szilard y el propio Einstein.

En un momento del encuentro, cuando los físicos del futuro niegan el llamado colapso de la función de onda de un suceso cuántico, Leo Szilard dice:

 “Pero si la función de onda no colapsa en una de sus posibles resultados, tendremos que quedarnos con todos ellos”, dijo despacio. “Nos obligaría a postular la realidad de todos ellos”. “¿Me está usted diciendo de que si hay un número de posibles resultados de un acontecimiento, no es cierto que la Naturaleza elija a uno de manera arbitraria, al azar?” 
Luego Einstein comenzó a afirmar con su cabeza vigorosamente. “Sí, por qué no”, dijo. “El mundo real podría ser mucho más vasto de que lo que nunca hubiéramos imaginado: una gigantesca superposición de increíble complejidad, en la cual cada interacción genera su propio conjunto de salidas ramificadas. Y puesto que formalmente no hay una rama que sea más real que la otra, ¿por qué no habrían de ser igualmente reales?”

Imagino aquel Einstein suspirando aliviado al comprobar, con esta teoría cuántica del tiempo, cómo se desvanecía aquella angustia que tanto le atormentó de un Dios jugando a los dados con su universo. 

1 comentario:

  1. A mí esta teoría cuántica me parece un tanto sospechosa: me recuerda al funcionamiento de los mercados financieros, como si el mundo fuese un intrincado dédalo de transacciones financieras. El inconsciente juega malas pasadas y la imagen del universo suele ser un reflejo de comportamientos cotidianos.

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