viernes, 26 de julio de 2013

Los otros clásicos X -Gabriel Bocángel

Si el diez es marchamo de excelencia, justo será que protagonice esta décima entrada el madrileño Gabriel Bocángel y Unzueta, poeta mayor entre los menores y ciclópeo también entre los grandes. Este prodigioso soneto-prólogo que puso al frente de su poemario La lira de las Musas es, a mi entender, su mejor tarjeta de presentación, por más que, de tan audaz, pueda sumir en el desconcierto –solo en una primera lectura– a más de algún lector desavisado. Ya en el primer cuarteto, bajo la apariencia superficial de una “chulería poética” sin precedentes (“mirad si soy hábil” –parece decirnos un desafiante Bocángel– “que soy capaz de hacer que cambiéis de opinión con un puñado de versos”), se esconde un encendido elogio del poder de la palabra poética y de quien sabe administrarla con solvencia. Pero este acierto no es enteramente suyo, porque la idea inicial –bien es verdad que desprovista de tan osado alarde– parte de Petrarca (“Io cantarei d’Amor sí novamente”) y circula luego por Camões (“Eu cantarei de amor tão docemente”). Lo auténticamente genial y genuino de Bocángel es el terceto final, donde eleva a categoría lírica (vale decir, “irracional”), tanto en la forma como en el contenido, un ejercicio de la lógica formal tan mecánico y racional como el silogismo.

X.- Gabriel Bocángel (1603-1658)

Yo cantaré de amor tan dulcemente
el rato que me hurtare a sus dolores,
que el pecho que jamás sintió de amores
empiece a confesar que amores siente.

Verá como no hay dicha permanente
debajo de los cielos superiores,
y que las dichas altas o menores
imitan en el suelo su corriente.

Verá que, ni en amar, alguno alcanza
firmeza (aunque la tenga en el tormento
de idolatrar un mármol con belleza);

porque, si todo amor es esperanza
y la esperanza es vínculo del viento,
¿quién puede amar seguro en su firmeza?

7 comentarios:

  1. No hay comentarios. ¿Para qué?. Sólo hay que leerlo dos veces y despacio.
    El Brigadier

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  2. No es casual el apellido del excelso vate, no. Me siento un punto sobrecogido al ver cómo pueden llegar a través del tiempo fórmulas retóricas que hacemos pervivir. Sin haber leído hasta ahora este enorme soneto me siento gloriosamente respaldado con ese tan frecuentado por los poetas "yo cantaré" que abre mi Silente. Honor y gloria al hilo de plata que une a los poetas más allá del tiempo, amén.

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  3. Me permito, con permiso de José Ramón, añadir este otro que, creo, no desmerece a ninguno de los consagrados.

    A UN RUISEÑOR QUE SE LE MURIÓ A UNA DAMA EN INVIERNO

    Abril volante, viva primavera,
    tan viva, que engañado en tus colores,
    te dio el tiempo el castigo de las flores,
    que el invierno a su vida parca es fiera.

    No moriste, volaste a más esfera,
    pues Filis hoy te anima con dolores;
    bien es que muera quien cantaba amores,
    yo sé quien calla, aunque de amores muera.

    Tu muerte procuraste, para verte
    compadecido de quien vive ajena
    de dolerse de un vivo enamorado.

    ¡Oh infeliz en la vida, y en la muerte!
    vivo, no la causaste amante pena,
    muerto, no te aprovecha su cuidado.



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    1. Extraordinario soneto, Pepe (como también es extraordinario el que nos ha traído José Ramón). Muchas gracias.
      Emilio

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  4. Aún recuerdo que, en la Facul, nos descubriste a este poeta con un trabajo que titulaste "Bocángel o la poesía cincelada". Sin embargo, cuánto le gusta al maestro la calidad de lo evanescente: "Huye del sol el sol y se deshace / la vida a manos de la propia vida". Si aquí "la esperanza es vínculo del viento", en aquel inmenso soneto se decía "este mundo, república de viento...". Y había otro, monumental, aquél del soldado herido de muerte que la vence manteniéndose en pie ("Tu obstinado cadáver nos advierte..."). De los poetas relegados a la segunda fila, Bocángel conforma una de las más sangrantes injusticias.

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    1. "Este mundo, república del viento / que tiene por monarca un accidente", creo que concluye, Dativo, el soneto que citas. En efecto, pocos poetas tan hábiles, certeros y elegantes a la hora de reflejar lo que está permanentemente en fuga, desvaneciéndose; pero, al mismo tiempo, ¡qué maestría para fijar y esculpir con palabras, siempre más duraderas que el bronce, esa inasible evanescencia! En esta aparente contradicción estriba, a lo que creo, el mayor de los logros de Bocángel (quien, letrado al fin y al cabo -bien es verdad que "in iure canonico"-, tendría propensión a la fe notarial, al escrito sellado y bien lacrado).

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