Por José García Caneiro
(Inspirado en el cuadro del mismo título,
también del pintor José COMAS QUESADA,
vencedor en la I Bienal Internacional de Acuarela "Ciudad de Las Palmas", en 1979)
I
Hay una línea difusa
que esconde, soterrada
en sus entrañas reventadas de marrones,
la inamovible querella,
eterna en lo cotidiano,
de lo cierto y lo soñado.
Hay un reflejo en la arena,
disparado por el sol
naciente de mil hogueras,
que rebota en las pupilas
encendidas de dolor
de una humanidad errante.
Hay un trazo indefinible
que busca desdoblado,
un horizonte, intento vano
de aunar los cielos con el viento,
con la realidad sentida,
con la percepción primera.
II
Y más allá...
Más allá de los planos superpuestos
que esconden un fulgor de media tarde adormecida,
más allá de un remanso de agua clara
que finge desvelar el nacimiento de la noche,
más allá del asombro de los rostros
hundidos en la arena
que no aciertan a saber
el porqué de una quimera,
más allá de la quietud adormecida
de un espacio soñado sobre un lienzo
en mil colores...
Aún más allá, están...
Las mudas voces de los cuerpos,
los corazones que pulsan borbotones,
las bocas que se besan y que gritan
que son y, más, que existen sobre todo;
están los ojos que buscan ese fuego
que les fuera arrebatado por los dioses;
están, abrasados de olvido y de silencio,
esos pies que ansían encontrar
un camino entre el camino de los mares
de un planeta incierto y no sabido.
Aún más allá, están...
Las vidas que se enfrentan por derecho
al huracán irresistible de vivirlas,
vientres, manos, cuellos, senos que no quieren aceptar
un destino que los una a las estatuas de sal;
están las almas dormidas o cansadas,
dolientes o sin sentido, almas muertas,
no nacidas, almas de cobre o de barro
que buscan entre otras almas
el cobijo de una sombra
o la nada de un olvido o el olvido de la nada.
III
Y mucho más allá, aún más lejano...
Al otro lado
de una orilla que se pierde,
hecho tapiz de gasas, luz y sombra,
emborronado,
hurtado a la visión crepuscular,
se aleja el faro, tenazmente,
dispuesto a convertirse
en roca gris
—túmulo de un afán
enajenante
que ni Virginia Woolf,
tal vez, soñara—,
disuelto en lo infinito,
imaginado.
Y allí, lejos,
muy atrás,
los rayos, huecos,
se esconden
entre cenizas de estrellas
que entonan una canción
sin tiempo ni pentagrama.
Juegos de jade y marrón,
de púrpura y de cristal,
siena ocre, azul opaco,
una raya sin final,
un horizonte sin pausa,
un crepúsculo disperso
que no acaba de morir:
animal palpitación
que surge de lo profundo
de la entraña mineral.
Y más allá de lo obscuro,
en el fondo, susurrada
por voces color de acero,
tumba
y retumba una isa
alzándose de la brisa,
difuminada entre risas
que nacen de piel cobriza
por un sol de primavera.
IV
En el aire se mece,
abrazado a las cenefas
que la espuma dibuja,
con sus pestañas de algas,
el rumor
de una ola aún no bordada.
El viento ha robado,
en juego inquieto,
la frágil huella pintada, en un instante,
por los sueños.
Y el azogue se ha hecho mar,
remansado entre las manos
de una tierra calcinada
por siglos de sol y miedo.
(Inspirado en el cuadro del mismo título,
también del pintor José COMAS QUESADA,
vencedor en la I Bienal Internacional de Acuarela "Ciudad de Las Palmas", en 1979)
I
Hay una línea difusa
que esconde, soterrada
en sus entrañas reventadas de marrones,
la inamovible querella,
eterna en lo cotidiano,
de lo cierto y lo soñado.
Hay un reflejo en la arena,
disparado por el sol
naciente de mil hogueras,
que rebota en las pupilas
encendidas de dolor
de una humanidad errante.
Hay un trazo indefinible
que busca desdoblado,
un horizonte, intento vano
de aunar los cielos con el viento,
con la realidad sentida,
con la percepción primera.
II
Y más allá...
Más allá de los planos superpuestos
que esconden un fulgor de media tarde adormecida,
más allá de un remanso de agua clara
que finge desvelar el nacimiento de la noche,
más allá del asombro de los rostros
hundidos en la arena
que no aciertan a saber
el porqué de una quimera,
más allá de la quietud adormecida
de un espacio soñado sobre un lienzo
en mil colores...
Aún más allá, están...
Las mudas voces de los cuerpos,
los corazones que pulsan borbotones,
las bocas que se besan y que gritan
que son y, más, que existen sobre todo;
están los ojos que buscan ese fuego
que les fuera arrebatado por los dioses;
están, abrasados de olvido y de silencio,
esos pies que ansían encontrar
un camino entre el camino de los mares
de un planeta incierto y no sabido.
Aún más allá, están...
Las vidas que se enfrentan por derecho
al huracán irresistible de vivirlas,
vientres, manos, cuellos, senos que no quieren aceptar
un destino que los una a las estatuas de sal;
están las almas dormidas o cansadas,
dolientes o sin sentido, almas muertas,
no nacidas, almas de cobre o de barro
que buscan entre otras almas
el cobijo de una sombra
o la nada de un olvido o el olvido de la nada.
III
Y mucho más allá, aún más lejano...
Al otro lado
de una orilla que se pierde,
hecho tapiz de gasas, luz y sombra,
emborronado,
hurtado a la visión crepuscular,
se aleja el faro, tenazmente,
dispuesto a convertirse
en roca gris
—túmulo de un afán
enajenante
que ni Virginia Woolf,
tal vez, soñara—,
disuelto en lo infinito,
imaginado.
Y allí, lejos,
muy atrás,
los rayos, huecos,
se esconden
entre cenizas de estrellas
que entonan una canción
sin tiempo ni pentagrama.
Juegos de jade y marrón,
de púrpura y de cristal,
siena ocre, azul opaco,
una raya sin final,
un horizonte sin pausa,
un crepúsculo disperso
que no acaba de morir:
animal palpitación
que surge de lo profundo
de la entraña mineral.
Y más allá de lo obscuro,
en el fondo, susurrada
por voces color de acero,
tumba
y retumba una isa
alzándose de la brisa,
difuminada entre risas
que nacen de piel cobriza
por un sol de primavera.
IV
En el aire se mece,
abrazado a las cenefas
que la espuma dibuja,
con sus pestañas de algas,
el rumor
de una ola aún no bordada.
El viento ha robado,
en juego inquieto,
la frágil huella pintada, en un instante,
por los sueños.
Y el azogue se ha hecho mar,
remansado entre las manos
de una tierra calcinada
por siglos de sol y miedo.
Hermosísmo poema, Pepe. Hermosísimo y vibrante.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Santiago