jueves, 18 de julio de 2013

Desencadenado: la poesía de Espronceda en escena (IV)


Desencadenado: la poesía de Espronceda en escena (IV)
Grupo Paréntesis



3. La puesta en escena

3.2. Las imágenes


En cada uno de los poemas, y desde el principio del recitado, se proyectó en el fondo del escenario la imagen elegida, para cuyo diseño fueron especialmente reseñables las creaciones originales de los miembros y, en su caso, las combinaciones igualmente personales de obras artísticas de autores representativos con efectos y recursos orientados en todo momento hacia la consecución del resultado integrador y armónico de lenguajes estéticos y estímulos emotivos. De este modo, y de acuerdo con la personalísima interpretación que le dio al texto, el responsable de la recreación de la “Canción del pirata” diseñó una animación, convenientemente sincronizada con el recitado y el fondo musical, en la que, en una reproducción pictórica de inspiración dieciochesca, enmarcada en un marco dorado,  se cruzan dos veleros que se funden a su debido tiempo con otra reproducción de un hombre desnudo en posición fetal que, en un estudiado efecto de fusión progresiva, termina encerrado dentro de un cofre, sumergido en lo que en un principio es el fondo del mar y al final acaba siendo un acuario convencional que cualquier persona puede tener en su casa, aludiendo así a cuanto hay de inmediato y universal en los sentimientos y sensaciones que el recreador se propuso suscitar.




Imagen cedida por Fernando Rodriguez
La fotografía nº 4 del álbum Sri Lanka (2003), del artista contemporáneo Fernando Rodríguez Muñoz, próximo al grupo, fue la elegida para el recitado de “La cautiva”. La fotografía representa a una mujer que reza en el Templo del Diente de Buda en Kandy. En pleno corazón del budismo, la mujer, descalza y apoyada contra un muro, muy bien podría estar rezando por la libertad perdida en una imagen de resonancias oníricas por la espiritualidad de la protagonista y su vestuario anacrónico, complementado por un pequeño bolso de mano que puede albergar lo tangible, simbolizando así los pequeños detalles que aferran a las mujeres cativas, entendidas en el sentido amplio del término, a una vida más segura y quizá menos libre.

La declamación de “A una dama burlada” se hizo con la proyección del cuadro Lullaby (2006), de la artista estadounidense Melissa Nucera, que se insertó en un montaje visual que seguía un movimiento leve y delicado que pretendía sugerir la sensualidad femenina que refleja el poema y la mutabilidad y perentoriedad de las pasiones. Por su parte, el encargado de la recreación y la adaptación del fragmento de El estudiante de Salamanca renunció a la proyección de toda imagen en beneficio de una interpretación que descansase en el trabajo actoral de los dos recitadores en escena, que buscaron el contraste entre el dinamismo del recitador principal y la sugerente y dramática inmovilidad de la recitadora que asumió el papel de Elvira. Este es el único texto del recital en el que compartieron escenario dos miembros del grupo. Carlos García Ruiz contó con la colaboración de Gemma Ortiz Moreno en el papel de Elvira, hierática e inmóvil hasta el momento en el que debe leer la carta desesperada que le dirige a Félix de Montemar.

“El remordimiento de Orestes”, obra de 1862 del pintor francés William-Adolphe Bouguereau, sirvió para ilustrar el recitado de “El arrepentimiento”. La imagen, cuya fuerza natural ya es todo un estímulo para sugerir el estado anímico que subyace a la escritura del poema,  fue convenientemente sometida a un tratamiento gráfico que daba al cuadro original una expresiva sensación de deterioro combinada con un efecto de temblor, efectos ambos que pretenden reflejar la herida que abre en el tiempo la circunstancia que motiva el arrepentimiento y la desasosegada agitación de quien lo experimenta.


