Si bien Martín de Lizana no era un poeta del todo desconocido a principios del siglo XX (el gran hispanista francés Foulché-Delbosc había publicado algunos sonetos suyos en su valioso artículo “237 sonnets”, de 1908), tuvo que pasar casi un siglo hasta que su editora moderna, María Luisa Cerrón Puga, lo rescatara de esas negras aguas del olvido en las que jamás debió haber quedado sumergido. Petrarquista modélico, imitó con singular inspiración algunos de los más célebres sonetos del genio de Arezzo, hasta el extremo de que sus personalísimas versiones en lengua castellana pueden competir en calidad y hondura con los poemas originales. A pesar de esta acreditada maestría, quedan pocas noticias de su vida y obra: es posible que naciera en Medina del Campo, y que fuera el mismo Martín López de Lezana que, elogiado por el erudito Argote de Molina, ejerció de faraute (“heraldo o mensajero de confianza”) del duque de Medina Sidonia. Apenas han llegado hasta nosotros un puñado de redondillas de Martín de Lizana, junto con una excelente sextina provenzal y catorce sonetos; y estos últimos tan bellos y tan bien rematados, que, a pesar de su reducido número, me ha costado mucho seleccionar éste, pues todos son dignos de figurar en “LOS OTROS CLÁSICOS”.
XVIII.- Martín de Lizana (ca. 1535-ca. 1598)
Sueltos son ya los lazos, y rompida
la cadena de amor que al cuello tuve;
abierta es la prisión do un tiempo estuve:
la voluntad es libre, antes rendida.
La llama del amor ya es consumida,
y olvidados los pasos por do anduve;
quebradas son las flechas que detuve
en el pecho, do hicieron honda herida.
Trocádose ha mi suerte, y yo he cobrado
mi triste corazón envuelto en males,
del grave sentimiento hecho pedazos;
y aunque quedan del daño las señales,
todo es deshecho al fin, todo acabado
flechas, llamas, prisión, cadena y lazos.
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