martes, 17 de septiembre de 2013

Sigmund Freud El Moisés de Miguel Ángel (Madrid: Casimiro Libros, 2011)

No es ninguna originalidad decir que Freud era un gran escritor. Yo recuerdo haber leído El hombre de los lobos como una novela de misterio apasionante, en la que se acaba resolviendo un enigma que parecía irresoluble; y con parecida fascinación el ensayo sobre el recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (a pesar de que al acabarlo pensé: cómo es posible que mientras lo leía me haya podido convencer de todas estas insensateces: he ahí el poder de un gran escritor).

En este escrito Freud estudia el Moisés de Miguel Ángel y lo primero que a mí me asombra es que se pregunta qué está haciendo Moisés en la escultura (a mí no se me había ocurrido pensar que estuviese haciendo nada; daba por supuesto que está en una postura cualquiera, una que permita al escultor exhibir su arte). 

Freud, fijándose meticulosamente en los detalles, interpreta así la escultura: Lo que vemos es el final de una secuencia que empieza con Moisés sentado, mirando al frente, sujetando las tablas con la mano derecha (no lo dice, pero quizá las acaba de recibir; de ahí los cuernos, rayos que aún emanan de su cabeza, como resto de la cercanía de Dios). Un ruido le llama la atención. Se gira hacia su izquierda y ve a los israelitas adorando al becerro de oro. Se enfurece, se agarra la barba con la mano derecha con furia, hace intención de levantarse, pero sofrena su impulso, domina sus pasiones (el acto humano más alto, dice Freud), se sienta, al notar que las tablas resbalan y están a punto de caer, su brazo derecho retrocede para sujetarlas contra el costado, y en su retirada se le queda enredada en un dedo parte de la barba. Es ese momento el que vemos. En su rostro hay mezcla de desprecio, furia, pena.

La mayoría de los comentaristas anteriores a Freud habían visto en la escultura el momento previo al estallido de ira de Moisés, que está a punto de levantarse. O sea, Freud ve casi lo opuesto a lo que ve la mayoría. Y argumenta convincentemente que Moisés no está a punto de levantarse, porque en el lugar en el que se encuentra (una tumba, la tumba de Julio II) eso rompería el equilibrio del conjunto, disonaría.

1 comentario:

  1. La obra de arte es fruto de conflictos no resueltos, de una u otra forma. Por eso te convence Freud porque al final te descubre lo más interno, lo más profundo dela creación.
    Yo estoy estudiando a un palentino, Pedro Mozos desde el complejo de Edipo no resuelto y cada vez lo tengo todo más claro. Un cordial saludo.

    ResponderEliminar