El cuadro alegórico del pintor romántico italiano Francesco Hayez titulado “Melancolía”, pintado en 1842, fundido con el negro al principio y muy lentamente proyectado de arriba a abajo, resultaba idóneo para acompañar la declamación de “A Jarifa en una orgía” por el tratamiento de la pose, la vestimenta y la actitud de la mujer retratada, que sugiere de forma sensual, elegante y delicada tanto la belleza y la pasión contenida como la tristeza y el desengaño que se debaten en el alma de la mujer de vida licenciosa y agitada con la que Espronceda se identifica en su poema. A esta mujer de mirada melancólica y resignada, retratada de frente, la sucede en el escenario, a tiempo del recitado de “¡Guerra!”, el hombre retratado de espaldas en el cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich titulado “El caminante sobre el mar de nubes” (1818), que le sugiere al responsable de la correspondiente recreación estímulos muy diversos y aun contradictorios que se avienen al espíritu enardecido del poema: el hombre que observa en soledad y grita su testimonio solitario al viento; el testigo y el animador de una batalla cuyo sentido entiende aunque no tome parte directamente en ella, e incluso el cobarde que contempla en la distancia la masacre de su propio pueblo.

En la representación del apócrifo “La desesperación” se decidió seleccionar una sucesión de imágenes de uno de sus contemporáneos más ilustres y fecundos, Francisco de Goya, prestando especial atención, por razones obvias, a la época creativa de sus Pinturas Negras (1819-1823), de las que se toman nueve cuadros, concretamente “Saturno devorando a uno de sus hijos” (1821-1823), “Un perro” o “Perro semihundido” (1820-1822), “Átropos” o “Las Parcas” (1819-1823), “Dos viejos” (1819-1823), “Mujeres riendo” (1819-1823), “Duelo a garrotazos” (1821-1823), “La romería de San Isidro” (1821-1823), “El aquelarre” (1819-1823) y “Viejos comiendo sopa” (1819-1823). El resto de los cuadros que contribuyeron a definir el fondo icónico del recitado de “La desesperación” fueron “El conjuro” o “Las brujas” (1797-1798), “El incendio” (1793-1794), “El coloso” (también atribuido a Asensio Juliá, 1808-1812), “Corral de locos” (1793), “Escena de brujas” (1798), “Goya atendido por Arrieta” (1820), “San Francisco de Borja y el moribundo impenitente” (1788), “Los fusilamientos de Príncipe Pío en 3 de mayo de 1808 en Madrid” (1814), “El entierro de la sardina” (1812-1819), “La lucha con los mamelucos el 2 de mayo de 1808 en Madrid”, “El hechizado por fuerza” (1797-1798) y “Las viejas” o “El tiempo” (1808-1812). La sintonía estética que guarda con el poema la selección pictórica propuesta para su recreación se añade en términos generales, dejando a un lado ahora el debate de la atribución de la autoría del poema, a la proximidad en las actitudes de dos protagonistas de su tiempo, unidos por el amor a la libertad, la rebeldía y la denuncia, y también por la forma en que ambos artistas encarnan la renovación y la ruptura de los moldes establecidos. Por encima de todo, Goya capta con una innegable eficacia y fuerza plástica el mundo de imágenes grotescas y violentas que, de forma rayana en la actual estética gore, enumera el poema con una profusión casi frenética.

La imagen que acompañó la recreación de la “Canción de la muerte” fue originalmente creada y ejecutada en directo por José Luis Navarro e Iván Bouso, proyectando en el escenario, en la oscuridad total de la sala, un juego óptico de vídeo-art basado en el diseño de esferas luminosas en movimiento sobre el efecto inquietante que producía la radiación de fondo, creando una atmósfera irreal que evocaba con acierto el Más Allá al que el poema se asomaba de la mano de sus intuiciones. Para acentuar la sensación nebulosa de la proyección, la recitadora actuó de espaldas al público y cubierta con una capucha, de modo que el contraste producido por la única luz que en ese momento había en la sala, que era precisamente la de la proyección, definiese sólo su silueta, reforzada por el uso de una falda que enfatizaba la naturaleza femenina de la muerte.


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